“Alicia acabó de leer el cuento de una niña que tenía su mismo nombre y que hablaba con un gato sonriente. Al salir de la biblioteca esperaba encontrarse con el mundo del cuento: pájaros parlanchines, personajes que tomaran eternamente el té a la misma hora y cartas de naipes con pies y cabeza”.
Alicia vuelve a ver todo. Luis Miguel Rivas, 2010.
Estrella. Tintera. Estación Parque Berrío, escaleras abajo. Medellín, 2024.
Escalas abajo
Por GABRIELA PUPO
—
Estrella se detiene al pie de la escalera naranja. Entra a los bajos de la estación y se asombra con los zapatos que cuelgan del cielo y las paredes. El tinto es dulce: aquí se bebe café, nada de té. Mientras, los relojes intercambian sus horas aleatorias. Desde abajo se ve la tierra plana, infinita, larga, formada desde el centro de un naipe. A lo lejos, un pregonero del tiempo se asoma con su cuerpo lleno de relojes. Relojito parece Venus, gira al revés, pareciera que rotara al contrario de los viajeros del metro. Y salido como de una madriguera, sin que nadie lo vea llegar, comenta su credo: “no existe la hora exacta”. Por eso los relojes que vende no tienen la misma hora, el minutero es una aguja larga que se manipula para la conveniencia de permanecer, o, de cumplir algún capricho. Es más un caballero del reloj biológico. Resulta inverosímil lo recto de las manecillas de los relojes, pero Estrella, la mujer de brillantina, en la frontera del Norte de Santander, bajo el cielo, tuvo que conocer la hora precisa, en la que nació su hijo, o, saber la hora propia de sus clientes cuando vienen por un tintico. Ni un minuto de sobra, ni un minuto de ventaja. Bajo las escalas, la hora se muestra de ambos lados: el tiempo es el pulso del cuerpo, y también, los relojes de segunda mano de Relojito, posibles de acomodar la hora al gusto del que llega.