CIUDAD DE NUNCA JAMÁS

Fotografías de Juan Fernando Ospina inspiradas en la colección del Cuentico Amarillo de la Fiesta del Libro y la Cultura.

“Una ley en esta selva aún se escucha silbar entre las calles y entra por las ventanas levantando las cortinas. Llega con el sol de la tarde plegando la ciudad sobre ella misma”.

El ruido de la selva. Elizabeth Builes, 2020.

Huber. Parqueadero de carretas Grey. Avenida de Greiff. Medellín, 2024.

El dormir de las carretas

Por GABRIELA PUPO

El ruido de la ciudad es el flujo del trabajo. A las seis de la mañana, mientras Huber brinda un saludo triunfal, llega el chico cantando la amargura de sus males. Lo que ocupa el orden del parqueadero: el chillido del manubrio, el gato gris escondido entre los plátanos, el silencio del altar de la Virgen del Carmen y un rechinar incómodo del malacate que funciona con un botón rojo. El chico pide lo suyo: la carreta de aguacates con un micrófono para los anuncios en su salida, aunque la grabación de las voces en las carretas es la nueva moda para no desgastar la voz. Huber busca la carreta y empieza a ubicar las otras en un orden ilógico, como jugando tetris. Son alrededor de cuarenta carretas organizadas en hileras repletas de frutas, verduras y su respectiva pesa. Se mueve a la derecha, se espicha para caber entre el corredor, se devuelve a la misma posición, hace un movimiento como si condujera un carrito chocón. El chico de camiseta azul agita su pierna con ansias, sabe que tendrá problemas. Huber le prohíbe llevarse la carreta hasta que El Extranjero  no le mande razón por WhatsApp. El chico manda el grito al techo.

Los ruidos empiezan a despertarse. Los chiflidos de la gente al llegar a la bodega se trepan por el piso. Huber con una suerte de oído absoluto, los reconoce y marcha a sumergirse al mar de carretas, dejando el asunto atrás. Sube, baja, y vuelve a subir, demorándose unos segundos más por la parsimonia del ascensor; nadie tiene permiso de subir al segundo piso, exclusivamente Huber. Las carretas no se chocan entre sí, las frutas no se desparraman al suelo, se cumple una especie de convivencia vehicular en la bodega. Los rumores llegan hasta la parte de arriba, Huber tiene la capacidad de mantener varias discusiones al tiempo, alega con el que debe $8.000 de dos noches de parqueadero, el que se queja por la tardanza de la entrega, el que llega simplemente con el mico montado en el hombro y no se soporta ni a él mismo. Huber se toma su tiempo para acabar cada tarea con un cigarrillo colgado en la boca. El chico llega a la parte superior, persigue a Huber, le sujeta el teléfono cerca al oído izquierdo, Huber lo regaña y lo manda a bajar, los dos van en el ascensor escuchando la voz de El Extranjero, quién sabe por qué lo apodaron así, era un acento paisa, arrastrado, con un alargamiento al final de las palabras y el infaltable voseo. El Extranjero da luz verde a Huber, el chico con cara de satisfacción y orgullo, le recuerda la desconfianza del inicio como gesto vencedor, de triunfo. Y el carretillero, más feliz que cualquier otro día, se va ladeando una sonrisa, buscando la loma con su carreta.

Parqueadero de carretas Grey. Avenida de Greiff. Medellín, 2024.