Esa nota de El Mundo recoge las diferentes intervenciones que allí se hicieron en medio de un acto protocolario en el que sobresale el chirrido de voces discordantes. Las palabras de la alcaldesa de Apartadó, Gloria Cuartas, quien al referirse a los crímenes cometidos por el quinto frente de las Farc, manifestó, en una actitud de condescendencia con los victimarios: “No creo que el movimiento de las Farc en Colombia tenga la misma posición…”; mientras que, Guillermo Rivera, presidente del sindicato de los trabajadores bananeros, Sintrainagro, dijo: “Hace tres días respaldamos los diálogos regionales planteados por la alcaldesa, y la respuesta de los violentos fue una nueva masacre contra los trabajadores afiliados al sindicato”.
En la parte final de la página se registra la decisión de los marchantes del desfile fúnebre de no permitir que los cuerpos de los difuntos fueran transportados en vehículos, y en un gesto de ira y dolor optaron por cargarlos en sus hombros, convirtiendo el sepelio en una interminable marcha de protesta en contra de las Farc. Al final de las honras fúnebres, en el cementerio, retumbaron algunas voces que en un tono enérgico agitaron su consigna de combate: “Es mejor morir armados que amarrados”.
En los días posteriores a la masacre de La Chinita, la Fiscalía General de la Nación anunció la creación de una comisión especial para identificar, capturar y procesar a los responsables de esa atrocidad. Detenciones fueron y vinieron, desfile de titulares de prensa, espectaculares operativos: al parecer la madeja había sido desenredada y las almas de las víctimas podrían descansar en paz. ¡Qué va! Espectáculo teatral, tragicómico, que tuvo como telón de fondo la persecución judicial en contra de la Unión Patriótica. Impunidad total como epílogo de esta farsa.
En el caso La Chinita, el sistema interamericano sí operó, admitió la denuncia interpuesta por apoderados de víctimas de la masacre en contra del Estado colombiano, por su responsabilidad por omisión al desatender las alertas tempranas y los pedidos de protección que hicieron los dirigentes de Esperanza Paz y Libertad.
Algunas víctimas conciliaron con el Estado. Producto de esta conciliación, el gobierno nacional, el Ministerio de Defensa y la Alcaldía de Apartadó reconocieron su responsabilidad y se comprometieron a indemnizar a las víctimas.
Para nosotros la justicia transicional aparece en la escena como algo fantástico. En materia judicial, de un momento a otro, los muertos empiezan a salir de los escaparates de la historia donde fueron confinados, retornan los recuerdos reprimidos por los traumatismos o por las manipulaciones, las memorias adquieren nuevas dimensiones, las víctimas al fin pueden interpelar a los victimarios y la verdad entra al salón de la danza de las máscaras.
En Justicia y Paz, después de tediosas versiones libres por parte de desmovilizados del quinto frente de las Farc, la Fiscalía de Justicia Transicional hizo un extraordinario descubrimiento: el exterminio de Esperanza Paz y Libertad no fue una ficción, no fue producto de la imaginación. Gracias a este descubrimiento, el fiscal 34 de Justicia y Paz abre el macrocaso “Violencia generalizada contra líderes sociales, sindicalistas, defensores de derechos humanos y miembros o simpatizantes de la Unión Patriótica (UP) y Esperanza Paz y Libertad por su ideología. Victimización por ideología”.
Realizadas las respectivas imputaciones de cargos en contra de los victimarios fueron reconocidas 832 víctimas entre militantes y simpatizantes de Esperanza Paz y Libertad. Hoy este proceso se encuentra en la fase de audiencias concentradas a la espera de tramitar los respectivos incidentes de reparación.
Antes, en el año 2014, después de muchas rogativas por parte de los dirigentes del barrio La Chinita, la Unidad para la Atención Integral de las Víctimas reconoció a esta comunidad como Sujeto de Reparación Colectiva y dio inició al respectivo plan de reparación. De esta manera se reconoció la tragedia que durante varios años sufrieron los habitantes del barrio, se sacó del ostracismo a las víctimas y se construyeron rituales como espacio colectivo para vencer los olvidos.
En nuestra larga historia de guerras y desmovilizaciones, el barrio La Chinita ocupa un paradójico lugar como éxito comunitario y electoral, y, al mismo tiempo, como tragedia colectiva por la violencia ideológica. Ganar fue perderlo todo.