Malabarista nervioso
Malabarista nervioso, el más reciente libro Luis Miguel Rivas, es otro gran deleite para quienes ya hemos disfrutado de su talento como cuentista en obras como Los amigos míos se viven muriendo (Editorial Eafit, 2007), Tareas no hechas (Editorial Eafit, 2014), ¿Nos vamos a ir como estamos pasando de bueno? (Planeta, 2015); sus poemas en Hoy no quiero metáforas (Angosta, 2018) y su maestría como novelista en Era más grande el muerto (Planeta, 2017).
Los libros de Luis Miguel suelen agotarse, con razón. Su narrativa fresca y a la vez profunda nos transporta a territorios comunes para señalar en ellos su singularidad. Con una narración ágil, pincelada con sabiduría por el humor, este autor colombiano radicado en Buenos Aires por más de una década nos demuestra que existe un universo que es de él, pero en el que todos nos sentimos aludidos.
Las nuevas voces que aparecen en esta reciente publicación dan cuenta de la versatilidad del autor, su habilidad para mantener el suspenso, su capacidad de nadar con fluidez al interior del pensamiento humano con todas sus contradicciones, patetismos, tragedias cotidianas, ilusiones, temores y mezquindades.
Los relatos transcurren en diversas ciudades y épocas. Colombia, las maneras de expresarse de sus personajes, sus referentes urbanos, reales como Bogotá, Medellín o Envigado e imaginarios, como Villalinda, que ya es un clásico de las ciudades míticas de la literatura, y también Buenos Aires o incluso en lugares que no se pueden identificar.
El hotel de “¿Podría apagar la luz?”, por ejemplo, no necesita patria para hacernos saber que se está en un lugar aséptico, sin referentes de identidad, en el que la arquitectura borra al ser humano sin permitirle saber dónde está, como ocurre con los espacios uniformados que cada vez más pueblan el planeta. No habría mejor escenario para el transcurso de esta historia de desamor en la que todo ocurre sin que aparentemente pase algo.
“Fantasma sin énfasis”, el relato que da inicio al libro, es todo un divertimento que da cuenta de las rutinas cotidianas de los fantasmas, una hermosa manera de especular acerca de la vida después de la muerte y de apropiarse de ese género literario que habla de los seres del más allá, llevando al lector a recorrer sus espacios, sus pensamientos, sus frustraciones y perversiones con una capacidad de convicción que logra hacerle creer que los conoce desde siempre.
En “El muerto sigue bien” el autor da al lector el lugar del demiurgo, le da el poder para que decida cuál es la verdad, a sabiendas de que no existe, lo hace trastabillar como al malabarista nervioso por la cuerda floja de la cordura dejándolo en libertad para que sea él quien cuente la historia y compruebe que cada quien percibe el mundo desde una óptica particular.
“Marejada feliz” plasma la pesadilla del confinamiento, la desazón de una época en la que el afuera desaparece, el contacto físico se anula y la vida trascurre en el ciberespacio. Una historia de amor premonitoria que enciende sirenas de alarma ante el futuro.
En “La sonrisa de nuestra señora”, “San Cristóbal” y “A mí lo que me mató fue ese salsaludo” volvemos a caminar de la mano Rivas por calles conocidas en sus publicaciones anteriores. Los sonidos y olores del barrio, sus tiendas, los puntos de encuentro, la emisora local, la jerga de las esquinas. Sísifo que ha vuelto a beber y repasa las cuentas de lo adeudado en las cantinas, la música popular que es un leitmotiv en su obra, el patrón al que se le sirve en bandeja la ilusión ajena para que él la vuelva parte de su inventario, la religiosidad, la astucia de los desposeídos.
“Plantas contra zombis” y “La gran carrera de Jaime Luis Correa” comparten con “El muerto sigue bien” el referente del mundo laboral. La ambición, la envidia, la revancha, la traición, los horrores de los que tienen que “ganarse la vida” a punta de codazos.
Con un conocimiento profundo de esos mundos poblados de seres serviles y turbios aparecen como protagonistas la arrogancia y la sumisión de los asalariados de media petaca hacia arriba quienes terminan dando vueltas atrapados como fichas de un engranaje. Magistral la alegoría al lenguaje de la narración deportiva en “La gran carrera de Jaime Luis Correa”, que da fin a este gran libro.
Para alegría de quienes buscaban sus libros anteriores, ya está de nuevo en circulación Era más grande el muerto y vale la pena que corran a comprar Malabarista nervioso antes de que se agote la edición.
Cristina Toro