Junto a su entrenador, Claudio Costa, Martín Emilio tenía previstos dos esfuerzos, uno el 7 de octubre de 1970 y el otro, por si las moscas, el 11 del mismo mes. Cochise había estado viendo los videos de Ercole Baldini, el último aficionado en conquistar el récord, y también había mirado lo hecho por Ole Ritter en Ciudad de México, en el velódromo Agustín Melgar.
Un año antes, en ese mismo escenario, el mexicano Radames Treviño, ídolo local de la pista, y con tan solo veintitrés años de edad, había alcanzado los 46 kilómetros con 955 metros, en esa veloz pista de madera africana. Radames, también habitual en las revistas del corazón, pulverizó lo hecho por Baldini, pero seguía por detrás de los profesionales, por lo que su éxito tuvo relevancia local y nada más.
Cochise era aficionado, pues hasta ese momento no tenía ningún patrocinio empresarial y todos sus viajes, o al menos la mayoría, los costeaba el gobierno. Sin embargo, Martín Emilio quería hacer más distancia que Ritter, y para eso se había preparado haciendo tres horas de pista diarias más setenta kilómetros a fondo en carretera.
El récord de Treviño no duró mucho. Los ciclistas Fredy Ruegg y Roger Riviere, de Suiza e Italia respectivamente, mejoraron su registro, aunque en velódromos cubiertos en Europa. Luego, el danés Mogens Frey, muy conocido por Cochise por los mundiales de pista, mejoró en veinticinco metros lo hecho por Treviño.
La hazaña del mexicano había sido el 5 de octubre de 1969 y, lamentablemente, en abril de 1970 murió en un accidente de tránsito. De modo que Cochise, quien había sido bautizado de esa forma precisamente en territorio manito, asumió la doble responsabilidad de batir el récord y honrar la memoria de su colega caído.
Para el intento del récord, Cochise y Costa pidieron ayuda financiera del gobierno colombiano, pero el Consejo Nacional Deportivo la negó, por lo cual el antioqueño tuvo que dirigirse a Europa, donde encontró apoyó con Giacinto Benotto, quien no solo puso dinero, sino que además le entregó la hermosa bicicleta que estaba destinada para Treviño.
La máquina era catorce centímetros más corta que las que usaba Cochise, lo que lo obligaba a pedalear en una posición más vertical. La tabla de Costa exigía 106 pedalazos por minuto y la bici avanzaba 7,54 metros por pedalazo. La idea, desde que decidieron ir por ese sueño, era superar los 48 kilómetros.
Cochise se presentó a la pista con una trusa azul. Lo saludaron más de tres mil aficionados, la mitad de los que habían ido a ver a Treviño un año atrás. Todos coreaban: “Cochís, por Treviño, Cochís, por Treviño”.
El antioqueño se persignó y tomó su lugar en la pista. Esperó a que los relojes estuvieran en cero, y se lanzó a conquistar la historia. Su plan era rodar al mismo ritmo que Mogens Frey.
El clima de Ciudad México no ayudó mucho, desde septiembre la lluvia aparecía en cualquier momento y la humedad era intensa. Por eso Cochise salió a la pista a las diez de la mañana, esperando que el sol fuera su aliado en la gesta.
El Espectador, Cromos, El Tiempo, El Colombiano y Vea Deportes habían desplazado corresponsales para registrar el hecho. Cochise estaba nervioso, pero decidido.
Los primeros pedalazos fueron intensos. El Gigante estaba concentrado y sus números eran favorables. Giacinto Benotto lo miraba desde la tribuna, junto a los periodistas Armando Moncada Campuzano y Javier Giraldo Neira.
Pasados veinticinco kilómetros, cuenta Cochise, empezó a sentir el dolor del esfuerzo y el sudor por todo su cuerpo, pero no paró. Siguió concentrado en su objetivo y pedaleó como si de ello dependiera su vida. Cuando el reloj marcó los sesenta minutos, el colombiano había logrado una distancia de 47 kilómetros y 563 metros. ¡Victoria!
Los medios registraron la hazaña de inmediato. “Entre aplausos, Cochise celebró la gesta de haber batido el récord de la hora para aficionados, en el velódromo Agustín Melgar del complejo deportivo Magdalena Mixhuca”, se escuchó en Todelar.
“A partir de los veinte kilómetros empecé a sentir un dolor terrible en las piernas. Luego, a los treinta, me pareció que ya todo había terminado. Durante diez segundos no tuve de dónde sacar fuerzas. Tuve que relajarme y descansar engranando sobre la marcha. Claudio no hacía sino echarse hacia atrás a lo largo de la pista”, recuerda Martín Emilio.
Luego añadió: “No puedes cambiar tu posición sobre el sillín, de manera que poco a poco las entrepiernas se sienten muy irritadas y el dolor se acumula en las nalgas y las piernas. Hasta las manos y los antebrazos empiezan a doler, de tanto tiempo aferrados al manubrio”.
Algunos atribuyen la recuperación que tuvo Cochise cuando sus fuerzas flaqueaban a que en algún momento sonó el himno nacional de Colombia, y este le llenó de ánimo. Como en cada victoria importante en el país de la Virgen del Carmen y las ánimas del purgatorio, la prensa desenterró todos los secretos del nuevo héroe, se metió a la casa de cada uno de sus familiares, y ministros y hasta el mismísimo presidente ofrecieron discursos por lo conseguido.
Juan Gossaín hizo una linda estampa de la victoria en uno de sus más aclamados reportajes, contó detalles poco conocidos por los aficionados, como cuando Cochise estuvo en Palma de Mallorca, sin un peso y caminando por la playa se dio cuenta de una prueba nocturna de ciclismo, la corrió, ganó y se llevó el premio de ochenta dólares que le permitió sobrevivir varios días.
En ese reportaje, el campeón narró lo siguiente:
“Costa me dijo que, de común acuerdo con los jueces, ya habían acordado la hora de partida. Me hizo las últimas advertencias sobre el tic tac y el péndulo del reloj por el que yo podía guiarme a cada vuelta. Me dio ánimo, hizo un chiste sobre algo que nos ocurrió en Palma de Mallorca y empezó a caminar lentamente alejándose de mí. Entonces me sentí más solo que nunca, abandonado en la mitad del velódromo, con la agonía de un minutero persiguiéndome por la espalda. Mientras me ajustaba el casco, recordé aquel sábado por la mañana en que aprendí a montar en bicicleta en una calle de Medellín. Miré por última vez al público y tuve la impresión de que allí estaba mi hermano, el que prefirió vender su cicla por treinta pesos para que yo no me matara en ella”.
En medio del vértigo de la celebración, a Cochise le robaron las zapatillas, el uniforme y hasta el casco con el que había competido. Por poco y no se suelta de los aficionados y, cuando llegó al hotel, había hasta mujeres con hijos recién nacidos para que los bendijera.
“¡Cómo te parece hombre! Me arrancaron las zapatillas nuevas que tanto me gustaban y la camiseta y cuando alcé las manos para saludar, me estaban quitando la pantaloneta. ¿Quieres que te diga que sentí en ese momento? No era nada semejante a lograr lo que parecía imposible. Tuve más bien la sensación de que en aquel instante, estaba repitiendo algo que ya había hecho o disfrutando un recuerdo agradable. Lo soñé tanto, lo aspiré durante tantos años, que acaricié la idea de ser campeón del mundo, que cuando me bajé de la bicicleta pensé: ‘Ocurrió lo que tenía que ocurrir’”.