Cielorraso
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Por ADRIÁN FRANCO
Fotografías por el autor
Los últimos días que estuvo en pie el edificio Mónaco me di cuenta de que preservaba en su interior un archivo peculiar. Mientras que en la fachada se podían ver pancartas con cifras y frases célebres de las víctimas de Pablo Escobar, que la Alcaldía de Medellín había seleccionado y fijado como argumento base de su decisión de tumbarlo; adentro, la estructura de concreto y mármol era una ruina saqueada que comenzaba a develar las capas ocultas de su propio sistema constructivo, el cual incluía papel periódico de los años ochenta. Una hemeroteca cínica si se quiere. Parte de la historia de Colombia estuvo siempre guardada en el cielorraso del hogar de su más icónico narcotraficante.
El viernes 2 de febrero de 2019, a las ocho de la mañana, justo el último día que se podía entrar al Mónaco antes de que se ubicaran las cargas explosivas, estuve allí con un equipo de camarógrafos en la producción de un documental para un canal local de televisión. La mansión que Escobar y su familia construyeron en 1985 en el barrio El Poblado de Medellín, la misma que fue blanco de un carro bomba en 1988 y que se hizo mundialmente famosa cuando las series de televisión que contaban la vida del capo la convirtieron en escenario favorito para hacerse selfis, había sido condenada a su demolición por orden del alcalde. Una decisión caprichosa de la administración municipal para “cuidar la buena imagen de Medellín” ante el mundo y crear un relato oficial de lo que aquí pasó. Cómo nos hemos querido contar y cómo deseamos que nos vean afuera fue el origen del espectáculo, que tendría su acto central ocho días después, el 22 de febrero, con la transmisión en vivo de la implosión del edificio desde un club privado de la ciudad.
Antes de desaparecer, la ruina seductora capturó la atención de todos. Cuando estuve adentro, lo primero que hice fue dejar que la vista se acostumbrara a las formas que ofrecía el espacio, en muchas partes oscuro, reconociendo los detalles, como me enseñó alguna vez un guía en la selva del Chocó: dejar tiempo para que el ojo se acostumbre al verde aparentemente uniforme y así descubrir que en el monte habitan más ojos que hojas. Lo que descubrí en este caso fueron precisamente hojas, pero de periódicos viejos y deshechos. Más que el mármol, la caja fuerte o la piscina, lo que me impactó fue descubrir cómo la verdad mezclada con estuco sirvió para construir el edificio del capo, específicamente los cielorrasos, en cuya técnica de fabricación se empleaba como sustrato papel periódico.
Durante varias semanas los funcionarios de la alcaldía habían tratado de debilitar la estructura para que su demolición fuera el espectáculo esperado. A medida que se desmantelaba la edificación fueron apareciendo hechos noticiosos registrados por la prensa. Mientras subía por las escaleras del edificio descubría más periódicos que colgaban de los techos o que habían perdido su pelea con la gravedad y reposaban en el suelo, junto a otros escombros, restos de animales muertos y de vegetación que encontraron la forma de vivir en el concreto.
De todas las noticias que pude ver en las hojas, la que más llamó mi atención fue la de un recorte de El Espectador: “La credibilidad de un periódico”, escrito por Guillermo Cano, quien fue asesinado por Escobar justamente por expresar su opinión en contra de la mafia y confrontar al narcotraficante. Previamente, a lo largo del último semestre de 2018, había realizado una investigación por encargo para el desarrollo de otro proyecto audiovisual liderado por una productora de la ciudad; la labor implicaba rastrear el material noticioso relacionado con el narcotráfico, publicado en El Espectador entre 1983 y 1993, por lo que tenía muy presentes las columnas de Cano. ¿Qué hacía ese titular visto hace poco en la hemeroteca de la Universidad de Antioquia tirado en un rincón del Mónaco? Entendí la ironía: la prensa, frágil en su materialidad física pero duradera como registro del pasado, había sobrevivido y estaba planteando una nueva discusión.
Tanto me intrigó el descubrimiento de ese artículo que regresé al archivo de prensa de la universidad donde meses antes había realizado la investigación, en busca de la edición completa del periódico para releerlo.
“Sin credibilidad la prensa está perdida” escribió Cano ese 17 de julio de 1983 en la edición número 27.015 de El Espectador. Libreta de apuntes era el nombre de su célebre columna editorial, que publicaba cada domingo en el diario donde libró varias batallas escritas en los años ochenta y en la que reflexionaba sobre la verdad y la ética periodística, entre otros temas que lo apasionaban, como cuenta la profesora Maryluz Vallejo en el libro Tinta indeleble: “Denunció las oscuras mangualas clientelistas de Santofimio Botero en el narcotráfico… Continuó capoteando a otros cabecillas del Cartel de Medellín en la más pavorosa faena periodística que se haya librado en Colombia. Fue de los primeros en advertir las inusitadas fortunas de dos paisas emprendedores: Pablo Escobar y Carlos Lehder, cuando sus actividades delictivas apenas eran un rumor…”.
En ese momento, además de los dineros calientes, era noticia en el país la confesión que Carlos Lehder había hecho sobre su labor de intermediario en el tráfico de drogas desde una isla de su propiedad en las Bahamas, lo que despertó el repudio inmediato a la cultura narco en unos sectores de la vida pública colombiana y el silencio en otros.
La tinta dominical ochentera es exquisita en la sección 2-A EDITORIAL donde reposa, al lado izquierdo, la Libreta de apuntes de Cano. Esta se desarrolla bajo cuatro subtítulos: “La credibilidad de un periódico”, “Misión imposible. Misión cumplida”, “La credibilidad de los pillos” y “Una frase memorable”. Las últimas palabras de la columna, donde denunciaba la corrupción rampante del conglomerado económico Grupo Grancolombiano, fueron: “…porque un día sí y otra semana también, y al mes siguiente y en el semestre y luego en años, lo que dijimos desde un principio y seguimos diciendo con la fortaleza que la verdad y la seriedad de las afirmaciones nos proporcionaba, se fue confirmando, parte por parte, palabra por palabra, denuncia por denuncia”.
En la parte superior del centro de la página se encuentra la Figura de hoy, un retrato del entonces presidente de México, Miguel de la Madrid, que resalta en el recorte de prensa hallado en el Mónaco y que era noticia entonces por un encuentro de presidentes en Cancún para estudiar soluciones al conflicto centroamericano, al que también asistió el presidente colombiano Belisario Betancur. Debajo de la foto, Antonio Caballero habla del exilio como un destino recurrente en la historia de América. Al lado opuesto de la de Cano se ubica la columna de Gabriel García Márquez: “¿Qué libro estás leyendo?”. En la que el nobel reflexiona sobre la transformación que el hábito de la lectura ha tenido en el mundo. Completan la editorial, las Gotas de María Teresa Herrán y un par de noticias sorprendentes bajo el título “Así va el mundo”.
En “Las cintas del congreso 86”, otra de sus recordadas columnas que también pude ver entre las ruinas del cielorraso, publicada el 4 de septiembre de 1983, Cano ataca con fuerza y genio la industria narcotraficante del país, justo cuando se empezaban a evidenciar sus vínculos con el poder ejecutivo, la clase política y empresarial. En esta Libreta de apuntes imagina y describe, en el tono vehemente y mordaz que lo caracterizaba como escritor, un futuro Congreso que sería elegido en las siguientes elecciones legislativas, si no se controlaba a aquella “clase emergente sin escrúpulos”, y propone incluso una transcripción parcial de las “grabaciones magnetofónicas” de lo que serían las primeras sesiones de ese Congreso que tomaría posesión de sus curules, el 7 agosto de 1986.
Entre algunos de los discursos memorables emitidos durante aquellas hipotéticas plenarias que se darían tres años después, bien vale la pena citar la de un tal “Senador E”: “Muy bien dicho, dignísimo narcotraficante. Usted tiene la razón y puede contar con mi voto afirmativo para sus dos proposiciones que yo adicionaría, como tendré oportunidad de decirlo más a fondo en los próximos días, con una iniciativa que me viene dando vueltas en la cabeza desde hace varios años: la de legalizar la elaboración de cocaína pura como primer producto de exportación colombiano, indispensable para estabilizar la balanza de pagos de este país. Ustedes saben que de no haber sido por el esfuerzo de muchos de los que aquí estamos y de otros muchos que nos seguirán en las próximas legislaturas, al país se lo hubiera llevado el diablo en su balanza de pagos porque fueron los dólares de la droga los que…”.
Mientras recorría el Mónaco ocho días antes de la implosión, resonaban en mi cabeza las palabras de Cano y los epítetos con los que se referirían, unos a otros, aquellos honorables hombres probos del futuro: “Honorabilísimos colegas…”, “Honorable gran capo de los estupefacientes…”, “Dignísimos falsificadores…”, “Respetabilísimos homicidas…”, “Eminentísimos incendiarios…”, “Como honestísima vocera del sexo femenino que representa a la nueva clase emergente…”, “Ilustrísima senadora elegida por la circunscripción electoral de las mulas…”, “Serenísimos sustractores de cintas de extractos bancarios reveladoras y comprometedoras…”.
El 6 de septiembre de 1983, dos días después de publicada la columna de Las cintas del congreso, El Espectador difundió en primera página una investigación sobre narcotráfico titulada “Revelaciones sobre Pablo Escobar” en la que cuenta las sindicaciones y procesos sobre tráfico de narcóticos del entonces representante a la Cámara suplente. El 12 de septiembre, menos de una semana después, Escobar se margina de su movimiento político Alternativa Popular.
Un postulado de García Márquez, de la columna citada arriba, sostiene: “El gran peligro de la relectura es la desilusión. Autores que nos deslumbraron en su momento podrán —y casi siempre pueden— resultar insoportables. Es algo como lo que sucede con la novia de colegio…”. Desafiando la opinión del nobel, debo decir que la relectura del periódico de 1983 no me desilusionó, al contrario, resultó un ejercicio revelador. Con casi cuarenta años de distancia, identifiqué en titulares y enunciados del rotativo al que pertenecía la página encontrada en el Mónaco, una preocupación nacional: qué lugar ocupamos en la historia mundial. Empecemos por el titular que corona la portada: “Colombia subió muy alto”, una nota en la que el periodista Rafael Mendoza escribe sobre la reconquista del liderazgo en la montaña que el ciclista Patrocinio Jiménez había realizado en la Vuelta a Francia. En una parte del artículo dice: “Esta mañana ya los diarios franceses se habían olvidado de los colombianos, los habían condenado al olvido de tantos corredores que se pierden en el anonimato de las casillas intermedias”. Se revela una orfandad de atención que el deporte a veces soluciona, aunque temporalmente. Por su parte, Clarita Duperly de Restrepo escribe su editorial en la página 4-A llamado “¡Arriba Antioquia!”, aferrándose al buen regionalismo como la mejor manera de enfrentar la violencia desatada por la mafia en la región: “El famoso refrán popular de ‘antioqueño no se vara’ que los paisas hemos repetido por generaciones con cierta arrogancia, que parece molestaba bastante al resto de nuestros compatriotas, con justa razón, ya que iba cargado de una buena dosis de autosuficiencia, lo estamos viviendo ahora, pero con la humildad que nace del sufrimiento de un pueblo que ha visto derrumbarse en poco tiempo lo que más amaba y en lo que cifraba su mayor orgullo”.
Pero es al lado de la columna de Cano, en “El exilio”, escrito por Caballero, donde la preocupación es literal: “Simón Bolívar […] decía desencantado en una de sus últimas cartas: ‘Lo único que se puede hacer en América es emigrar’. Bolívar era el libertador de media América; de esa América que, precisamente, era la tierra de promisión a la que se emigraba, y no al revés. Y se emigraba a ella porque era una tierra ‘sin historia’, como la definió Marx desdeñosamente; o que —como había dicho Hegel, más desdeñoso todavía— sólo había contribuido a la historia con la invención del aguardiente”.
Y con la producción y distribución de cocaína, si el regionalismo nos permite el complemento.
En tierra de verdades amañadas, regresar al buen periodismo quizás ayude a aceptar que el narcotráfico, ligado de muchas formas a la política y al regionalismo demagógico, ofrece un relato más honesto de nuestra historia nacional.
* Cielorraso es un proyecto de creación que se empezó a escribir en el colectivo Narcoslab (@narcoslab_co). Una primera versión se publicó en el libro EXPURGO, edificio Mónaco, Policéfalo Ediciones, 2021 (@policefalo.productions).