El pibe que adelantaba el futuro

Por JUAN FERNANDO RAMÍREZ ARANGO
Ilustración de Fragmentaria

Como una metáfora del número que lo identificará para siempre, número equivalente a su apellido, Mara10na debutó un 20 de octubre de 1976, diez días antes de cumplir dieciséis años, siendo el debutante más joven de la historia del fútbol argentino. Entró promediando el segundo tiempo, vistiendo la número 16. “El más Júnior de los argentinos”, tituló la revista Goles. Argentinos Juniors perdió contra Talleres, 0-1, pero lo más recordado del partido fue el caño de Maradona a Juan Domingo Cabrera, en la primera pelota que tocó en primera división. Por los veinticinco años de aquel debut, la portada de El Gráfico fue la foto de ese caño, tomada por un fotógrafo de apellido premonitorio, Speranza, y nombre de pila Humberto. La foto estuvo perdida ese cuarto de siglo, hasta que, en octubre de 2001, el periodista Diego Borinsky la encontró en el archivo que dicha revista le reservaba a Cabrera, guardada en un sobre rosa. Al abrirlo y encontrarla, Borinsky gritó el siguiente eureka:

—Miren esto, ¡la puta que lo parió!

Casi un mes después del debut, el 17 de noviembre de 1976, cuando Maradona contaba dieciséis años y dieciocho días, cinco partidos como profesional, uno solo de inicialista, contra Newell’s, se publicaría en Clarín la nota más rememorada de cuantas le han hecho al 10, titulada “Un sueño de barrilete”, escrita por Horacio Pagani, sí, el septuagenario Quijote de TyC Sports que defiende a capa y espada la concepción futbolística de Dante Panzeri, esto es, el fútbol como dinámica de lo impensado. La introducción de la misma, de influencia borgiana, empieza así: “Esta nota es una ilusión. Y como es una ilusión estará sometida a todos los riesgos. Porque podrá confundirse la realidad con la ficción, estará latente el peligro de la exageración. Será juzgada de apresurada y hasta atentatoria contra las futuras posibilidades del protagonista. Pero el fútbol argentino, este fútbol anémico de cada domingo, está necesitado de ilusiones. Hay que soñar para retomar la fe”. Al final de la nota, acaso para dar un indicio de sus futuras posibilidades, Maradona confiesa una estadística personal, una isla desierta en el fútbol:

—¿Cómo anduviste en Mar del Plata?

—Creo que bien. Hice dos goles y metí un “caño”.

—¿Cómo? ¿Contás los caños?

—En la primera sí, porque llevo pocos partidos. El primero, por ejemplo, se lo metí a Cabrera, de Talleres, en el debut…

Diez años después del debut, a escasos días de levantar la Copa Mundial de México 86, de vuelta en Argentina, Clarín le entregaría a Maradona, de manos de Pagani, una copia de “Un sueño de barrilete”, en marco dorado, con un cheque previo bajo cuerda de 250 mil dólares para que no faltara a la entrega. Pagani, de paso, le recordaría a Maradona lo tímido que era, tanto, que no quería posar para la foto de aquella nota legendaria. A la postre, lo haría en su papel de malabarista, haciendo equilibrio sobre la pelota: “El malabarista que quiere ser jugador. El futuro será testigo”, decía el pie de foto. Tres meses después, el 27 de febrero 1977, en un amistoso ante Hungría, con dieciséis años y 130 días, a los veintiún minutos del segundo tiempo, reemplazando a Leopoldo Jacinto Luque, Maradona se convertiría en el futbolista más joven en vestir la camiseta de un seleccionado absoluto: “Haga lo que sabe, esté tranquilo y muévase por toda la cancha. ¿Estamos?”, fueron las indicaciones de Menotti. Y Maradona estaría inmediatamente: “Entré, sacó Gatti para Gallego y el Tolo me la dio a mí, de una”. Al día siguiente, la revista Goles titularía ese hecho excepcional del deporte con un oxímoron maradoniano: “El pibe que adelanta el futuro”.

Posdata 1: Como malabarista, precisamente, fue el debut de Maradona en los medios impresos, también en Clarín, el 28 de septiembre de 1971, en un pequeño recuadro sin firma de la sección deportes, recuadro que iba acompañado por una foto aún más pequeña del 10, que contaba apenas diez años. Maradona, a la sazón en las inferiores de Argentinos Juniors, hacía de recogebolas en los partidos locales del equipo profesional y de malabarista en los intermedios. Esa tarde Argentinos jugó en casa prestada, en la cancha de Atlanta, enfrentando a Independiente. El primer tiempo había sido tan malo que, no bien los equipos retornaron a la cancha, los hinchas de parte y parte, embelesados con los malabares de Dieguito, empezaron a corear: ¡Que se quede, que se quede! Y ahí nació la nota que el periodista anónimo narró así, con un error en el apellido del protagonista: “Es zurdo, pero sabe usar la derecha. Diego Caradona, 10 años, se ganó calurosos aplausos en el entretiempo de Argentinos Juniors versus Independiente, haciendo gala de una rara habilidad para el ‘jueguito’ con el empeine, y hasta con chanfle. Con una camiseta que le queda un poco holgada y el flequillo que no lo deja ver, Dieguito parece escapado de cualquier baldío porteño de los de antes”. Esa fue la primera vez, pero no la única que los medios impresos escribirían mal el que sería el apellido más universal de la historia del fútbol. En Vivir en los medios: Maradona off de record, se registran otros tres correspondientes a la etapa amateur del 10: “Maraddona”, “Maradonna”, y “Maladona”. Sí, “Maladona”, como si fuera un acrónimo entre malabarista y Maradona.

Posdata 2: Diez años después de haber sido publicada, acaso para cerrar el círculo más virtuoso de la historia del fútbol, “Un sueño de barrilete” serviría de referente para el relato de relatos del gol más recordado de Maradona, a Inglaterra, en los cuartos de final de México 86, en palabras del 10, “lo mejor de mi vida”: recorrió 53 metros, en 10.6 segundos, en 44 pasos, en 12 toques de zurda a la pelota, a los 11 minutos del segundo tiempo, ante 114 580 espectadores en el Estadio Azteca, a 30 grados de temperatura ambiente, cuando la velocidad del viento marcaba 12 kilómetros por hora. Eran las 13 horas con 12 minutos y 20 segundos, tres horas más en Buenos Aires, seis más en Londres, cuando Maradona recibió el pase de Enrique y, con una valla publicitaria de Coca-Cola y otra de Fuji Film de fondo, se dispuso a gambetear a Beardsley, Reid, Butcher, Fenwick, Butcher otra vez, y, finalmente, al portero Peter Shilton. A todos los recuerda Wikipedia en español como “uno de los jugadores a los que Diego Armando Maradona eludió en el llamado gol del siglo en México 86”. Y, tras esa hazaña mayor, vino el mejor grito de gol de todos los tiempos, en la garganta de Víctor Hugo Morales. Al volverlo a escuchar, veinticinco años después de ocurrido, Maradona exclamó: “Cómo se pueden hilvanar tantas palabras lindas en tan pocos segundos que dura un gol”:

“Gooooool, gooooool, gooooool… ¡Quiero llorar! ¡Dios Santo, viva el fútbol! ¡Golaaazooo! ¡Diegoooool! ¡Maradona! Es para llorar, perdónenme… Maradona, en una corrida memorable, en la jugada de todos los tiempos… Barrilete cósmico… ¿De qué planeta viniste, para dejar en el camino a tanto inglés, para que el país sea un puño apretado gritando por Argentina? Diegol, Diegol, Diego Armando Maradona… Gracias Dios, por el fútbol, por Maradona, por estas lágrimas, por este Argentina 2 – Inglaterra 0”.

Posdata 3: En ese gol, según el documental Maradona by Kusturica, el 10 tuvo el destino del mundo en su zurda, sí, como si aquella pelota sobre la que había hecho equilibrio diez años atrás se hubiera transformado en un globo terráqueo: “Fue un milagro que la Tierra no se saliera de su eje cuando más de mil millones de personas saltaron al unísono, cuando celebramos el segundo gol de Maradona contra Inglaterra en el Mundial de México 86. La Tierra continuó girando inalterada alrededor del sol, lisa y llanamente, porque era un salto por la justicia”. Y es que ese partido del 22 de junio de 1986, por los cuartos de final del Mundial, había sido promocionado como la revancha de la guerra de las Malvinas, que ganó Inglaterra por 394 muertos de ventaja, 255 contra 649. “Los sudamericanos nos sacaron del Mundial en revancha a la paliza que recibieron hace cuatro años en La Guerra de Malvinas”, escribiría al día siguiente el diario The Sun.

Posdata 4: En 1996, por los diez años del triunfo ante Inglaterra, El Gráfico resaltaría estas palabras de Maradona: “Todos declarábamos antes del partido que el fútbol no tenía nada que ver con La Guerra de las Malvinas… ¡Mentira!… En nuestra piel estaba el dolor de todos los pibes que habían muerto allá, tan cerca y tan lejos. Sentimentalmente, hice culpables a cada uno de los jugadores ingleses de lo que había sucedido”.