¿Vida extraterrestre?
La respuesta está en las nubes de Venus
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por GUILLERMO CARDONA
Ilustraciones de Laura Mejía-Posada
El hallazgo de posibles indicios de vida microbiana en la atmósfera media de Venus es una noticia que debemos recibir como lo que es: todo un acontecimiaento en desarrollo cuyo desenlace requerirá de dos a tres años de investigación y procesamiento de datos y, muy seguramente, de la presencia in situ de drones y otro tipo de rovers que analicen el asunto más de cerca, antes de conocer los resultados definitivos. Además, debemos verla como otra ventana que se abre para seguir en la búsqueda de algo que se da por descontado pero de lo que aún no tenemos ninguna evidencia: que tiene que haber vida por fuera de nuestro planeta.
Para el profesor Henrique Torres, astrónomo del Planetario de Medellín, la conclusión del equipo de la Universidad de Cardiff en el Reino Unido, responsable del proyecto, es clara y contundente en ese sentido: se requieren nuevas y mejores observaciones, mayor claridad sobre el fenómeno que produce esa constante presencia del fosfano en nuestro vecino planetario, para averiguar qué pasa, si es de origen bioquímico o fotoquímico; eso es lo que hay.
Y como para comenzar a aclarar el asunto asegura que la denominación “fosfina” que se ha utilizado en distintos medios para dar cuenta de la buena nueva es incorrecta. Este compuesto recibe hoy el nombre de fosfano, tal cual lo estableció la Unión Internacional de Química Pura y Aplicada (IUPAC, por sus siglas en inglés), responsable de asignar y darle validez a los nombres de los compuestos químicos.
Estas normas se aplican a otros muchos como el dióxido de carbono, que reemplazó el término “anhídrido carbónico” que muchos hoy no recuerdan o no les tocó.
Total, debemos hablar de fosfano, ese gas altamente inflamable y fétido que en la Tierra se usó como arma no convencional en la Primera Guerra Mundial y que actualmente se produce a partir de reacciones químicas controladas como insumo para la industria de los semiconductores y los plásticos, y como insecticida en granos almacenados. Se sabe que en nuestro planeta tiene origen por medio de procesos abióticos en volcanes en erupción, en lo profundo de ciénagas y pantanos, pero no se conoce muy bien cómo se produce a nivel bacteriano; se sabe que huele mucho peor de lo que cualquiera se imagina y que está presente en el estiércol de los pingüinos así como en el estómago de los tejones y de algunos peces. Es volátil a los 38 grados centígrados. Y se degrada rápidamente en presencia de oxígeno.
Y para las concentraciones de fosfano que se detectaron en Venus, de veinte ppb (partes por mil millones), enfatiza el profesor Torres, a sesenta o setenta kilómetros de altura sobre la hirviente superficie del planeta, no hay un proceso abiótico, es decir, de origen no biológico, ni ningún otro proceso fotoquímico que pueda explicar tales cantidades de PH3 en una atmósfera ácida y con altas concentraciones de oxígeno.
Justamente por su compleja producción química y su efímera presencia en un ambiente cargado de oxígeno fue seleccionado como biomarcador, entre unos dieciséis mil compuestos que consideraron los investigadores de este proyecto en el que participan científicos de la Universidad de Cardiff británica y del MIT norteamericano, pues su persistencia en el ambiente solo puede explicarse si hay una humilde bacteria produciéndolo constantemente; o más bien, miles de millones de humildes bacterias anaeróbicas (que viven en ausencia de oxígeno) excretando el compuesto cuando descomponen materia orgánica; y, cosa curiosa, dando como resultado un subproducto extremadamente tóxico, en especial para seres vivos aeróbicos (que respiran oxígeno).
Ahora bien, puede tratarse de otros procesos fotoquímicos o geológicos que desconocemos por completo y de los cuales no existen antecedentes, es decir, sea cual sea la explicación, no dejará de ser extraordinaria y hasta un NO rotundo a la vida extraterrestre con seguridad podría aportar luces para continuar, con mejores herramientas metodológicas, en esa apasionante búsqueda.
Pero, ¡cuidado! Si bien Venus es hoy el planeta más caliente del sistema solar (más de cuatrocientos grados centígrados en la superficie y una presión hasta cien veces superior a la de la Tierra), algunos estudios sugieren que durante dos mil millones de años tuvo un clima habitable, con agua líquida en su superficie. Mucho más tiempo de lo que se estima en Marte, dice el profesor Torres. Y agrega que Venus tuvo tiempo de sobra para que prosperara la evolución, y la vida es resiliente y lo suficientemente porfiada como para adaptarse incluso a los cambios más extremos.
De hecho en la Tierra conocemos bacterias que pueden prosperar en condiciones muy ácidas, con altas temperaturas y grandes cargas de presión atmosférica, que se alimentan con dióxido de carbono y expelen ácido sulfúrico.
Una teoría que se renueva
La misma teoría de la habitabilidad de Venus no es nueva y el primero en sugerirla fue el famoso astrónomo y divulgador científico Carl Sagan, quien en 1967, en compañía del biofísico molecular Harold Morowitz, publicó en la revista Nature un trabajo titulado: “¿Vida en las nubes de Venus?”.
Según el profesor Torres, el estudio de Sagan especulaba sobre la posible existencia de esporas que flotaban en gotas suspendidas en ácido sulfúrico, pero cuando llegaron a Venus las naves Venera soviéticas en los años ochenta, encontraron unas condiciones tan extremas que la búsqueda en dicho planeta perdió popularidad. Las investigaciones siguieron en los planetas gaseosos, en las lunas de Júpiter y Saturno y, por supuesto, en Marte. Hoy, la exploración incluye exoplanetas en sistemas solares aún más distantes.
El fosfano como biomarcador
La científica Jane Greaves, astrónoma de la Universidad de Cardiff y autora principal de la investigación publicada el 14 de septiembre pasado en la revista Nature Astronomy, junto con otros colegas y colaboradores, asumieron como hipótesis que el fosfano debería degradarse rápidamente en atmósferas ricas en oxígeno, como las de la Tierra y Venus. Es decir, que su presencia era altamente significativa, partiendo de la premisa de que en la Tierra, cuando no es consecuencia de procesos industriales, es resultado de procesos microbianos.
En 2017 lograron las primeras observaciones, desde el telescopio James Clerk Maxwell, en Hawai. Y durante cinco mañanas distintas de junio, ella y sus astrónomos observaron y fotografiaron a Venus. Luego estas evidencias permanecieron olvidadas en un computador durante un año y medio. Según aseguró la doctora Graves a distintos medios de comunicación, ella pensó en hacer un último intento de analizar los datos antes de tirar todo a la basura, y fue entonces cuando vio una línea que cambiaría todas sus prioridades: “Había esta línea y simplemente no desaparecía, y parecía que ya no era imaginaria”. Se trataba de una franja del espectro que identifica al fosfano.
Pero solo fue en 2019 cuando los investigadores pudieron confirmar el hallazgo, utilizando un telescopio aún más potente: el Atacama Large Millimeter / submillimetre Array (Alma) ubicado en Chile, y que forma parte del Observatorio Europeo Austral (ESO). Alma reunió en pocas horas datos concluyentes: había más fosfano del que esperaban los científicos.
Y si tardaron en hacer el anuncio públicamente fue porque antes de atribuirle un origen biológico, los investigadores se pusieron a trabajar considerando lo que podría haber creado todo ese fosfano: volcanes en erupción, rayos, meteoros derritiéndose en la atmósfera venusina o vientos huracanados que arrancan partículas de la superficie del planeta, pero ninguna parecía suficiente. Eso no significa que los científicos crean que han encontrado vida. Pero la posibilidad de pequeños seres a escasos cuarenta millones de kilómetros de la Tierra se ha vuelto gradualmente más posible, y los investigadores, enfocados en nuestro más cercano vecino planetario, consideran el asunto de la mayor importancia, así haya o no vida esperando ser descubierta.
Ahora, ¿qué es la vida?
Con la mira puesta en el fosfano y otros biomarcadores (agua, oxígeno, metano, carbono, temperatura y presión atmosférica moderadas), se han realizado estudios en nuestro entorno cercano y se han detectado más de cuatro mil exoplanetas, cien de los cuales se consideran aptos para albergar la vida.
Ahora, si vamos a buscar vida primero habría que tratar de describirla, sobre todo cuando enviamos rovers y otros aparatos a constatarlo. ¿Cómo explicarle a un computador qué es la vida? Una respuesta que plantea un reto enorme para disciplinas como la biofísica o la exoastronomía. ¿Cómo podríamos clasificarla? ¿Cuál debería ser su apariencia? ¿Encontraremos organismos basados en carbono o en silicio? ¿Qué bases nitrogenadas serían los ladrillos de su código genético y cómo se las arreglarían para fabricar proteínas?
Preguntas todas muy pertinentes pero nada fáciles de resolver cuando nuestro objeto de estudio está a millones de kilómetros de distancia.
La definición que por lo pronto más viene al caso es la que considera la vida como la capacidad de una entidad material de, mediante procesos físico-químicos, crecer, replicarse y transmitir sus rasgos por medio de los genes y la reproducción. Una definición más exigente afirma que un ser vivo —orgánico— debe poder absorber sustancias, reproducirse, moverse, segregar y excretar.
Otra definición apunta que vida es una estructura de carbono diseñada para legar su ADN a los descendientes. Pero la vida podría prosperar también a través de enlaces de silicio, algo que para el profesor Henrique Torres es muy posible, pese a que el silicio tiene dos condiciones, o muy blando (como en la silicona en implantes y prótesis) o muy rígido, como en el cuarzo. En tales condiciones en la Tierra el silicio le dio paso al carbono, pero en otros planetas, en otras condiciones, es perfectamente factible que el silicio diera lugar a estructuras orgánicas.
Un encuentro sin referentes ni antecedentes
En cualquier caso, en la Tierra solo conocemos un tipo de vida. Algunas características son comunes a todos los seres vivos, así se trate de una bacteria, una planta o un ser humano: todos necesitamos agua líquida y nuestros organismos se sustentan en la química del carbono. Además de otros detalles insólitos, como que todos los aminoácidos sean levógiros, es decir, que giran en dirección contraria a las manecillas del reloj, tal cual gira nuestro planeta. Una cuestión que constituye un gran misterio, ya que no parece haber ningún motivo para que los aminoácidos dextrógiros no resulten igual de aptos.
Pero en otros lugares de nuestro sistema solar, bajo otras estrellas, las condiciones podrían ser distintas y aun siendo parecidas, generar a través de su propia evolución formas de vida muy distintas a las nuestras.
Sería iluso pensar que en otros lugares del Universo encontremos como aquí reino Monera (el de los organismos microscópicos y unicelulares); reino Protista (que comprende a los organismos microscópicos multicelulares conocidos como eucariotas); reino Fungi (que agrupa a los hongos comunes); y los reinos Plantae y Animal. O que los animales vayan a poderse clasificar en insectos, aves, reptiles, mamíferos. En vertebrados e invertebrados.
Cabe una pequeña probabilidad de que sí, pero lo más seguro es que no. Y que a la hora de mirar de frente un ser vivo proveniente de otro planeta o de otro sistema solar, a lo mejor sus profundas diferencias nos permitan ver simplemente que somos iguales.
Por el momento estas disquisiciones no pasarán de ahí, y es posible que lo que nos encontremos sea todavía más alucinante u horroroso. A lo mejor nuestro planeta más cercano nos dé una primera pista pero, entre tanto, la vida o lo que sea que ocurra para mantener una presencia constante de fosfano en su atmósfera seguirá oculto bajo las nubes de Venus.