Salsaludando
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por FERNANDO MORA MELÉNDEZ • Fotografías de Juan Fernando Ospina
Cheo Feliciano lanzó en 1975 una canción en la que hacía un homenaje a distintos lugares de Venezuela, en la que iba recordando, en un vagabundeo, sitios queridos y algunos amigos. Se llamaba Salsaludando. Inspirado en esa melodía, Elmer Vergara, uno de los primeros directores que tuvo Latina Stereo, le sugirió al locutor Jairo Luis García que probara en cabina una idea parecida. García no tenía nombres de personas para saludar en ese momento, estaba recién llegado a la emisora. Se le ocurrió inventar algunos; luego tomó prestados sitios de la urbe, los que aparecían en una de las páginas más leídas del periódico, los clasificados. El tono se fue depurando a medida que la gente de verdad, desde las barriadas, empezó a llamar para recordar a alguien de su esquina salsera, a sus compinches de ritmo y hasta a sus compañeros de labores en alguna bodega, oficina, lavadero de taxis o venta de jugos.
Los nombres de pila, o los apodos, empezaron a oírse los sábados en el horario de seis a diez de la noche. Desde el inicio los oyentes sintieron que aquel gesto era algo más que saludarse; se estaban reconociendo como parte de una tribu urbana en torno a los ritmos afrolatinos y caribeños. Antes de que existieran las redes sociales muchos de los convocados por el son de la emisora tejieron una red de amigos para encontrarse en lo que Sam Shepard llamó ‘‘el país imaginario de la radio”. Con ese poder que tiene el sonido para provocar imágenes, los sitios dichos por un oyente, o por la voz de Jairo Luis, aparecían en la mente de todos junto con las caras de los personajes, así no los hubieran visto en la vida. Luego, los más insistentes con sus llamadas, empezaron a ganar cierta celebridad incluso en otros horarios. Fueron los hermanos mayores de esa tribu quienes en algún momento sintieron que ya era tiempo de verse en un recoveco de la ciudad, con la presencia y la figura, para oír salsa o hablar de ella, cambalachear música, chismes, camisetas y algunos fetiches de la secta latina.
El ambiente del programa se siente en cualquier fragmento. Al fondo se oye el piano sandunguero de Noro Morales, en su canción Vitamina. Entonces suena la voz:
—Seguimos, seguimos saludando… a ver, ¿quién está en la línea?
—Habla Vicky Tru, desde Barcelona, era para saludarlos y dedicarle un disco, El bacán, a Piolín. También es para preguntarle a él por qué que no volvió a saludar, ¿qué pasó?, ¿sería que se pasó a Olímpica?, ¿o a esa otra emisora romántica? También quiero saludar a la gente del ventiadero, a Nena y Pedrito, y a todos allá en el Morro, a Tatatá, a Robin Salsa…
—No se le olvide Tornillo —le recuerda Jairo Luis.
—¿Y usted por qué habla de Tornillo?
—Porque yo lo conozco.
Si él lo dice es porque lo ha visto, se ha cruzado con Tornillo en la calle, cuando alguno se presenta a sí mismo, o en los conciertos, como el de las leyendas de la salsa, donde los oyentes legendarios de la emisora como Bozo’ e leche, la Vieja Chila o Chucho Boogaloo, recibían aplausos por igual que las estrellas de las orquestas.