Don Hernando de Jesús Álvarez Gómez
—
Por Raul Trujillo
Don Hernando de Jesús Álvarez Gómez
es vigilante.
Parece que a este general de mil batallas, de tanto estar en la calle, la contaminación de la ciudad se le ha fijado a la piel y ha enmarronecido y opacado antiguos brillos y su estricto gesto de castrense oropel. Sólo otra posible e infantil explicación podría encontrarle a su color: se puso marrón de tanto tomar café para aguardar atento como lechuza en la noche y en el sereno de la madrugada, despierto cuando “todos los gatos son pardos”. Trasnochado y humilde color hábito franciscano es el resultadlo de la mezcla de todos los pigmentos y bien se mimetiza porque no compite con ninguno y a casi todos puede acompañar.
Desde el sur donde estoy, la imagen de Hernando de Jesús parece sumar dos iconos o roles que representaron a las sociedades latinoamericanas de la segunda mitad del siglo XX. Un aspecto, el militar, con su gorra —que en este caso debiera ser la clásica de ocho puntas para agencias de seguridad— y sus insignias y uniformes con líneas rígidas y estrictas. Otro aspecto, la imagen del sindicalista, el líder social campesino u obrero tan demonizado en nuestro manco país. Aquí la chaqueta deportiva de cuero con puños, cuello y cintura en tejido resortado ha devenido en objeto de culto dentro de la exclusiva lista de modelos vintage.
En el mercado europeo, el invierno pasado, otro clásico, la chaqueta biker —el modelo 163 motociclista de la marca Perfecto One Star que usara Marlon Brando en la película Salvaje en el año 53— fue reconocida por los fashionistas como objeto de culto de temporada. Emblemática del rock and roll y la contracultura, la chamarra “casi uniforme” usado por la mítica banda The Ramones se hará al cuerpo como una segunda piel de tan vivida. Son tesoros algunas de las hermosas chaquetas encontradas en el mercado de segunda mano, que aún conservan gestos de su antiguo dueño y escultor.
No debemos pasar por alto el noble gesto guerrero que se conserva en don Hernando al asumir la pose de prócer con su sable al cinto y la actitud desafiante de quien porta un arma y sobre ella empuña y descarga la autoridad. Muchas historias y recuerdos de domingos de pueblo, de caminos y fondas, noches donde orejas, dedos y narices volaron por los aires cercenados entre riñas de niños venidos a machos de tanto alcohol.
El machete representó por años, más ayer y poco hoy, la antioqueñidad. Siempre hubo en las casas paisas uno bien afilado, guardado generalmente debajo del colchón del padre de familia responsable de la seguridad del hogar. Y siempre ha estado en canciones, chistes y trovas. Recuerdo una copla zumbona del fundacional Cancionero de Antioquia que recopiló Ñito Restrepo:
Al otro lado del río
se me quedó mi machete,
y pa no perderlo todo
me devolví por la vaina.
Lucen caídos los pantalones ante la flojera de ajustar el cinto que apriete y retraiga la delatora barriga, que así se vista de amistosos cuadros en tranquilo azul, habla de excesos nada favorables para la salud. Los pantalones, otro clásico ya del uniforme urbano que según la marca tendrá menos o más valor. La verdad es que la producción masiva de este tipo de modelos en Colombia para el mercado de maquilas internacionales ha logrado que el producto que se consigue en la ciudad sea de una calidad muchísimo mayor a la de la media de otras ciudades.