Se toma la pastilla con la aguapanela y continúa:
—¿Usted conoce alguna fundación, un internado?
—¿Para salir de acá?
—Claro. Yo he querido, pero no he podido.
—¿Y qué consumís?
—Marihuana, basuco…
—¿Hace cuánto?
—Desde el año pasado que mi papá se murió. Yo trabajaba con él en un camión y desde eso me vine para acá y no he salido.
—¿Tienes amigos acá?
—Caras vemos, corazones no sabemos. Por acá he tenido hasta mujer. Pero acá no hay amigos.
—¿Cuántos años tenés?
—Veintisiete
Me acerco al que tiene una camiseta negra con el escudo de Superman y debajo la leyenda “Aguapanela para el alma”. Todos lo conocen como Súper Daniel.
—¿Qué hacen ustedes cuando alguien pide entrar a una fundación para rehabilitarse?
—En estos momentos los dirigimos a Centro Día porque no tenemos la capacidad de hacer rescates —me cuenta—. Tenemos una deuda de treinta millones de pesos de padrinos que se comprometieron a rescatar a alguien y lo abandonaron.
—Hay momentos, sobre todo después de un operativo o cuando sufren algún tipo de violencia que se cuestionan ¿yo qué estoy haciendo aquí? —comenta una voluntaria que está con nosotros—. El día que hay un operativo hay cuatro o cinco que se quieren ir.
—¿Y las privadas cuánto valen?
—Si son privadas, todas son pagas y valen mucho —dice ella—, hay algunas en las que ya vale dos millones de pesos la mensualidad.
—¿Y el plan padrino que ustedes tienen cómo funciona?
—Unos amigos de Barbosa nos dejan a setecientos mil pesos si son referidos por nosotros. Lo que pasa es que, en ese caso, si fuera así, el contrato se haría a nombre tuyo. Por lo que nos pasó, porque el día de mañana te quedas sin trabajo, te desapareces, y si lo hacemos nosotros la deuda nos queda.
No sé cómo se hace un censo de la gente que no tiene un domicilio fijo, un techo donde dormir, comer, bañarse. Amar. El último que hizo el gobierno, un año antes de la pandemia, reportó que trece mil personas en todo el país son habitantes de calle, y de ellas, 3788 se encuentran en Medellín. Cifra que no es del todo real.
—¡Están por todas partes! Por eso también nos parece que hay más —me dirá luego Javier Ruiz, economista y fundador de Visibles—. Es evidente, pero no sabemos cuánto ha crecido esta población, sobre todo cuando después de la pandemia vivimos la mayor ola de migración venezolana y muchas familias cayeron en la pobreza extrema.
La mayoría de fundaciones que trabajan con población habitante de calle lo hacen desde la informalidad y lo más difícil es autosostenerse. De hecho, muchas desaparecieron después de la pandemia, o tuvieron que volver a los programas de asistencialismo alimentario y dejar de hacer actividades con las familias que están en riesgo. No es un misterio que nadie quiera apoyar a fundaciones de este tipo porque consideran que es una alcahuetería; y programas como estos que reparten alimentos ocasionalmente son reprendidos por la policía con el argumento de que “estas actividades propician la criminalidad”.
Le pido que nos acerquemos a Nicolás para que lo escuchen:
—Hola, Nicolás —lo saluda Daniel.
—Yo soy un alma en pena, pero quiero salir.
—¿Y tenés familia acá?
—Mi familia está en Copacabana.
—¿Llamamos a tu mamá?
—Sí.
—Dame el teléfono —Nicolás recita el teléfono que se sabe de memoria.
—¿Cómo se llama ella?
—Doña Judith. Debe estar pensando en mí. Hace una semana me volé.
El celular suena y alguien del otro lado contesta:
—¿Doña Judith? Cómo está, estoy por acá con su hijo Nicolás… No le pasó nada malo, él está acá y dice que quiere salir… Ya se lo paso.
—Permiso, muchas gracias, aló… Qué más, má, me alegra oírla, en la jugada… Descanse, descanse usted que sí puede… Hoy me tocó dormir en la calle… Ellos están diciendo que la fundación es en Barbosa, ¿cierto?… Sí me pueden llevar, pero hay que pagar una cuota mensual… Sí, yo la pago vendiendo maní —no puede contener las lágrimas—. Bueno, má, yo le hecho la bendición, Dios la bendiga… No he podido ser un DON ALGUIEN —insiste—. Sáqueme el pase, póngame a manejar… Bendición, bendición.
Cuelga.
—Usted no lleva una semana volado —dice Daniel—. Lleva mucho más, y para una mamá un mes o un año es mucho tiempo.
—¿Qué le dijo la mamá? —le pregunto a Daniel.
—Me dijo que ella está sola y que los hermanos de Nicolás no quieren que vuelva.
El sistema de la Alcaldía para la atención de habitantes de calle invierte más de veinticinco mil millones de pesos anuales. Esto incluye el financiamiento de programas como Centro Día, que tiene cuatrocientos cupos en las noches, pero que puede albergar hasta mil personas en un día completo. Las granjas de resocialización, con 250 cupos. Los albergues con 205 cupos para personas que están en procesos de recuperación de accidentes o de enfermedades como VIH y tuberculosis. La atención para habitantes de calle crónicos —que no pueden valerse por sí mismos y el Estado debe asistirlos—, con 270 cupos agotados. Además, hay seis carros y veinticinco personas que brindan atención móvil en la calle, y dos puntos de atención en Barrio Triste y San Juan con la Oriental que funcionan de 6:30 a. m. a 4:00 p. m. En el último censo nacional también se midió que el 53 por ciento de los habitantes de calle dijo desconocer estos programas.