Dennis Gómez
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Por Raul Trujillo
Dennis Gómez. Bailarina tribal.
Ella, hecha toda un fetiche tribal, hace honor a su homónimo, que según la canción que cantó La Unión en los 80, veló en las noches de París cuando de lobo a hombre se transformo Denís. Debo recurrir a valoraciones ancestrales para poder “dar cuenta” —como dicen por aquí al sur— de la belleza de alguien que, como las antiguas sacerdotisas, se viste para el culto a una creencia que se expresa en la imagen proyectada a los demás. Mas allá de moda o no, el estilo gótico, como solemos definirlo, ha sido desde hace siglos una presencia oscura que ha acompañado a muchos en la exploración de su identidad y toda una experiencia de vida “hasta la muerte” para sus más fieles seguidores.
Británico de origen, este imaginario de estricto negro y apariencia agresiva se ha nutrido de fantásticas y barrocas versiones de indumentaria y joyería tan sofisticadas como bizarras, que seducen por contestatarias y glam. El manga se encargó de los demás y pronto hubo por todo el planeta tribus de neogóticos urbanos, vampiros, gárgolas, ángeles caídos y demonios, como en el cosplay. Nuestra invitada abusa de su cara de doncella iluminada y su hermoso escote que evoca los grandes salones, y su pequeña humanidad se carga en una sola microfalda-alforjacargador, una barroca suma de glam, army y rock que personaliza, se apropia de aquello que encuentra eco en jóvenes de muchas ciudades y se manifiesta ahora en una poderosa red.
Como siempre en acento, unas gotas de rojo y el blanco lo pone la piel. Qué difícil resultan ciertas marcas que dejan las inclemencias del sol prelluvia, si uno sale ligera de ropas exhibiendo en el día tanta piel. ¿Será por eso que los vampiros deambulan en la noche y se confunden con ella? No es París, pero bien podría aullar Dennis; la verdad es que esos tacos, el brazalete, el guante y todos los plus que con esmero se “produce para salir”, le garantizan que llamará la atención de su manada y jauría.
Aunque difíciles de explicar, no puedo dejar de comentar la red de macramé, la apariencia casi ortopédica y retro de los tacos, el lustre a cuero o seda con que brillan las telas y las piezas de encaje o el collar, como fetiches que pertenecen a la subcultura BDSM (sigla usualmente empleada para designar una serie de prácticas y aficiones sexuales extremas o diferentes a las convencionales). Vestir esos códigos posiblemente accione entre nosotros el mismo modus operandi aplicado durante siglos por los más conservadores: optar por demonizar y cargar de agresión ancestral y códigos violentos aquello que de por sí podría ser considerado también “una divina dulzura”. ¿Diabólico? La sobreexposición de ciertas estéticas oscuras por los media pop y su fashionizacion ha cambiado radicalmente su significado y de considérales marginales, agresivas y chocantes, las ha normalizado con rótulos de tribu urbana Darky, Gotik y NostalgicPunk.