Archivo restaurado

Universo Centro 037
Agosto 2012

Se cumplieron 50 años de la llamada fallida de Marilyn Monroe desde su casa en Brentwood, California. Solo su médico, Hyman Engelberg, pudo verla muerta en su cama. Es la única foto del álbum que se ha perdido. Para recordarla está la memoria malsana de un amigo de sus películas y algunos de sus poemas de cuadernos y servilletas.


37-26-33 o las pulgadas de Marilyn

Por MANUEL DALMAU

Yo tenía 15 años en 1949 y me masturbaba bajo la protección de un eucalipto que había en el jardín de mi abuela. Eso de buscar el placer pajillero en un país en blanco y negro que avanzaba a base de leche en polvo, pan negro y los garrotazos del general Franco era poco menos que una hazaña. Recuerdo que sonaba Mirando al mar de Jorge Sepúlveda y me la pasaba mirando a Norma Jean, una joven con una cabellera de cobre que jugaba desnuda sobre un fondo de tela roja. Tom Kelley había hecho bien su trabajo y Norma había elevado el arte de la masturbación a nivel mundial.

Alemania quedaba dividida en dos estados el día de mi cumpleaños, y la leyenda de aquella chica estaba a punto de empezar.

Un año después, en mi imaginario cargado de espinillas, pin ups y recortes de artículos sobre cine, Norma Jean se convertía en Marilyn Monroe, sus 37-26-33 se perdían en una jungla de asfalto vestida de negro, con un escote atrevido y un pelo rubio que se tenia que colorear con la imaginación. (La jungla del asfalto, 1950).

Ese mismo año se la vio ingenua y sonriente en una fiesta privada, acompañada de un crítico teatral, Addison DeWit, y escuchando los lamentos de la anfitriona de la juerga, una diva en horas bajas, una Margo Channing acosada por la ambición de una adolescente víbora cuyo nombre era Eva Harrington. (Eva al desnudo, 1950).

Mis 19 años se iban a la aventura del periodismo y Marilyn dormía a los pies de las Cataratas del Niágara. Ella buscaba caricias anónimas entre sábanas de seda y la pereza del despertar en los mediodías, con ese slip blanco que supo abrir las fantasías sexuales de los espectadores más clandestinos. (Niagara, 1953). Su descarada infidelidad se vistió con un breve, ajustado y rosa tentador cerca de la espuma que vomitaba la catarata y secuestrada contra las pupilas hinchadas de sus admiradores de turno, antes de caer bajo la calentura de un bofetón celoso.

El resto de 1953 Marilyn se la pasó vestida de corista multicolor y montada en la búsqueda de millonarios aburridos que caían bajo los colores vivos y chispeantes de sus coreografías. Fue la Pola cabaretera que cantaba a niños ricos y la rubia platino que escapaba de sus juramentos que se evaporaban después de tres tragos de más. (Los caballeros las prefieren rubias, 1953, y Como casarse con un millonario”, 1953).

En 1954 seguía siendo una cabaretera, esta vez en un saloon recargado de tramposos, cazadores de cabelleras y de buscavidas sin destinos aparentes. (Río sin retorno, 1954). Me envolvió su descenso aventurero por un río sin retornos, esclavizada bajo los remolinos de más celos y de más admiradores suicidas. Su leyenda crecía, era la niña más mimada, follada y envidiada de las mentes de la industria de Hollywood.

La primera vez que hablé con ella fue en 1955. Marilyn estaba delante del Wright´s Food y bajo sus 37-26-33 residía goloso un respiradero de metro. Su falda se levantó como un telón que muestra el inicio de una obra maestra, y comencé a balbucearle los fraseos típicos y estúpidos de un Don Juan atormentado. La butaca del cine donde estaba sentado tembló, y decidí viajar hasta Nueva York para sentir el aroma que ella dejaba por donde pasaba. (La tentación vive arriba, 1955).

Ser un proyecto de escritor beatnick ibérico en 1956 era como descubrir el nadaísmo de Gonzalo Arango muchos años mas tarde, una alucinada aventura. Yo me iba de viaje por la Norteamérica de John Steinbeck y la Monroe se vestía con unos blue jeans apretados y se escapaba con un paleto inocente rumbo a California con el ritmo de sus caderas, la seducción de sus piernas vestidas con mallas negras y las caricias de su pelo cada vez más enredado. (Bus stop, 1956).

En 1959 ella tocaba un ukelele trasnochado a base de ginebra en compañía de dos travestis y mis huesos se bañaban en las fuentes del Campari mas púrpura. En Con faldas y a lo loco (1959), Marilyn se llamaba Sugar Kane. Sus ojos soltaban el brillo del cansancio y algunos excesos, pero su hechizo seguía aumentando los sueños húmedos de millones de espectadores y las arcas de los productores que la contrataban.

Las arenas del estado de Nevada fueron movedizas. En 1961 el Nembutal, la ginebra, un presidente y su hermano, un fiscal general de los Estados Unidos, le jodían la vida. Su esposo, el dramaturgo Arthur Miller, se hizo de oro a costa de escribir sobre sus miserias y ella se la pasaba en habitaciones de motel en compañía de otro ángel que estaba en caída libre, Montgomery Clift.

En Vidas rebeldes (1961) vi a la Monroe mas desesperada, pero también a la actriz mas pura. Su estrella parpadeaba, su vida se estaba convirtiendo en un oscuro y maravilloso blues.

Todo acabó un día de mierda de 1962. Ringo Starr se unía a Los Beatles, Los Rolling Stones iniciaban su leyenda en clubes de R&B, y a Marilyn la encontraban muerta en un departamento de huéspedes de un hotel situado en el número 12305 de Fifth Helena Drive en la ciudad de Los Angeles. El fiel Nembutal se la llevó de viaje. Un lobo estepario se iba cuatro días después.

Ella tenía 36 años.

Su residencia permanente queda en el Westwood Village Memorial Park Cementery. Su leyenda, en la mente de todos los que la vimos en la gran pantalla.

Andy Warhol la inmortalizó todavía más con su divina ilustración. Todo empezó con fotografías para calendarios y revistas eróticas y se elevó a obra maestra por las paredes del Museo de Arte Moderno De New York.

En 1962, mientras parte del mundo se quitaba la ropa a ritmo de Twist & Shout, yo me bebí mis sobredosis de vino con Tous les garçons et les filles de la bellísima François Hardy. La vida tenía que seguir, pero esta es otra historia.



Fragmentos

Los poetas —pero más frecuentemente quienes no lo son— suelen decir que toda criatura humana es un poeta en potencia: sólo basta estar en el lugar especial, bajo la luz adecuada y en el momento preciso; y, claro, antes de que se olvide la epifanía, tener a la mano lápiz y papel. Parece ser que eso le sucedió no pocas veces a Norma Jeane Mortenson, Marilyn Monroe, cuyos esbozos líricos se publicaron hace un par de años, entre transcripciones de recetas, viñetas que se antojan como terapias verbales para templar el alma, agenda de espectáculos y anotaciones de pasillo. Alguien se quejará por algunos temas e imágenes trillados, un prosaísmo loco y no pocos remates fatales en los poemas de la actriz: con todo, algunos guiños frescos a los imponderables de la existencia y convincentes noticias de la languidez humana permiten concluir que el paso de la inolvidable rubia por la vida de artistas y escritores no fue tan inocuo como el de aquel rayo de luz por el cuerpo de María (su némesis).

Piedras en el camino
de todos los colores hay
las miro desde arriba
como un horizonte –
el espacio / el aire está entre nosotros haciendo señas
y yo estoy muchos pisos más arriba
mis pies asustados
mientras me aferro para ir hacia vosotras

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cogí un autobús
Greyhound de Monterrey
a Salinas. En el
Autobús era la única
mujer con unos sesenta pescadores
italianos
nunca había conocido caballeros
tan encantadores – eran maravillosos. Una
compañía los
enviaba
al sur del estado donde sus barcos
y (eso esperaban) sus peces los estaban
esperando. Los había
que apenas hablaban inglés
no sólo me encantan los griegos,
me encantan los italianos.
son afectuosos, llenos de vida y amigables
como diablos – me gustaría ir
a Italia algún día.

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Vi un montón de marineros jóvenes
que parecían demasiado jóvenes
como para estar tristes.
Me hicieron pensar
en árboles jóvenes y esbeltos
todavía en crecimiento y sufriendo.

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Dejé mi casa de madera verde sin pulir –
un sofá de terciopelo azul con el que sigo soñando
Un arbusto oscuro y resplandeciente justo a la izquierda de la puerta.
Al final del camino crujidos diversos cuando mi muñeca
en su cochecito pasaba por encima de las grietas – “Nos iremos lejos”.

Los prados son enormes la tierra (será) dura
para mi espalda. La hierba tocaba
el azul y nubes aún blancas cambiaban la forma
de un anciano por la de un perro sonriente con las orejas desplegadas

Mira –
los prados se extienden – están tocando el cielo
Dejamos nuestros contornos sobre la hierba aplastada
morirá más pronto porque estamos aquí – ¿habrá
crecido alguna otra cosa?

No llores muñeca no llores
Te tengo en brazos y te mezo hasta que te duermes.
chist chist sólo estaba fingiendo que soy (era)
tu madre que murió.

Te alimentaré del arbusto oscuro y resplandeciente
justo a la izquierda de la puerta.