Nueva faunética
¿Por qué no reemplazar el cóndor del escudo patrio por el hipopótamo? Una vez se extingan los pocos cóndores que existen en el territorio nacional, definitivamente, nos veremos en la penosa tarea de conseguir un animal que lo remplace con creces. No hay un animal más indicado que el hipopótamo. Pensemos en su reproducción, en sus ojos tiernos, en su gracilidad bajo el agua, en la imposibilidad de acabar con su población. En sus porfías y sus peligros. Desplazando, arrasando, metiendo miedo, pisando duro. Dos pájaros de un solo tiro: contrario a extinguirse, el hipopótamo crecerá su población sin medida y, una vez sobrepase el caudal del Magdalena, alcanzará con su onda expansiva otros ríos, luego las ciudades intermedias y por fin llegará a las grandes ciudades para trabajar mano a mano, junto con los hombres, por un mundo mejor.
¿Y si pensáramos en los chimpancés como el animal nacional? Evolucionado desde los circos hasta morir a bala en las calles. El chimpancé que fuma para calmar su ansiedad ante la tribuna y a la vez divierte al público, que está en la zona libre de humo y cercada de crispetas. El chimpancé que se agazapa por naturaleza, una especie en vía de agresión. Un signo invocado últimamente por el racismo más sombrío y solapado. Sería una buena opción, porque también puede ser simpático cuando se le da gusto a su glotonería o, por el contrario, exhibir el rabo bien sea como insulto o lección, según nuestros usos rabiosos o pedagógicos.
¿Y qué hacer con las mariposas amarillas? Ese lugar común de los discursos en la ONU, las carteras de exportación, las carteleras del colegio, las joyas de filigrana y de plástico, los desfiles de Silvia Tcherassi, los billetes, las esculturas de los pueblos… Tal vez volver a los gusanos para aterrizar un poco. El gusano como fuente de inspiración. No estaría del todo mal. No tendríamos ese delirio de belleza alada y más bien pensaríamos en el camuflarse y comer, subsistir antes de arriesgarse a la realidad del mariposario. Y dejar las mariposas amarillas para la ciencia ficción de la patria, para las novelas, las piñatas y las telenovelas.
Para la cena deberíamos convertir al cuy en el plato nacional. Comida figurativa sobre la mesa. Comernos lo que vemos, sin disimulos, verlo con sus dientecillos afilados y su cola entre las crispetas que lo acompañan. Pura comida fusión. ¿Qué tal entrar a cine con el pequeño cuy entre el balde de crispetas? “Término medio con crispetas dulces y saladas por favor”. Eso sería el verdadero cine Colombia.
Tenemos que actualizar el uso de nuestra fauna local e invasora. Abrir el álbum de Jet y revolcarlo, llevar al Ossito a otros museos, es hora de una nueva biología, llegó el momento del cambio.