Archivo restaurado
Universo Centro 035
Mayo 2012
Universo Centro 035
Mayo 2012
Por Raul Trujillo
Yaira, bailarina.
Con la pose —valdría escribir un tratado sobre las poses— de quien se ha cultivado a sí mismo como instrumento y materia plástica, nos enseña desafiante, Yaira bailarina, su estilo entre el folk y el oeste americano. Dos grandes referentes bien diversos que nutrieron el mundo de los jóvenes desde que el hipismo los re-conoció. Tal vez como opuestos complementarios, del mundo de rudos e industrializados vaqueros y mineros y de la India orgánica y trascendental se nutrió el imaginario del jeanswear —universo denim— que acompañaría a los jóvenes cuatro décadas atrás en tiempos de revolución, contracultura y creatividad al poder. En ese caldo de cultura, la androginia propuesta por lo unisex invadía las mentes revolucionarias de los jóvenes al ritmo que se extendía el modelo de vida americano.
Las vaqueras, que realmente nunca fueron de trabajo, con sus notorios detalles bordados y calados coloridos en las cañas, sus apliques metálicos en puntera y remache y el característico taco inclinado, solo se impusieron en las fiestas de exhibición de rodeo y en los populosos lugares donde multitudes bailan llevando el atuendo típico, si así pudiéramos definir el de los norteamericanos del oeste: camisa con almillas decoradas, un clasijean cinco bolsillos y las botas que cargan el estigma de su dueño. Ya sea por el uso o por el origen, estas botas parecieran ser tan únicas como sus portadores. Producidas preferiblemente por encargo y a gusto del comprador, su resistencia, comodidad y valor son ya mitos. Luego de la Segunda Guerra Mundial, el florecimiento de los rodeos como espectáculo, con su promoción de cowboys y novedosas cowgirls, hizo de los años 40 y 50 la edad dorada de las vaqueras.
Una historia corta, comparada con las historias de los modelos europeos pero con una capacidad de expansión tan acelerada y masiva como la misma globalización.
El color turquesa como acento a un fondo oscuro se evidencia en el diseño de estampa de una cenefa de particular fondo negro, con pavos reales en forma de paisley libres que flotan entre ramas que parecen caer; multietnia, posiblemente remezcla de la india o alguna zona cultural por remixar. También se coordinan el verde oliva y el ámbar, que por su luz mulata a pocos latinos les va. Poco que decir de la silueta corta en A: el babydoll ha pasado por muchas versiones. Es cómoda y combina con jeans o calzas. Turquesa también es el color de sus uñas, tonos antinaturales como de esmalte automotriz que permiten lucir manos inverosímiles. Color que también resalta en los abalorios del collar, que seguramente de sonajero puede usar. Repicando en verde y con decidida dulzura los ojos nos miran y una sonrisa inquietante de Gioconda se esboza. Hippie hubiera sido llevar el cabello largo y salvaje y estar casi sin maquillaje, pero con menos se dice más. Equilibrio entre exceso y austeridad, tanto código decorado y visual puede servir de marco a la belleza natural.
Último tono, el muscular. Hermosas piernas que bien vale mostrar. Bueno, sé por experiencia que en temporada de montaje los moretones de los ensayos no son de lo más sexy. Desde hace mucho, por las bailarinas de Degas que masajean sus pies atrofiados de hacer puntas, conocemos los tormentos que exige la técnica clásica, hermosa y tenaz. Existen por fortuna otros ritmos y métodos más amables y abiertos a gozar.
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