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Editorial UC 122

Gobierno en reversa

Un presidente dubitativo en el palacio de gobierno es una imagen clásica del poder. Un lugar común que puede entrañar la debilidad o la prudencia. En su discurso de posesión el presidente Iván Duque citaba una célebre frase del expresidente Darío Echandía: “¿El poder para qué?”. Una pregunta filosófica tal vez demasiado ardua para el joven mandatario. Muy pronto Duque cumplirá tres años en el poder y todavía no sabe para qué… Ni cómo, ni cuándo, ni dónde. Lo peor del presidente no son las dudas sino las certezas que duran apenas unos días. El presidente no es indeciso sino débil, temeroso, huérfano de todo liderazgo. Cuando Duque decide la realidad se revela, cuando respalda a un funcionario lo obliga a renunciar, cuando niega en la mañana se sabe que afirmará en la noche. En definitiva el gobierno está decidido a llevarse la contraria.

Algunos casos demuestran su manía por lo extemporáneo, lo inconveniente, lo desatinado. Empecemos por sus decisiones respecto a un comandante del Ejército y un ministro de Defensa. Duque nombró al general Nicacio Martínez como comandante a pesar de sus antecedentes “positivos”. En mayo de 2019 The New York Times reveló órdenes dadas por el nuevo comandante a generales y coroneles para “doblar los resultados operacionales en todos los niveles de mando”. Además las operaciones debían dejar de ser “perfectas” y solo necesitaban un sesenta o setenta por ciento de “credibilidad y exactitud”. Cerrar los ojos para crecer en muertes en combate, capturas y desmovilizaciones. El gobierno salió a respaldar al general Martínez que apenas se sostuvo unos meses. En diciembre un escándalo de chuzadas a periodistas le dio el puntillazo al comandante por “motivos personales”. Falsos positivos y chuzadas en un gobierno comprometido con la continuidad, eso sí hay que decirlo.

Un mes antes había caído Guillermo Botero, el ministro de Defensa, por esconder la muerte de doce menores de edad en un bombardeo en Caquetá a las disidencias de las Farc. El gobierno lo intentó todo por mantenerlo pero la primera moción de censura exitosa de la historia estaba lista —67 votos a favor en el Senado— y a Botero no le quedó más que irse e embajador a Chile. La defensa no es el fuerte del gobierno Duque.

Pero no vale la pena esculcar los viejos tiempos de los tres años larguísimos que ajusta este gobierno. Las decisiones en el actual Paro Nacional muestran que el presidente es ese niño al que los profesores, los compañeros o la mamá terminan empujando, jalando de la mano con algún regaño, lejos de sus antojos, sus pataletas y sus caprichos.

En el principio fue la reforma tributaria. Duque resolvió rebelarse contra Uribe que le pidió públicamente excluir del pago del IVA a cuatro millones de hogares y no pensar en impuesto a los servicios públicos. El presidente siguió adelante escoltado por el ministro Carrasquilla. Luego del primer alboroto dijo: “Estoy dispuesto a retirar la propuesta del IVA y de los servicios funerarios”. Apenas unas horas después la realidad lo empujaba un poco más allá: “No habrá aumentos en el IVA en bienes y servicios, ni tampoco ampliar las reglas juego actuales. (…) En lo relacionado con el impuesto de renta, las personas que hoy no pagan este impuesto, no lo van a hacer”. La propuesta no será retirada, repetía, será consensuada en el Congreso: “El gobierno no tiene líneas rojas”. Dos días después la decisión era inevitable: “Le solicito al Congreso de la República el retiro del proyecto radicado por el Ministerio de Hacienda y tramitar de manera urgente un nuevo proyecto fruto de los consensos y así evitar incertidumbre financiera”. Duque es pesado pero se mueve, cuando no se tiene ningún tipo de liderazgo no queda más que acomodarse y resistir el oleaje. Un día después el presidente aceptaba la caída por nocaut del ministro Alberto Carrasquilla.

Llegó el nuevo titular de la cartera de Hacienda y ahora el ruido lo ponían los 25 aviones de guerra que Colombia iba a comprar a la brasilera Embraer por 234 millones de dólares. El contrato estaba firmado y era inaceptable que en semejante momento el gobierno se metiera en ese embeleco que permitiría “una lucha más efectiva contra la amenaza narcoterrorista”, según la página de la FAC. El nuevo ministro tuvo que debutar poniéndole reversa a unos aviones: “…les digo abiertamente a los colombianos: para esos aviones no hay plata, no son prioritarios”.

El paro siguió y mostró su peor cara en Cali. Hasta el 9 de mayo se hablaba de 47 muertes vinculadas a la protesta en el país. Cali estaba sitiada y el coro nacional era clarísimo para que el presidente fuera a la ciudad. El alcalde Jorge Iván Ospina, los manifestantes en Puerto Resistencia, la oposición, Óscar Iván Zuluaga y Paloma Valencia, los taxistas, las agencias de viajes, los motorratones, la gente en Bucaramanga o Pasto pedía el viaje. Pero Duque decía que no iba por “prudencia”. El 10 de mayo alguien lo levantó de la oreja, lo montó a un avión militar y lo llevó a Cali a la una de la mañana al menos para que se aclimatara un poco. “Vino, vio y perdió”, fue la frase que se repitió en Cali luego de esa visita a escondidas. Ese saludo no dejó contento a nadie y los gritos para que viera y se dejara ver siguieron sonando. Al día siguiente volvió con la lonchera en la mano y algo nervioso. “Vio que sí se puede”, parecía decirle el país entero. A finales de mayo se quedó a dormir cual novio rogao.

Cuando el abuso de la policía se hizo escandaloso en el exterior se hizo evidente la necesidad de una mirada internacional e independiente frente al triste papel del defensor del pueblo y la procuradora que nombró Duque. Entonces la alta comisionada de la ONU para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet, pidió la visita de la Comisión Interamericana de Derecho Humanos (CIDH), al igual que 23 Organizaciones No Gubernamentales, la oposición en pleno, Amnistía Internacional. La propia CIDH solicitó la visita para constatar de primera mano qué pasó y qué está pasando en las calles. El gobierno se negó y la vicepresidenta viajó el 24 de mayo a Washington para decir que la visita era inoportuna y que primero había que sacar las cuentas en casa. Vinieron las críticas a un gobierno acostumbrado a señalar a otros países de la región por su falta de transparencia en la defensa de los DD.HH. Una semana después la visita estaba acordada y programada para el 7 de junio. El gobierno no actúa, solo reacciona, apaga el incendio, reconoce el error, enmienda la página.

Hace un mes el gobierno echó para atrás el acuerdo firmado en Buenaventura entre dos viceministros, Desarrollo Rural y Relaciones Públicas, y el Comité del Paro. El documento “secreto” autorizaba al comité a revisar los camiones que entraban y salían del puerto. Fue firmado el 28 de mayo y el 29 ya estaba el grito en el cielo del ministro del Interior: “No está autorizado”.

La más reciente patrasiada tiene que ver con el fallo de tutela de la Corte Constitucional que revivió las 16 curules para víctimas pactadas en el acuerdo con las Farc. Desde 2017 está planteado el pulso por esas curules que el gobierno dice serán en realidad para los victimarios. El fallo de la Corte fue el 21 de mayo y el 27 la secretaría jurídica de presidencia presentó su escrito pidiendo la nulidad de la decisión. El pasado 9 de junio le entró un repentino arrepentimiento y recalcó su “respeto por la institucionalidad”. Era sumar un motivo a la protesta por dejar una constancia pues la derrota estaba asegurada.

En la noche, arrepintiéndose de lo decidido en el día, Duque recita sin guitarra los versos aprendidos en el bachillerato: “Hay días en que somos tan móviles, tan móviles, / como las leves briznas al viento y al azar. / Tal vez bajo otro cielo la Gloria nos sonríe”.

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