El Consejo Estudiantil organizó la obra de teatro La silla, un monólogo. Al final, el actor se pone de pie, riega la silla de gasolina, y la prende en fuego. Junto a Gustavo y otro estudiante, Vanessa desmontaba la obra. Un hombre apareció. Q’hubo, dijo, Gustavo levantó la cabeza. Con cada tiro, Vanessa dio un paso hacia atrás. Uno, y uno, y uno, y uno, y uno. El tirador escapó por la puerta principal. Llegaron más estudiantes, levantaron a Gustavo entre todos y lo montaron a un taxi. El Flaco no estaba en la oficina del Consejo, pero vio salir primero al tirador, luego a Gustavo y compañía.
Sobrevivió: cuatro tiros en los brazos, y uno en la ingle que quedó como en un bolsillo. A los tres días ya estaba de pie. A Vanessa la interrogaron agentes de la policía en rectoría, en frente de Lucila. ¿Usted con quién está? ¿Usted va a la Universidad de Antioquia? ¿Marulanda es eleno? ¿Carga armas? En privado, un estudiante del Consejo Estudiantil pidió asesinar a Lucila. Vanessa le dijo que por nada del mundo: se acordó del niño que a veces la ayudaba en su oficina.
El 12 de noviembre, un comunicado firmado por el Movimiento Restaurador Estudiantil circuló por el colegio dirigido A LA OPINIÓN PÚBLICA. Acusaban al Consejo Estudiantil de acciones terroristas como encapucharse, tirar petardos, dañar enseres, amenazar profesores y directivas, y organizar eventos. Termina con: “FUERA GUSTAVO MARULANDA DEL MARCO FIDEL! NO TE QUEREMOS ASESINO! FUERA CAMILO! FUERA VANESSA! FUERA TODOS LOS MIEMBROS DEL CONSEJO ESTUDIANTIL! FUERA LA ANARQUÍA!”.
Vanessa se graduó con las primeras mujeres. No pasó a la universidad. Se alejó de la causa estudiantil: tenía que estudiar para volver a presentar el examen de admisión. En el Marco los tropeles crecieron con la guerra: contra el servicio militar, alerta, alerta, alerta que camina, ¡no queremos ser asesinos del pueblo! En el Consejo le dijeron a Gustavo que tenía que irse, que lo iban a matar. El 4 de mayo del 99, un escuadrón muy parecido al que acabó con Valle interrumpió una reunión de la Facultad de Ciencias Sociales. Se llevaron a Hernán Henao, brillante intelectual, y lo asesinaron. Los que lo señalaron para morir fueron casi seguramente profesores y directivos de la Universidad.
El Flaco estaba perdiendo diez materias y encima iba tarde. Era viernes 21 de mayo. Subía por Suramericana con su hermano cuando escuchó el clarísimo sonido de un tropel inmenso. Los capuchos lo reconocieron en la entrada. Habían sellado las puertas: nadie entraba ni salía sin permiso. Dejen entrar al Flaco, dijo una voz. Flaco, póngase la capucha, dijo otra, pero él esperó.
La pedrea creció en intensidad. La policía disparó gases lacrimógenos, muchos, muchísimos. Cientos de latas: en la estatua de Marco Fidel y su jardín, en las canchas de básquetbol, en los salones, en los techos. Los estudiantes saquearon la cafetería buscando lácteos. En uno de los pasillos que rodean la cancha, el Flaco vio a Dustin en el piso. Intentó pararlo y no pudo. Le trajo una bolsa de leche. Lo levantó de los hombros. Cuando pudo hablar, miró al Flaco, y le dijo que todo esto era una mierda. El Flaco se encapuchó: fue la primera vez. Se encaramó al techo, y respondió hasta que aguantó.
En el primer piso, los estudiantes treparon al techo de la cafetería para escapar al San Ignacio. Fueron tantos que el techo colapsó, con decenas arriba, y decenas abajo. Entre las explosiones, los gritos. Cualquier pretensión de solidaridad se desmoronó: cada uno intentó sobrevivir. El Flaco pensó que estaba en el infierno. Los que todavía estaban de pelea se abalanzaron contra la reja de la 70 y la hicieron colapsar. En medialuna, la policía esperaba. Un muchacho alcanzó a huir hasta la fuente, ahí lo alcanzaron y ahí mismo lo molieron a golpes hasta que la ley se dio cuenta de las cámaras de Teleantioquia: lo tuvieron que soltar. El muchacho corrió hasta donde Lucila que estaba parada en una esquina. La abrazó, llorando, Lucila, no deje que me peguen.
El Flaco recibió el primer golpe de bota platinera en su vida; se salvó. Desesperado, buscó a su hermano entre los heridos: lo vio bien, cagado de la risa, con un croissant y una bolsa de Tampico. Sobrevivió en el mejor escondite de todos: la panadería. El Flaco se llenó de ira.
La profesora de sociales lo vio encapucharse. Milagrosamente, nadie murió. El lunes, de regreso a clases, todo el colegio estaba enfilado en el patio de los combates pasados para el saludo semanal de Lucila. Sentado en una silla de plástico, el Flaco vio cómo otros encapuchados, está vez con brazalete de las AUC y armas largas, le agarraron el micrófono a la rectora. Leyeron un comunicado corto firmado por Carlos Castaño sobre los acontecimientos del viernes. Anunciaban el fin de la subversión en el Marco, la toma de las AUC del colegio, y remataba con un listado de estudiantes convertidos en objetivos militares. Los muchachos caían pálidos. Todo el mundo los miraba: acaban de matar a estos manes. El nombre del Flaco no salió, pero la lista de amenazados terminaba con un entre otros. Alguien se le acercó, Flaco, usted está ahí, usted sabe que la cagó.
Meses después, Vanessa pasó a la Nacional; Gustavo la regañó: te necesitamos es en la de Antioquia. Pero Gustavo no duró mucho más. En la Avenida del Ferrocarril, sábado 7 de agosto, lo alcanzaron por fin. Un grupo con el nombre de Autodefensas Universidad de Antioquia se adjudicó el asesinato.
En el 2000, la sede del Consejo Estudiantil volvió a ser un salón normal. El Flaco terminó estudiando en el República de El Salvador. La rectora de allá le dijo que borrón y cuenta nueva. El lunes 17 de julio, día de regreso de vacaciones, a Dustin lo mataron por cruzar una frontera en el barrio del que siempre quiso escapar. La mamá le dijo al Flaco que cogiera lo que quisiera: se llevó las camisetas, con los parches de los Looney Tunes.
Varios del movimiento en la de Antioquia y en el Marco salieron exiliados. Vanessa permaneció y terminó de profesora y siguió peleando. El Flaco se hizo dibujante y documentalista. El último tropel del Marco fue en el 2008, muy lejos ya. El colegio ahora es tranquilo y agrietado. La infraestructura está colapsando. Negros ibis, otros desplazados por la pérdida de su hogar, suspiran encima de nísperos raquíticos. Los murales del patio central desaparecieron.
El Flaco se tropezó con un profesor en el metro: Ve, yo pensé que a vos te habían matado, le dijo. Pero no. Otro día, el Flaco iba por el Estadio y le pusieron un cuchillo oxidado en la garganta. Bajate ese morral, hijueputa: era Víctor, del combo de los pillos. Se reconocieron y pidieron perdón. Víctor dijo que acababa de salir de Bellavista. Nunca volvieron a verse. Muchos años después de la muerte de Dustin, cuando yo estudiaba en el San Ignacio, el Marco solo era el silbido de las clases de violín tras la reja; jugábamos a tirarles piedras, las mismas de siempre: nunca respondían.