Ahora busco El Blumen, el viejo café situado en Niquitao donde se reunían a conversar, a tomar aguardiente y a escuchar bambucos, pasillos y danzas, hasta el amanecer, los estudiantes de la Universidad de Antioquia y los escritores, poetas y músicos de la primera mitad del siglo XX: Tomás Carrasquilla, Tartarín Moreira, León Zafir, el vate González, Ciro Mendía, Efe Gómez y Manuel Ruiz Mejía —el célebre Manuel Blumen, un hijo de tenderos del barrio que se volvió famoso con su dueto Blumen y Trespalacios—. Nadie puede ayudarme a encontrar el sitio.
Sigo caminando por las calles llenas de ruido por donde hoy transitan cientos de buses. Entonces pienso que hace tiempos la bulla que por aquí se escuchaba no era la de los motores diésel. Era la de la música de los célebres carnavales decembrinos, que también nacieron en Guanteros.
Ahora subo por la calle Bomboná. Aquí tampoco quedan restos de los bares y los restaurantes que fueron escenario de esa vida bohemia que juntó bajo los aleros de estos techos a fabricantes de vihuelas, guitarras y tiples como Raimundo Arango, o a diestros ejecutantes de la vihuela como Cesáreo Mesa y Francisco Ortega, o a compositores como Juan Yepes, el primero en musicalizar las estrofas de El canto del antioqueño, de Epifanio Mejía, que después se convirtió en el himno de Antioquia.
Creo que todo empezó a cambiar desde 1970, cuando fueron demolidas las primeras casas viejas de la carrera Junín y de las calles Pichincha y Amador. La nueva Avenida Oriental, que cruzó de sur a norte el Centro de la ciudad, partió en dos la parte baja del barrio. Hoy en ese lugar están el almacén Éxito y el Parque San Antonio. A unos doscientos metros, sobre la Avenida Bolívar, está la estación San Antonio del metro.
Cae la tarde. Por fin llego a la casa de las Ramírez. Es una casa de fachada antigua y de puertas y ventanas rojas, situada en la calle Bomboná, cerca del cruce con la carrera Girardot. Hace unos años, esta era una edificación de piezas grandes, con una bodega abandonada y un largo callejón lateral. La bodega era la caballeriza, y el callejón, la puerta por donde entraban los caballos. Una más de esas casas viejas del Centro que se resisten a ser demolidas.
Hoy este viejo y hermoso caserón es la sede del grupo Matacandelas. Cristóbal Peláez, su director, me abre la puerta. Por dentro, la casa ha sido reformada. Ahora tiene una moderna sala de teatro dotada con excelentes equipos de iluminación y sonido, una sala de ensayos y hasta un “cantadero”: una sala de música donde se han presentado bandas nacionales e internacionales de todas las corrientes del rock contemporáneo.
Desde su creación, en 1979, el Colectivo Teatral Matacandelas navegó por la ciudad como un barco sin puerto durante más de diez años. En 1991, el barco echó sus anclas en esta calle y empezó a reconquistar para el teatro el barrio Guanteros.
El Matacandelas es un digno heredero de la vocación errante de Pelón Santamarta y de los teatreros que montaron la tragedia de Voltaire en este mismo barrio en 1831. En sus más de 32 años de vida, el grupo ha tenido diecinueve giras internacionales en países como Portugal, España, Francia, Bélgica, Guatemala, Cuba, República Dominicana, Venezuela y Perú; ha participado en 79 festivales internacionales de teatro y 69 nacionales. A lo largo de estos años, por las puertas de esta casa han desfilado más de un millón cuatrocientos mil espectadores.
Sigo caminando por la calle Bomboná. Una cuadra más arriba, en la carrera Pascasio Uribe, en dos viejos caserones construidos a fines del siglo XIX, también han abierto sus puertas al público La Pascasia y Elemental Teatro.
La Pascasia es la sede cultural de un grupo de músicos, artistas plásticos y realizadores audiovisuales que se unieron hace dos años para crear un lugar donde coexisten un sello de discos —Música Corriente—, dos orquestas, una galería de arte, una librería y un café.
La casa tiene un patio central con un totumo grande, rodeado de cuernos, helechos y bifloras. En la que era la cocina del viejo caserón está el café. En la parte de atrás, donde antes había un solar y después una bodega, ahora hay un auditorio. El escenario donde se presentan cada semana las dos orquestas de planta de la casa, formadas por músicos jóvenes y veteranos que aman el tango, el jazz, el rock… Ellos también son dignos herederos de los viejos músicos que nacieron y vivieron en estas calles.
Sentado junto a un jardín de enredaderas, viendo a los muchachos que toman cerveza o café o se comen una empanada mientras esperan que empiece el concierto de la noche, pienso: Guanteros se perdió en Medellín. La ciudad se lo tragó. Casi todas sus viejas casas fueron demolidas. Pero el alma de sus músicos, sus teatreros y sus poetas sigue viva. Ahora ellos están volviendo a sus calles… Y ya no hay más bailes de garrote.