“Sin credibilidad la prensa está perdida” escribió Cano ese 17 de julio de 1983 en la edición número 27.015 de El Espectador. Libreta de apuntes era el nombre de su célebre columna editorial, que publicaba cada domingo en el diario donde libró varias batallas escritas en los años ochenta y en la que reflexionaba sobre la verdad y la ética periodística, entre otros temas que lo apasionaban, como cuenta la profesora Maryluz Vallejo en el libro Tinta indeleble: “Denunció las oscuras mangualas clientelistas de Santofimio Botero en el narcotráfico… Continuó capoteando a otros cabecillas del Cartel de Medellín en la más pavorosa faena periodística que se haya librado en Colombia. Fue de los primeros en advertir las inusitadas fortunas de dos paisas emprendedores: Pablo Escobar y Carlos Lehder, cuando sus actividades delictivas apenas eran un rumor…”.
En ese momento, además de los dineros calientes, era noticia en el país la confesión que Carlos Lehder había hecho sobre su labor de intermediario en el tráfico de drogas desde una isla de su propiedad en las Bahamas, lo que despertó el repudio inmediato a la cultura narco en unos sectores de la vida pública colombiana y el silencio en otros.
La tinta dominical ochentera es exquisita en la sección 2-A EDITORIAL donde reposa, al lado izquierdo, la Libreta de apuntes de Cano. Esta se desarrolla bajo cuatro subtítulos: “La credibilidad de un periódico”, “Misión imposible. Misión cumplida”, “La credibilidad de los pillos” y “Una frase memorable”. Las últimas palabras de la columna, donde denunciaba la corrupción rampante del conglomerado económico Grupo Grancolombiano, fueron: “…porque un día sí y otra semana también, y al mes siguiente y en el semestre y luego en años, lo que dijimos desde un principio y seguimos diciendo con la fortaleza que la verdad y la seriedad de las afirmaciones nos proporcionaba, se fue confirmando, parte por parte, palabra por palabra, denuncia por denuncia”.
En la parte superior del centro de la página se encuentra la Figura de hoy, un retrato del entonces presidente de México, Miguel de la Madrid, que resalta en el recorte de prensa hallado en el Mónaco y que era noticia entonces por un encuentro de presidentes en Cancún para estudiar soluciones al conflicto centroamericano, al que también asistió el presidente colombiano Belisario Betancur. Debajo de la foto, Antonio Caballero habla del exilio como un destino recurrente en la historia de América. Al lado opuesto de la de Cano se ubica la columna de Gabriel García Márquez: “¿Qué libro estás leyendo?”. En la que el nobel reflexiona sobre la transformación que el hábito de la lectura ha tenido en el mundo. Completan la editorial, las Gotas de María Teresa Herrán y un par de noticias sorprendentes bajo el título “Así va el mundo”.
En “Las cintas del congreso 86”, otra de sus recordadas columnas que también pude ver entre las ruinas del cielorraso, publicada el 4 de septiembre de 1983, Cano ataca con fuerza y genio la industria narcotraficante del país, justo cuando se empezaban a evidenciar sus vínculos con el poder ejecutivo, la clase política y empresarial. En esta Libreta de apuntes imagina y describe, en el tono vehemente y mordaz que lo caracterizaba como escritor, un futuro Congreso que sería elegido en las siguientes elecciones legislativas, si no se controlaba a aquella “clase emergente sin escrúpulos”, y propone incluso una transcripción parcial de las “grabaciones magnetofónicas” de lo que serían las primeras sesiones de ese Congreso que tomaría posesión de sus curules, el 7 agosto de 1986.
Entre algunos de los discursos memorables emitidos durante aquellas hipotéticas plenarias que se darían tres años después, bien vale la pena citar la de un tal “Senador E”: “Muy bien dicho, dignísimo narcotraficante. Usted tiene la razón y puede contar con mi voto afirmativo para sus dos proposiciones que yo adicionaría, como tendré oportunidad de decirlo más a fondo en los próximos días, con una iniciativa que me viene dando vueltas en la cabeza desde hace varios años: la de legalizar la elaboración de cocaína pura como primer producto de exportación colombiano, indispensable para estabilizar la balanza de pagos de este país. Ustedes saben que de no haber sido por el esfuerzo de muchos de los que aquí estamos y de otros muchos que nos seguirán en las próximas legislaturas, al país se lo hubiera llevado el diablo en su balanza de pagos porque fueron los dólares de la droga los que…”.
Mientras recorría el Mónaco ocho días antes de la implosión, resonaban en mi cabeza las palabras de Cano y los epítetos con los que se referirían, unos a otros, aquellos honorables hombres probos del futuro: “Honorabilísimos colegas…”, “Honorable gran capo de los estupefacientes…”, “Dignísimos falsificadores…”, “Respetabilísimos homicidas…”, “Eminentísimos incendiarios…”, “Como honestísima vocera del sexo femenino que representa a la nueva clase emergente…”, “Ilustrísima senadora elegida por la circunscripción electoral de las mulas…”, “Serenísimos sustractores de cintas de extractos bancarios reveladoras y comprometedoras…”.