Érase una vez un poeta
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Por SANTIAGO RODAS
Érase una vez un poeta
perdido entre los barrios de Puerto Tejada.
Contemplaba las nubes distraído
rumiando el cosmos
con la salubre intención de construir una metáfora
de la sensación que le producía el paisaje.
De pronto a su lado
apareció el Diablo como solo sabe Él aparecer.
Y juntos, el Viruñas y el poeta
se sentaron a ver la trayectoria de nubes
sin mediar palabra.
Así como dos horas con treinta,
hasta que el diablo se cansó
y con un hastalueguito
se fue buscando
con qué entretenerse
dejando tras de sí
un tufo de cuero de vaca mal curtido.
Érase una vez un poeta
escampándose del aguacero
bajo una palma de milpesos
en las inmediaciones del río Tutunendo.
Un niño se le arrima al poeta
en las entrañas del diluvio
y le dice:
le vendo un secreto.
¿A cómo tiene el secreto?, preguntó el poeta.
Se lo cambio por un poema, dijo el niño.
A lo que el poeta respondió
con voz melodiosa:
Las oropéndolas duermen en su nido
una lágrima del árbol.
Y el niño se acercó
al oído del poeta
y le cantó el secreto que tenía.
Érase una vez un poeta
que buscaba hongos en el cañón de la Sinifaná.
encontró dos que le parecieron
suculentos, a falta de mejor palabra.
Luego de comérselos
saludó a un duende de monte
y este le propuso un juego:
yo me escondo
y vos me buscás
pero con los ojos cerrados
que es como se ve de verdad.
Y yo te voy diciendo groserías
en medio de la manigua
para que sepás donde estoy.
Y si me agarrás
te revelo el misterio
para escribir un poema
tan bueno como los de Jaime Jaramillo Escobar
que fue mi amigo.
El poeta aceptó la propuesta
y el duende derramó su grosería
saltando, risueño, entre las flores del cañón.
Érase una vez un poeta
que caminaba por la Oriental
bien llamada avenida Jorge Eliecer Gaitán.
Respiraba el aire enrarecido y apocalíptico
del smog y el misterio
y oía las capas sonoras
de los pregones de fruta, verdura,
pequeños electrodomésticos
y algunos estupefacientes.
De un momento a otro
un sujeto le saca un puñal al poeta
y le dice:
entrégueme lo que lleva encima
a lo que el poeta responde
no tengo un cinco ni papeles
A lo que el ladrón responde
¿cómo va a andar sin papeles en el trocen?
A lo que el poeta responde
eso es para la gente y yo si acaso
A lo que el ladrón responde
Yo tengo estas tres cédulas
que me golié,
para que se haga a una identidad
y no ande con esa desnudez estatal
A lo que el poeta responde
listo, camarada
A lo que el ladrón responde,
mientras saca el rectángulo de polipropileno,
vea, esta le luce
queda como todo un señor, bien titino.
A lo que el poeta responde
ahora sí que se tenga la vida real
A lo que el ladrón responde
nos vemos, pues, señor
Jhon Fredy Gómez Atehortúa
A lo que el poeta responde
con su bendición.
Y después del bautizo de fuego
ambos se despidieron
junto al busto cansado de Gaitán
en medio del hervidero
de una multitud de cristianos.
Érase una vez un poeta
que quería buscar mejor suerte,
en el país de William Carlos Williams.
Caminaba con un coyote
por los caminos traviesos
del Tapón del Darién
para evitar a la policía.
Recorrió junto a los demás
caminantes las inexpugnables selvas
cundidas de mosquitos,
ataviadas de aves coloridas sin nombre
y escuchando pisadas de animales invisibles.
Una lluvia compacta
se desgajó sobre el verde del monte,
Una mujer al lado del poeta empezó a rezar,
este le preguntó si tenía miedo
y la mujer le respondió
que las culebras se embravecían con el agua.
Siguieron el recorrido
el medio de la humedad,
el paisaje impresionista
y algunas prendas que otros caminantes
dejaron a la deriva
hasta que se hizo de noche.
El poeta encendió un Pielroja
y desde la lejanía, en los ojos del ocelote niño
parecía que una luciérnaga
acompañara el camino
de los viajeros.
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