A mí lo que me mató fue ese salsaludo
por LUIS MIGUEL RIVAS
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Latina Stereo 30 años de salsa y sabor Octubre de 2015
Ustedes no saben lo que es oír el nombre de uno saliendo de ahí, de la radio. O sea, que las palabras con las que a uno lo bautizaron las esté escuchando todo el mundo en todas partes: “Un saludo para Manuel, ‘El Muelas’”. Uno como que existe más, uno es más grande que uno. A uno lo están diciendo en la radio.
No sé si Yeni sabía eso o si le importaba (aunque igual ya qué importa), pero si no me hubiera mandado ese mensaje a lo mejor las cosas no hubieran pasado como pasaron ni yo me hubiera desbarrancado por semejante abismo de desilusión. Porque ese salsaludo fue lo que me mató. Lo que nos mató.
Tal vez no les parezca que fuera para tanto, como no les pareció a los amigos que estaban conmigo esa tarde cuando me quedé como entelerido después de oír las palabras del locutor. Es que ustedes no saben para qué sirven los sentimientos de otra persona, les dije, ustedes no saben de eso, de qué sirve eso, ustedes no saben querer. Porque para mí era como si Yeni me estuviera invitando a su mundo, a un rincón sagrado al que sabía que yo no pertenecía, al centro de ella, a la salsa en carne y hueso.
La vi por primera vez en un baile de garaje en la casa del ‘Mono Nando’, en el barrio Los Naranjos, por el Seguro Social. Después de haber bailado varias canciones de Arsuplay, y de que la mamá de Nando bajara como cinco veces a prender la luz que apagábamos al comienzo de cada balada, se oyó una voz fuerte, contenta, femenina, que nunca antes había oído: ¡Su mamá tiene razón, prendan esa luz! ¡Qué es esto tan jarto! ¡Desabridos!. Era una morena alta, con rasgos de india y pelo lacio hasta los hombros. Cruzó derecho hasta el equipo de sonido, puso Azuquita pal café y arrancó a bailar sola sin mirar a nadie. Ya viniste a imponer el desorden, Yeni, dijo el Mono Nando muerto de risa y se puso a bailar con ella. Luego se armaron más parejas y se formó un parrandón del que todo el mundo habló la semana entera.
Era prima del Nando y recién había venido con la familia desde Barranquilla. Esa noche casi no hablamos porque se la pasó fue bailando. Después me la encontré varias veces en la casa del Mono y nos hicimos amigos. Eres un poco tieso, pero eres lindo, me decía toda madura aunque solo tenía un año más que yo. Una tarde en que la acompañé a una fiesta me dijo: Ven te enseño un poquito a moverte, y cuando estábamos en la pista me dijo: No te tensiones, lo que te falta es un poco de sentimiento, de pasión, déjate llevar, y entonces me dio un beso. Y luego, de vez en cuando me daba besos, cuando le nacía, cuando le salía el sentimiento, pero nunca me decía nada. A mí se me desbarajustaban las costillas y se me descascaraba el pecho por dentro pero por fuera seguía como un muro y no me hacía muchas ilusiones, porque sabía que ella más que de otra ciudad era de otro mundo. Con el paso de las semanas se fue poniendo cariñosa y un día me dijo en charla que nosotros hasta hacíamos buena pareja. Pero después era como si se le olvidara todo.
Fue por esa época que estaba yo en la tienda de Huber, sentado con los muchachos en la mesa de afuera, con el doble sonido de fondo de siempre: el refunfuñe de Huber por algún cliente que se demoraba demasiado con un tinto, ocupando espacio, y la música caliente de la emisora de todas las tardes animando el ambiente. Hasta que pasó lo que nunca me hubiera esperado: después de un salsaludo allá en la casa grande para ‘Carepalo’ y ‘Trompechucha’ de parte del ‘Pica’ y los muchachos en Belén Las Violetas, va diciendo el locutor que un saludo para Manuelito, El Muelas, en la tienda de Huber en el barrio Mesa de Envigado (y yo miré alrededor, desubicado, para comprobar que estaba en la tienda de Huber y me miré a mí y era yo y no lo podía creer), de parte de Yeni, que sigas siendo tan especial en mi vida. Es lo que les digo, muchachos, cómo me hace esa, no había necesidad. Para después seguir ella en la vida como si no hubiera pasado nada.
Yo me hubiera quedado quieto, disfrutando de ese amago de candelada que uno sabe que nunca se va a prender, pero el saludo se me encambuchó entre pecho y espalda como un eco retumbándome adentro a toda hora y al final ya no me decía lo que decían las palabras sino otra cosa: que Yeni de alguna manera me quería o me podía querer, y que solo me faltaba cumplir con el único requisito que no cumplía.
Porque yo no era salsero. Siempre estuve en los ambientes, pero no como ella que era el propio ambiente. Digo, a mí me gustan y me sé muchas canciones porque las he escuchado toda la vida; pero no es que yo vaya a prender un equipo de sonido y de una ponga salsa. No se me ocurre. Cómo estaría de engrupido que me dio por meterme a los trancazos en lo que uno no se puede meter si no nació con eso, a ese mundo del que ella estaba hecha, al que yo había ido de visita y que conocía, pero de donde no era, no sé por qué, porque uno es o no es de donde es o no es, sin tener la culpa ni proponérselo.
Es que a Yeni le podía gustar cualquier tipo solo con que viviera en ese mundo. O sea todos los que yo conocía: desde el matón raso, como ‘El Gurbio’, que vivía con un son en el pecho y una pistola en la pretina; pasando por los consentidos, como ‘La Monja’, que vivía en un apartamento y mandaba a traer los discos de Nuevayor; hasta los mismos duros, como don Efrem, que se podía comprar la salsa entera con los grupos en vivo si quería; o los que no eran ni duros ni nada de eso, como Portela, que era dueño de la salsa porque se la sabía de memoria (que esta grabación de la Sonora Ponceña del sesenta y ocho y que este tema que ya era salsa antes de que existiera la salsa y que tirirí y que tarará y que bururú barará donde está Miguel anoche te vi con Pantaleón); y había otros que eran dueños del ritmo solo porque ya estaba en ellos antes de que se dieran cuenta, como Robert, así no pudieran comprarlo, así no les diera la cabeza para saber ni memorizar nada de él. Esa música era de todos. Menos mía. Yeni lo sabía desde que me conoció, porque los que sienten el son sienten al que lo siente con solo mirarlo, como los maricas, los poetas y los ladrones. ¿Entonces por qué me mandó ese salsaludo? ¿Como una llave a ver si yo bregaba a abrir su puerta?, pensaba yo en medio de mi brutalidad.


