Número 128 // Abril 2022

Editorial UC 128

Reseña electoral

Gabriel Boric llegó a la presidencia de Chile exactamente diez años después de ser uno de los líderes de las protestas estudiantiles de 2011. Muchos de sus actuales compañeros de gabinete fueron sus pares en esos días del estallido. Su movimiento, Convergencia Social, se creó apenas hace cuatro años con la unión de varias organizaciones universitarias. El país que siempre se catalogó como el más estable de América Latina es ahora el de mayor incidencia de los jóvenes en las instancias de poder político, el más arriesgado si se quiere, el de las apuestas menos cuarteadas y menos fogueadas. El que, para completar está redactando una nueva constitución.

Pero ese no es el liderazgo más joven con protagonismo. El movimiento de “los secundarios” logró relevancia en los últimos tres años luego de las protestas iniciadas entre los bachilleres. Todo surgió en los torniquetes del metro. Un alza en el pasaje levantó las protestas en octubre de 2019 y luego de 150 días de tropel se convocó a una constituyente y se dieron cambios en la policía. En la segunda vuelta presidencial “los secundarios” dieron un apoyo tardío a Boric con exigencias y salvedades. Víctor Chanfreau, con veinte años y un liderazgo clave entre los bachilleres recién graduados, dice que le hubiera gustado comenzar a marchar desde los cinco años. Su abuelo fue desaparecido durante la dictadura y el miedo ha llegado hasta el bachiller que dejó de moverse en bicicleta por insultos y amenazas. Su generación siente que la posibilidad del diálogo con el poder es la certeza de la derrota: “Nosotros hace mucho tiempo, generación tras generación, hemos descartado que la primera opción sea hablar con las autoridades. Una vez más quedó demostrado que las autoridades no responden a menos que sea con movilización”. Una parte de ellos eligió a Gabriel Boric con el 55 por ciento de los votos y algunas reservas.

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La agenda política colombiana también fue sacudida por el paro nacional que se dio con protestas intermitentes entre 2019 y 2021. La renuncia de los ministros de Defensa y Hacienda, la vinculación de miles de jóvenes que habían visto las demandas políticas como un territorio ajeno y la consolidación de unos cuantos nuevos liderazgos fueron algunas de las cosas que dejó el paro. Además de decenas de muertos por brutalidad policial, mayor desprestigio gubernamental y una renovada distancia entre las principales facciones políticas.

La gran pregunta es si en Colombia ese descontento podrá traer cambios significativos y ajustar la balanza del poder. Nadie puede olvidar que la Constitución de 1991 tuvo como detonante inicial un movimiento universitario que por una vía pacífica (la violencia del narcotráfico copaba todas las posibilidades de nuevos enfrentamientos) logró que la Corte Suprema diera validez a la llamada Séptima Papeleta y a una urgente reforma institucional. Muchos de los líderes estudiantiles del momento han llegado a cargos de poder en Colombia aunque no tan pronto como en Chile.

La pregunta clave es si en nuestro país ese liderazgo joven en los estallidos recientes, en esa sociedad que necesariamente ha aprendido a manifestarse en la calle, en lo que algunos llaman las “revoluciones intermitentes”, tiene posibilidades de ser protagonista de cambios bien sea estructurales o electorales. En medio de las protestas se habló de la necesidad de votar para hacer realidad las consignas de la movilización. Sin embargo, en las recientes elecciones de Congreso subió dos puntos la abstención respecto al 2018 y no parece posible que se haya dado un crecimiento del voto de los jóvenes entre los 18 y 24 años.

Aunque en las encuestas el 75 por ciento dice que votará las presidenciales las expectativas están cercanas al 35 por ciento. Muy por debajo del cincuenta por ciento de participación nacional. La última gran sorpresa electoral en Colombia tuvo en buena medida la ausencia de los votantes primerizos como la gran protagonista. El 81 por ciento de los jóvenes entre 18 y 24 no votaron en la decisión sobre el plebiscito por la paz. Luego vimos marchas y otras movidas jóvenes para defender los acuerdos de La Habana. Y el apoyo del presidente Iván Duque corresponde en un 66 por ciento a los mayores de 56 años. De modo que la desconfianza en las autoridades y el sistema democrático se muerde la cola: los jóvenes no votan porque no creen en las posibilidades de cambio por esa vía y el régimen se atornilla y se desprestigia con la respuesta a las protestas.

Buena parte del resultado de las elecciones presidenciales tiene que ver con las expectativas en la participación de quienes apenas estrenan la cédula para las elecciones aunque la tengan gastada para las requisas. En la última encuesta del Centro Nacional de Consultoría los jóvenes marcan así: Petro 52.5 por ciento. Fico 15.7 por ciento, Rodolfo Hernández 8.3 por ciento, Fajardo 3.4 por ciento. Pero, como ya dijimos, del 75 por ciento de esos jóvenes que dicen van a votar apenas cerca del 35 por ciento se levantará el domingo 29 de mayo, al menos si se cumplen los promedios de elecciones anteriores.

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El voto de los jóvenes no es garantía de cambios infalibles. Es imposible cualificar a los votantes por sus años y hoy sabemos que en solo dos meses el gobierno de Boric ha perdido un poco menos de quince puntos de favorabilidad. Y entre nosotros algunos mandatarios locales salidos del mundo de la protesta social se han integrado muy pronto a las redes clientelistas. Las redes sociales han facilitado las convocatorias a las manifestaciones y han logrado que el lenguaje común del humor tenga resonancia en jóvenes alérgicos a los discursos. Para muchos Gabriel Boric venció a su rival de la derecha José Antonio Kast en segunda vuelta a punta de memes y mensajes del movimiento cultural más cercano a los universitarios. Pero también se ha dicho que las redes han convertido la política en una escena más facciosa y sectaria. Hace casi diez años un exanalista de la CIA, Martin Gurri, escribía en su libro The revolt of the public que los recién llegados a la política, los tribunos de las redes, están más para “protestar y derrocar que para gobernar”. La indignación y la viralidad son señaladas como nuevas marcas de la política y las vemos en todas las democracias: avalando el triunfo de Trump, el ascenso de Bukele o la campaña perpetua de López Obrador. Veremos entonces qué pasa en nuestro país con la promesa de los jóvenes de romper la urna.

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