Debió de ser en el 2005. Fui, como tantos sábados, a La Musiteca, y Saúl me tenía “algo que quizás le guste, viejo Mario”. Era The Last Time I Did Acid I Went Insane, el primer álbum oficial de Jeffrey Lewis. Me gustaron esas canciones al instante porque, como las de Leonard Cohen, tenían algo maravillosamente narrativo. Sin ser un gran intérprete, Lewis lograba transmitir con extraordinaria vivacidad el mundo del Lower East Side neoyorquino. Entonces, la zona no era la ciudadela gentrificada que es hoy; los alquileres aún eran baratos, se podía comer bastante bien y, en alguna esquina de Williamsburg, ver a las glorias sobrevivientes del movimiento beat.
Por petición de Saúl, traduje tres canciones del disco. Quise publicarlas, pero, por una razón u otra, fui aplazando el proyecto. Hasta que, hace poco más de un mes, el algoritmo de YouTube me devolvió una música y un tiempo que ya había olvidado.
En esos días se conmemoraba el octavo aniversario de la muerte de Leonard Cohen. Así que, sin pensarlo demasiado, me puse a recrear (en el español de Colombia y tomándome algunas libertades) una gran canción que es un homenaje a otra gran canción.
Sexo oral en el Hotel Chelsea
—
por JEFFREY LEWIS Y THE JUNKYARD – VERSIÓN DE MARIO JURSICH
Ilustración de Señor OK
Caminaba por la calle 23, cansado y solo.
Sabía que, al llegar a casa, mi compañero de apartamento estaría dormido.
El letrero de neón rojo anunciaba el Hotel Chelsea,
donde Nancy, Sid Vicious y mi amigo Dave vivieron una vez.
La calle se extendía fría y oscura bajo mis pies.
No obstante, mi atención estaba vagamente puesta en la gente que iba detrás de mí:
dos pelados, quizá homosexuales, vestidos con trajes al estilo raver
y una chica con gafas que lucía bastante bien.
Su cabello corto y rizado enmarcaba
un tatuaje en su espalda que apenas pude ver
porque llevaba una camisa roja, sin mangas y con tirantes.
(Solo lo noté más tarde, no en ese instante.)
Sin embargo, pude escucharla mientras hablaba
de una canción que conocía bien,
la canción de Leonard Cohen sobre el Hotel Chelsea.
Sonreí para mis adentros cuando mencionó
la parte de la letra que habla
de una mujer chupándosela a un tipo en una cama revuelta
y cómo ella la consideraba escandalosa.
En ese momento, me sentí inusualmente valiente.
Podría haberlos dejado riéndose y haberme ido a mi casa.
Pero decidí girarme, mirarla y preguntarle:
“¿Leonard Cohen?”. Tan simple como eso.
Ella se sorprendió, pero alegremente,
al ver que ahora tenía un testigo que respaldaba su historia.
Me miró con sus grandes ojos detrás de las gafas
y exclamó: “¡Ves! ¡Te lo dije!”, dirigiéndose a los otros dos pelados.
Mi historia podría haber terminado allí.
Pero empezamos a hablar de Leonard Cohen,
sobre lo geniales que eran sus letras y cómo cantaba
con tanta sinceridad que debía de ser verdad lo que contaba.
Aunque, por lo general, las mujeres
no me encuentran interesante al principio,
allí estábamos, riendo y charlando,
como si de verdad pudiéramos entendernos.
No mencionamos directamente la letra a la que ella había aludido,
pero estaba implícita en nuestra conversación.
Y fue mejor así porque sus amigos parecían interesados en otra cosa o,
al menos, así me lo pareció a mí.
Yo escuchaba el débil murmullo de una oportunidad,
aunque ahora que vuelvo atrás es fácil pensar
en todas las cosas que podría haber dicho para impresionarla.
Ten en cuenta la triste verdad mientras te lo cuento:
en realidad solo hablamos uno o dos minutos,
nunca supe su nombre y ella nunca supo el mío,
pero lo pasamos bastante bien en ese momento.
Y, aunque suene inverosímil,
escucha lo que me dijo mientras lo recuerdo:
que la letra sobre chupársela a otro en la canción de Leonard Cohen
le había dado “algunas ideas”.
En ese momento, debí preguntarle
si sabía cuánto costaba una habitación doble en el Chelsea.
Pero no lo hice, y sé que fui un tonto.
Lo único que hice fue escribir esta estúpida canción.
Si yo fuese Leonard Cohen o un maestro similar,
sabría que primero te la tienen que chupar
y luego escribir la canción.
Puedes practicar escribiendo canciones de amor todos los días,
pero si no has amado,
entonces no tendrás nada que decir.
Hubiéramos podido chupárnosla en la misma cama
sin necesidad de mencionar a Leonard,
pero yo era demasiado tímido para sugerirlo.
Así que, en su lugar,
cuando los tres se pararon a mirar por la ventana de un pub,
me despedí y les deseé buenas noches,
aunque no era mi intención hacerlo.
Saludé mientras nos alejábamos.
Supe que no la olvidaría
porque ella dijo, misteriosamente: “Nos vemos más tarde”.
Así que ahora, cada vez que camino por la calle 23,
espero encontrármela de nuevo.
Y, por cierto, siempre paso por la calle 23,
donde el letrero en rojo brilla con el nombre del Hotel Chelsea,
donde una vez vivieron Nancy, Sid Vicious y mi amigo Dave.
La vida no sigue antiguas melodías,
por eso entonamos nuevos versos para expresar lo vivido.
Si pudiera retroceder en el tiempo y retomar justo donde lo dejamos,
tal vez le tocaría esta canción
y tal vez no se ofendería demasiado.
Ahora escucha, déjame explicarte por qué
hay más en esta situación de lo que parece.
Puedes pensar que es triste y patético
que cante esta canción y que ella nunca lo sepa.
Pero tómate un momento para reflexionar
sobre lo que eso significa
y te darás cuenta de que en realidad es algo maravilloso.
En todo el mundo puede haber gente cantando
sobre personas que apenas conocen.
Y eso me hace sonreír, sí, me hace sonreír.
Y déjame decirte que tú también deberías sonreír,
porque la próxima vez que te sientas solo y triste,
simplemente piensa que alguien, en algún lugar,
podría estar cantando sobre ti.
Es imposible saber si volveré a verla.
Quizás sí, quizás no.
Durante todo este tiempo,
ella podría haber estado cantando sobre mí.