[El grupo de presos y gendarmes en su viaje a pie hacia el panóptico de Tunja], camino entre Barrancabermeja y Tunja, 1927. Una curiosa convivencia de opuestos. Floro se las arregló para seguir contando la historia detrás del lente.
En esta segunda entrega sobre Floro Piedrahita, además de las revueltas en las orillas del Río Grande, se respira el aroma mohoso del panóptico, la burocracia centralista y la revelación tanto de los cuerpos como de las imágenes. Un recorrido por la zona tórrida y convulsa de principios del siglo XX colombiano.
Desterrar y encarcelar
—
Por JUAN CAMILO ESCOBAR VILLEGAS y ADOLFO LEÓN MAYA SALAZAR*
Preludio
Mientras que en los puertos del río Magdalena durante los años veinte, los trabajadores en huelga escribían pliegos de peticiones, exigían el establecimiento de una legislación que garantizara la división de los días laborales en tres actividades de ocho horas, enarbolaban banderas, coreaban consignas y marchaban solidarios por las calles, en las oficinas de algunos comerciantes y empresarios se elaboraban afiches y se imprimían tarjetas postales en las que se hacía saber “a los obreros y trabajadores en general que solamente darán trabajo a los que no acojan las ideas que van en contra del capitalismo, que es la base del trabajo y del progreso”.
Las fotografías de Floro Piedrahita dejan leer el carácter conflictivo, contradictorio y polémico entre dos clases sociales que se estaban configurando en el proceso socioeconómico capitalista en Colombia. Este choque, o esta “lucha de clases”, revelaba a la vez una confrontación política e ideológica que se venía mundializando desde comienzos del XIX en el marco de la Revolución Industrial y la consolidación de las ideas socialistas y comunistas. Por una parte, se organizaban los trabajadores, obreros, proletarios, indígenas, campesinos y otros ciudadanos que defendían derechos económicos, como artesanos de diversos oficios, mujeres que reclamaban reconocimiento y autonomía, gente negra que luchaba contra los prejuicios racistas que pervivían en mentalidades, imaginarios y legislaciones raciales; por otra parte, se unían y protegían los empresarios, comerciantes, capitalistas, burgueses, terratenientes y otros miembros de lo que ha sido denominado, en la teoría clásica marxista, la clase dominante. En palabras de quienes vivían y comerciaban en el Puerto de Girardot, en 1923, a orillas del Río Grande de la Magdalena, se trataba de un enfrentamiento entre “individuos que manifiestan tendencias contrarias al comercio y empresas de la ciudad”, y de propietarios de “importantes casas” que tenían la “firme resolución y están resueltos a no dar trabajo” a los anteriores “individuos”. En otras palabras, para quienes se veían cuestionados y exigidos a transformar las relaciones de trabajo o a revolucionar el mundo de los derechos laborales no se trataba entonces de una lucha de clases, sino de la intervención de unos individuos “enemigos del progreso”, del trabajo, del comercio y de las empresas del país.
[Cuatro camaradas presos en el panóptico de Tunja, Ricardo López, Raúl Eduardo Mahecha, Floro Piedrahita y Julio Buriticá (sentado)], fotografía atribuible a Isaac Gutiérrez con la cámara de Floro Piedrahita, Tunja, 1927, fotografía, negativo en acetato, 9 x 14 cm, AFPC.
Un par de años antes, en los espacios del Congreso colombiano, se estuvo discutiendo intensamente un proyecto de ley que terminó llamándose Ley 114 de 1922 sobre emigración y colonias agrícolas. En ella se definió: “Con el fin de propender al desarrollo económico e intelectual del país y al mejoramiento de sus condiciones étnicas, tanto físicas como morales, el poder ejecutivo fomentará la inmigración de individuos y de familias que por sus condiciones personales y raciales no puedan o no deban ser motivo de precauciones respecto al orden social o del fin que acaba de indicarse, y que vengan con el objeto de laborar la tierra, establecer nuevas industrias o mejorar las existentes, introducir y enseñar las ciencias y las artes, y, en general, que sean elementos de civilización y progreso”.
En otros términos, podría decirse que las élites políticas presentes en los debates que aprobaron aquella ley sobre inmigrantes deseables e indeseables consideraban la existencia de “condiciones raciales” no aptas para mejorar e impulsar el capitalismo, sinónimo de “trabajo y progreso”, según lo declaraba el cartel que publicaron en Girardot el 5 de octubre de 1923 los comerciantes y empresarios firmantes. Existía un imaginario político común entre quienes aprobaron la Ley 114 de 1922, que tenía como fin “propender al desarrollo económico e intelectual” de Colombia, y las élites económicas de Girardot, decididas a mantener en el desempleo, y por tanto en la miseria, a unas listas precisas de colombianos simpatizantes con las ideas socialistas. Ambos grupos de poder pensaban que hay individuos peligrosos y no aptos para el funcionamiento económico y social del país; ambos tomaron medidas drásticas para impedir la vida de quienes consideraban inoportunos por sus “condiciones étnicas” o por sus “tendencias contrarias” al “orden social”, al “capitalismo” y a “la civilización y el progreso”. Luchar por los derechos laborales, por la tierra, por la igualdad ciudadana y por la autonomía de las mujeres implicaba al mismo tiempo, en la Colombia de las décadas de 1920 y 1930, combatir un poderoso imaginario político con características raciales, económicas y legales.
Si en Girardot y en las salas del capitolio se propugnaba por cerrarles el paso a ciertos individuos, en el Teatro Municipal de Bogotá y en Cartagena ya se habían sentado las bases ideológicas del imaginario racial que clausuraba fronteras y contratos de trabajo. En el Tercer Congreso Médico Colombiano, realizado en Cartagena de Indias en 1918, el doctor Miguel Jiménez López presentó su estudio científico “Algunos signos de degeneración colectiva en Colombia y en los países similares”. Allí aseguró que “la degeneración de la raza” en Colombia necesitaba una “terapéutica” con un “remedio causal que ataque la enfermedad en su origen”, porque “se trata simplemente de razas agotadas que es preciso rejuvenecer con sangre fresca”. Dos años después, en 1920, se realizó una serie de conferencias que luego se publicaron en el libro Los problemas de la raza en Colombia. Allí Jiménez López presentó de nuevo sus análisis promoviendo la inmigración de ciertos individuos provenientes de Europa. A su lado estuvo también otro médico y hombre de Estado, el señor Luis López de Mesa, quien aseguró que “los caracteres atávicos” que se transmitían en la herencia, según sus estudios en historia de la biología, podrían permanecer dormidos si no se “recibe incesantemente una privilegiada inmigración de buena sangre y de riqueza”.
En este contexto, no fue extraño entonces que uno de los castigos infringidos a los huelguistas de Barrancabermeja en 1924 hubiese sido el destierro de más de trescientos trabajadores, quienes se habían organizado y atrevido a reclamar ocho horas de trabajo y mejores condiciones laborales en la empresa petrolera Tropical Oil Company. No hemos podido hallar este expediente, pero sí existen rastros del terrible castigo en medio del cual los trabajadores se quedaron no solamente sin trabajo, sino también sin patria. En la prensa de la época, en particular en El Correo Liberal publicado en Medellín el 29 de octubre de 1924, se asegura que “hasta estos momentos han sido deportados de Barrancabermeja mil doscientos obreros. Se espera que el problema sea resuelto de manera satisfactoria y justa”. Esta cita forma parte de la reflexión que Ignacio Torres Giraldo dejó en su obra Los inconformes. En efecto, el líder revolucionario de aquellos años interpela esta información periodística exclamando: “¡Hase (sic) visto mayor cinismo! ¿De suerte que así se resolvía el problema ‘de manera satisfactoria y justa’? ¡Justicia de encomenderos y de esclavistas, esta que botó a los trabajadores insumisos de los campos petroleros de Barranca a la costa del mar Atlántico!”. En el mismo tono cuestionador, el autor de Los inconformes muestra además otra declaración del abogado del Ministerio de Industrias, en la que se reinterpretan eufemísticamente estos acontecimientos: “No hubo tales deportaciones sino emigración voluntaria de los trabajadores”. Esta mención al evento de deportación y destierro proviene de los relatos de Ignacio Torres Giraldo, quien era para la época un líder revolucionario cercano a las luchas obreras.