Número 144 // Mayo 2025

Tres amigas de travesía por México

por RICARDO ARICAPA • Ilustraciones de Camila López

Hace ya un buen tiempo que Medellín dejó atrás su vocación fabril para enrumbarse como ciudad de servicios y emprendimientos, entre estos, cómo no, los emprendimientos de servicios sexuales, cuya gama es amplia y su peso específico es harto sensible en el empleo y la generación de ingresos, y por ende en el PIB de la ciudad ya reconocida como referente internacional en este rubro tanto para consumo interno como para la exportación.

De eso trata esta crónica: del sexo paisa tipo exportación. Cuenta cómo les fue a tres mujeres de Medellín, amigas de la infancia, quienes, en busca de salir de sus afugias económicas por una vía rápida y azarosa, en el mes de marzo de 2024 resolvieron irse juntas para México, donde el servicio se cotiza mucho mejor que en Medellín y además les favorece el factor marca país, esto es, el solo hecho de ser colombianas y aún más ser de Medellín.

Las tres amigas

Las llamaremos Sofía, Yurani y Valentina. Todas solteras y sin hijos, veinteañeras, vecinas del mismo barrio y decididamente atractivas las tres, sobre todo Yurani, un poco menos Sofía. Y parceras desde el bachillerato, que solo Sofía terminó. Desde entonces han mantenido intacta su amistad y el hilo que conecta sus vidas.

Después de pensarlo y discutirlo largamente, decidieron viajar a México a prestar servicios sexuales con visas de turistas. Porque en eso el mundo ha cambiado. Antes lo usual era que las redes de trata reclutaran mujeres en su país de origen con tretas de engaño, pero ya no lo necesitan, o no en el caso de estas tres amigas, quienes motu proprio cayeron en la red.

Es más, Sofía ya había estado en México cuatro meses, en hoteles y casas de putas. Con un balance agridulce, pues, si bien no tuvo mayores vicisitudes, no ganó el dinero que esperaba. Así que, con la experiencia adquirida y a manera de desquite, preparó su segundo viaje; un poco también por desespero, porque por esos días andaba con deudas apremiantes y en peleas con su mamá, tan bajada, que no vio otra que abrirse del parche. Pero esta vez prefirió no hacerlo sola. Convenció a Yurani y a Valentina para que lo hicieran juntas. Porque fue franca con ellas en cuanto a las asperezas y presiones del oficio, y a los riesgos que correrían en México.

Tampoco Yurani y Valentina eran ningunas novatas. Desde el colegio ya iban a fiestas en fincas y hacían ligues por dinero con amigos de flete y gringos levantados en Instagram. Lo hacían con la suficiente frecuencia como para poder sufragar sus gastos personales y sus rumbas, y para ayudar en la casa. Incluso Valentina durante un tiempo estuvo yendo a pescar gringos al Parque Lleras, y por varias semanas exhibió fotos en Mileróticos, portal de citas sexuales que se ha hecho popular en el valle de Aburrá.

El paso siguiente fue reunirse con una señora de Bello que Sofía conoció en el primer viaje, encargada de reclutar a las mujeres y adelantar lo referente a su traslado a México, trámite que incluyó lo de los pasaportes, los pasajes de avión, el acarreo entre aeropuertos y la mordida de los agentes de migración, paquete por el que cada una asumió una deuda de dieciocho millones de pesos, equivalentes a ochenta horas de servicio sexual.

Y con esas cuentas hechas prepararon su viaje. Valentina prefirió no hablar de sus planes con nadie, y solo tres días antes de salir se lo contó a su mamá, quien, fiel a sus principios, no aprobó el oficio que ella iba a hacer por allá, pero tampoco se lo reprochó, antes la apoyó. En eso influyó, como un espejo, el caso de una sobrina suya, prima de Valentina, quien trabajó dos años de prostituta en Europa, y con la plata que trajo le compró casa a la mamá, se puso tetas, consiguió moto y montó su propia sala de belleza, especializada en uñas y pestañas.

Para Yurani, en cambio, el asunto fue más dispendioso. Porque estaba enamorada de un hijo del duro de la plaza de vicio del barrio, un muchacho que ya no le mostraba apego y era más el tiempo que pasaba en rumbas que con ella, y hasta cachos le estaba poniendo. Situación que ya la tenía mamada, y cada vez más decidida a dejarlo. Su viaje a México fue, en cierta forma, una excusa para alejarse de él. Digamos que se fue por desencanto.

Aterrizaje en Ciudad de México

A Ciudad de México no las enviaron en vuelo directo para evitar el riesgo de que las devolvieran para Medellín, por mera sospecha, como es usual en las oficinas de migración de ese país. Tres mujeres jóvenes, bonitas y solas, y de Colombia para acabar de ajustar, podían despertar sospecha. Así que las enviaron por Cancún, donde la red tenía agentes de la migración fletados, a quienes previamente les enviaron fotos para que las reconocieran y las dejaran pasar.

Al día siguiente volaron a Ciudad de México, donde las recibió una pareja, marido y mujer, según dijeron. Mexicanos y cuarentones ambos, él un hombre grande de bigote ralo, pelo negro lacio y rostro poco agradable. Ella una señora morena de baja estatura y rostro más grato, pero de trato distante y frases cortantes, quien sería su jefa directa, a quien ellas debían rendir cuentas.

Llegaron a una casa de tres habitaciones que la jefa llamaba la oficina, donde vivirían con otras cuatro mujeres: tres colombianas y una venezolana. Ocuparon apretujadas la habitación disponible, y sin pérdida de tiempo la jefa pasó a explicarles sus deberes y funciones, tanto en la casa como en el servicio con los clientes. Y empezó por agregarlas a su grupo de WhatsApp, conducto por el que se mantendrían en comunicación y recibirían instrucciones. Luego les explicó lo más importante: el modus operandi del servicio y las tarifas a cobrar.

Como norma básica, les recalcó, el servicio se cobra por horas y por adelantado, y se presta en la dirección que el cliente indique, residencia u hotel. El básico es de una hora e incluye sexo oral con condón y la relación normal, con la opción de un segundo polvo si el cliente se lo alcanza a echar antes de la hora. Por este servicio cobran dos mil pesos mexicanos, unos quinientos mil colombianos al cambio de ese momento, e incluye el costo del taxi. Pero no falta el que paga una hora adicional, o dos, o la amanecida, que es como ganarse un chance porque es un servicio que factura ocho horas.

La oferta incluye servicios extras, que se acuerdan con el cliente en la intimidad de la cama, estos sí con tarifa diferencial dependiendo del extra que sea. Si son solo cariñitos, abracitos y besitos de novia, o una paja rusa, pueden cobrar quinientos. Si es beso con lengua o el oral natural, o sea, sin condón, la tarifa es mil, que se duplica si el cliente se viene dentro de la boca. Para el anal, que también está en el menú, la tarifa ya es abierta y a discreción de la doliente. Pero todos estos extras son voluntarios, ya verá cada una si los cobra o no, las tranquilizó la jefa.

En cuanto a la frecuencia de los servicios, no hay consistencia, depende de la suerte y de los encantos que se oferten. En una jornada muy buena pueden hacer unos ocho servicios, en una normal cuatro o cinco. Como también hay días de dos servicios si mucho, y días de vidrio, sin uno solo. A veces las piden para un trío, o en grupos para fiestas en fincas u hoteles, eventos estos que se negocian distinto.

Sobre la deuda les hizo algunas precisiones. Es una deuda elástica, aumenta con las multas que se ganen por sus faltas, les advirtió, y les recordó que son ochenta las horas que hay que facturar para completar el pago, para lo cual deben estar como los boy scouts: siempre listas. En cuanto al dinero, por lo pronto, y mientras terminan de pagar la deuda, de cada servicio ellas solo recibirán la quinta parte del pago, para sufragar su alimentación y gastos personales, el resto va a amortizar la deuda. El dinero de las propinas y los extras sí va todo al bolsillo de ellas, entre otras cosas, porque es imposible controlarlo.

Una vez finalizada la inducción, la jefa las llevó a un centro comercial y les compró ropa más indicada, con cargo a la deuda, claro. La ropa que ellas llevaron le pareció ordinaria y poco sexi. Luego hizo que las peinaran, maquillaran y les tomaran las fotos y videos para el catálogo de promoción en las páginas web. Con el nombre cambiado, por supuesto, porque en el mundo de la trata —y de la prostitución en general— la identidad es lo primero que se pierde. Descansaron cuando la jefa les aseguró que esas páginas no se podían ver en Colombia.

Las amarguras del primer mes

Ya con sus fotos y videos insertos en el catálogo quedaron listas para la guerra, a jornada corrida, esto es, empezando a las once de la mañana y terminando a las cuatro o cinco de la mañana siguiente. Y si un cliente se obstinaba en solicitar alguna que ya estuviera dormida, de malas, debía levantarse e ir a atenderlo. Solo los domingos descansaban.

La comida la pedían a domicilio, pero el desayuno sí lo preparaban ellas, excepto Yurani, que todavía no sabe ni fritar un huevo. Tampoco tenían que asear la casa, una señora lo hacía una vez por semana. El resto del tiempo muerto, o sea el que transcurría entre un servicio y otro, lo pasaban en la sala común o en sus habitaciones viendo la tele y videos en Tiktok, o en chateo con sus amistades y familiares en Medellín.

O con el novio, en el caso de Yurani. El hombre la buscó por WhatsApp y le dijo que ya sabía que estaba de puta en México, pero que la entendía y la animó a regresar. Ella le volvió a copiar, siguió chateando con él y ese fue su consuelo durante esas duras primeras semanas. Para Valentina el consuelo fue su mamá, con quien conversaba a diario, y para Sofía fue una prima, dado que no tenía novio y su mamá ni siquiera sabía que ella andaba en México.

El asunto de las multas fue toda una sangría. Debían cuidarse porque la jefa por cualquier falta les clavaba su multa, la mayoría de las veces por fumar marihuana. También por no contestar rápido los mensajes, o dejar esperando el Uber, o por darle al cliente el número del celular personal, algo que enojaba a la jefa y era falta grave.

Otros personajes, con quienes por conveniencia debían mantenerse en buena onda, eran los llamados presentadores, encargados de administrar los catálogos en internet y propiciar el encuentro de los clientes con las mujeres solicitadas, por tanto, personajes con poder para opacarlas si les daba la gana: “A la buena que a los presentadores les caímos bien. Ninguna de las tres tuvo problemas con ellos en el trabajo”, comenta Sofía.

“Un trabajo que uno siempre hace de mala gana, cómo negar eso. Porque dígame: ¿a qué mujer le gusta tener que mamárselo a un desconocido?”, agrega Valentina.

“Y el riesgo también cuenta —tercia Yurani—. Por fortuna nada malo nos pasó a nosotras en Ciudad de México, pero en ese Uber uno iba a su suerte, sin saber dónde va a llegar ni quién la va a recibir. Como podía ser un man bien pinta, educado, podía ser un vejestorio, o un man que huele maluco, o está drogado, o borracho, o es negro, porque a mí no me gustan los negros, en eso soy sincera”.

“En México es bueno porque por lo general allá los hombres son rápidos, y la mayoría lo tiene chiquito —precisa Valentina—. Yo en menos de veinte minutos despachaba el mío, y hubo algunos que ni les alcancé a poner el condón, de lo rápidos. O lo contrario, tipos que se pasaban la hora insistiendo, y nada. Esos eran los peores”.

“Cosa distinta era cuando nos pedían para fiesta en hoteles, que eso allá eso se ve mucho —agrega Yurani—. Ahí tocaba arreglarse y ponerse la mejor pinta porque íbamos a competir con otras nenas. El caso ahí era quedar cerca de los duros, los manes que daban las propinas melas. A nosotras nos fue bien en las dos fiestas que estuvimos, pa qué. Por eso las otras peladas vivían ardidas”.

“Pero no siempre nos pedían para culiar —aclara Sofía—. Una vez un cliente me contrató toda la tarde y parte de la noche, y muy amplio el hombre me llevó a un centro comercial y me compró un vestido negro con meros tacones, que hasta ampollas me sacaron. Luego me invitó a comer a un restaurante superelegante, donde me vi a gatas para manejar los cubiertos. Y no paró de hablar, pero casi no le entendí porque utilizaba mucha palabra rara. Eso era lo que él quería, platicar, como se dice allá, porque a la final ni me culió. Pagó ocho horas y me dio mera propina”.

“A mí me fue bien fue con los extras. Porque no soy escrupulosa, yo voy pa las que sean —subraya Sofía—. Si uno se va hasta por allá tan lejos es porque está dispuesta a todo. Con los extras de ese mes le pude mandar plata a mi hermanita a Medellín para que se comprara un iPhone, por su cumpleaños”.

De las tres, Yurani fue la más pedida del catálogo y por lo mismo la primera que terminó de pagar la deuda. Lo logró en cuatro semanas, gracias, en buena medida, a un cliente que se enamoró de ella, muy joven él, hijo de alguien muy rico a juzgar por el barrio y el caserón donde vivía, vivía solo porque su madre había muerto, su padre se mantenía viajando y una hermana estudiaba en Estados Unidos. La primera vez estuvo con él una hora, pero le pagó dos. Tres días después la volvió a pedir y esa vez le pagó cuatro horas. La siguiente cita fue de toda la noche. La invitó a comer, le regaló ropa y una extensión para el cabello, y cuando se despidió le dejó en el bolso propina de quinientos dólares. Todo lo pagaba en dólares.

“Ese pelao se apegó de mí, parce, me pedía casi todos los días —cuenta Yurani—. Y era menor de edad. Me dijo que tenía dieciocho, pero no era cierto, le vi un documento. Hasta que empezó a hablarme de amor, y ahí sí la cagó. Me decía que yo le había llenado un vacío, dizque porque era igualita a una novia que quiso mucho y lo dejó, y que me iba a presentar a su papá. Un día me preguntó por mis planes, y yo le contesté que pensaba quedarme seis meses en México y ganar dinero para comprarle una casa a mi mamá. Entonces me dijo que si yo me casaba con él me daba ese dinero, y me montaba un negocio. Obviamente no le creí. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños. Él se enteró y me llamó a las ocho de la mañana, empeñado en que fuera a atenderlo. Marica, yo estoy muy cansada, no he parado en dos días, le dije al presentador. Pero nada, me tuve que levantar. Me mandó a recoger en limosina y todo. Lo encontré todo excitado, como drogado, y yo enojada le reclamé por despertarme. Me contestó que lo hizo para que nadie, sino él, se acostara conmigo el día de mi cumpleaños. Incluso quiso cogerme por la fuerza, y ahí sí me reboté, cancelé el servicio y llamé un Uber, y le pedí que no me volviera a llamar. Además, por ser menor de edad me podía embalar, le dije. Se quejó, y por eso la jefa me puso multa, porque era un cliente valioso que había dejado perder”.

Entre Veracruz y Tabasco

Valentina terminó de pagar su deuda en cinco semanas, una más que Yurani, o sea que a ambas les fue bien, no todas lo logran.

Entonces la jefa decidió enviarlas de gira por otras ciudades, como es lo usual en el circuito de la trata en México; y en cualquier lugar del mundo, dado que los clientes siempre quieren ver caras nuevas en los catálogos. A Sofía no la envió de gira porque aún le faltaba pagar horas de su deuda.

Tomaron la que la jefa llamaba ruta del mar, que se inicia con una pasantía de un mes en Veracruz, puerto sobre el Golfo de México, a siete horas en bus desde Ciudad de México, e incluye otras pasantías en poblaciones de los estados de Tabasco y Yucatán, más cortas estas, de una o dos semanas, dependiendo de su grado de aceptación en el mercado de cada localidad.

La jefa les pagó los pasajes en bus hasta Veracruz y les indicó en qué hotel hospedarse, uno especializado en citas sexuales porque en esta ciudad el modus operandi les cambió. No llegaron a confinarse con otras mujeres en una casa sino a alojarse en un hotel, en cuyas habitaciones prestaban sus servicios mediante un procedimiento expedito: al cliente le pedían que alquilara una habitación en este hotel, o en otro cercano, y allí le llegaban y se ahorraban el Uber.

En cuanto a la tabla tarifaria, cobraban igual que en Ciudad de México, solo que ahora, libres ya de sus deudas, la mayor parte del dinero recaudado les correspondía a ellas. Entonces ya pudieron hacer compras y darse gustos aplazados, girar dinero a sus cuentas en Medellín y ocasionalmente salir de rumba, sobre todo Valentina, que de las tres es la más afecta al reguetón, la guaracha y el tusi.

En Veracruz estuvieron más del mes, y les fue relativamente bien. Las propinas sí desmejoraron, pero aun así cada una ganó en ese lapso no menos de veinte millones de pesos colombianos, que Yurani destinó en buena parte a terminar el segundo piso a la casa de su familia, donde esperaba vivir sola, y Valentina hizo lo propio: le giró a su mamá para que remodelara la cocina, que estaba caída, y el resto se lo gastó en rumbas y en ropa que no necesitaba.

La siguiente pasantía fue en Villahermosa, capital del estado de Tabasco, una ciudad tan grande como Pereira, de economía sustentada en el petróleo, donde estuvieron la mitad de mayo y parte de junio. Y donde el servicio volvió a ser igual que en Ciudad de México, pero con una diferencia sustancial: el servicio lo prestaban en la misma casa, en sus propias habitaciones, de modo que mientras la una atendía un cliente, a la otra le tocaba esperar turno en la sala.

Retenidas

Al llegar a Villahermosa encontraron aún fresco el eco del caso ocurrido allí cuatro meses atrás, un hecho que en su momento se hizo viral en redes y en medios, y que bien vale traer a colación en esta crónica. Un caso adobado con buenas dosis de confusión e intriga, en el que hasta intervinieron, con sus discursos, los presidentes de México y Colombia, y que con el correr de los días la prensa pudo esclarecer. El móvil del asunto fue una deuda que alias el Jaguar (cabecilla de la red de trata del Cartel Jalisco Nueva Generación) tenía con un socio suyo. Ocurrió que este socio le solicitó al Jaguar el servicio de ocho de sus mujeres, para que le amenizaran la fiesta de su cumpleaños como damas de compañía. Pero el socio fue más allá, utilizó las mujeres para chantajear al Jaguar. Lo amenazó con mantenerlas retenidas si no saldaba su deuda. Al final la presión mediática hizo que el socio las soltara.

En resumen, fue una disputa entre bandidos, y en medio de ella, como rehenes, ocho jóvenes colombianas que no tenían velas en ese entuerto; ocho mujeres que fueron a Villahermosa a hacer exactamente lo mismo que Yurani y Valentina. O sea que ellas no estaban libres de que les ocurriera algo parecido o peor, fue la perturbadora conclusión que sacaron.

Y realmente no estaban libres, porque, en efecto, días después les ocurrió algo parecido en Ciudad del Carmen, población portuaria, y también petrolera, de unos doscientos mil habitantes, a dos horas en bus desde Villahermosa. Ocurrió que allí se encontraba en pasantía una chica con la que hicieron amistad en Veracruz, quien las llamó y les informó que necesitaban colombianas para una fiesta de fin de semana, con buena paga, que si se apuntaban.

Ellas no lo pensaron mucho y se apuntaron, incluso sin contarle a la jefa. Pero les supo a cacho la jugada. El hombre que las contrató, a ellas y a cuatro colombianas más, un narco de nivel importante a juzgar por el número de sus guardaespaldas, resultó ser un completo atarván. Les dio mucho licor y droga y las obligó a hacer con él y sus hombres cosas que ellas no querían, cosas bastante malucas. Y para completar, solo pagó sus polvos, los guardaespaldas no pagaron los suyos, las conejearon, como se dice en el argot. Además, las amenazaron cuando ellas les reclamaron.

El consuelo fue que por esos días tuvieron el feliz reencuentro con Sofía, quien también venía haciendo la ruta del mar. Pero en Veracruz solo estuvo tres semanas, no le fue bien, y ella misma le pidió a la jefa el cambio, empujada en buena medida por el deseo de reunirse de nuevo con sus dos amigas.

El reencuentro lo celebraron con un paseo a las grutas de Coconá, monumento natural de la región, un sistema de cuevas con formaciones rocosas de impresionante belleza. Las invitó un cliente dadivoso que conocieron en un hotel.

Últimas pasantías

Después de Villahermosa la jefa las volvió a dispersar. A Yurani la envió una temporada a Cárdenas, municipio cercano; a Valentina a Ciudad del Carmen, de ingrata recordación, y a Sofía más lejos, a Campeche, una ciudad fortificada como Cartagena, a seis horas en bus, ya en el estado de Yucatán. Y esta vez su centro de operaciones lo establecieron en hoteles.

Ya había entrado agosto, se acercaba la hora de decidir si regresar a Medellín antes del vencimiento de sus visas, o quedarse y pagar la multa a migración por el tiempo extra. Yurani fue la única que decidió regresar. No tuvo que pensarlo dos veces, harta como estaba de las humillaciones y la aspereza del oficio. Ya no podía seguir, se sentía agotada, les dijo a sus compañeras. Además, la cogió la ansiedad por regresar con su novio en Medellín. El hombre no paró de acosarla por WhatsApp para que regresara a la vida que él le ofrecía.

Valentina y Sofía decidieron continuar dos meses más, tres si mucho, según como les fuera. En todo caso diciembre lo pasarían en Medellín, eso estaba fuera de discusión. Acordaron pasar esos dos meses alojadas en hoteles en la ciudad de Mérida, capital del estado de Yucatán, pujante y animada urbe de un millón de habitantes ubicada en un lugar bastante particular: en mitad del cráter que hace 65 millones de años dejó el meteorito que provocó la extinción de los dinosaurios, el cráter de Chicxulub, de 180 kilómetros de diámetro.

En Mérida contaron con la suerte que no tuvieron en Villahermosa y sus servicios fueron bien solicitados, por lo que no hicieron más que trabajar, con jornadas largas, de hasta ocho servicios. Así que lo único digno de contar fue el paseo que hicieron al famoso cenote Mani Chan, del que conservan gratos recuerdos en Instagram. Los cenotes son pozos profundos de agua a cielo abierto de una belleza sobrecogedora, que abundan en el anillo periférico del cráter que dejó el meteorito.

Fue durante su estancia en Mérida que tuvo lugar, en la ciudad de Puebla, una tragedia asociada al tema de la trata de blancas que también se hizo viral, tanto que el periódico Q’hubo de Medellín le dio amplio despliegue: la muerte por intoxicación de un cliente y las dos mujeres que contrató para hacer un trío en un motel de esa ciudad, una de ellas del barrio Manrique y la otra de Robledo, caso que a Sofía impactó directamente porque era amiga de la chica de Manrique. La había conocido tres meses atrás durante su pasantía en Veracruz. Al igual que ella hacía su segunda travesía por México. Hicieron amistad y siguieron en contacto, su último mensaje lo recibió apenas cinco días antes de la tragedia. Le contó que planeaba regresar a Medellín en dos semanas y que eso la tenía muy contenta porque al fin vería a su hijo.

Lo que ocurrió fue que el trío en cuestión se tornó en un festín de borrachera, drogas y música a todo volumen. Ninguno de los tres advirtió que el carro quedó encendido, botando monóxido de carbono en el garaje de la habitación del motel, donde al día siguiente los encontraron muertos a todos, abrazados y desnudos en la cama.

“Esa niña era un amor —recuerda Sofía—. Con lo que ganaba mantenía a su hijo de cuatro años, a su mamá, y a una hermana que también tiene un niño. Con la muerte de ella esa familia quedó en la inopia completa. Cómo sería que para traer el cuerpo de México y pagar el entierro su familia tuvo que recurrir a la solidaridad, no tenían un peso”.

En Mérida Sofía y Valentina finalmente laboraron dos meses y una semana, no aguantaron más. Se presentaron a migración, pagaron la multa, compraron pasajes y regresaron a Medellín a mediados de noviembre.

Epílogo

“Al principio las experiencias son muy fuertes porque una no está acostumbrada —dice Yurani, a manera de balance de su travesía por México—. Maluco eso de estar con tantos manes, todos los días, pero a la final uno termina por acostumbrarse. Es un trabajo como cualquier otro, en el que se gana plata. Por eso uno hace lo que hace. Me dicen que el segundo piso que le eché a mi casa me quedó melo, y que lo amoblé muy chimba, pero yo no me siento orgullosa de lo que hice para tenerlo, ¿sí me entiende? No es algo para poner en mi hoja de vida”.

“Yo me mamé fue de la soledad en esos hoteles cuando nos separaron —dice Valentina—. La mayor parte del tiempo tenía que pasarlo encerrada en una habitación estrecha, sola, contando las horas, oyendo los tacones de las mujeres que pasaban por el pasillo, nada más; o la pasaba en la calle parada en una acera, y eso me deprimía”.

“Eso de verdad lo afecta a uno, pa qué —tercia Sofía—. Yo siento que cambié la personalidad, porque uno no regresa siendo la misma. Creo que me volví más fría, como que nada me llena, no sé. No me hacen feliz las cosas de antes. Por eso quiero irme otra vez de aquí, pero esta vez para Europa, a ganar en euros”.

“Y yo me voy con ella, porque nosotras ya somos como una familia —precisa Valentina—. El caso es que en Medellín no hay mucho que hacer, y tampoco rinde, apenas uno o dos cuadres al día, o nada. Y lo otro es que acá uno sigue enredado en lo mismo, en fiestas, con las amigas malgastando la plata. No veo la hora de volver a arrancar”.

Pronto lo harán, en efecto. Ya establecieron los contactos y adelantaron conversaciones con la gente de la vuelta en Europa. Su plan es viajar primero a Madrid y desde allí volar a Ámsterdam, donde harán su primera pasantía.

Yurani sí no va más, se bajó del bus. Sigue enamorada, y en el círculo de la trata el amor es una traba y la que se enamora pierde. Tiene esperanzas en los cambios que ha visto en su novio desde que ella llegó de México, lo juicioso que se puso, lo bien que la trata y el apoyo económico que le proporciona. Cambió por completo el hombre, dice confiada, y ahora planean vivir juntos.

“Afortunadamente ya no tendré que putiar, porque qué pereza putiar”, concluye.