Microficciones
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Por ALEJANDRO GAVIRIA
Ilustración de Camila López
InmortalityU
Estaba por todas partes: en el paradero de buses, en los anuncios del metro, en el celular, en las vallas gigantes de la autopista y en las conversaciones con los amigos. “La inmortalidad por una cuota mensual”, decían los anuncios. Rutilantes. Perentorios.
Las promesas del capitalismo y la religión convergían finalmente. El negocio propuesto era sencillo: uno le entregaba a la compañía encargada las cuentas en redes sociales, las direcciones de correo, los libros o documentos escritos y asistía después a diez sesiones de entrevistas que eran grabadas y transcritas. La mente y el corazón humano son predecibles. Allí estaba todo.
InmortalityU.com creaba después una cuenta virtual que respondía mensajes, contestaba preguntas y daba opiniones por demanda. Incluso con la propia voz del cliente. Prometían cien años de interacción, pero podían ser más, decían. “Hasta cuando los familiares dispongan”.
Estaba enfermo. Lo discutió con su esposa. No costaba mucho. Además, “¿la inmortalidad no había sido después de todo una aspiración eterna de los seres humanos?”. Ahora estaba al alcance de la mano. El alma inmortalizada en la nube. Ni la religión se había atrevido a tanto. Pero esta vez era real y a un precio módico.
Entregó toda la información requerida. Fue a las sesiones de grabación. Contestó las preguntas difíciles de sus entrevistadores. Hizo todo esto en una especie de trance existencial. Trató de ser sincero. Pero sabía que la autenticidad no siempre era posible. Si algo nos define a los adultos, pensó, son las máscaras.
Sabía que la muerte tenía ahora un significado distinto. La conciencia pasaba de corporizada a descorporizada. Los días eran ya una forma de transferir y alimentar la información que quedaría. La vida podía entenderse simplemente como un proceso para generar los datos, la información para la máquina. Con la muerte, el “dynamic process of information generation and accumulation” llegaba a su fin, pero nada más.
Agradecía haber vivido en esta época. No entendía por qué muchos de sus amigos tenían dudas de hacerlo. Tampoco entendía la renuencia de muchos de los hombres más importantes de su época. Conservadurismo, pensó. Hubo después un proceso de ajuste. Sintonización lo llamaban. Las primeras pruebas lo dejaron atónito. Existía virtualmente con sus palabras y contradicciones. La máquina pensaba por él. No es que lo hiciera mejor, es que lo replicaba. Era inmortal. Así de simple era la inmortalidad.
Finalmente, su esposa le pidió que incluyeran una cláusula adicional que le garantizara a ella el derecho de ponerle fin a la aplicación. Pasó todo el día pensativo. La inmortalidad dependía de otros mortales después de todo. Aceptó la cláusula. Al fin de cuentas, la inmortalidad era un servicio dispuesto para los sobrevivientes y las generaciones futuras.
Incluyeron la cláusula. Murió a los pocos meses. Su esposa lo apagó dos años después. Había dejado de interactuar con él y la cuota mensual era un peso para las finanzas personales. El costo superaba al beneficio. “Nadie existe si no hay un amor”, dijo la esposa como justificación y coartada.
¿Quién debería vivir?
Bogotá, junio del 2049
Después de un debate apasionado, el Congreso de Colombia aprobó finalmente la Ley Sidney o Ley de Despoblación. Colombia fue uno de los primeros firmantes del Pacto de Sidney, que obliga a todos los países adherentes (entre ellos China e India, que lo firmaron recientemente después de masivas protestas) a reducir su población en un veinte por ciento en el lapso de cinco años. Atrás quedaron los debates éticos y las consideraciones filosóficas, las protestas y los reclamos. Una sola frase, repetida hasta el cansancio, resume la esencia de esta nueva ley: “Cumplir o morir”. Como bien lo dijo uno de los congresistas, “las generaciones anteriores escogieron la inacción, optaron por medidas simbólicas, cobardes, como el inútil Pacto de París. Nosotros estamos pagando las consecuencias de esa cobardía y por eso debemos apelar a la peor forma de utilitarismo: al sacrificio de una parte de nuestros ciudadanos para salvar al resto. Debemos hacerlo, si la palabra cabe, de manera justa. Esta ley es un rayo de justicia en medio de la oscuridad de estos tiempos, de la noche eterna a la que parece condenada nuestra especie”.
La Ley Estatutaria de Despoblación es éticamente compleja, pero simple en términos prácticos. Regula el funcionamiento de la lotería (el “sorteo de la muerte” como lo llaman popularmente) por medio de la cual se llevará a cabo la selección de personas que deben morir para cumplir con la cuota del país. Las personas seleccionadas serán sometidas a un procedimiento médico que incluye, entre otras cosas, el acompañamiento psiquiátrico con psilocibina (también conocida como 4.PO-DMT) durante un periodo de cuatro semanas.
La normativa colombiana es un ejemplo para la región. Ha sido elogiada por el secretario general de las Naciones Unidas y comienza a ser traducida a varios idiomas. Existen, sin embargo, voces discordantes. “Con esta ley paradójica, la humanidad está sacrificando su humanidad para salvarse”, escribió un reputado profesor. “Tal vez el profesor prefiera una guerra fratricida, un conflicto hobbesiano de todos contra todos, como respuesta al dilema de estos tiempos aciagos. El derecho no nos redime, pero puede disminuir nuestro dolor y darle algún orden a la administración de este destino trágico”, escribió en respuesta un exmagistrado.
Esta ley estatutaria enuncia, primeramente, cinco principios generales que prevalecerán sobre los demás en caso de conflicto. Dichos principios, claramente jerarquizados, son: 1) prevalencia de derechos: el derecho a la vida de niños, niñas y adolescentes es inalienable; 2) equidad: las personas pertenecientes a grupos familiares en condición de vulnerabilidad podrán ser excluidas del Sorteo Humanitario (SH); 3) igualdad: salvo algunas excepciones explícitas, todas las personas son iguales ante la ley y enfrentan las mismas probabilidades de ser seleccionadas para cumplir con el Compromiso Humanitario (CH); 4) libre elección: todas las personas mayores de edad pueden postularse voluntariamente para participar en el procedimiento; 5) pro homine: en caso de equívocos o confusiones, las autoridades adoptarán la interpretación más favorable a cada persona.
El SH se realizará el primero de octubre de cada año. Participarán todos los hombres y mujeres residentes en el país que sean mayores de 45 años (la edad recomendada por las Naciones Unidas, que corresponde a la mitad de la esperanza actual de vida). Las madres que al momento de aprobación de la ley tuvieran uno o más hijos menores de quince años, según los registros oficiales y la subsiguiente verificación genética, serán excluidas del sorteo. Las personas en condición de discapacidad o con enfermedades crónicas serán tratadas de la misma manera que los demás ciudadanos. “Esta no es una ley de eugenesia”, aclaró uno de los ponentes.
Uno de los aspectos más debatidos es la posibilidad de evadir el SH mediante un pago o transferencia a las arcas del Estado. Colombia optó por el llamado modelo canadiense, que no permite pagos en ninguna circunstancia ni en ningún caso. A pesar de los grandes beneficios para el fisco, el modelo estadounidense de subastas fue descartado. El modelo sueco, que exime a algunos científicos y escritores de gran importancia, fue adoptado de manera marginal. El Congreso deberá aprobar cada caso de manera independiente mediante las Leyes de Excelencia y Excepción.
Un congresista presentó otra iniciativa bastante polémica: los “salvamentos” o intercambios de vidas, que permitiría a una persona seleccionada evadir el Compromiso Humanitario si otra persona elegible (hombre o mujer mayor de 45 años y sin hijos menores de quince años) se somete voluntariamente al procedimiento. Algunos congresistas libertarios adujeron que debía permitirse la libre elección ex post, esto es, con posterioridad al sorteo, pero la propuesta fue rechazada por la mayoría con un argumento definitivo: los intercambios podían dar origen a un mercado negro para la compra y venta de vidas humanas.
Las listas de elegibles para el SH se publicarán el primero de junio de cada año, durante cinco años consecutivos (2051 a 2055). Los resultados serán enviados a las células digitales (las mismas que permiten la georreferenciación permanente de todos los residentes en el país). Las apelaciones de elegibilidad (mujeres con hijos no declarados) deberán presentarse en las dos semanas siguientes a la publicación de la lista de elegibles y serán resueltas en una semana. Una vez depurada esta lista, se realizará el sorteo para elegir a los participantes. Cada año serán seleccionadas un millón de personas para el CH. Dicho sorteo será vigilado por todos los organismos de control y por testigos de la sociedad civil.
Los seleccionados dispondrán de dos semanas para presentarse. En caso contrario, la georreferenciación facilitará su ubicación. Hasta ahora, los legisladores no anticipan evasores o prófugos. Tras el sorteo final, los elegidos comenzarán de inmediato un periodo de preparación de cuatro semanas durante el cual contarán con acompañamiento farmacológico. Los familiares también recibirán orientación. Tanto los participantes como sus familias podrán interrumpir el acompañamiento psiquiátrico en cualquier momento. Las pensiones anticipadas serán entregadas a los parientes bajo las condiciones estipuladas por las leyes de seguridad social.
Doscientos años después de los escritos de Malthus, la humanidad entra en una etapa definitiva. Las leyes de despoblación respetan el principio de igualdad ante la ley y permiten que el azar, siempre presente en las vidas de los hombres, determine quién vive y quién no. No el dinero, ni la raza, ni la fortaleza física o mental; el simple azar. “Es el hombre, y no Dios, quien termina jugando dados con la vida. El mundo se está convirtiendo en un casino; un casino con un barniz de civilización, pero macabro al fin y al cabo”, dijo el profesor universitario antes de anunciar su suicidio, un acto de protesta que contribuirá, paradójicamente, a la cuota del país.
*Estas historias hacen parte de un libro próximo a publicarse.
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