“Por ejemplo –les dijo– existió el pirata Morgan, del que se sabe que navegó en cercanías de las islas colombianas de San Andrés y Providencia, y es fama que pudo haber dejado en la isla rocosa de Santa Catalina un tesoro enterrado en alguna caverna que todavía no ha podido ser detectada.”
La isla del tesoro. Jaime Jaramillo Escobar, 2015.
La isla sin mapa. Esquina de Bolívar con calle 55. Bajos del Metro. Centro de Medellín, 2024.
Los tendidos
Por GABRIELA PUPO
—
Estaba en medio de un tumulto subiendo a ver los chécheres y de pronto se encontró con un tesoro: una caja de naproxeno a mitad de precio y una camiseta del Boca Junior, azul claro con la franja amarilla que atraviesa el abdomen, para él algo místico. Empezó a regatear entre el griterío bajo el puente, los tendidos entre más cerca estuvieran de la estación, se volvían más grandes y repletos de objetos reciclados, algunos de la basura, algunos robados, algunos prestados, para la venta. Sintió las gotitas de sudor caer por su nuca, se limpiaba, se agarraba la cabeza por el punzón constante, sus ojos no se apartaban de la camisa, cualquier persona podría llevarse semejante reliquia. Sacó un billete de dos mil, se lo estiró al señor de las medicinas en el piso, y el señor con la boca apretada, le rechazó el billete, el chico se dio cuenta que con dos mil pesos no iba a sanar su dolor de cabeza, le estiró otros dos mil, y el señor los recibe. Ni miró la fecha de caducidad, si estaba vencida, en el peor de los casos no le haría efecto. Agitó el paso hasta el puesto de camisetas de fútbol, se acordaba que su madre no le agradaba comprar en los puentes, decía que los objetos de segunda, de procedencia extraña, cargan alguna energía del otro, el muchacho rechazaba esta idea, nada que no pueda limpiar a profundidad el agua y el jabón, una lavada a mano. La camisa estaba casi intacta, tenía algunos visos marrones en el cuello y un color a percudido, aunque nada grave para no comprarla. Empezó el negocio, la miraba por fuera, le daba la vuelta a la camisa, le miró la etiqueta, se la midió por encima de lo que llevaba, ojeo otras camisetas de equipos, pero no soltaba la del Boca, el vendedor le preguntó que cuánto iba a tirar por ella, que le diera 20 mil, el chico se quedó estático en un pedazo de baldosa, no sabía si era un chiste el bajo precio por parte del vendedor, un aire de desconcierto atacó al muchacho, miró con el rabito del ojo al vendedor y le explicó la importancia de la camiseta: es oro, fue la primera que usaron cuando el equipo ganó una Copa Libertadores en el 77. El vendedor observaba al muchachito, se río, y le hizo con las manos el número veinte, el muchacho le dio un billete arrugado, y se fue por la calle con los buses pitando en cada esquina, el dolor de cabeza cesaba y el tesoro entre sus manos empezaba a soltar un olor a humedad.