Como si fueran plano y contraplano de la misma secuencia, cuatro días después de la muerte de David Lynch, ocurrida el 15 de enero de 2025, Víctor Gaviria cumplió 70 años. Aunque no era la primera vez que esos polos opuestos coincidían, ya que dos de sus películas, Wild at heart y Rodrigo D, compitieron por la Palma de Oro en Cannes durante la edición de 1990, donde resultó injustamente ganadora la de Lynch.
Aparte de Ramiro Meneses, a Cannes no pudo asistir ninguno de los otros protagonistas de Rodrigo D, todos habían sido asesinados y Wilson Blandón, alias el Alacrán, que sería borrado del mapa en octubre de ese año, no fue porque tenía una orden de captura, entonces Víctor llevó al coguionista, Ramón Correa, quien, faltando una semana para el rodaje, atracó un granero en Manrique Oriental y quedó por fuera del elenco, los tombos le echaron mano en Policlínica, donde fue a parar con su compinche, al que le habían pegado un tiro en el vientre y otro en el pulmón, Ramón no lo quiso delatar y le dieron 36 meses de cárcel en Bellavista, por hurto calificado y lesiones personales, corría octubre de 1986, año que inauguraría el homicidio como principal causa de muerte en Medellín.
Durante su estancia en Bellavista Ramón le remitió un sinfín de cartas a Víctor Gaviria, en una de las primeras se lee esta frase: “Sé que están rodando Rodrigo D, cuánto añoro ese nombre”. Y es que Ramón había llegado a Rodrigo D de rebote, luego de ver un aviso de prensa en el que se solicitaban actores de su edad, 16 años, para una serie de televisión juvenil llamada Décimo Grado. ¿Por qué le habrá interesado esa convocatoria si uno de sus rasgos distintivos era no ver televisión? El casting tendría lugar en Tiempos Modernos, la productora de Víctor Gaviria, al que acudirían más de trescientos aspirantes: “Nos hicieron pasar a un salón y empezaron a interrogarnos acerca de las experiencias del colegio”. Ramón superaría el casting en el primer intento, pero la serie, finalmente, no sería rodada en Medellín, sino en Bogotá, por Cenpro, una productora rola: “El programa no se hizo y estos manes como que se olvidaron de nosotros. No, ni mucho menos, pa nada, cuando a los dos meses, ¿sabe qué?, llaman de Tiempos Modernos para que pase por allá y lleve a otros dos parceritos”. Uno de los dos parceritos era Ramiro Meneses. ¿Para qué los necesitaban? “Nos ganamos un concurso de guion en Focine y vamos a hacer una película titulada Rodrigo D”.
La conexión entre Ramón y Víctor sería instantánea, gracias a esta coincidencia significativa: ambos provenían del mismo pueblo, Liborina. Precisamente después de un viaje que hicieron juntos a Liborina, en el que Ramón pasó una noche en la cárcel por fumar mariguana en público, comenzaron los ensayos grabados de la película, donde Ramón opacó a todos los demás, interpretándose a él mismo, un jíbaro de San Blas que vende diablitos en los colegios del sector y que concibe el mundo alrededor de una palabra recién nacida en Medellín: “botado”, o sea algo fácil de hacer, cuando el contexto es robar o matar. Por eso el sentido de la película inicia con esta frase: “Mirá esa moto tan botada, no tener un fierro pa robármela”, dicha por el actor natural que reemplazó a Ramón, esto es, Jeyson Idrian Gallego, alias el Trapia, el del El pelaíto que no duró nada, y la réplica de Rodrigo es inolvidable: “Botado estás vos, estoy yo y estamos todos”.
Luego de pasar veintiocho meses en Bellavista, donde era conocido como Ramón el Caspetero, porque montó un caspete en el patio de reseña, en el que también vendía diablitos y movía armas blancas, sería trasladado a la cárcel de Fredonia, le restaban ocho meses de condena: “Aquí todo bien en esta nueva cárcel. El desayuno arepa con pan, comestible, no aguamasa como en Bellavista”.
En todo ese tiempo tras las rejas, como si estuviera tachando los días en la pared, Ramón no dejaría de escribir ni una sola noche en su diario personal, que estaba codificado así por ser el único testigo de su vida delictiva: las letras a, e, i, o, u, r, t, n, p y q eran sustituidas por los números 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9 y 0. Un código muy primitivo que escondía algo más revelador que un prontuario juvenil, esto es, una larga serie de poemas que parecían hechos por un generador de caracteres sintonizado en Metrallo: “Llegué y me tiré a la celda / más perdido que un hijo de puta / pensaba en los parceros / que mataron en estos días y me llené de tedio / en esas llegó Calidad que tampoco le vino la visita / y lo mandé por tres cosos para calmar la ironía”.
Semanas después de escribir esos versos libres, el primero que lo visitó en la cárcel de Fredonia fue Víctor Gaviria, para comunicarle una buena y una mala noticia. La buena: “Le dije que su nombre, Ramón Correa, estaba en los créditos como coguionista, para alegrarlo con la idea de que su huella sí estaba en la película, de una manera efectiva y profunda”. La mala: “Tumbaron al Burrito”. El Burrito, Leonardo Fabio Sánchez, es el actor natural que, en la secuencia del Temprano, fiel a su alias, confunde una cuarta con una cuadra, y también el que sugirió que le añadieran al cinéfilo título Rodrigo D la máxima del punk: “No futuro”.
Una vez en libertad, de vuelta en la lleca, Ramón consiguió camello en una cafetería de Prado, cuyo nombre negaba el título de la película: “Mi futuro”. Además, participó en Yo te tumbo, tú me tumbas, documental para la ZDF de Alemania sobre los pistolocos de Rodrigo D que seguían vivos. Posteriormente, vino la invitación a Cannes, el 27 de marzo de 1990, el mismo día que fue asesinado Carlos Mario Restrepo, la Rata Mona, el actor natural que interpreta a Adolfo, el cuñado de Rodrigo: “Le pegaron varios tiros en la cara con una escopeta recortada. Yo no pude celebrar la invitación a Cannes. Me encerré en la casa a llorar”. Faltaban 45 días para el estreno.
Ramón aterrizó en Cannes a última hora, cuando Ramiro Meneses y Víctor Gaviria ya estaban allá, se fue patrocinado por una agencia de viajes y con doscientos dólares en el bolsillo, donados por un mecenas anónimo. Tras el aplaudido estreno de la película, Ramón estuvo muy nervioso en la rueda de prensa, aunque una de sus respuestas sería reproducida dos días más tarde, el 14 de mayo de 1990, en un artículo de la revista Time titulado “Lights! Camera! Murder!”: “Pablo Escobar started off robbing cars, just like me, then became the boss of it all. He’s our role model”.
Terminada la rueda de prensa, Ramón se desentendió del resto del festival y se fue a realizar en las calles de Cannes la palabra que mejor lo estereotipaba, como recordó Ramiro Meneses en un artículo titulado “Cannes fue una rueda de Chicago”, publicado el 27 de enero de 1991 por El Espectador: “Al hombre le parecía que todo estaba botado, que era como un basurero reciclable de donde él podía agarrar chaquetas y relojes, y motos y carros porque los dejaban sin seguro”.
Ramón volvió a Metrallo cargado de regalos y muy flaco, no le había gustado la gastronomía francesa y se había cansado de comer pan, queso y vino: “Estos franceses no saben cocinar, les voy a traer a mi cucha pa que les enseñe”. Llegó donde la cucha y retomó de una su placita de vicio, sin dejar de reunirse frecuentemente con Víctor Gaviria: “Nos manteníamos juntos, pensando en argumentos para películas”. Hasta que un día apareció con el cuento de que lo iban a matar: “No sé por qué Ramón nunca pudo indicarnos de dónde venían sus temores. Tal vez alguien cercano a sus enemigos se los anunciaba y se los mantenía frescos”.
Ese cuento de muerte sin victimarios reconocibles, la psicosis de Metrallo, finalizaría el 8 de enero de 1991, cuando apenas arrancaba el que sería el año más violento de la historia de esa necrópolis, con 7081 homicidios. Eran las dos y pico de la tarde y Ramón había acabado de terminar un poema, escrito con una máquina portátil naranjada que le había regalado Víctor Gaviria. En el poema narraba cómo se les había escapado a tres atracadores quince días antes, el 26 de diciembre de 1990, afuera de la iglesia del barrio, mientras esperaba a Derly, su novia: “Vuelven los pillos, tres, amparándose en el tibio atardecer: sabe qué, parcero, quítese la chaqueta…”. Entonces Ramón salió a la acera a estirar las piernas y, como si el poema hubiera quedado en puntos suspensivos, vio que dos desconocidos preguntaban algo en la casa de Derly: “¿Los reconoció? ¿Intuyó de pronto que habían venido por él? Ramón les dio la espalda y se dirigió lo más rápido posible hacia la puerta de su casa, de un salto que lo debería salvar, pero los dos hombres reaccionaron y lo asesinaron a tiros por la espalda”. Tenía 20 abriles.
Posdata 1: En Yo te tumbo, tú me tumbas, Ramón dice lo siguiente: “Uno se muere, pero la guerra no”. Frase que se convertiría en el epitafio de su familia, ya que sus dos hermanos serían asesinados meses más tarde, primero el menor, Sandro, al que más quería y cuidaba Ramón por ser el único bachiller de los tres, lo mataron cuando fue a ver una casa para alquilar en Aranjuez, y al mayor, Nelson, lo tiraron al piso las milicias populares de Bello.
Posdata 2: El 19 de febrero de 2004, en el discurso de aceptación del doctorado honoris causa de comunicador y periodista otorgado por la U. de A., Víctor Gaviria mencionó a Ramón: “Yo sonreía al escuchar a mi amigo Ramón Correa, guionista de Rodrigo D y poeta adolescente que murió a los 20 años, dejando como recuerdo docenas de cuadernos de diario salpicados de poemas…”. Nueve años antes, en 1995, como si le estuviera sacando los restos a Ramón simbólicamente, Víctor hizo una selección de esos poemas y resultaron ganadores de la Beca de Poesía de Colcultura: “Yo ya no sé si llegará primero el sol o la penumbra / yo ya no creo ni en mí mismo / todo me trampió”.
Posdata 3: Esta fue la última anotación de Ramón en su diario, la del largo adiós: “Suerte recolector de mi vida”.