2.
Las ideas se me estaban agotando. Le mandaba videos enjabonándome las tetas, quitándome las tangas, chupándome el dedo gordo del pie. Demasiado ya. La virtualidad nos estaba arrastrando a un romance patético. Era pleno abril de 2020.
—Tenemos que vernos como sea —le dije.
—¿Linda, y por qué no vienes este fin de semana? Pides un taxi, demás que es breve.
—Y si nos paran yo qué voy a decir…
La multa por romper el aislamiento era de 936 000 pesos. La visita podía salir cara, pero bueno, ya qué hijueputas. No podía ser tan de malas como para que justo el único día que salía de mi casa me clavaran un comparendo. Me arriesgué y le escribí por WhatsApp a un número que tenía guardado como Yeison Picap. Le pregunté si estaba haciendo carreras y cuánto me costaba una hasta Bello. ¿Diez mil pesos? De una. Quedamos en que me recogía el viernes por la tarde.
Ese día llegó a las tres p. m. en una Bajaj Boxer CT100, la moto más vendida ese año en el país y la más usada por los Picap hasta el día de hoy.
—¿Laura?
—Hola, sí.
—¿Vamos pa Bello, cierto?
—Sí, para el obrero, por ahí por Fabricato…
No habíamos arrancado y ya me estaba poniendo conversa.
—¿Y va mucho por allá? Porque yo vivo por este sector, cuando necesite la puedo llevar.
—Pues la verdad es la primera vez que salgo.
—Uy, nooo, ¿de buena? Yo me hubiera enloquecido.
—Es que a mí siempre me da susto esa multa, y como no tengo excusa ni nada…
—Aaah, pero no se preocupe, mor, que si nos para un retén, yo digo que usted es novia mía. Y si no nos creen nos damos un besito ahí delante de ellos, ¿o la regaña el novio?
Me reí. Siempre me han gustado los romances cortos. Esos que duran lo que se demora el metro de Floresta a San Antonio. Miradita va, miradita viene, y hasta nunca. Le seguí el juego.
—¿Cuál novio?
—Oíla, ya me va a decir una chimbita como usted que no tiene novio, ja. ¿Entonces pa dónde va?
—Ja, ja, ja.
—Aaaah vio… Uno sabe. Igual yo no soy celoso —se volteó y me guiñó un ojo.
La cosa quedó así. Pasamos Punto Cero, la Terminal, el Juanes de la Paz. Las calles solas y los tombos por ningún lado. Llegué a pensar que lo de los retenes era pura carreta. Hasta que los vi ahí, ineludibles, en todo el Pan Pare Pan antecitos de Zenú. Ahora sí me jodí.
Yeison frenó suave, se quitó el casco y lo colgó en uno de los espejos. El policía se acercó y extendió la mano sin preguntar nada. Yo ni sabía qué hacer. Entonces sentí unos dedos acariciándome la pantorrilla, como diciéndome: Relajate.
—¿Y ella qué?
¿Relajate? A mí se me bajó fue todo.
—Ah, yo la saco de vez en cuando pa que le dé el solecito. Pero tranquilo, señor agente, que ya vamos pa la casa.
El tombo medio miró los papeles que Yeison le había pasado y se los devolvió con pereza. Él los guardó tranquilo, se puso el casco y arrancamos. No me la podía creer.
—Uf, Yeison, qué salvada.
—Ja, ja, ja. Ah, no, muy nerviosa esta parcera. Tiene que manejar la confianza, mor.
Ya estábamos cerca. Sí, ahí en la esquina está bien. Me bajé y cuando me quité el casco vi que me estaba mirando por el espejo sin pestañear. Podría decir que fue un efecto del encierro o mi forma de darle las gracias. Pero qué va, solo soy una romántica.
—¿Y uno cómo da besos con casco?
Soltó una risa. Se lo quitó con una mano y con la otra me acercó por la cintura.