“Pasaron la noche construyendo una balsa con cinco troncos que encontraron a orillas del Medellín. Improvisaron un par de remos y tan pronto salió el sol se lanzaron río abajo”.
Tom Sóyer Mucho culicagao. Koleia Bungard, 2017.
Víctor en el río Medellín. Barrio Moravia, Medellín, 2024.
La lengua del río
Por GABRIELA PUPO
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Qué sería si algún día
el río se tragara a la ciudad
ni un saco de arena
ni una estructura de ladrillos
podría detenerlo
quedaríamos varados
a una orilla.
Una balsa entra al Río Medellín y no vuelve nunca vacía. El balsero, Víctor, gira alrededor de un círculo de corriente, entierra sus uñas en el fondo, como si fuese el centro del mundo. Los otros balseros lo observan desde la orilla, unos ríen, mientras otros, serios, contemplan las volteretas desconocidas de la balsa. Víctor, habla en otra lengua con el río, una clase de balbuceo, pocas sílabas y luego un silencio cubre hasta las piedras. La lengua extraña del río, incapaz de entender la tibieza de la ciudad. Hasta que la balsa queda quieta, el brazo flota y sale el palo, la pala, la arena negra vuela al interior de la canoa, se recoge hasta dejar la superficie, más o menos, en el intento, plana. Y a veces el río huele a aguardiente y otras a muerto, y otras a nada. El trabajo se convierte en un juego, a la espera de retirar algo distinto, quién sabe qué le traerá el río a la espalda ancha de Víctor.