Junio 2025

90 años de la muerte de Gardel

por JUAN FERNANDO RAMÍREZ ARANGO

Estatua de Carlos Gardel ubicada en el barrio Manrique. Fue reemplazada por una de bronce al ser destruida por accidente en mayo de 1973, cuando dos borrachos se abrazaron a la estatua y la tumbaron. Fotografía: León Ruiz, 1969. Archivo Biblioteca Pública Piloto. 

El 24 de junio de 1935, ocurrió el accidente aéreo más recordado de la historia de Medellín, el cual terminaría con la vida de Carlos Gardel. El avión, un trimotor Ford F-31, de la compañía SACO, piloteado por un aviador estadounidense, llamado Stanley Harvey, despegó de Bogotá a las 12:30 PM, rumbo a Cali, donde Gardel tenía programado un concierto en el Teatro Jorge Isaacs.

A las 2:26 PM, el avión hizo una escala en Medellín, en el Olaya Herrera: en tanto lo abastecían de combustible, los pasajeros fueron a tomarse un refrigerio en el bar del aeropuerto. El itinerario del vuelo había sido publicado en El Colombiano y por eso el Olaya Herrera estaba lleno de fanáticos que querían ver a Gardel, quien firmó sus últimos autógrafos.

A las 2:50 PM, los pasajeros estaban de vuelta en el avión, el cual ya no estaba siendo piloteado por el aviador estadounidense, sino por uno colombiano, Ernesto Samper Mendoza, quien además era copropietario de la SACO.

A las 2:53 PM, Samper Mendoza encendió el motor del avión: aceleró, atravesó la pista de norte a sur, llegó hasta el final y dio media vuelta en espera de la señal para poder despegar.

Mientras Samper Mendoza esperaba la señal de vía libre, o sea que el señalero levantara la bandera a cuadros, por la calle de carreteo que desembocaba en la pista apareció otro avión trimotor, denominado El Manizales, de la compañía SCADTA, que estaba por volar a Bogotá.

A las 2:55 PM, el señalero levantó por fin la bandera a cuadros, entonces Samper Mendoza aceleró el avión en el que iba Gardel. Simultáneamente, en la calle de carreteo también le dieron vía libre al piloto del Manizales.

¿Qué pasó después? Tras 250 metros de aceleración constante, Samper Mendoza no pudo elevar el avión, siendo desviado por el viento hacia la calle de carreteo, donde recorrió 260 metros más, estrellándose de frente contra El Manizales: los relojes de ambos aviones se detuvieron para siempre a las 2:58 PM. Al día siguiente, las portadas de los principales diarios del mundo se las robaban titulares luctuosos como este, situando a la capital de la montaña en el mapa: “Gardel y 16 personas más mueren carbonizadas en Medellín”.

El Diario de Buenos Aires, 1935.

Gardel iba en el asiento delantero del avión, detrás del piloto, ambos murieron de forma instantánea. Su cuerpo tenía quemaduras de cuarto, quinto y sexto grado. Fue encontrado boca abajo, aplastado por las válvulas de uno de los motores. Lo identificaron fácilmente porque en el brazo izquierdo llevaba una pulsera de oro con esta inscripción: “Carlos Gardel, Jean Jaurés 735, Buenos Aires”, la cual correspondía a la dirección de su casa, donde hoy queda un museo en su honor. Junto al cuerpo de Gardel encontraron las partituras de “Cuesta abajo”, con este verso intacto: “Sabía que en el mundo no cabía”.

Dentro de las maletas calcinadas de Gardel sobrevivieron doce monedas de oro acuñadas en distintos países, varios frascos de polvos, pomadas y pinturas para maquillaje, dos cortauñas, un puñal de plata con incrustaciones de oro, cuatro calzadores de acero y una chequera en blanco.

El último cheque lo había endosado la noche anterior, luego de presentarse en “La Voz de la Víctor”, una emisora bogotana. Allí, tras cantar “No te engañes corazón”, pronunció esta despedida: “Si alguna vez alguien llega a preguntarme sobre las mejores atenciones que he recibido a lo largo de mi carrera, les aseguro que no podré dejar de mencionar al pueblo colombiano. Gracias, amigos. Muchas gracias por tanta amabilidad. Yo voy a ver a mi vieja pronto. Y no sé si volveré, porque el hombre propone y Dios dispone”.

Tras ese largo adiós, Gardel volvió al Hotel Granada y jugó una partida de póquer que, como si hubiera apostado la vida, tardó más de la cuenta, lo que condicionó el vuelo al día siguiente, ya que el piloto había sugerido viajar temprano para evadir la niebla del macizo central y llegar a Cali directamente. Sin embargo, Gardel no madrugó y la escala en Medellín se tornó inevitable: “Salimos tarde y el piloto debió cambiar su plan, poner menos gasolina porque ya habría neblina espesa y por lo tanto descender en Medellín”.

Esos detalles se conocieron 45 años más tarde, en 1980, cuando el único superviviente de la tragedia que seguía vivo por fin se decidió a hablar, en una crónica que reprodujo El Mundo bajo este título: “Yo vi morir a Gardel”. ¿Quién era? Josep Plaja, un catalán que prefería firmar su nombre de pila en castellano, José, y al que los amigos llamaban Joe, salvo Gardel, que le decía Che Plaja.

Periódico El Mundo, julio de 1981.

José nació en 1900 y a los 19 años se fue a buscar fortuna en Nueva York, donde consiguió trabajó en el departamento español del banco Lionello Perera: “Allí estuve cinco años y llegué a ser jefe, pero me cansé y probé suerte como importador”. Comenzó importando corcho aislante y después armas, hasta que los republicanos le pusieron una muralla arancelaria a todo y quebró: “No hubo nada que hacer y tuve que liquidar”.

Luego de tocar fondo económico, se empleó como mozo de limonada, o sea de mesero que solo sirve licores, lo que le dejó secuelas permanentes, pues a sus 80 años seguía bebiendo cinco cocteles Negroni por la mañana: “Dice que el alcohol le ayuda a pasar la vida”.

Su siguiente paso vital lo dio en Éxito Productions, como traductor y extra, haciendo el debut en Cuesta abajo, en el papel de un guitarrista que secunda a Gardel: “Carlos entraba furioso pues acababa de tener un altercado con su amante y yo le digo: Usted no debe cantar esta noche. Y él contesta: Cómo no, si esta noche es mía”.

A Gardel le cayó bien y después de tres películas más, El Tango de Broadway, Tango Bar, y El día que me quieras, lo contrató de secretario privado y profesor de inglés: “Yo dedicaba sus fotos a las admiradoras y llegué a imitar tan bien su firma que siempre me hacía bromas: Che Plaja, es tan similar que un día me vas a retirar todos los fondos del banco”.

Aunque sus fondos bancarios aumentaron 60 mil dólares tras esas cuatro películas, Gardel realizó la mayor parte de su última gira en barco porque desconfiaba de los aviones: “Nunca subiré a un avión”, le había jurado a su progenitora. Nueva York, San Juan, La Guaira, Puerto Cabello, Maracaibo, Lagunillas, Curazao y Aruba en barco, aunque ahí, en esa isla, rompió el juramento, ya que retornó a Curazao en un avión trimotor Fokker de la compañía Royal Maatschappy Airlines, era la primera vez que viajaba por vía aérea, corría la tarde del 28 de mayo de 1935. Curazao, Barranquilla, Cartagena y Barranquilla en barco y después todo en avión: Medellín, donde se presentó el 11, 12 y 13 de junio en el circo-teatro España, luego Bogotá, y la fatídica escala en Medellín rumbo a Cali.

A las 2:50 PM, cuando el avión había sido reabastecido de combustible, los pasajeros estaban de vuelta en sus asientos y faltaban tres minutos para que se encendieran los motores, le tomaron la última foto a Gardel, junto al piloto, el radioperador y tres personas de su comitiva, empezando por el letrista Alfredo Lepera. José no quedó en la foto porque su asiento estaba en la fila de atrás, junto al baño: “Me senté y tomé La Vorágine, de Rivera, que venía leyendo”.

La última foto de Gardel. Autor desconocido.

José estaba tan embelesado con La Vorágine que se le olvidó ponerse el cinturón de seguridad: “eso me salvó”. El tiempo se le fue volando y ocho minutos después, a las 2:58 PM, sintió el impacto del desastre: cayó de costado en el pasillo, se quemó uniformemente todo el cuerpo y salió despedido del avión como si fuera una bola de fuego: “Hay un hombre de Medellín que todos los años me envía una carta y una postal. Él fue quien me apagó con un extintor cuando caí a la pista”.

José y el otro superviviente de la comitiva de Gardel, su tocayo el guitarrista José María Aguilar, fueron trasladados de urgencia a la clínica de La Merced. Allí, les salvaron la vida, los estabilizaron y días después José fue remitido al Medical Center de Nueva York, donde le amputaron las manos, le hicieron una nariz con injertos de las piernas, le pusieron orejas de plástico y lo sometieron a múltiples cirugías reconstructivas de la cara. Además, perdió la vista durante más de siete años, hasta que volvió a España en 1942 y la recuperó en un 70% gracias a las intervenciones del famosísimo oftalmólogo Ramón Castroviejo.

¿Qué pasó después? “En los años posteriores le dolieron mucho las historias disparatadas que se escribieron, por ejemplo, que Gardel estaba vivo, incluso llegaron a decir que José era Gardel desfigurado. Por eso se refugió en los libros y en los cigarrillos, se fuma tres o cuatro paquetes diarios”.

José Plaja.

Posdata 1: Al día siguiente del accidente, luego de una misa matutina en la Iglesia de la Candelaria, donde resaltaba su ataúd de lujo, pagado por la Paramount, Gardel fue sepultado en el Cementerio de San Pedro, ante una multitud desconsolada: “El sepelio de las víctimas fue una imponente manifestación de pesar”, señaló El Tiempo en primera plana.

Posdata 2: Seis meses más tarde, el 17 de diciembre de 1935, el cadáver de Gardel fue exhumado y trasladado a un ataúd nuevo, el cual fue empacado en dos cajas, una de zinc y otra de madera rústica, y recubierto por una tela impermeable con el fin de llevarlo intacto a Buenos Aires, donde llegó por vía marítima el 5 de febrero de 1936, para ser velado en el Luna Park y enterrado en el cementerio de Chacarita.

Posdata 3: José murió el 9 de septiembre de 1982, aunque llevaba 47 años de purgatorio: “José solía decir que él murió en el accidente, que lo que vino después no fue vida”.