Archivo restaurado

Universo Centro 033
Mayo 2012

Yolanda

Por Raul Trujillo

Yolanda es asesora comercial.

Y por la vida va Yola, a paso firme con su modo ecléctico del más allá. Mas allá del tiempo, del pudor, del recato o de la moda va libre en su estilo único y particular. Con elementos venidos de otras realidades y contextos ha seleccionado del imaginario global, para sí, una estética que es su propia marca. Actúa como editora. Estos Dj de la moda con conciencia digital representan a los seguidores fashion del remix y la mezcla, que nacieran con las raves de los 90 y se hicieron forma de vivir, ser y actuar. Mezclar, remezclar y yuxtaponer sin prejuicios ni ataduras parece ser la lúdica que a muchos seduce, sin importarles, por suerte, los límites que definen al disfraz. La gorra de chico inglés de suburbio industrial de finales del siglo XIX —el que sea o aparente ser de fieltro o paño de lana del british cuenta da— le imprime un aire callejero (antes: gamín) a semejante rostro flor, voluptuoso y sensual. Todo se suma en esta nueva belleza del Caribe que refleja nuestro espíritu receptivo y vital. Gruesos labios mestizos como fruta, en tenue coral, ojos resaltados en calipso y la columna erguida cual palmera al caminar va.

Los tatuajes resaltan sobre la piel blanca, como en Escrito en el cuerpo, o al menos así se tradujo el título de la película de Peter Greenaway, originalmente The pillow book, del 96, en la que las pieles de los amantes son usadas como pliegos de papel de seda para escribir un relato de pasión en interminables sesiones de caligrafía y tatuajes. Dicen que impulsó el regreso del tatoo a los espacios urbanos, no solo a los relegados, los de las minorías marginales, sino también a los salones de moda donde los individuos liberados de tendencias y modelos lo emplearon para salirse de la masa y dejar de ser uno más. Las top no se dejarían nunca marcar.

Sobre Yola, estratégicamente ubicados, hermosos, se mezclan posiblemente un dragón oriental con un colibrí de por acá, y la piel se pone de gallina al pensar lo que esta ecléctica atrevida dice con sus imágenes, sin ponerse en el trabajo aburrido de intentar comprender y aún menos un relato elaborar. Ella solo porta imágenes e íconos que le inquietan y atraen, los apropia y acumula, de la misma manera elige una indumentaria cargada de connotación. “Simple ni muerta” pareciera decir cuando el corsé boudoir devenido en gotic-punk choca contra las dinámicas líneas neón de tensión y señalización del elástico a la cintura de la falda, que como trazos de freeway la envuelven, demarcando una zona limítrofe entre la tersa piel del abdomen y la anquilosada estética del diseño textil bicolor —llamado pata de gallina, un clásico de los textiles en lana copiado en mil versiones, hasta por las estrellas del pop con la icónica estampación— de la falda en planos asimétricos que renueva el imaginario de este material, acercándolo al mañana. Y de ayer son los botines gris ratón, de atadura y grueso tacón, que ni en la imagen estática logran asentar en tierra el tintineo, el ímpetu latino de Yola al taconear que, imagino por su actitud, más parece danzar.

El brazalete de odalisca en la izquierda y para equilibrar, como siempre hizo el barroco al buscar simetría sin repetición, unas manillas tejidas en telar maya, muy coloridas; todo de aspecto artesanal. Yola nos dispensa una neoversión de un posible estilo trans que rompe pero no violenta, que exhibe sin vender, que enseña al recrear una nueva realidad.