Precisamente trece años más tarde, en 1978, volvió Borges a Medellín. Esa vez, a diferencia de 1965, fue recibido en el aeropuerto Olaya Herrera por el alcalde de turno, Jorge Valencia Jaramillo, y en las portadas de los periódicos por titulares como este: “Jorge Luis Borges llega hoy a las 11 a Medellín”. Titular de El Colombiano al que se sumó este otro publicado por El Espectador, el mismo día, sábado 18 de noviembre: “Por 60 horas, Borges en Medellín”. Si bien, fueron muchas menos horas las que estuvo en la ciudad, ya que Borges pasaría el domingo en Cartagena. Esa fue la condición sine qua non que le puso al alcalde para venir a Medellín, quería volver a sentir las murallas de La Heroica. Allá se hospedó en el hotel Capilla del Mar, en el séptimo piso, habitación 701. A las cinco de la tarde, tras la siesta, recibió a Jairo Osorio y Carlos Bueno, quienes le hicieron una larga entrevista, rompiendo el hielo con esta frivolidad: ¿café o mate? “Café, el mate es un mero hábito. El café tiene una tradición que no la tiene el mate”.
Casualmente con un café en la mano, apareció Borges encabezando la portada de El Colombiano ese domingo 19 de noviembre: una foto a color, sin titular, cuyo pie de foto era el primer verso de “Alguien”, poema publicado por Jorge Luis en 1964: “Un hombre trabajado por el tiempo…”. Esa foto fue tomada en la Oficina de Fomento y Turismo del Olaya Herrera, mientras Borges esperaba su “ligero equipaje”. El café lo amenizó con recuerdos de su niñez, “cuando en Buenos Aires se vendía el agua de barril o canecas y las menudencias no formaban parte de los alimentos socialmente aceptados”. Luego de beberse el café y recibir las maletas, Borges fue trasladado por el alcalde hasta el Hotel Intercontinental, donde se hospedó el tiempo que estuvo en Medellín.
Después de ese pie de foto, El Colombiano invitaba a sus lectores a trasladarse hasta la página 14A para más detalles sobre la llegada de Borges. Allí, no bien lo identificaron como “el más europeo de los argentinos y el más argentino de los europeos”, presentaron a su lazarillo: se trataba de María Kodama, en aquel entonces su secretaria privada y posteriormente su esposa, viuda y albacea. Juntos estudiaron inglés antiguo, islandés, japonés y árabe, y escribieron a cuatro manos un libro titulado Atlas, publicado en 1984, sobre los sitios más memorables que conocieron en sus viajes alrededor del mundo, y donde no aparece Medellín. Borges le llevaba 38 años, los mismos que a la referida María Esther Vásquez, la íntima colaboradora que a último momento decidió no acompañarlo a la Tacita de Plata en 1965. Catorce años más tarde, en 1979, cuando Borges cumplió 80 años y se los celebraron en la televisión pública argentina, en un programa conducido por Antonio Carrizo, este introdujo a María Kodama así: “Su presencia termina con los infundios que decían que María Kodama es un personaje inventado por Jorge Luis Borges”.
Alcalde Jorge Valencia Jaramillo, Borges y María Kodama.
Cuando llegaron al Hotel Intercontinental, María Kodama se dio cuenta de que allí, en uno de los salones, se estaba llevando a cabo un congreso de computación sobre “Terminales inteligentes en equipos de la serie 700”, se lo comentó a Borges y de paso le recordó que él ya había sido un computador. ¿Dónde? En Alphaville, película del recientemente fallecido Jean-Luc Godard, estrenada el 5 de mayo de 1965, un mes antes de que Borges viniera a Medellín por primera vez. En ella se narra un universo distópico a lo nouveau roman, sin pasado ni futuro, conjugado en presente de indicativo, en el cual no existen antropomorfismos y por eso están prohibidas expresiones como por qué, amor o llorar. Ese universo sin trato posible con divinidades, animales y cosas es mantenido en equilibrio estable por una macrocomputadora que habla, llamada Alpha 60, quien cierra la película con estas palabras tomadas de un ensayo de Borges, titulado “Nueva refutación del tiempo”, escrito en la víspera de navidad, el 23 de diciembre de 1946: “El tiempo es la sustancia de que estoy hecho. El tiempo es un río que me arrebata, pero yo soy el río; es un tigre que me destroza, pero yo soy el tigre… El mundo, desgraciadamente, es real; yo, desgraciadamente, soy Borges”. Sin embargo, la macrocomputadora que habla no dice “soy Borges”, sino “soy Alpha 60”.
La única actividad programada para Borges ese sábado 18 de noviembre era una recepción privada en la Casa Gardeliana, a las 6:30 p. m.: “Donde la alcaldía le tiene preparado un encuentro informal con periodistas, escritores e intelectuales antioqueños”. Uno de los invitados fue Jairo Osorio, quien, en el prólogo del libro Borges, memoria de un gesto, escribió que ese encuentro informal rápidamente se convirtió en una “fiesta en la que atormentaron a Borges a punta de tangos”, siendo testigo de estas palabras que el visitante ilustre le escupió al oído de su anfitrión: “Pero, alcalde, ¿qué hice yo para merecerme esto? ¿Vos sabés que a mí no me gusta el tango?”. Esa incomodidad manifiesta de Borges no se quedó ahí, trascendió, por ejemplo, hasta el editorial de El Espectador publicado el jueves 23 de noviembre de 1978: “Haber llevado a ese pozo humano de misterios subconscientes, llamado Jorge Luis Borges, a la Casa Gardeliana, es algo atrabiliario. En infinidad de ocasiones el poeta austral ha inundado al mundo, por medio de las ondas hertzianas y de la prensa, con acritudes no solo contra el tango sino también contra Gardel y su voz albaricoqueada… Fue una tortura, un suplicio peor que el Tántalo, ese homenaje que le hizo el burgomaestre a tan pulcro valor cerebral. Cuya mente y cuyo espíritu están a cósmicas distancias de la estupidez”.
Luego del suplicio en la Casa Gardeliana, vino el mencionado paréntesis cartagenero, el reencuentro con las murallas: “Una muralla es una barrera mágica destinada a detener la muerte”, señaló en su ensayo sobre Shih Huang Ti, el emperador que ordenó la construcción de la muralla china mientras abolía el pasado, la palabra muerte y buscaba el elixir de la eterna juventud. Borges volvió a la ciudad de la eterna primavera el lunes en la mañana, acompañado virtualmente por este titular publicado en la portada de El Colombiano: “Hoy, homenaje a Jorge Luis Borges”. El titular estaba justo a la derecha de la noticia deportiva del momento: el triunfo por la mínima del Nacional al Caldas, suficiente para clasificar al cuadrangular final, junto a Santa Fe, Cali y Millonarios.
Antes del homenaje, Borges tuvo un coloquio en la Piloto, a las 11 a. m., donde respondió 33 preguntas formuladas por siete escritores, ubicados en una mesa frente al protagonista en el siguiente orden, de derecha a izquierda: René Uribe, Juan Zuleta Ferrer, María Elena Uribe, Darío Ruiz Gómez, Rocío Vélez, Manuel Mejía Vallejo y Juan Luis Mejía. El coloquio lo introdujo el director de la Piloto, quien le entregó a Borges el “premio Nobel de nuestra admiración, afecto y amistad”. Después vinieron las preguntas, una de ellas esta, la del complejo de inferioridad tricolor: ¿usted qué piensa de los escritores colombianos? ¿Cuáles son sus preferidos? Borges solo conocía a José Asunción Silva y a García Márquez. De este último María Kodama le había leído Cien años de soledad, de la cual no disfrutó su desenlace: “Es una gran novela, aunque creo que tiene cincuenta años de más”. Esa fue la respuesta que más gracia causó en el público: más de mil personas que, según El Espectador, “incluso trataron de penetrar violentamente en el auditorio de la Piloto, como si se tratara de un concierto de rock”. Al final, como si se tratara de una estrella de rock, Borges se quedó firmando autógrafos: “No sé si serán firmas o ideogramas lo que estoy haciendo”. Una de las firmas la estampó en la carátula de Jairo canta a Borges, disco de culto que musicaliza varios de sus poemas, publicado en 1977.
Borges en la Casa Gardeliana.
El homenaje llegó después del almuerzo, a las 3 p. m., en la alcaldía, donde lo declararon huésped de honor y le entregaron las llaves de la ciudad. Estas fueron las palabras de Borges al recibir las llaves de Medellín: “Me entregan estas llaves que no abren ninguna puerta, o, mejor dicho, que las abren todas. Para mí serán el símbolo de la nostalgia, porque estaré en Buenos Aires añorando esta tarde en que estoy con ustedes, en que me siento en tierra de Colombia, rodeado por su cóncava hospitalidad y generosidad. Muchas gracias, digo esto a cada uno de ustedes, singularmente. No puedo hablar más… Estoy muy conmovido… Discúlpenme”.
Tras el homenaje, Borges sostuvo una charla con Juan Zuleta Ferrer en el despacho del alcalde, la cual fue grabada y transcrita en las páginas finales de Borges, memoria de un gesto. Allí, entre otras cosas, Zuleta Ferrer le contó que la última canción que interpretó Gardel antes de su viaje fatal a Medellín fue Mi Buenos Aires querido. Borges, que se sabía el coro y estaba a punto de partir hacia Buenos Aires, entonó estos dos versos: “Cuando yo te vuelva a ver / no habrá más pena ni olvido”. Sin embargo, años más tarde se descubrió que la última canción que interpretó Gardel no fue esa, sino Tomo y obligo. Borges se fue para siempre de Medellín a las 5 p. m., y seguramente también a la tumba con ese equívoco.
Posdata 1: Antes de irse, Borges pronunció este adiós: “Siempre pienso que tengo varias patrias. Ahora, Medellín va a ser otra”. Además, prometió que iba a volver a situar a Colombia en alguno de sus cuentos, ya lo había hecho en 1975, con la publicación de “Ulrica”, donde el narrador es un profesor de la Universidad de los Andes y le responde esta pregunta a la protagonista noruega: “¿Qué es ser colombiano? No sé… Es un acto de fe”. Aunque Borges no cumplió esa promesa, sí volvió a mencionar a Colombia, en El humor de Borges, al escuchar esta línea viajera: “Yo me regreso a Colombia”, y comentarla: “Qué lindo el ‘yo me regreso’, queda gracioso y le da más energía a la frase”.
Posdata 2: Dos días después de irse, o sea el miércoles 22 de noviembre de 1978, en el programa “Gloria 7:30”, transmitido por la Cadena Uno, salió al aire una entrevista que le hizo Gloria Valencia de Castaño: “Siendo esta la primera vez que el famoso hombre de letras concede un reportaje para la pantalla chica colombiana”. De esa entrevista sobreviven apenas los primeros siete minutos, en los que Borges alcanzó a recordar a su bisabuelo, el coronel Manuel Isidoro Suárez, “que comandó una carga de caballería peruana y colombiana en la batalla de Junín”. Y posteriormente fue arrestado y expulsado del Perú por intentar derrocar a Bolívar, que ya era presidente de Colombia.
Posdata 3: El viernes 24 de noviembre de 1978, apareció en la prensa el último eco de la visita de Borges a Medellín, en una columna de Alberto Aguirre publicada por El Espectador, bajo el título “Borges superestrella”, donde criticaba la posición reaccionaria de Borges en su torre de marfil, defensora de las dictaduras del cono sur, y la “babosa admiración” de sus seguidores: “Cada uno escoge el tipo de escritor, de hombre que quiere ser dentro de su tiempo. Unos están con el pueblo y sus batallas. Otros con fantasmas y laberintos”.