Número 138 // Marzo 2024
Niña camino a la escuela. Palomino, La Guajira. Carlos Humberto Arango, 1999.

Recorrer Colombia con la mirada

Por MARÍA ALEJANDRA BUILES
Gestora Archivo Fotográfico BPP

Los paisajes recorridos por Humboldt, Codazzi, Bolívar, viajeros, botánicos y científicos que arribaron en Colombia atraídos por el exotismo y la diversidad de los territorios han pasado por múltiples miradas y sentires. Se han convertido en postales de contemplación, de deleite estético, de investigación científica, que quedaron como muestras en laboratorios de universidades americanas y europeas. Muchos buscaron pistas genéticas, otros buscaron experimentar el abrasador mundo psicodélico y alucinógeno que se encontraba concentrado en el valle del Sibundoy; o como el mismo William Burroughs que llegó directo desde el primer mundo a probar la ayahuasca. Hay quienes dicen que varios extranjeros se quedaron enganchados en las tradiciones chamánicas. Muchos se insertaron durante años en el espesor de un territorio inexplorado, esperando encontrar respuestas. 

Los lugares que por miles de años han deslumbrado la mirada de foráneos quedaron documentados en crónicas de viaje que narran las proezas de los viajeros en búsqueda de lo desconocido; grabados y acuarelas que desde la imagen dejaron un testimonio de los hallazgos, el entorno botánico y sociocultural que se encontraban a su paso. 

La fotografía se sumó a los quehaceres científicos que indagaban en la riqueza del territorio y se convirtió en un insumo fundamental para la investigación desde múltiples enfoques y perspectivas. En la historia de la fotografía en Colombia puede encontrarse una larga lista de fotógrafos errantes, que saltaron de una región a otra dejando huella visual de lugares inaccesibles, perdidos en la geografía indescifrable, consolidando una rica muestra del entramado sociocultural del país.

Desde los años ochenta, el trabajo fotográfico de Carlos Humberto Arango ha dialogado con los intereses de los viajeros expedicionarios de los siglos XVIII y XIX, explorando zonas del país que, por su inaccesibilidad y lejanía, han quedado al margen de cualquier cartografía. Él ha creado su propio mapa fotográfico, insertándose en escenarios anónimos para el turismo convencional, creando una “poética del viaje”, ahondando en un tejido de experiencias que dan cuenta de la pasión de un “fotógrafo ambulante”, en el que se percibe un fuerte vínculo entre lo estético y lo aventurero. 

Devela a profundidad la esencia de zonas que, por circunstancias como la precariedad en el transporte, la escasez de recursos y la situación sociopolítica, han quedado al margen del resto del país. Estas imágenes amplían la percepción de los territorios, unen distancias a través del lente y contemplan la vida más allá de lo turísticamente posible. 

Arango se inserta en los pliegues de las montañas, en los rasgos humanos más profundos, en la selva agreste, en el caudal pantanoso de los ríos, en los picos de nevados que se han derretido a causa del calentamiento global. Indaga en lo sublime y etéreo de trayectos sin rumbo, que para aquel momento histórico suponían un desafío. 

Sus fotografías son una narración del paisaje en la que los colores, las texturas, las perspectivas y la exploración de diferentes planos consolidan una mirada estética que se convierte en una rica fuente documental que pasa de la contemplación a la creación. Son retratos que tienen voz y reflejan el variopinto universo natural y cultural del país.