Un traidor de siete suelas

por EUFRASIO GUZMÁN • Ilustración de Emmanuel Villa

número 145

agosto de 2025

Cuando conocí a Eladio Aponte Aponte me pareció el hombre más valiente que hubiera visto jamás, no había conocido muchos a mis 14 años, pero sí sabía del peso de la traición leyendo a Salgari. Un pirata ya era una suerte de traidor de las reglas del mar y de las de la navegación e infringía toda norma sin rendir cuentas, ni siquiera a sus secuaces; amparado en la excelsa logia de los cacos sin jefe se refugiaba en un mundo secreto y solo obedecía a su propio capricho que no excluía la lealtad ocasional e interesada a algún compinche de turno.

Pero Sandokán era un héroe de papel que el romántico de Emilio Salgari había elevado con su fantasía al altar del héroe soñado por el titanismo de su propia mente y el de la mente infantil de sus lectores, y Eladio era un joven que enfrentando la autoridad del rector del liceo, que quería expulsarlo por bochinches continuados, se había encadenado casi desnudo a las puertas del Martín J. Sanabria. Asumió una huelga de hambre y reclamó su matrícula ordinaria. ¿Se puede decir que traicionó las reglas, la confianza y aprecio del rector y a su madre que velaba por su salud? No lo sé pero a mí me pareció que sus cadenas, su sudorosa figura autosometida y su negativa a alimentarse eran un acto encomiable; sonreí al ver las lágrimas de su madre que con una canasta de empanadas de cazón intentaba disuadirlo, rollizo ya estaba el moreno; celebré que el rector rompiera el conjuro dándole de nuevo la matrícula, pero no fui capaz de adivinar que los pequeños mítines que organicé para respaldarlo me costarían después la renovación de mi matrícula para el tercer año de bachillerato; no me importó la exclusión, fui admitido en la pequeña logia del MIR escolar y aprendí rápidamente todo lo que podría saber sobre armas cortas, cocteles molotov, asonadas relámpago y lucha clandestina; eran juegos de niños que nunca pasaron de la ingenua planeación de retenciones de los vecinos adinerados, con quienes compartíamos deliciosas veladas de interminables conversaciones regadas de abundante cerveza, ron, jamones y quesos de España.

Le perdí la pista a Eladio al viajar a Brasil y no hice el recuento de la triple traición, al rector, al amor de su madre y a la amistad de nuestros vecinos de la Valencia próspera como parte de un prontuario de rebeldía infantil. No pasábamos la clasificación de gañanes juveniles.

Años después lo supe ya abogado, graduado de la Universidad de Carabobo, y lo imaginé jurando ante todos dedicar su vida al respeto de la ley y el orden constitucional; me contaron luego que entró a las Fuerzas Armadas y juró de nuevo respetar las armas, la democracia y las leyes; no imaginé que tuviera ya un secreto pacto con incipientes traidores mayores que habían jurado destruir el poder de los partidos burgueses que tenían asoladas las arcas de Venezuela. Acción Democrática, Copei y otras alimañas, organizadas para el saqueo, se habían convertido, como casi todos los partidos políticos en Latinoamérica, en eficientes máquinas de expoliación de los dineros públicos.

Traidor que traiciona a traidor no sé si tiene, como el ladrón, mil años de perdón, pero Eladio traicionó además a esos traidores de traidores y me puse a contar traiciones y me quedaron cortos los dedos de las manos. Cuente usted, amable lector. Lo impactante de su caso fue que el traidor triunfante de una “Revolución Bonita” lo llevó a la presidencia de la Sala Penal del Tribunal Supremo de la Justicia venezolana y allí extendió su trayectoria de defraudador, ya de la majestad de la Sala, de la del TSJ, de la del Derecho, de la Constitución de su patria y metió a la cárcel a dedo a quien le ordenó el presidente del poder ejecutivo y excarceló a cuanto delincuente le ordenó su capo di tutti capi y se consagró, la alimaña que describo, traicionando a sus compinches de PSUD y de las FFAA y del Cartel de los Soles, a toditos, y a Hugo, pues huyó con las coimas que Walid Makled, dueño de puertos, rutas, aviones y toneladas de coca, les enviaba a todas esas fieras gordas y avaras que se siguen llamando revolución bolivariana.

De carne y hueso este pirata del siglo XXI, con su botín huyó y se refugió en las faldas del Imperio; su última traición fue a su hija, a sus familiares que dejó a merced del oprobio de la represión ciega, para poder disfrutar de su oro, de sus dólares, de su excelsa traición a todos, sin rendir cuentas a su conciencia, que traicionó desde la huelga de hambre juvenil, comiéndose las empanadas de cazón por la noche, cuando no lo veía nadie. Las fotos actuales lo muestran gordo, como tigre llanero cebado, sudoroso, seguro cavilando cómo traicionar a quienes lo amparan de una justicia ciega, muda, venal, castrense y castrada que gobierna ahora a Venezuela. Y para también graduarme, sin honores ni dinero, lo traiciono aquí, lo denuncio sin recompensa y me gano el cielo.