Número 131 // Octubre 2022

Érase una vez un poeta

Por SANTIAGO RODAS

Érase una vez un poeta

perdido entre los barrios de Puerto Tejada.

Contemplaba las nubes distraído

rumiando el cosmos

con la salubre intención de construir una metáfora

de la sensación que le producía el paisaje.

De pronto a su lado

apareció el Diablo como solo sabe Él aparecer.

Y juntos, el Viruñas y el poeta

se sentaron a ver la trayectoria de nubes

sin mediar palabra.

Así como dos horas con treinta,

hasta que el diablo se cansó

y con un hastalueguito

se fue buscando

con qué entretenerse

dejando tras de sí

un tufo de cuero de vaca mal curtido.

Érase una vez un poeta

escampándose del aguacero

bajo una palma de milpesos

en las inmediaciones del río Tutunendo.

Un niño se le arrima al poeta

en las entrañas del diluvio

y le dice:

le vendo un secreto.

¿A cómo tiene el secreto?, preguntó el poeta.

Se lo cambio por un poema, dijo el niño.

A lo que el poeta respondió

con voz melodiosa:

Las oropéndolas duermen en su nido

una lágrima del árbol.

Y el niño se acercó

al oído del poeta

y le cantó el secreto que tenía.

Érase una vez un poeta

que buscaba hongos en el cañón de la Sinifaná.

encontró dos que le parecieron

suculentos, a falta de mejor palabra.

Luego de comérselos

saludó a un duende de monte 

y este le propuso un juego:

yo me escondo

y vos me buscás

pero con los ojos cerrados

que es como se ve de verdad.

Y yo te voy diciendo groserías

en medio de la manigua

para que sepás donde estoy.

Y si me agarrás

te revelo el misterio

para escribir un poema

tan bueno como los de Jaime Jaramillo Escobar

que fue mi amigo.

El poeta aceptó la propuesta

y el duende derramó su grosería

saltando, risueño, entre las flores del cañón.

Érase una vez un poeta

que caminaba por la Oriental

bien llamada avenida Jorge Eliecer Gaitán.

Respiraba el aire enrarecido y apocalíptico

del smog y el misterio

y oía las capas sonoras

de los pregones de fruta, verdura,

pequeños electrodomésticos

y algunos estupefacientes.

De un momento a otro

un sujeto le saca un puñal al poeta

y le dice:

entrégueme lo que lleva encima

a lo que el poeta responde

no tengo un cinco ni papeles

A lo que el ladrón responde

¿cómo va a andar sin papeles en el trocen?

A lo que el poeta responde

eso es para la gente y yo si acaso

A lo que el ladrón responde

Yo tengo estas tres cédulas

que me golié,

para que se haga a una identidad

y no ande con esa desnudez estatal   

A lo que el poeta responde

listo, camarada

A lo que el ladrón responde,

mientras saca el rectángulo de polipropileno,

vea, esta le luce

queda como todo un señor, bien titino. 

A lo que el poeta responde

ahora sí que se tenga la vida real

A lo que el ladrón responde

nos vemos, pues, señor

Jhon Fredy Gómez Atehortúa

A lo que el poeta responde

con su bendición.

Y después del bautizo de fuego

ambos se despidieron

junto al busto cansado de Gaitán 

en medio del hervidero

de una multitud de cristianos.       

Érase una vez un poeta

que quería buscar mejor suerte,

en el país de William Carlos Williams. 

Caminaba con un coyote

por los caminos traviesos

del Tapón del Darién

para evitar a la policía.

Recorrió junto a los demás

caminantes las inexpugnables selvas

cundidas de mosquitos,

ataviadas de aves coloridas sin nombre

y escuchando pisadas de animales invisibles.

Una lluvia compacta

se desgajó sobre el verde del monte,

Una mujer al lado del poeta empezó a rezar,

este le preguntó si tenía miedo

y la mujer le respondió

que las culebras se embravecían con el agua.

Siguieron el recorrido

el medio de la humedad,

el paisaje impresionista

y algunas prendas que otros caminantes

dejaron a la deriva

hasta que se hizo de noche.

El poeta encendió un Pielroja

y desde la lejanía, en los ojos del ocelote niño

parecía que una luciérnaga

acompañara el camino

de los viajeros.