Ya con sus fotos y videos insertos en el catálogo quedaron listas para la guerra, a jornada corrida, esto es, empezando a las once de la mañana y terminando a las cuatro o cinco de la mañana siguiente. Y si un cliente se obstinaba en solicitar alguna que ya estuviera dormida, de malas, debía levantarse e ir a atenderlo. Solo los domingos descansaban.
La comida la pedían a domicilio, pero el desayuno sí lo preparaban ellas, excepto Yurani, que todavía no sabe ni fritar un huevo. Tampoco tenían que asear la casa, una señora lo hacía una vez por semana. El resto del tiempo muerto, o sea el que transcurría entre un servicio y otro, lo pasaban en la sala común o en sus habitaciones viendo la tele y videos en Tiktok, o en chateo con sus amistades y familiares en Medellín.
O con el novio, en el caso de Yurani. El hombre la buscó por WhatsApp y le dijo que ya sabía que estaba de puta en México, pero que la entendía y la animó a regresar. Ella le volvió a copiar, siguió chateando con él y ese fue su consuelo durante esas duras primeras semanas. Para Valentina el consuelo fue su mamá, con quien conversaba a diario, y para Sofía fue una prima, dado que no tenía novio y su mamá ni siquiera sabía que ella andaba en México.
El asunto de las multas fue toda una sangría. Debían cuidarse porque la jefa por cualquier falta les clavaba su multa, la mayoría de las veces por fumar marihuana. También por no contestar rápido los mensajes, o dejar esperando el Uber, o por darle al cliente el número del celular personal, algo que enojaba a la jefa y era falta grave.
Otros personajes, con quienes por conveniencia debían mantenerse en buena onda, eran los llamados presentadores, encargados de administrar los catálogos en internet y propiciar el encuentro de los clientes con las mujeres solicitadas, por tanto, personajes con poder para opacarlas si les daba la gana: “A la buena que a los presentadores les caímos bien. Ninguna de las tres tuvo problemas con ellos en el trabajo”, comenta Sofía.
“Un trabajo que uno siempre hace de mala gana, cómo negar eso. Porque dígame: ¿a qué mujer le gusta tener que mamárselo a un desconocido?”, agrega Valentina.
“Y el riesgo también cuenta —tercia Yurani—. Por fortuna nada malo nos pasó a nosotras en Ciudad de México, pero en ese Uber uno iba a su suerte, sin saber dónde va a llegar ni quién la va a recibir. Como podía ser un man bien pinta, educado, podía ser un vejestorio, o un man que huele maluco, o está drogado, o borracho, o es negro, porque a mí no me gustan los negros, en eso soy sincera”.
“En México es bueno porque por lo general allá los hombres son rápidos, y la mayoría lo tiene chiquito —precisa Valentina—. Yo en menos de veinte minutos despachaba el mío, y hubo algunos que ni les alcancé a poner el condón, de lo rápidos. O lo contrario, tipos que se pasaban la hora insistiendo, y nada. Esos eran los peores”.
“Cosa distinta era cuando nos pedían para fiesta en hoteles, que eso allá eso se ve mucho —agrega Yurani—. Ahí tocaba arreglarse y ponerse la mejor pinta porque íbamos a competir con otras nenas. El caso ahí era quedar cerca de los duros, los manes que daban las propinas melas. A nosotras nos fue bien en las dos fiestas que estuvimos, pa qué. Por eso las otras peladas vivían ardidas”.
“Pero no siempre nos pedían para culiar —aclara Sofía—. Una vez un cliente me contrató toda la tarde y parte de la noche, y muy amplio el hombre me llevó a un centro comercial y me compró un vestido negro con meros tacones, que hasta ampollas me sacaron. Luego me invitó a comer a un restaurante superelegante, donde me vi a gatas para manejar los cubiertos. Y no paró de hablar, pero casi no le entendí porque utilizaba mucha palabra rara. Eso era lo que él quería, platicar, como se dice allá, porque a la final ni me culió. Pagó ocho horas y me dio mera propina”.
“A mí me fue bien fue con los extras. Porque no soy escrupulosa, yo voy pa las que sean —subraya Sofía—. Si uno se va hasta por allá tan lejos es porque está dispuesta a todo. Con los extras de ese mes le pude mandar plata a mi hermanita a Medellín para que se comprara un iPhone, por su cumpleaños”.
De las tres, Yurani fue la más pedida del catálogo y por lo mismo la primera que terminó de pagar la deuda. Lo logró en cuatro semanas, gracias, en buena medida, a un cliente que se enamoró de ella, muy joven él, hijo de alguien muy rico a juzgar por el barrio y el caserón donde vivía, vivía solo porque su madre había muerto, su padre se mantenía viajando y una hermana estudiaba en Estados Unidos. La primera vez estuvo con él una hora, pero le pagó dos. Tres días después la volvió a pedir y esa vez le pagó cuatro horas. La siguiente cita fue de toda la noche. La invitó a comer, le regaló ropa y una extensión para el cabello, y cuando se despidió le dejó en el bolso propina de quinientos dólares. Todo lo pagaba en dólares.
“Ese pelao se apegó de mí, parce, me pedía casi todos los días —cuenta Yurani—. Y era menor de edad. Me dijo que tenía dieciocho, pero no era cierto, le vi un documento. Hasta que empezó a hablarme de amor, y ahí sí la cagó. Me decía que yo le había llenado un vacío, dizque porque era igualita a una novia que quiso mucho y lo dejó, y que me iba a presentar a su papá. Un día me preguntó por mis planes, y yo le contesté que pensaba quedarme seis meses en México y ganar dinero para comprarle una casa a mi mamá. Entonces me dijo que si yo me casaba con él me daba ese dinero, y me montaba un negocio. Obviamente no le creí. Pero lo peor fue el día de mi cumpleaños. Él se enteró y me llamó a las ocho de la mañana, empeñado en que fuera a atenderlo. Marica, yo estoy muy cansada, no he parado en dos días, le dije al presentador. Pero nada, me tuve que levantar. Me mandó a recoger en limosina y todo. Lo encontré todo excitado, como drogado, y yo enojada le reclamé por despertarme. Me contestó que lo hizo para que nadie, sino él, se acostara conmigo el día de mi cumpleaños. Incluso quiso cogerme por la fuerza, y ahí sí me reboté, cancelé el servicio y llamé un Uber, y le pedí que no me volviera a llamar. Además, por ser menor de edad me podía embalar, le dije. Se quejó, y por eso la jefa me puso multa, porque era un cliente valioso que había dejado perder”.