La primera vez que fui a una favela en Río de Janeiro pensé que estaba en Medellín. Acompañaba a una periodista norteamericana y fuimos a Vigario Geral y a Parada de Lucas, dos favelas de la zona norte de la ciudad. Y la sensación fue inmediata: si me hubieran traído con los ojos vendados y me soltaran en el barrio, hubiera dicho que estaba en alguna de las comunas nororientales o noroccidentales de Medallo con sus casas de ladrillo, callecitas estrechas, cables de luz colgando por todas partes y aquella impresión general de barrio pobre “pirata” construido improvisadamente sin planeación real.
Pero obviamente Río no es Medellín y muchas cosas son diferentes, aunque en otros aspectos los parecidos pueden ser sorprendentes.
Un primer elemento en común, aunque quizás resulte obvio decirlo, está en que las dos ciudades son el resultado de la urbanización que vivió el mundo en la segunda mitad del siglo XX y que en América Latina han traído como principal consecuencia una tremenda desigualdad social cuyo resultado más elocuente es conocido por todos: la mayoría de los pobres termina viviendo en barrios marginales. Se dice que en Río hay alrededor de 1.000 favelas, aunque el número exacto es cuestión de disputa y depende de la fuente y de la definición de favela que se adopte.
Y aunque también parezca obvio decirlo, uno de los efectos que la desigualdad y la ausencia de un estado fuerte ha sido la violencia: la ciudad de Río está con una tasa de 32 homicidios por cada 100 mil habitantes (con algunas áreas “faveladas” con índices de hasta 44 por 100 mil) y Medellín, que estaba en 45 en 2008, tuvo un recrudecimiento fuerte este año y ahora está en 95.
En cualquier caso, los niveles de violencia en Medellín han sido siempre mucho más altos que en Río y mis amigos cariocas se espantan cuando les cuento que para la época en que yo vivía en Medellín la tasa de homicidios alcanzó a estar en casi 300.
Pero lo cierto es que la situación en Río es grave y es evidente que hay un sentimiento de crisis generalizada, que se explica, en parte, por el hecho geopolítico de que Río dejó de ser la capital de Brasil hace 50 años (en 1960, año en que se muda para Brasilia), y en el siglo XIX llegó a ser inclusive la capital del imperio portugués.
O sea que estamos hablando de una ciudad que fue durante la primera mitad del siglo XX la más importante del país y que durante la segunda mitad todo su peso y relevancia se vino abajo estrepitosamente. Para el profesor Mauro Osorio da Silva, de la Universidad Federal de Río de Janeiro, una de las razones que explica la situación de crisis se debe justamente a haber perdido no solo su papel preponderante como capital del país sino también haber cedido el poder económico con relación a São Paulo.
Otro elemento que vale la pena destacar es que, en ambos casos, la situación de violencia está alimentada por el narcotráfico, y aunque con variaciones, en ambos casos existe una multiplicidad de actores involucrados en las diversas guerras, lo que hace más compleja la situación. Para el caso de Río, los protagonistas son:
• Los traficantes: Hay tres grandes facciones criminales: el Comando Vermelho (Comando Rojo), el Terceiro Comando Puro, y ADA (sigla de Amigos dos Amigos). El Comando Vermelho, quizás la más grande de las tres y la más antigua, tienen control directo sobre aproximadamente 90 favelas y era dirigida por Fernandinho Beira-mar que fue preso en Colombia en 2001. Por su lado, ADA tiene la ventaja de controlar las favelas que están en la zona sur de la ciudad (de un total de 31 que están bajo su dominio), donde vive la gente más rica y donde el negocio es más lucrativo. El Terceiro Comando Puro, como escribió el periodista del New Yorker, Jon Lee Anderson (y cuyo reportaje —que aconsejo leer— fue publicado en varias entregas en español por El Espectador), “comenzó como una facción rebelde del Comando Rojo” y es la más pequeña de las tres.
• La policía: Que en el caso brasilero, debido al sistema político federal, tiene tres instancias: municipal (guardias municipales), departamental (policía militar) y nacional (policía federal). Para efectos prácticos, lo que en Colombia llamamos policía, en Río es la policía militar.
• Las milicias: Son el más reciente actor y están formadas por policías y bomberos activos, expolicías y otros civiles que han tomado el control de muchas favelas y territorios, especialmente en la zona occidental de la ciudad, en muchos casos reemplazando a los propios traficantes. Serían parecidos a los paras en Colombia y aquí, como allá, una investigación de la Asamblea Departamental de Río encontró vínculos entre las milicias y políticos locales.
En las zonas donde los milicianos o traficantes tienen control, los grupos actúan como si fueran un estado y, como dice Jon Lee Anderson, “imponen sus sistemas de justicia, ley, orden e impuestos mediante la fuerza armada”.
Para finalizar quisiera destacar otros dos elementos que me parece que diferencian a Río de Medellín. El primero es el hecho de que TV Globo, el canal de televisión abierta más importante del país (y la cuarta cadena más grande del mundo después de los tres canales norteamericanos), tiene su sede en Río.
Esto puede parecer algo trivial, pero no lo es ya que la cobertura noticiosa de TV Globo (cuyo noticiero de las 8 de la noche puede llegar a tener audiencias de 40 millones de personas) tiende a destacar más los acontecimientos que suceden en su propia ciudad. Así que para muchos brasileros, Río puede parecer una ciudad violenta —y lo es— pero la verdad es que no es la más violenta del país. Un estudio reciente muestra que el estado de Río de Janeiro es el cuarto más violento después de Alagoas, Pernambuco y Espírito Santo, y que la ciudad de Río no está entre las 10 ciudades más violentas de Brasil.
Otro elemento es que la violencia que se vive en Río de Janeiro ha tenido su propia banda sonora con un género musical llamado funk carioca. Este funk no es el funk americano de los años 70, sino una especie de champeta mezclada con gangsta rap. Jon Lee Anderson describe en su reportaje que “los jefes de las pandillas son grandes promotores del funk carioca, o gangsta rap brasileño. Los fines de semana organizan bailes funk, fiestas callejeras a las que asisten jóvenes de fuera de la favela (…) Los jefes proporcionan cerveza y venden drogas, sobre todo cocaína y marihuana, en grandes cantidades”.
Hablando de música, la última vez que visité una favela en Río fue para ir a un lugar llamado The Maze, que queda en la favela Tabares Bastos. The Maze es un hostal con muchos recovecos (de ahí el nombre, maze: laberinto) construido por un inglés que cada mes invita músicos nacionales e internacionales de jazz a tocar en sesiones improvisadas.
La Tabares Bastos tiene instalado en su territorio un comando del BOPE, un grupo de la policía militar de Río especializado en atacar a los traficantes en las favelas, lo que la hace totalmente segura para las visitas a cualquier hora y día (de hecho, las sesiones de jazz de The Maze son en la noche). Es, junto con algunas otras favelas donde se han instalado UPP (Unidades Policiales de Pacificación), una muestra de que no todas las favelas experimentan los mismos niveles de violencia y que donde el estado está presente la situación puede ser diferente.
No deja de ser irónico que a la primera favela que visité no entra nunca la policía ni siquiera a la luz del día y que mi última visita haya sido a otra favela totalmente pacificada, donde cariocas y extranjeros pueden andar tranquilamente hasta altas horas de la madrugada y donde no sólo se escucha funk sino también jazz.