Protestas, revueltas, violencia estatal y huelgas obreras en el ojo de un fotógrafo bracero.
Memoria del Magdalena Medio de los años veinte. Las fotos del tropel contra la Tropical Oil Company.


Floro con su hermano Gabriel en la fachada de su Taller Piedrahita Hnos Photographers, Barrancabermeja, c. 1924.

Memoria en llamas

Fotografías de Floro Piedrahíta

Por ADOLFO MAYA Y CAMILO ESCOBAR R.*

Floro Piedrahita tenía 65 años la noche que regresó a su casa en 1958 y decidió cortar y quemar su archivo fotográfico. Había bebido aguardiente y ese día, como lo hacía desde 1934, trabajó como optómetra en su óptica Colombo Alemana. Cuenta su hija Elizabeth, presente esa noche fatídica, que Floro cortaba, quemaba y gritaba “godos hijueputas”. Lo hacía con rabia, como saldando una deuda que cargaba en su memoria desde años atrás. No se sabe qué pudo desencadenar esa decisión pirómana ante un archivo que había guardado con esmero desde que regresó a su tierra natal hacia 1932, después de haberse dedicado al oficio y al arte de la fotografía por al menos ocho años. El archivo de Floro llegó a Medellín y estuvo protegido de su deterioro; pasó por varias casas en el valle de Aburrá, hasta que su autor propietario resolvió ponerle fin.

Ante las llamas que producían aquellos negativos en acetato, la joven niña Elizabeth Piedrahita Uribe se conmovió y decidió salvar una parte del archivo que portaba la memoria de las luchas obreras en algunos puertos del “río rojo” —esa parte del río Magdalena en la que se realizaron sucesivas luchas por los derechos laborales en las primeras décadas del siglo XX—. Entre las llamas ardían Barrancabermeja, Puerto Berrío, las orillas del río Magdalena, Puerto Wilches, la Troco, los rostros, los gestos y las voces del obrerismo. Faltaron pocos minutos para que desaparecieran para siempre los 169 negativos que hoy se conservan bajo la custodia de los nietos Alonso Benjumea Piedrahita y Liliana Quintero Piedrahita. Pasaron los años y el archivo rescatado del fuego empezó a tener una nueva vida. Floro murió en 1972, y dejó un legado a pesar de sí mismo. Sus hijas Stella y Elizabeth se convirtieron en las guardianas de los negativos sobrevivientes y en la década de 1980 facilitaron a Luis Sandoval y a María Tila Uribe el acceso a un grupo de imágenes.

En ellas quedaron registrados momentos y procesos de la instalación de una poderosa petrolera norteamericana en Barrancabermeja y la intensa protesta que instauraron miles de trabajadores en las huelgas de octubre de 1924 y de enero de 1927. Los festivos recibimientos que le hizo una buena parte de la población trabajadora a María Cano en diciembre de 1926 y a finales de 1927 durante sus dos visitas a Barranca también fueron captados por la cámara de Floro Piedrahita. Los años veinte, en medio de la ebullición de reclamos, exigencias, límites, concesiones y tensiones entre dirigentes empresariales, líderes políticos revolucionarios, funcionarios del Estado colombiano y trabajadores, quedaron en la memoria visual que guarda el archivo de aquel fotógrafo nacido en Medellín el 12 de febrero de 1893. El oficio de tomar vistas en medio de huelgas y revolucionarios convirtió al joven buscador de aventuras en un “aguerrido soldado de la causa obrera y campesina de Colombia”, según lo expresó uno de los principales periódicos socialistas de los años veinte.

Cuando Floro Piedrahita dejó su ciudad natal llevaba consigo, según la memoria familiar, un título de bachiller con los jesuitas, tres años de seminarista, una escapada repentina del seminario, tres años de formación en tauromaquia, una “mano multada” por peleador, un hermano menor llamado Gabriel, una orfandad de padre desde los diez años y una amistad con Raúl Eduardo Mahecha (1884-1940), quien sabía disparar, escribir, imprimir periódicos, tomar fotos y dar discursos convincentes y entusiastas sobre los derechos de los trabajadores, las promesas del socialismo y los peligros del imperialismo. La amistad, la camaradería y la cercanía entre Floro y Raúl Eduardo pueden apreciarse en algunas de las fotos que hemos recopilado. En una de ellas, ambos posan ante la cámara con el fin de dignificar y defender la lucha por los tres ochos, que tuvo en Barrancabermeja un epicentro durante los años veinte y treinta, hasta que fue aprobada por el Congreso colombiano por medio de la Ley 129 de 1931 y reglamentada por el Decreto 895 del 26 de abril de 1934.

La policía nacional obstruye arbitrariamente una vía pública a los huelguistas; alegando su jefe que esa vía no era territorio colombiano, Barrancabermeja, enero de 1927.

Las fotografías

Entre las fotos de Floro Piedrahita Callejas hay una que nos permite entender cómo se concretó y se interpretó aquella nueva condición territorial en el imaginario político de los jefes policiales colombianos cuando debieron enfrentar las luchas obreras derivadas del traspaso que autorizó el gobierno colombiano de la Concesión de Mares a la Tropical Oil Company en 1919. Corría el año 1927 y los trabajadores del enclave petrolero entraron en una segunda huelga general durante el mes de enero. El gobierno de Miguel Abadía Méndez envió la policía al puerto de Barrancabermeja y allí su comandante pronunció las siguientes palabras ante los huelguistas, mientras que a la vez les obstruía el paso con sus uniformados en armas: “No pueden pasar porque esta vía no es territorio colombiano”. La frase se puede deducir del comentario que escribió Floro Piedrahita, con su lápiz de cera negra, sobre el negativo que construyó aquel día de lucha obrera en contra de las precarias condiciones de trabajo que ofrecía la Tropical Oil Company.

Este ejercicio escritural del fotógrafo permite comprender mejor el escenario visual que devela el blanco y negro de la imagen, pero a la vez indica el carácter político y militante del autor de la fotografía. Presenta además un cuestionamiento en torno a la nación que está siendo representada y defendida por aquel cuerpo de “policía nacional”. La palabra “arbitrariamente” es asimismo una clara crítica del fotógrafo a la acción policial y el verbo “alegar”, conjugado en la forma del gerundio, ofrece una pista para imaginar el tono y la actitud de la voz autoritaria del jefe de policía, que obedece órdenes de funcionarios del gobierno colombiano y, muy probablemente, de los directivos de la Troco.

La advertencia que el señor Woodrow Wilson había expresado veinte años atrás sobre el ultraje que podían tener las naciones con las cuales se hacían concesiones de explotación económica se materializa por medio de la representación mental que pusieron a circular no solamente los financistas y políticos estadounidenses, sino también, en este caso, algunos miembros del Estado colombiano. Podríamos decir, en otros términos, que el Estado en Colombia estaba deconstruyendo su condición de poder soberano sobre un territorio al ceder, en la práctica, el control que debía ejercer sobre aquellas riberas del río Magdalena. Cuando el jefe de aquel grupo policial anunciaba a los trabajadores que aquella “vía no era territorio colombiano”, se estaba terminando de configurar lo que ha sido denominado, en ámbitos académicos, una economía de enclave, es decir, una forma de producción en la cual un Estado declina y pacta con una compañía extranjera la creación de una colonia o isla de poder donde gobiernan los directivos empresariales beneficiados por una concesión del mismo Estado. La fotografía de Floro, aquel enero de 1927, poco antes de ser enviado al panóptico de Tunja, visibiliza el rostro de un Estado que pone en práctica unas técnicas de gobierno con las cuales se debilita y se autodesterritorializa. La fotografía que anuncia este gesto político deja ver un conjunto de policías y trabajadores que escuchaban las palabras del comandante que negaba el paso a los huelguistas y otorgaba un trozo de soberanía a Estados Unidos. Pero los unos como los otros, incluido el mismo jefe de policía, probablemente no alcanzaban a dimensionar el complejo entramado político que estaba detrás de aquellas declaraciones. Todos terminaron obedeciendo aquel abuso de autoridad y aquella afrenta al territorio nacional.

Ahora bien, este escenario anterior, en el cual el Estado colombiano actúa claramente en favor de los directivos de la Troco y de los intereses económicos de Estados Unidos, se vio fortalecido por la declaración de estado de sitio que se efectuó en Barranca durante los días de la segunda huelga general en enero de 1927. El acto fue realizado leyendo un bando ante unos cuantos civiles, pero frente a la atenta escucha de un pelotón militar cuidadosamente filado, uniformado y armado. A la lectura del “bando declarando a Barranca en sitio” acude un presuroso habitante que desea saber lo que se dice. Mientras tanto, los policías, algunos niños que miran al fotógrafo y un puñado de adultos se mantienen atentos a lo que pronuncia el representante estatal. Floro Piedrahita estuvo en aquel momento con su cámara registrando cómo los agentes ponían en marcha una conocida técnica de gobierno: los poderes especiales para que el presidente legisle, decrete y ordene según su parecer y el de sus ministros.

María Cano saluda al obrerismo de Barranca con un elocuente discurso, diciembre de 1926.

La constitución vigente en 1927 permitió al presidente Miguel Abadía Méndez reaccionar y declarar el estado de sitio después de que él, los miembros del consejo de Estado y todos sus ministros consideraron la existencia de una conmoción interior cuando en Barrancabermeja los anhelos de los trabajadores perturbaron el “orden público”. Estos hombres hicieron uso del artículo 121 de la Constitución nacional de Colombia, un artículo que no fue reformado ni una sola vez entre 1886 y 1991, es decir, durante los 105 años de su validez como norma rectora de la vida y del sistema jurídico colombiano. Seguramente aquel presidente acudió a esta herramienta constitucional y política con el fin de “defender los derechos de la nación o reprimir el alzamiento” que percibió en Barranca.

Es posible que el titular publicado en el periódico El Tiempo, el 14 de enero de aquel año, anunciando que había “diez mil obreros listos para declarar la huelga en Barranca” haya provocado un gran pánico en la sensibilidad del presidente Abadía Méndez. También es factible que ese número multitudinario de obreros lo haya hecho pensar que una gran revolución se preparaba en las tierras que explotaban los amigos norteamericanos. Este pensamiento pudo venir a la mente del presidente porque debajo de aquel alarmante titular se anunciaba “que la excitación de los ánimos en aquella población es grandísima y que aquel pueblo estuvo a punto de linchar a un americano que rompió la bandera de los huelguistas”. El presidente leía dichos sucesos en la primera página de uno de los principales diarios del país, pero también recibía noticias más “peligrosas”, pues por esos mismos días los obreros de Barrancabermeja habían redactado sus peticiones y razones para declarar la huelga en los campos de trabajo de la Tropical Oil Company. En ellas se solicitaba “aumento de salarios del 25 %”, “seguridad de empleo, es decir, que no hubiera despidos sin justa causa”, “descanso dominical”, “día de trabajo de 8 horas”, “mejor comida y mejores condiciones sanitarias” y “anjeos en las ventanas de las viviendas de la compañía”.

Todo aquello era demasiado para el muy creyente presidente colombiano y sus nuevos socios empresariales. Era necesario entonces declarar la conmoción interior y darle al jefe del gobierno los poderes con los cuales pudiera restablecer la “tranquilidad pública” perturbada por los excitados trabajadores y sus desmedidas peticiones. El carácter del régimen político colombiano frente a las luchas populares por los derechos laborales continuaba así perfilándose. Ante la solicitud de los trabajadores y sus acciones para presionar mejores condiciones de trabajo era justificable hacer uso de poderes especiales, de decisiones policiales y de advertencias que pasaban por frases humillantes, como escribió Floro Piedrahita en una de sus fotografías del 20 de enero de 1927. En palabras de Guillermo O’Donnell, cuando piensa la construcción y formación del Estado en América Latina, aquella situación política en Barrancabermeja significa la conformación de una “zona marrón”, es decir, de una sección del territorio en la cual el Estado tiene una precaria presencia tanto en el aspecto funcional como material, o sea, no existe “un conjunto de burocracias razonablemente eficaces ni una legalidad efectiva”.

La huelga continuaba y el 20 de enero de 1927 una bruma leve recorría las calles cálidas de Barrancabermeja. Floro Piedrahita también transitaba con su cámara Autographic Kodak Special observando, oyendo y captando momentos de las marchas de los obreros. Buscaba un punto de vista para lograr un plano amplio que permitiera registrar la tensión entre los trabajadores en masa con sus banderas, por una parte, y el jefe de policía con sus agentes que protegían directivos de la empresa petrolera, por otra. Terminó ubicándose en una altura desde la cual pudo escuchar cuando el jefe de la policía nacional hacía “retirar los obreros usando de frases humillantes y fuertes e hiriendo el amor propio de todos”, tal como lo denunció sobre el negativo que indica nuevamente la presencia hostil de la imagen ilusoria del Estado. De un Estado que no tiene otras palabras diferentes a las ofensivas y degradantes para dirigirse a los trabajadores y a los colombianos. Aquel día jueves, 20 de enero de 1927, se decía en algunos periódicos de la capital del país: “Parte de los huelguistas de Barranca regresan al trabajo”.

La noticia creaba una idea de desorden entre los trabajadores, aunque intentaba ser objetiva al presentar información proveniente de diferentes actores del conflicto laboral que tenía su sede principal en Barranca, pero que se había extendido a otros lugares de Colombia. En efecto, en Medellín se realizó una manifestación liderada por María Cano en favor de los huelguistas barranqueños y en Girardot los braceros se negaron a “movilizar los cargamentos de la Tropical, como venganza contra las últimas declaraciones de la compañía. Esa resolución de los trabajadores es extensiva a todo el Alto Magdalena”. El reportero que anunciaba el regreso de parte de los trabajadores entrevistó al general de la Tropical en Bogotá, un señor Palmer. También habló con el señor Jurado, secretario del Ministerio de Gobierno, y con el propio ministro de Gobierno, el señor Jorge Vélez, quien consideró que “la huelga está muy cerca de su completa terminación”.

Desfile de huelguistas. Muchos trabajadores van con sus camisas abotonadas hasta el cuello, lo que les da más elegancia. El abanderado enarbola no solo una bandera, también porta un símbolo de lucha política: los tres ochos. Al fondo, en la última fila contra el cerco, es posible encontrar la presencia de capataces o trabajadores que no están en el desfile. Barrancabermeja, enero de 1927.

Ahora bien, no es posible afirmar que detrás de las palabras del ministro Vélez estuviera escondiéndose lo que horas más tarde sucedería en Barrancabermeja: la terminación de la huelga por el ingreso de la policía disparando contra los obreros y quienes se encontraban reunidos para honrar y despedir al alcalde Saúl Luna Gómez, dirigente político que simpatizaba con las peticiones de los trabajadores. Mientras que ese jueves 20 de enero se anunciaba en Bogotá el final de la huelga, debido a la poca unidad de los obreros de la Tropical, en Barrancabermeja se optaba por una solución violenta y represiva por parte de la policía nacional. Los uniformados entraron al salón, donde se celebraba pacíficamente, accionando sus armas y provocando la muerte de varios trabajadores, los unos porque fueron alcanzados por las balas y los otros porque murieron ahogados tratando de escapar tirándose al río Magdalena.

El desenlace violento develó un Estado “marrón”, débil e incapaz de mediar y regular efectivamente los conflictos sociales. Las noticias del sábado 22 de enero se movieron entre las informaciones oficiales, es decir, de los agentes del gobierno, y las narraciones de corresponsales periodísticos que fueron enviados a Barranca con el fin de recoger los relatos de los trabajadores y la población del puerto fluvial petrolero en estado de sitio. Recordemos que dicha situación jurídico-política legalizaba acciones represivas que buscaran la supuesta recuperación del “orden” y la “tranquilidad pública”. El problema es que la aceptación de ese estado de quietud implicaba que los trabajadores renunciaran a luchar por sus derechos laborales y que los empresarios continuaran poniendo en práctica formas de trabajo que ahora se empezaban a considerar injustas y abusivas. De acuerdo con el relato del periódico El Tiempo, aquella noche del jueves 20 de enero ya existía un nuevo alcalde en Barrancabermeja. Se llamaba Fermín Camacho, un capitán de la policía que había sido nombrado en reemplazo de Saúl Luna Gómez. La situación del pueblo petrolero, a ojos del gobierno, necesitaba un gobernante que tuviera una formación de carácter militar, puesto que la hora de las negociaciones políticas había terminado. El alcalde capitán estaba enterado del banquete que se celebraba en el Café Chino. Según el corresponsal que cubrió el 21 de enero lo sucedido en Barrancabermeja, el “distinguido grupo de caballeros de todos los colores políticos” que se encontraba ofreciendo aquella acción de gracias al burgomaestre que ya partía recibió la visita de “Raúl Mahecha frente a un numeroso grupo de obreros” para expresar también su simpatía por el trabajo que había hecho el doctor Luna Gómez. Acto seguido, Mahecha tomó la iniciativa y “usó en toda su peroración de palabras moderadas”. A este gesto de cordialidad “contestó el doctor Luna Gómez dando las gracias a los manifestantes, y excitando calurosamente a todos los obreros, para que desfilaran tranquilamente hacia sus hogares”.

Mientras eso sucedía en el interior del Café Chino, afuera, en las calles aledañas, se preparaba un pelotón de policías al mando del general Rafael Pulecio, superior del nuevo alcalde de la ciudad convulsionada. De repente, el capitán Camacho, invitado a la cena, “fue llamado hacia la calle, a donde acudió para no volver”. De esa manera se protegía al nuevo alcalde y se posibilitaba que “el general Pulecio, comandante de la policía nacional acantonada en esta población, revólver en mano y gritando abajos a la huelga y vivas al gobierno, iniciara un tiroteo contra el local del Café Chino”.

El pánico también se hizo presente. Las esposas de los celebrantes acudieron a socorrer a sus maridos y muchos de los que allí estaban se precipitaron saliendo por el solar del restaurante. “Como resultado de la agresión hubo tres muertos y muchos heridos. Comunican además que el Magdalena arrastró otros ocho cadáveres. […] El cura párroco y el nuevo alcalde, capitán Fermín Camacho, en lugar de impedir la matanza y de intervenir para poner fin a la tragedia, se encerraron en la casa cural”. Uno de los muertos fue Leonardo Ardila, o Arcila. La imagen del obrero muerto, caído en una de las calles por las que había marchado para protestar contra sus precarias condiciones de trabajo, representa un ritual fúnebre a la vista de todos los presentes en Barrancabermeja. Es probable que el cuerpo inerte del trabajador asesinado por el Estado colombiano haya amanecido acompañado por algunos de sus camaradas.

La foto fue tomada por Floro Piedrahita después de que ubicaron cuidadosamente algunos símbolos alrededor del cadáver de quien merecía ahora el silencio y la pleitesía de sus simpatizantes. Para honrar la memoria, el compromiso y, a la vez, para visibilizar la muerte injusta del obrero se organizó a su alrededor una improvisada velación; es decir, se rodeó el cuerpo del fallecido con velas que poco a poco se consumían para luego ser remplazadas, de tal forma que el fuego estuviera presente durante todo el lapso del velorio. La llama, ese símbolo ancestral que nuestros antepasados tanto aprendieron a cuidar, también se hizo visible en forma cuádruple encerrando el cuerpo sin vida de Leonardo Ardila. No se podía aceptar que esa muerte pasara sin la debida atención. Por eso trajeron un estandarte donde fuera posible plantar una bandera con los tres ochos. La tela portaba seguramente el color rojo, símbolo de las luchas obreras. El rojo de la sangre corría todavía en el perímetro fúnebre que delimitaban los extrañados, solidarios y tal vez curiosos que observaban y participaban del ritual organizado por los compañeros de Leonardo.

He aquí una de las víctimas de la masacre de Barrancabermeja – en su San Bartolomé de la noche del 20 de enero de 1927.
Exhumación del cadáver de Leonardo Arcila – víctima en la huelga de Barranca (sic) en enero de 1927.

Floro Piedrahita fue el principal relator de aquella escena. Su cámara, su enfoque, su taller y su lápiz de cera inscribieron trazos de aquella noche mortal. Floro la equipara con la famosa noche sangrienta ocurrida en París, 355 años antes, el 23 de agosto de 1572, conocida como la Noche de San Bartolomé. En el siglo XVI murieron protestantes religiosos, en 1927 murieron obreros que protestaban por la ausencia de anjeos en las habitaciones de la Troco en Barrancabermeja.

Se aseguró en las fuentes oficiales que los discursos de Mahecha y Luna Gómez “fueron incendiarios” y los huelguistas “atacaron a garrote” al general Pulecio y luego fueron a la casa cural y a la alcaldía para agredirlas con “piedras y garrote”. Se trató entonces de dos versiones que no se correspondían. Por su parte, el ministro de Guerra Ignacio Rengifo dijo: “Quizás debido un poco al alcohol ingerido el señor Mahecha y otros oradores pronunciaron discursos conciliatorios contra el orden público, contra el gobierno, contra la sociedad y contra la fuerza armada”.

¿Qué pensarían los lectores de la prensa en Colombia cuando vieron el cadáver de Leonardo Ardila en la calle y en medio de unos símbolos poco claros para muchos? La ausencia de cruces y estampas religiosas de origen católico pudo haber confundido y preocupado a las sensibilidades religiosas de numerosos colombianos. En ese espacio mortuorio se veían una bandera indescifrable para un devoto cristiano y unas velas que no eran exclusividad de los rituales católicos. “Ah, se trata de un comunista”, “de un ateo”, “de un enemigo de Dios y de la Patria”. “¡No merece sepultura eclesiástica, debe ir al muladar!”. Debieron exclamar los creyentes más convencidos de que los comunistas no podían entrar a los “campos santos de la cristiandad”.

En otras palabras, podemos decir que la interacción violenta del jefe de la policía nacional con los huelguistas de Barrancabermeja en términos apátridas, ultrajantes y ofensivos, unidos a la agresión mortal y a la exposición del cadáver tirado en la calle de Leonardo Ardila ilustran con una locuacidad notoria y una intuición profunda que la violencia se ratifica como parte del repertorio de la alianza Estado-empresa-iglesia. Expresamente, dicha alianza anunciaba la violencia como una inquilina inoportuna, pero legítima, de la vida nacional en sus años venideros. Como muy bien ha escrito la antropóloga forense Helka Alejandra Quevedo, “el cuerpo de la víctima es un texto sufriente sobre el cual el perpetrador escribe un manual, una lección; la víctima misma es elegida con una alta dosis de azar”.

En el archivo de Floro Piedrahita, la historia de Leonardo Ardila tiene un segundo capítulo. Debió haber sucedido varios meses luego de su muerte, porque Floro fue llevado preso una semana después hasta el panóptico de Tunja. No tenemos muchos documentos para comprender lo sucedido, pero sabemos, gracias a la cámara de Piedrahita Callejas, que “el cadáver de Leonardo Ardila, víctima en la huelga de Barranca en el año de 1927” fue exhumado. La exhumación debió responder a la gran solidaridad que se gestó alrededor de la huelga y a la indignación que produjo este funesto desenlace.

En Barranca, como en otras ciudades de Colombia, muchos otros grupos de trabajadores se unieron al paro de los obreros petroleros. Raúl Eduardo Mahecha escribió un telegrama al ministro de Industrias, el 9 de enero de 1927, en el cual deja constancia de aquella solidaridad e indignación. La huelga se había declarado cuatro días antes, el 5 de enero, cuando de manera espontánea uno de sus trabajadores decidió llegar temprano a la puerta de entrada de los obreros para decirles: “No pueden entrar a trabajar porque hemos resuelto declarar la huelga”. Este relato “heroico” pertenece a uno de los líderes que luego terminaron presos, y es posible que haga recaer demasiado en sí mismo la iniciativa de propiciar la huelga. En todo caso, el telegrama de Mahecha del 9 de enero le asegura al ministro que “hora por hora llegan barcos, canoas cargadas de obreros colombianos (…). Harase (sic) imposible si continúa inmigración sostenimiento más de diez mil trabajadores, fuera familias”.

De esas multitudes de obreros también quedaron registros visuales en el archivo de Floro Piedrahita. Se trata de fotografías en las cuales se perciben gestos de solidaridad y apoyo y una decidida voluntad de luchar conjuntamente por la construcción de derechos laborales. El fotógrafo crea una imagen e inserta en ella unas cuantas palabras con las que construye una doble narración: iconográfica y escritural.

Por su parte, después de que la policía disparó contra los obreros en el Café Chino la noche del 20 de enero y ultimó a Leonardo Ardila, otro de los líderes políticos que venían impulsando las luchas obreras por mejores condiciones de trabajo, el intelectual y cofundador del Partido Socialista Revolucionario, el señor Ignacio Torres Giraldo, aseguró en sus crónicas que entre el 23 y el 26 de enero entraron en huelga también trabajadores de Girardot, Beltrán, La Dorada, Puerto Berrío y braceros de Ambalema y Calamar, “quedando generalizado el paro en el río”. Y a ellos se unieron igualmente los trabajadores “del dique, el ferrocarril y los puertos de Cartagena”.

*Profesores investigadores de la Universidad Eafit.

Desfile de obrero con María Cano. María, en primer plano, aumenta el entusiasmo de los obreros y de mujeres que portan también banderas y símbolos de las luchas por los derechos laborales. Barrancabermeja, diciembre de 1926.
El jefe de la policía nacional hace retirar los obreros usando de frases humillantes y fuertes e hiriendo el amor propio de todos. Memorable foto de la marcha y su premonitorio texto, pues esa noche la policía disparó en el Café Chino en contra de los obreros y mató a varios. El hombre que camina hacia la cámara, quizás un capataz de la Troco o el mismo jefe de la policía, está señalado con una cruz como parte del texto. Barrancabermeja, enero 20 de 1927.