Archivo restaurado

Universo Centro 013
Junio 2010

Agustín Agualongo (1780-1820) fue un bravo indígena que combatió al lado de los realistas (para ser más claros: contra los patriotas). Sus razones tendría. La pintura anónima nos permite verlo y sus palabras las imagina el escritor.


De parte del aguafiestas de agualongo

Por RUBÉN VÉLEZ

Me gustaría que mi sombra fuera invitada a las celebraciones del bicentenario. ¿Por qué no? Las sombras no muerden. Ni siquiera pueden sacar la lengua. Me gustaría que me invitaran para tener la oportunidad de codearme con las sombras de los héroes independentistas. En particular, con las de Bolívar y Sucre. Gracias a la muerte, hemos sido almas gemelas por un sinnúmero de años. Ya podríamos hablar de tú a tú. Simón y Antonio José, según el tribunal de la historia, ustedes son los grandes, los canonizables, y yo, nada más que un traidor, un equivocado, un pobre de espíritu. En suma, un pastuso. Para ese tribunal fue un asunto insignificante la política de exterminio que ustedes llevaron a cabo en mi tierra. ¡Qué crueldad, Dios mío! ¡Qué noche más horrible! El honorable jurado también desestimó las razones de la “ceguera” de los pastusos. Sucede que estuvimos de parte del viejo régimen porque vislumbramos la cara oscura del nuevo. La élite criolla ( a la cual ustedes, queridos héroes, pertenecían ), miraba con malos ojos a los indios y los mestizos, no así a sus tierras y  su fuerza laboral. Antes del bullicioso y bullente año de 1810, muchos súbditos locales de don Fernando  ya tenían claro que no hay nada como los bienes y el sudor de los otros para salir adelante. La filosofía del realismo nos animó a ser realistas. ¿Qué nos trajo el orden bolivariano? ¿Una edad de oro? No bien empezó a tambalearse la realeza, empezó a agravarse nuestra realidad. Los reyes de allá no eran precisamente peras en dulce, pero no nos amargaron la vida tanto como lo han hecho los reyezuelos que ha tenido durante los últimos doscientos años la patria medio boba y medio loca. Simón y Antonio José: ¿me podrían enseñar sus espadas? No se trata de otro chiste de pastusos, se los juro. ¿Experimentar un escalofrío, uno bien profundo, no sería como abolir por un instante la aburrida condición de sombra?