Número 134 // Mayo 2023

Richter y Cupido

Por SANDRA BARRIENTOS
Ilustración de Sr OK

Las vacaciones escolares solía pasarlas en casa, con mamá y mi hermanito. A ella le gustaba escuchar las noticias y la telenovela eterna del mediodía mientras nos hacía el almuerzo. Comíamos a la una pe eme porque ella empezaba a cocinar a las once a eme. Él jugaba con carritos, rollos de papel higiénico espaciales y tubos de hilo como astronautas, y yo hacía siestas largas mientras me arrullaba una mecedora —que cada vez me quedaba más pequeña— para espantar el calor, como si hubiera brisa de mar, así no conociera más allá de la avenida La Playa. La silla siempre estaba libre porque mi hermanito tenía su propio entretenimiento y ya era muy pequeña para mamá.

Un día, sin buscarlo, encontré un librito que no había devuelto a la biblioteca del colegio —la matrícula de ese año fue difícil, debía una multa de dos meses por no entregarlo— y que además no había abierto. Eran los mitos griegos de Norma. Entonces ya no hacía siesta después del almuerzo en la mecedora, sino que leía un mito hasta que se acabaran las noticias. Leía muy des-pa-ci-o para imaginarme los vientos, los mares, los abrazos, las rabietas olímpicas, las historias de amor, las batallas, colorear las ilustraciones y preguntarme cosas: ¿cómo alguien podía llamarse Deméter, Agamenón, Pérsefone, Menelao? ¿Dizque Clitemnestra o Euristeo?

El 25 de enero del 99, la rutina que habíamos armado se cumplía a la perfección: cocinar, almorzar, ver noticias, jugar, leer. Cuando uno jugaba y la otra almorzaba, yo leía quietecita, concentrada en el mito de Cupido y Psique. En el momento en que Psique descubría el rostro maravilloso del dios del amor, la mecedora se empezó a mover sola, me puse nerviosa por la reacción de Cupido y con los gritos de Venus al defender a su hijo despechado. Mi mamá, muy angustiada por la zarandeada, nos agarró de la mano a mí y a mi hermanito, que pensaba en la sacudida como el arranque de un cohete de papel, para que nada nos fuera a pasar. Paré la lectura. Tenía once años y no podía entender bien por qué una historia así me estremecía tanto y me hacía temblar de aquella forma. Me agitaba y hasta creía que hacía bambolear las paredes, hasta las plantas y las pequeñas porcelanas.

Mientras trataba de comprender, en las noticias interminables, que decoraban con su cadencia el calor del mediodía, anunciaron el terremoto de 6.2 en la escala de Richter que destrozó, casi por completo, a Armenia.

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