Telarañas
Viajes en bus, conversaciones incisivas, listas de tareas domésticas y editoriales, avistamiento de aves, paseos de río y procesiones de Semana Santa, confesiones y encuentros con el espejo: en los textos de Gloria Estrada palpita lo cotidiano, el ritmo frenético de la vida, la sabiduría de quien sabe mirar y dotar de literatura la vida. En Telarañas, su primer libro, nos acercamos a su vida de muchacha de pueblo, de montaña, del centro de Medellín. Vemos sus gatos, su hogar, su huerta. Entre, bien pueda, siga querido lector: Gloria lo invita a habitar su casa, su mirada, su mundo, un puerto de descanso para bichos, tierra fértil para frutas gigantes. No cierre la puerta: este es un libro para entrar y salir todos los días.
Arbitraria.
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Con el recato de los iluminados que no se regodean con su don, Gloria Estrada ha podido narrar la vida, señalar las cosas que están ahí, pidiendo una mirada que devele su encanto, que nos permita acercarnos a ellas y entenderlas despojadas de su aparente intrascendencia, reveladas por una escritura que señala la grandeza de la pequeñez. Y no solo las descubre sino que logra inventarlas para que existan para otros, y se convierte ella misma en la creadora de un universo que, sin su pluma, pasaría inadvertido.
(…) Esta recopilación de textos es una manera de entender el mundo del que nos estábamos privando quienes no habíamos tenido acceso a sus publicaciones, esparcidas en el tiempo como semillas que ahora florecen en este libro. Después de leerla, no se puede entender cómo habíamos podido vivir sin su mirada.
Cristina Toro.
Fragmentos Telarañas
En estos días me sorprendí diciéndole a una amiga, “estoy dedicada a las pequeñeces”, haciendo referencia a mis labores de corrección, edición y producción de textos por encargo. Me gustó haberlo dicho de esa manera, quizás porque nunca lo había hecho, aunque siempre lo he pensado: alguien tiene que hacer las cosas pequeñas para que otros hagan las grandes. Otra amiga, mucho tiempo atrás, me dijo, “la gente que está haciendo cosas importantes está en la Nasa”, para señalar el error de una colega suya que andaba empecinada en arruinarse la vida a cambio de hacer “cosas importantes” para la empresa donde trabajaba. Entre las muchas lecciones que mi papá nos inculcó estaba la de hacer lo que nos gustara, lo que nos hiciera sentir bien y que pudiéramos hacer con amor. Seguramente, vista en retrospectiva, esa enseñanza fue la que me desvió del camino del periodismo y me hizo fluctuar por senderos menos ásperos, si se quiere más mediocres, más simples, menos comprometidos, menos responsables. La comodidad que llaman, la zona de confort con la cual no tengo problema ni resistencia alguna. En el reino animal habrá arañas dedicadas a remendar redes, a corregir trazos y encaminar líneas… ¿O tejerán perfecto las arañas? De pronto sí, no me sorprendería. Pero en el mundo de los humanos se necesita quién remiende los zapatos de los que recogen residuos reciclables que dan de comer a muchachos que asisten a la universidad con ganas de llevar algo más que aguapanela a sus casas. Alguien limpia, sirve y recoge la mesa para que otros puedan cantar, bailar, escribir, debatir, sembrar, recoger, viajar, criar, estudiar, pintar, pensar, diseñar, enseñar, dirigir, crear. A mí me gusta ser esa araña que teje y repara, así no sea indispensable, pero que forma parte del engranaje de hacer cosas con las palabras.
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