La hora más dura
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Por BERNARD LEMOND
Fotografías del Archivo Ineos
A Pippo Ganna, el portento piamontés del Ineos, lo conocí en Italia, en 2021. Estaba en Turín, regodeándome entre cientos de turistas y caminando por las plazas Carlos Alberto, Solferino y San Carlos, todas ellas vecinas, hacia el occidente, del Palacio de los Saboya y, hacia el oriente, del Hotel Roma, donde se suicidó Pavese.
Precisamente, frente al Palacio Real de los Saboya, traté de entrevistarlo, pero fue imposible arrancarle más de dos palabras, ambas fueron escuálidas, sin sustancia.
“Grazie, saluti alla Colombia. E tutti ok”, dijo el grandote desde sus ojos tibios y su sonrisa nacarada, mientras acomodaba sus “gambas” en la hermosa Pinarello que su equipo recién le había entregado, en Monza, para el inicio del Giro de Italia.
Ese día, en una crono de ocho kilómetros y medio, Pippo voló y se vistió de líder, y yo fui testigo presencial, sentado a un costado del puente Emanuelle I, a orillas del Po. Casi podía oír su respiración mientras se doblaba sobre su bicicleta en las chicanas de la calle Garibaldi.
Fue líder durante tres días, hasta la subida a la fría Séstola, donde Alessandro Di Marchi se vistió de rosa. Luego, en la etapa nueve, en Campo Felice, Egan tomó el liderato de la carrera y Ganna se vació para ayudarlo.
No había ciudad donde no vitorearan al piamontés. Venía de ser campeón olímpico de la persecución por equipos en Japón, y ya acumulaba varios títulos mundiales, dos de ellos en crono y otros tantos en pista. Una bestia que hacía recordar al suizo Fabian Cancellara, con quien llegó a entrenar en cercanías del lago Como.
Pippo también ganó la crono final del Giro, en Milán, redondeando una carrera inolvidable para el Ineos, con Egan Bernal campeón absoluto de la corsa rosa. Un día antes, en Verbania, su pueblo natal, lo había visto pasar tiempo con su familia y recibir títulos y medallas de parte de los gobernantes de esa hermosa localidad repleta de yates, chalets y vecina de Suiza.
En Milán, frente al Duomo, le preguntaron por primera vez sobre el récord de la hora, y Pippo respondió muy convencido: “Sí, lo intentaré”, pero no aclaró cuándo.
El récord de la hora es una prueba individual muy antigua que nunca ha gozado del prestigio que poseen las pruebas olímpicas o del calendario UCI. Causó revuelo cuando lo batió Eddy Merckx, en 1972, o cuando el británico Chris Boardman lo rompió en tres ocasiones diferentes, con una bicicleta de alta tecnología, las primeras dos veces, y con una convencional, en su último intento.
Según la Unión Ciclística Internacional (UCI), el primer récord lo logró el ciclista y periodista francés Henri Desgrange, uno de los precursores del Tour de Francia, en mayo de 1893, en un velódromo de París. Alcanzó a rodar, durante una hora, 35 kilómetros y 325 metros. Un año después, también en París, Jules Dubois lo batió por casi tres kilómetros y luego, en Denver, Colorado, en 1898, Willie Hamilton logró superar los cuarenta kilómetros y setecientos metros. El ciclismo seguía derrumbando barreras de alto rendimiento.
Al comienzo se trató de un reto del poder humano, pero desde los años treinta también pasó a ser una competencia tecnológica entre las marcas de bicicletas. Por eso el récord es vigilado por dos agencias, la UCI y la International Human Powered Vehicle Association (IHPVA).
En esta categoría, lo curioso son los nombres de las bicis, además de los registros alcanzados. Marcel Berthet, francés, logró el primer registro con una cabra altamente tecnológica en 1933. La llamó la STD Bycicle y rodó 49 kilómetros y 99 metros. Cinco años más tarde, en vísperas de la II Guerra Mundial, Francis Fauré, en su Recumbent Bike, pasó de los cincuenta kilómetros, marca que, en las bicis convencionales, no se superaría hasta 2014, cuando Jens Voigt, en Grenchen, hizo 51,115.
La ruta de la tecnología ha logrado barbaridades como pasar de los 59 kilómetros apenas en 1980, con Eric Edwards, en Ontario (Canadá), con una bici bautizada Vector; o pasar de los 73 kilómetros en 1989, gracias a Fred Markham y su Gold Rush, en Estados Unidos. En julio de 2009, en Estados Unidos, Sam Whittingham, en una Varna Tempestad construida por Georgi Georgiev, superó los noventa kilómetros en una hora.
Sin embargo, el esfuerzo que todos los aficionados reconocemos, el de las bicis normales, se hizo muy popular a partir de 1935, cuando el italiano Giussepe Olmo, en Milán, pasó la cuesta de los 45 kilómetros. Entonces se animaron súper campeones como Fausto Coppi, Jacques Anquetil y Ercole Baldini, quienes también batieron el récord en Milán.
La barrera de los cincuenta kilómetros ya parecía más accesible, pero había que buscar otra manera, quizás otra temperatura, otra altura. El suizo Ole Ritter, en 1968, se aventuró a cruzar el Atlántico y llegó a Ciudad de México, donde se instaló por más de un mes para alcanzar el hito. Utilizó una Fiorelli-Coppi de siete kilogramos y medio, y un desarrollo de 54×15.
Cientos de aficionados abarrotaron el velódromo de Ciudad de México para ver rodar a Ritter, quien no pasó de los 48 kilómetros y 643 metros, y casi vomita a una reportera cuando pudo bajarse de su máquina.
Pese a no cruzar el umbral de los cincuenta kilómetros, el suizo mostró el camino para los siguientes aspirantes. Y entonces llegó Cochise. El Gigante de Guayabal venía de hacer un regular mundial de ciclismo en Leicester, en la pista, y tenía entre ceja y ceja el prestigioso récord, aunque su intento iba a quedar registrado como aficionado, no como profesional, pues estaban por disputarse los Juegos Olímpicos y el antioqueño quería estar en la cita de Múnich, portando la bandera colombiana en el desfile.
Junto a su entrenador, Claudio Costa, Martín Emilio tenía previstos dos esfuerzos, uno el 7 de octubre de 1970 y el otro, por si las moscas, el 11 del mismo mes. Cochise había estado viendo los videos de Ercole Baldini, el último aficionado en conquistar el récord, y también había mirado lo hecho por Ole Ritter en Ciudad de México, en el velódromo Agustín Melgar.
Un año antes, en ese mismo escenario, el mexicano Radames Treviño, ídolo local de la pista, y con tan solo veintitrés años de edad, había alcanzado los 46 kilómetros con 955 metros, en esa veloz pista de madera africana. Radames, también habitual en las revistas del corazón, pulverizó lo hecho por Baldini, pero seguía por detrás de los profesionales, por lo que su éxito tuvo relevancia local y nada más.
Cochise era aficionado, pues hasta ese momento no tenía ningún patrocinio empresarial y todos sus viajes, o al menos la mayoría, los costeaba el gobierno. Sin embargo, Martín Emilio quería hacer más distancia que Ritter, y para eso se había preparado haciendo tres horas de pista diarias más setenta kilómetros a fondo en carretera.
El récord de Treviño no duró mucho. Los ciclistas Fredy Ruegg y Roger Riviere, de Suiza e Italia respectivamente, mejoraron su registro, aunque en velódromos cubiertos en Europa. Luego, el danés Mogens Frey, muy conocido por Cochise por los mundiales de pista, mejoró en veinticinco metros lo hecho por Treviño.
La hazaña del mexicano había sido el 5 de octubre de 1969 y, lamentablemente, en abril de 1970 murió en un accidente de tránsito. De modo que Cochise, quien había sido bautizado de esa forma precisamente en territorio manito, asumió la doble responsabilidad de batir el récord y honrar la memoria de su colega caído.
Para el intento del récord, Cochise y Costa pidieron ayuda financiera del gobierno colombiano, pero el Consejo Nacional Deportivo la negó, por lo cual el antioqueño tuvo que dirigirse a Europa, donde encontró apoyó con Giacinto Benotto, quien no solo puso dinero, sino que además le entregó la hermosa bicicleta que estaba destinada para Treviño.
La máquina era catorce centímetros más corta que las que usaba Cochise, lo que lo obligaba a pedalear en una posición más vertical. La tabla de Costa exigía 106 pedalazos por minuto y la bici avanzaba 7,54 metros por pedalazo. La idea, desde que decidieron ir por ese sueño, era superar los 48 kilómetros.
Cochise se presentó a la pista con una trusa azul. Lo saludaron más de tres mil aficionados, la mitad de los que habían ido a ver a Treviño un año atrás. Todos coreaban: “Cochís, por Treviño, Cochís, por Treviño”.
El antioqueño se persignó y tomó su lugar en la pista. Esperó a que los relojes estuvieran en cero, y se lanzó a conquistar la historia. Su plan era rodar al mismo ritmo que Mogens Frey.
El clima de Ciudad México no ayudó mucho, desde septiembre la lluvia aparecía en cualquier momento y la humedad era intensa. Por eso Cochise salió a la pista a las diez de la mañana, esperando que el sol fuera su aliado en la gesta.
El Espectador, Cromos, El Tiempo, El Colombiano y Vea Deportes habían desplazado corresponsales para registrar el hecho. Cochise estaba nervioso, pero decidido.
Los primeros pedalazos fueron intensos. El Gigante estaba concentrado y sus números eran favorables. Giacinto Benotto lo miraba desde la tribuna, junto a los periodistas Armando Moncada Campuzano y Javier Giraldo Neira.
Pasados veinticinco kilómetros, cuenta Cochise, empezó a sentir el dolor del esfuerzo y el sudor por todo su cuerpo, pero no paró. Siguió concentrado en su objetivo y pedaleó como si de ello dependiera su vida. Cuando el reloj marcó los sesenta minutos, el colombiano había logrado una distancia de 47 kilómetros y 563 metros. ¡Victoria!
Los medios registraron la hazaña de inmediato. “Entre aplausos, Cochise celebró la gesta de haber batido el récord de la hora para aficionados, en el velódromo Agustín Melgar del complejo deportivo Magdalena Mixhuca”, se escuchó en Todelar.
“A partir de los veinte kilómetros empecé a sentir un dolor terrible en las piernas. Luego, a los treinta, me pareció que ya todo había terminado. Durante diez segundos no tuve de dónde sacar fuerzas. Tuve que relajarme y descansar engranando sobre la marcha. Claudio no hacía sino echarse hacia atrás a lo largo de la pista”, recuerda Martín Emilio.
Luego añadió: “No puedes cambiar tu posición sobre el sillín, de manera que poco a poco las entrepiernas se sienten muy irritadas y el dolor se acumula en las nalgas y las piernas. Hasta las manos y los antebrazos empiezan a doler, de tanto tiempo aferrados al manubrio”.
Algunos atribuyen la recuperación que tuvo Cochise cuando sus fuerzas flaqueaban a que en algún momento sonó el himno nacional de Colombia, y este le llenó de ánimo. Como en cada victoria importante en el país de la Virgen del Carmen y las ánimas del purgatorio, la prensa desenterró todos los secretos del nuevo héroe, se metió a la casa de cada uno de sus familiares, y ministros y hasta el mismísimo presidente ofrecieron discursos por lo conseguido.
Juan Gossaín hizo una linda estampa de la victoria en uno de sus más aclamados reportajes, contó detalles poco conocidos por los aficionados, como cuando Cochise estuvo en Palma de Mallorca, sin un peso y caminando por la playa se dio cuenta de una prueba nocturna de ciclismo, la corrió, ganó y se llevó el premio de ochenta dólares que le permitió sobrevivir varios días.
En ese reportaje, el campeón narró lo siguiente:
“Costa me dijo que, de común acuerdo con los jueces, ya habían acordado la hora de partida. Me hizo las últimas advertencias sobre el tic tac y el péndulo del reloj por el que yo podía guiarme a cada vuelta. Me dio ánimo, hizo un chiste sobre algo que nos ocurrió en Palma de Mallorca y empezó a caminar lentamente alejándose de mí. Entonces me sentí más solo que nunca, abandonado en la mitad del velódromo, con la agonía de un minutero persiguiéndome por la espalda. Mientras me ajustaba el casco, recordé aquel sábado por la mañana en que aprendí a montar en bicicleta en una calle de Medellín. Miré por última vez al público y tuve la impresión de que allí estaba mi hermano, el que prefirió vender su cicla por treinta pesos para que yo no me matara en ella”.
En medio del vértigo de la celebración, a Cochise le robaron las zapatillas, el uniforme y hasta el casco con el que había competido. Por poco y no se suelta de los aficionados y, cuando llegó al hotel, había hasta mujeres con hijos recién nacidos para que los bendijera.
“¡Cómo te parece hombre! Me arrancaron las zapatillas nuevas que tanto me gustaban y la camiseta y cuando alcé las manos para saludar, me estaban quitando la pantaloneta. ¿Quieres que te diga que sentí en ese momento? No era nada semejante a lograr lo que parecía imposible. Tuve más bien la sensación de que en aquel instante, estaba repitiendo algo que ya había hecho o disfrutando un recuerdo agradable. Lo soñé tanto, lo aspiré durante tantos años, que acaricié la idea de ser campeón del mundo, que cuando me bajé de la bicicleta pensé: ‘Ocurrió lo que tenía que ocurrir’”.
Cochise y Costa se demoraron varios días en volver a Colombia, sin embargo, la excitación no disminuyó. Cuando llegó el avión a la capital la recepción fue tremenda. Algunos medios hablan de cientos de miles de personas en las calles y de un gran operativo de seguridad para el suceso.
Con una corona de laurel, Cochise corrió en medio de flores y un mar de gente lo aplaudía en cada zancada. Luego se subió a un automóvil para ir hasta El Campín, y hasta allí los siguieron aficionados. Era Clark Gable, era Frank Sinatra, era Elvis.
La gesta de Cochise llegó a oídos de los europeos y un día Eddy Merckx, el Caníbal, quien ya estaba preparando su intento, lo invitó a almorzar junto a Felice Gimondi. Hablaron en italiano y Cochise le contó cada detalle de su esfuerzo.
Con toda esa información, el Caníbal viajó a México en 1972, a finales de agosto, y el 25 de octubre, sobre una bicicleta Colnago de 5,5 kilogramos y tubería de acero, logró llegar hasta los 49 kilómetros con 431 metros, batiendo el récord profesional que tenía Ritter. Esa bici ahora se exhibe en una estación del metro de Bruselas que lleva el nombre del monstruo belga.
Tras su logro, Merckx llamó a Cochise y le dijo: “Coco, gracias, me ayudaste mucho”.
Merckx, a diferencia de Cochise, se preparó con gran anticipación para el intento y había una sensación de seguridad generalizada en toda la comitiva que lo acompañó y que superaba las cincuenta personas. Hasta el rey Leopoldo con su familia, la princesa Liliane y las hijas Esmeralda y Maria Christina, estaban presentes.
“A lo largo de esta hora, sin duda la más larga de mi vida, nunca conocí un momento de debilidad, pero el esfuerzo necesario no era nada fácil. No es posible comparar la hora con una contrarreloj en la carretera. Aquí no es posible ir más despacio, para cambiar de velocidad o cambiar de ritmo. El récord de la hora exige un esfuerzo total, permanente e intenso, que no es posible comparar a ninguna otra prueba. Nunca más voy a intentarlo de nuevo”, dijo el Caníbal.
El récord de Merckx duró hasta 1984, cuando Francesco Moser, con mejoras tecnológicas, casco aerodinámico y pinganillo, lo superó, también en Ciudad de México. Hizo cincuenta kilómetros y 808 metros el 19 de enero, y cuatro días después se superó a sí mismo con una distancia de 51 kilómetros y 141 metros. Sus registros, como los de Boardman, están entre paréntesis, por la tecnología.
Pippo Ganna decidió intentar el récord en diciembre del año pasado, después de una espectacular temporada. Se preparó con antelación y alertó a su familia para que fueran a verlo. Cuando cumplió la prueba, al igual que Merckx y que Cochise, sintió que moría sobre la bicicleta. Jocosamente, pero lleno de verdad, manifestó que le “dolían hasta las bolas”.
El italiano escogió Grenchen, en la cordillera del Jurá, en Suiza, la misma ciudad donde en agosto el británico Daniel Bigham había impuesto su récord, 55,540. Pippo rodó contra sí mismo durante más de veinticinco kilómetros, porque sentía que se iba a caer desmayado, pero continuó y, a falta de diez kilómetros, recuperó sus fuerzas. Luego lo vieron comiendo nuggets en McDonalds, esa misma noche. Había logrado 56 kilómetros y 792 metros.
“No pensé que le ganaría a Boardman, pero en los últimos diez minutos volví a sentir las piernas para intentar romper el muro de 57 vueltas”, contó.
Cuando se bajó de su bici, Ganna parecía un anciano. Su rostro denotaba cansancio y tenía la frente llena de arrugas. Había perdido peso y sus piernas temblaban a cada paso. Y, replicando a Merckx, señaló: “Creo que nunca lo volveré a hacer”.
Posdata: Siete días después, Pippo compitió por Italia en el mundial de pista en Aguascalientes, donde pasó a la historia Cochise, y batió el récord mundial de la persecución individual.
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