Impresos Locales

El espectro de la voz

SANTIAGO RODAS
Ánimasola Ediciones, 2024

El desamparo de la familia

Fragmento

Es una comida especial porque cumple años tu hermana mayor. Tu hermanita, lo más lindo de la familia en lo ancho y largo de la región colombiana. Eso te dio alegría, pero a la vez no te hizo sentir bien porque tus cumpleaños vienen, por vía de tu hermana, desgastados. Prefieres que ella cumpla años a cumplirlos tú misma. Ella te lleva cuatro. Cuando cumpliste nueve tu hermana ya tenía 13. Ella es quien estrena los años y te los deja usados, los ríspidos sobrantes, ya los ha utilizado cuando te llegan, son años de segunda mano.

Natalia cumplió 14, la viste grande. Es una mujer, como dice tu padre. Imaginas que cuando cumplas 14 vas a ser como ella: grande, morena, con el pelo largo y crespo. Sobre todo, te gusta su pelo porque no te crece largo. A ti te encanta quitarte los cabellos, de a uno en uno, no para quedar calva, no, no quieres ser calva, pero sí para relajarte, porque eso te relaja, te llena de una extraña placidez. Mechón a mechón vas encontrando la tranquilidad.

Los padres te regañan cuando te ven. Dicen: Laura, ¿qué pasa? ¿En qué quedamos? Vas a estar más calva que tus Barbies, dicen enojados. Ellos no entienden lo que sientes cuando te miras en el espejo y agarras el depilador que tiene guardado tu mamá en el botiquín y pegas la cabeza bien cerquita del espejo y con el depilador agarras un pelo, uno solo y lo vas estirando hasta que ves cómo se levanta el cuero, una casita de indio, diminuta, para una hormiga, luego jalas el pelo hasta que se arranca desde la raíz. Duele, pero aplicas babas de tu boca de convicciones arraigadas que ha querido buscar durante el decurso de su vida la verdad y la justicia en el fondo mismo de los hechos sociales y sigues con otro más. Te entran ganas de arrancar otro y otro y así te la pasas frente al espejo, mirándote largas horas. Intentando descifrar algo en tus ojos que se sosiegan.

El padre te habla del Diablo, dice que son los motivos para ser débil ante Él. El Diablo aprovecha esa ranura de debilidad, de placer y se mete bien adentro y te obliga a hacer lo que haces. Piensas en un Diablo pequeñito que cabe por los huequitos en tu cabeza cuando arrancas los pelos y dejan gotículas de sangre. Después de arrancarte unos mechones de pelo empiezas a rezar Padrenuestros. Padrenuestroqueestásenelcielosantificadoseatunombre. Y cuando dices esas palabras en voz baja, cuando rezas, sientes que Dios escucha, que entiende con su bondad que lo que haces con el pelo no está en su contra. Dios entiende. Padrenuestroqueestásenelcielo santificadoseatunombre. Padrenuestroqueestásenelcielosantificadoseatunombre. Padre nuestroqueestásenelcielosantificadoseatunombre.

Dice tu padre que debes ser fuerte y no caer en la tentación. No puedes dejar que te gane el impulso, Laura, debes ser fuerte y rezar, rezar mucho y más cuando te entren las ganas de arrancarte los pelos, rezar un Avemaría, rezar dos Padrenuestros hasta que estés bien. ¿Y qué es lo que haces de malo? Nada, no haces nada. Te arrancas los pelos de la cabeza, a veces de las manos, a veces de las cejas, y escuchas con atención las palabras de adentro, las palabras de Dios. Arrancas los pelos para calmarte, para que la voz del Señor no se entrometa contigo y te deje tranquila de una buena vez. Padrenuestroqueestásenelcielosantificadoseatunombre.

Nadabas en el mar con Natalia, en medio de la oscuridad del agua turbia. Soñaste con la voz, un animal muy viejo, en medio de la negrura se metiera en tu cabeza, una escolopendra, una morena, una lengua del mar. Lo dormido fue llamado a despertar. Palabras de hombre viejo, palabras de Iglesia, sermones. Largas palabras. Tierra. Agroindustria. Compatriota. Cuando se honró el nombre de Dios del preámbulo de la Constitución, cuando se adulteraron los sabios principios que regían la sana y benéfica concordia entre las potestades civiles y las espirituales, cuando la juventud fue sometida en la universidad y en las escuelas normales a un desembozado magisterio. En la escuela dijeron que era un amigo imaginario con el que hablabas. No obstante, solo escuchas, deben cultivar el don de la escucha, del silencio: y como la lechuza y como la lechuza hace shhh, hace shhh. Esa es una de las razones por las que escuchas con atención. ¿Qué haces cuando escuchas la voz? Nada, no reaccionas directamente porque no sabes cómo escuchar la voz y rezar un Avemaría, y dos Padrenuestros al mismo tiempo. Los Padrenuestros están reservados para el dolor. Padrenuestroqueestásenelcielosantificadoseatunombre. La voz es ineludible, te anega, se desborda por cada una de las venas nerviosas, de las neuronas en las que se ubica la capacidad del lenguaje.

La psicóloga del colegio dice que te deben hacer exámenes porque parece que tienes problemas. Así le dijo a tu mamá: no es grave, pero sería muy importante que llevara a la niña a que vea un especialista.

Cuando tu padre se enteró de lo que decía la psicóloga se puso como un salvaje, ladró porque él dice que la psicología se inventa las enfermedades. Él cree que lo que pasa es porque te ojearon, te rezaron y pregunta si percibes algo raro en la casa o en el colegio, si alguien te ha dado una bebida para tomar, un envuelto para guardar, una estatuilla, una estampa de algún dios profano. Dices que no, dices la verdad porque Dios nos ve en todas partes. Dios es la verdad y la vida y tú lo quieres y Él te aconseja a través de la voz.

Tu mamá sirvió un arroz con pollo y verduras. El plato que más le gusta a tu hermana. Tu padre vino del puerto y no trajo con él a su novia. Mejor, porque la novia de tu padre no les cae bien, en eso quedaron con tu madre; aunque es bonita, se parece a una actriz de una novela que ves en las tardes, es justo la mala de la novela. No importa que sea la mala, porque es muy bella, la buena también es bonita, pero en belleza le gana la mala. Tiene una belleza de otra parte, en inglés, pero no habla en inglés. Habla perfecto español colombiano, pero es tan hermosa que no parece haber nacido en una tierra tan mala y ponzoñosa como esta.

Tu padre pidió una oración para agradecer la comida. Se tomaron de las manos y rezaron un Padrenuestro, luego, él te propuso dar las gracias. Hay que darle las gracias a Dios por la comida, por la salud y por el cumpleaños de Natalia que ya es una mujer, dijo. Diste gracias por la comida, porque están juntos, porque tienen salud, porque Natalia ya es una mujer y porque en la familia no hay nada podrido. En Colombia y en todas partes del mundo moderno, las leyes positivas son excesivamente numerosas. El temperamento casuístico sabe encontrar preceptos escondidos capaces de satisfacer todas las apetencias.

Tu mamá miró extrañada; sin embargo, no dijo nada. Gracias Señor por los dones recibidos y por mantenernos unidos desde hace tanto tiempo, porque no estamos podridos, ni somos tan negros, porque el desamparo de la familia,

las interminables vigilias para arrojarle víctimas a la

sorpresa

y los                            padecimientos

que despiadadamente atormentaron el cuerpo.

Y si buscamos en nuestra propia ascendencia racial descubrimos aquel Alfonso el Sabio, denodado y magnánimo, antorcha de su época y de las sucesivas por la sapiente juridicidad de las “Partidas”, cuyo generoso corazón destella todavía su magnanimidad egregia en el “no-made ja-Do” del escudo de Sevilla;

 

los cuerpecitos de mis amigas lindas nunca dieron el                              fruto

prometido por la pasión insana. En estas tierras dulces y amargas.

Gracias por los alimentos y por las comidas. Es preferible

cumplir las leyes divinas y humanas, gracias por el cumpleaños de mi hermana, que

indican el respeto a la autoridad                                                                          y le

dan valor permanente a la

vida de nuestros semejantes. Y a los que viven a un lado

de nuestras casas, en las calles y piden

limosnas de arroz

en la iglesia que                                                        llevan los pecadores en

el extravío de su corazón. 

El padre miró extrañado y te agarró la mano, al punto de llorar. Con la mano con la que la patria mueve los hilos. ¿Qué estás diciendo, Laura?, preguntó. ¿De dónde sacas esas palabras? Esa no es una oración a nuestro Señor.

Miró con los ojos abiertos, como si le fueran a echar gotas para un remedio o una enfermedad cuya cura era dolorosa. Es la voz, padre, dijiste a tu padre con la seguridad de la palabra del Señor, las palabras del gobierno de los pueblos. Padre, no te miento. ¿La voz?, pregunta, ¿cuál voz? Te suelta la mano. Sí, sale del destartalado abismo, en las entrañas del palacio debajo del mar de arroz con pollo. Madre, hermana y padre se miraron entre ellos y te sentiste culpable. Otra vez arruinabas el momento especial.

Tu hermana te clavó sus ojitos con desconfianza y quisieras robarle la atención. Te quiero hermana, mucho, pensaste, pero dije otra cosa.

Yo no tengo envidia, hermanita. A mí me gusta que cumplas años porque me parece que mis años vienen viejos, los tuyos son nuevos, recién sacados del empaque. Saben ricos, fresquitos, como un olor a futuro, una ropa de diciembre, una tierra recién sembrada de fríjol y de maíz, un cuerpo que cruza por el río y se despide de los muchachos con la mano y con el pie dice hastaluegomishermanosdelatierra.

Te miraron como se mira a esa gente en la calle que pide limosna.

Laura haz el favor de no decir locuras, dijo el padre. Nadie puede comer nada hasta que termines la oración, como Dios manda. Serio, se acomodó su cuerpo moreno en la silla. No podemos comer después de esa afrenta a la Palabra del Señor, dijo el padre y siguió: Laura, vuelve a empezar, por favor. Cerró los ojos y te agarró las manos con las suyas: un racimo de manos sobre uno de manitos. Cierra los ojos, dijo. Dios nos va a ayudar a que le agradezcamos por este momento.

Madre le dijo que ya estaba bien, que no te obligara a hacer algo que no quería. La niña dio las gracias, es suficiente, dijo. Tu padre se ofuscó y tensó los músculos de la cara y el cuello, te soltó de las manos y explicó con firmeza que las cosas hay que hacerlas bien o no hacerlas. No te preocupes, Cecilia, esta vez sí lo vamos a hacer bien, explicó.

Padre cerró los ojos. Otro racimo de manos y de manitos entrelazados. Cierra los ojos. Cerremos los ojos para concentrarnos y darle las gracias al Señor. Laura, repite después de mí. Demos gracias al Señor, dijo tu padre. Demos gracias al Señor, dijiste. Por los alimentos con los cuales podemos nutrir nuestros cuerpos esta tarde, dijo. Por los alimentos con los cuales podemos nutrir nuestros cuerpos esta tarde, dijiste. Porque la familia está unida y agradece estar unida, dijo. Porque la familia está unida y agradece estar unida, dijiste. Por nuestra salud y nuestras almas, dijo. Por nuestra salud, dijiste. Damos las gracias, dijo. Damos las gracias, dijiste.

Abriste los ojos, las manos de padre estaban manchadas con una pátina oscura, plátanos rancios, pedazos negros por toda la piel que empezaba a morir, le supuraba una pústula que parecía infectada, una herida oscura, negruzca y maloliente. Bananos para botar en la basura porque están negros y blandos. Separaste tus manos con asco, padre miró extrañado. Te levantaste de la mesa y retrocediste dos pasos. Escuchaste un susurro bajito, un tañido lejano: No quiero entrar en el análisis de las causas de variada índole que han retardado la

realización del destino
histórico de Boyacá, de las montañitas bellas, de los cielitos
lindos, de las truchas del lago porque este vasto
movimiento en favor de la paz

y del progreso común, que el país está respaldando con entusiasmo y confianza, solo mira al

pasado

para remover

los obstáculos

y vencer los errores.

Te paraste en la mesa y dijiste con voz segura: Estoy aquí porque solicitado con instancia y repelido con acerbía por fuerzas opuestas, siendo notorio mi desamor a las posiciones de influjo, en los momentos decisivos actuó en mi contra la coacción moral y la vehemente amenaza de la física. No fue dable entonces hacer cosa distinta de acudir al campo del reto, que lo contrario hubiera sido cobardía y fuga.

Al borde de la disolución de nuestras

manos callosas y heridas por la fuerza del

agua y de la luz.

Siéntate, Laura, obligó padre. Te entraron unas ganas de salir corriendo, pero no quisiste desanudar el cumpleaños de Natalia. La voz te insistió: porque este vasto movimiento

en favor de la paz y del progreso

común, que el país está respaldando

con entusiasmo y

confianza de los compañeros y compañeras

que luchan arduamente
porque

poblemos este estado de estatuas colmadas de palomas de la paz

 

promisión y

de confianza inversionista de diabluras y

 

de amigos de los bosques nativos. Para que la fiesta de la democracia nos anegue

con su bondad y sus flores

endémicas y nos enjuaguen con sus perfumes

de lavanda

pino
propóleos
sauco
la espalda plateada del yarumo.

Te sentaste de nuevo y no miraste las manos del padre. Hiciste fuerza, mucha, apretaste el cuerpo entero. Te dieron ganas de arrancarte mechones. Padre sobó tu cara y dijo: ya estamos bien. Temblaba. No pasa nada. Náuseas, casi vómito. Hasta que lograste distraer tu atención con las velitas con el número 14. 14 tiernos años. Nuevecitos. Padre dejó su mancha podrida en tu pelo, en tu cara. Un petróleo derramado y pútrido que se regaba por tus poros y empezaba a restar tu respiración.

Comiste el arroz con un desgano terrible, con esfuerzo, disimulaste el asco, deseabas pegarte un baño con piedra pómez y sacar de encima la cochinada. Quemarte con un fuego para quitar las trazas viscosas. Una herida negra en tu rostro. No querías vomitar por nada del mundo. Como la lechuza, como la lechuza. Hiciste fuerza y te elevaste a lo ultraterreno con mamá y tu hermana que cambiaron de tema y hablaban de la vida real. La mancha en el pelo pesaba, hacía doler el cuello. Intentaste respirar por la boca para evitar el olor contaminado.

Madre, como siempre, entendió. Contó la primera vez que se fumó un cigarrillo a escondidas cuando apenas era una niña. Sabes que a ella le gusta contar sus historias de la infancia cuando hay alguna fecha especial. Algo se abre en su garganta y sus archivos se transparentan. Recuerda y reproduce el recuerdo. Cuenta que se lo robó a tu abuelo que era un fumador temible: dos o tres cajetillas diarias de cigarrillos sin filtro. Tu madre fue a sentarse encima de una piedra al lado de una quebradita de aguas residuales, se fumó el cigarrillo entero, tosió un rato y después el humo se le metió en los rincones de su cabeza y la mareó hasta que fue a dar a la quebradita, que era el desagüe de las casas vecinas. Llegó a la casa oliendo a mierda, la descubrieron porque se llevó la única cajita de fósforos de la cocina para prender el cigarrillo. Los tres se rieron, simulaste una gran sonrisa.

Cantaron el cumpleaños a mi hermana. Happy Birthday to You. Declaramos los números hasta el 14. Padre sacó una cámara de fotos y dijo: una foto para el recuerdo. Párense detrás de la torta, ordenó. Se acomodaron las tres, él se ubicó al frente y les apuntó. A la cuenta de tres, dijo. Pensaste en el futuro de esa foto cuando estuviera en el álbum familiar, después de unos años y sentiste una inexpugnable soledad de tu alma. Tu padre dijo uno. Viste las manos como garras en la cámara y no soportaste. La casa se colmó de palabras. Padre dijo dos. No sé cómo no la escuchan, dijiste a mamá y a tu hermana. Está con nosotros, está con ustedes. Padre dijo tres. Un grito: escuchen con sus oídos: Recojamos

las enseñanzas de nuestros antepasados

de los zombies del pantano de Vargas

para que nuestro departamento hoy y
mañana sea llorado como símbolo de redención y en todos los tiempos refugio de la libertad, sea el primero no sólo en los heroicos
sacrificios de los platanales.

Desde los días iniciales y en medio todavía de los fulgores de la epopeya emancipadora, el morbo partidista hizo su siniestra aparición disfrazado con un servil acatamiento de textos escritos, redactados ya con tendenciosas miras y olvido funesto de la gloria y las conveniencias de la república. Tan vehemente fue el mal desde su aparición, que el voto supremo del libertador moribundo fue para que cesaran los partidos y se consolidara la unión del pueblo. En las rencorosas agitaciones del pasado siglo, causa de las execrables guerras civiles, siempre se encuentra la nefasta preponderancia de los móviles particulares sobre la justicia y las conveniencias comunes

 

de los cuerpos sacrificiales de las bondades,

de los muertos vivos y sus herramientas, de los frutos del río y de

la noche en que todos volvamos a

vernos a los ojos de la noche oscura y bella como un animal de las asechanzas futuras

sino también en el progreso industrial y agrícola

en los álbumes del terruño. El flash de la cámara rebotó en tu cara y encandiló con su luz lechosa, como una nata que embadurnó el momento. Blanco y más blanco, chispas, fuego fatuo, habitaciones que rebotan en

la memoria liberada de una noche
de mil días. El oro en los dientecitos de los recién nacidos. Luces de la razón sobre las tierras vírgenes.

Padre se quedó paralizado. Hermana huyó despavorida. Corrías detrás de ella. Gritabas por la casa el desamparo de la familia, las interminables vigilias para arrojarle víctimas

a la sorpresa y los padecimientos a los arreboles

que despiadadamente con los rojos y los azules 

atormentaron el cuerpo de nuestro señor Jesús

en el departamento hoy y mañana y tras pasado mañana 

símbolo de redención y en todos los tiempos refugio
de la libertad y de la vida de los muertos de hambre

que ya no están
con nosotros porque los fueron sacando uno a uno, en filita por las montañas

de mil millones de billones de

verdes y los pusieron a marchar en fila

india por los desfiladeros de las breñas y las quebradas que bajan y bajan como en un aguacero de ruidos y onomatopeyas. Padre tiene las manos rancias, se le están cayendo. ¡Padre hazte revisar las manos por un médico porque las tienes enfermas, animal de monte!

Te encerraste en el baño, con seguro. Miraste al espejo y me jalaste un mechón de pelo entero, con fiereza, tres veces, tres jalones secos hasta que se desprendió entero,  desyerbabas el prado. Un capote de pelo en tus manos. La voz se estancó por un momento, luego empezó de nuevo con sus murmullos, pausados, granulosos. Padrenuestroqueestás enloscielossantificadoseatunombrePadrenuestroqueestásenloscielossantificadoseatunombre PadrenuestroqueestásenloscielossantificadoseatunombrePadrenuestroqueestásenloscielos santificadoseatunombrePadrenuestroqueestásenloscielossantificadoseatunombre.