Número 135 // Julio 2023

Juglares de carne y hueso

Por CARLOS LIÑAN-PITRE
Fotografías del archivo de la Academia de Historia del Valle de Upar, Fondo Nereo de la Biblioteca Nacional, 1953.

En Valledupar, mientras los niños de otros lugares del mundo se sumergían en las historias de Caperucita Roja, Los tres cerditos o las fábulas moralizantes de Esopo, a los niños de mi generación nos hablaban de la sirena de Hurtado, de la Llorona de Tamalameque, del Silborcito o de Francisco el Hombre.

Era emocionante imaginar a Francisco, montado en un burro y con el acordeón al pecho, haciéndole comer arena al mismísimo diablo, ese ser que no nos dejaba jugar en la calle después de las nueve de la noche ni desobedecer a nuestros padres. Saber que un simple mortal le había derrotado en un duelo musical nos daba cierta sensación de desquite frente al terror nocturno que, con trinche en mano y oliendo a azufre, amenazaba con llevarnos si nos portábamos mal, porque eso era lo que era Francisco: un hombre de carne y hueso.

Francisco Antonio Moscote Guerra, apodado el Hombre, nació en 1849 en el hoy corregimiento de Galán, a cuarenta minutos de Riohacha, capital de La Guajira. Aprendió a ejecutar el acordeón siendo muy niño y pasó a la historia por un desencuentro con el diablo. De su testimonio hoy solo sobrevive un verso:

“A mí me ha salido el diablo

con figura ‘e vaca vieja

tiene el rabo colorado

y amarillas las orejas”.

Francisco el Hombre hizo parte de la primera generación de músicos vallenatos que nacieron entre 1840 y 1890. Estos primeros juglares ejecutaban el acordeón, componían y cantaban, iban de un sitio a otro, vivieron en una época y en un ambiente de superstición que permitió que sus vidas se difuminaran entre realidad y magia. Ellos se retaban entre sí para saber quién tocaba mejor. Cada cual tenía lo suyo y los hubo bastante aventajados, pero la figura de Moscote Guerra se destacó por alcanzar los más altos vuelos, sobre todo cuando Gabriel García Márquez lo convirtió en uno de los personajes de Cien años de soledad: “Meses después volvió Francisco el Hombre, un anciano trotamundos de casi 200 años que pasaba con frecuencia por Macondo divulgando las canciones compuestas por él mismo. En ellas, Francisco el Hombre relataba con detalles minuciosos las noticias ocurridas en los pueblos de su itinerario, desde Manaure hasta los confines de la ciénaga, de modo que, si alguien tenía un recado que mandar o un acontecimiento que divulgar, le pagaba dos centavos para que lo incluyera en su repertorio…”.

De esta manera, la figura de Francisco el Hombre fue opacando a sus colegas, con los que compartió tiempo y espacio, hasta convertirse en el punto de referencia del folclor vallenato. En el olvido quedaron nombres como Andrés Montufar, Abraham Maestre, José León Carrillo Mindiola, Sebastián Guerra, Hernando Rivera a quien llamaban Nandito el cubano, Fortunato Peñaranda, Juan Solano, Rosendo Romero Villareal, Fortunato Fernández, Juancito Granados, José Antonio Serna.

El relato del hombre que vence al diablo se replica en toda Latinoamérica. En Argentina existe la leyenda del payador Santos Vega que era invencible hasta que otro payador desconocido lo vence a contrapunto. La historia fue contada por Rafael Obligado en décimas; en México encontramos la película Macario, dirigida por Roberto Gavaldón en 1960 y basada en una novela de B. Traven que se inspiró en el popular cuento de los Hermanos Grimm, El ahijado de la muerte; en Venezuela, Alberto Arvelo Torrealba escribió un poema titulado Florentino y el diablo para recoger la leyenda del jinete y coplero que es retado por Satanás a un duelo a contrapunteo, con cuatro y maracas. Al final, Florentino puede vencer al diablo nombrando las Tres Divinas Personas; en Colombia, en 1978 Octavio Mesa interpretó la canción La pelea con el diablo, la historia de un duelo sangriento, a machete, entre un arriero y el demonio que no salió muy bien librado.

Lo interesante en el vallenato es que no solo fue Francisco el Hombre quien venció al diablo, sino que otros juglares afirmaron haber sido ellos los protagonistas de esa batalla triunfal:

El primero, Luis Pitre, nacido en Fonseca, La Guajira, en 1868, de ascendencia afrocaribeña. De su obra se sabe poco, aunque dejó 73 hijos por la región. En la persona de Pitre la tradición oral varía hasta el punto de confundirse: para algunos, a Luis Pitre le llamaban el Diablo por su piel morena y su forma de ejecutar el acordeón, y fue a él a quien derrotó Francisco Moscote Guerra; para otros, el juglar le arrebató este remoquete al demonio cuando lo venció en franca lid musical. Luis Pitre murió el 9 de abril de 1948. Más sabe el diablo por viejo… En la década de los noventa su nombre dio la vuelta al mundo cuando Carlos Vives incluyó la canción El cantor de Fonseca, de la autoría de Carlos Huertas, en el álbum “Clásicos de la Provincia”.

El otro contendor del diablo fue Pedro Nolasco Martínez Muñoz. Nació en 1881 en la hacienda Las Cabezas, de la que llegó a ser capataz, y murió en 1969 en El Paso, Cesar. Ejerció la vaquería toda su vida, actividad que intercalaba con la música. Pedro Nolasco enseñó los secretos del acordeón a Alejandro Durán Díaz, el primer rey del Festival de la Leyenda Vallenata. Su hijo Samuelito Martínez fue el compositor de la canción La loma grabada recientemente por Silvestre Dangond.

Del encuentro de Pedro Nolasco con el diablo quedaron unos versos sueltos que su hijo Samuelito interpretó, a capela, para Ocora Radio France en un trabajo titulado Colombie. Le vallenato (1996):

“Esa es cosa que sofoca

de tarde y de mañanita

me encontré con el maligno

del Paso pa la ceibita…

Eso se me puso feo

el mundo se oscureció

cuando yo recé el creo

fue que se me retiró…

Pedro Nolasco rezá

que ahí viene el diablo a tocá

le rezó el creo y se va

y el padrenuestro na má”.

Este relato de la tradición oral del Antiguo Magdalena Grande, que gira en torno de Pedro Nolasco Martínez, fue convertido en un cuento por Antonio Brugés Carmona quien mantuvo intacto el nombre de pila del personaje, pero cambió su apellido, presentándolo como Pedro Nolasco Padilla. El cuento fue publicado el 3 de noviembre de 1940 en El Tiempo y se titula “Vida y muerte de Pedro Nolasco Padilla”, siendo uno de los antecedentes del realismo mágico que explota con la genialidad de García Márquez. Cuenta Brugés Carmona que: “…una vez venía por el camino que sirve a los viajeros de Maracaibo a La Guajira. Venía tocando su acordeón. Su Niña Bonita. De repente se presentó el Diablo en forma de acordeonista. Un breve diálogo y empezaron a cantar y a tocar en diálogo portentoso. Ocho días y ocho noches duró la lucha hasta que se firmó un acuerdo: Pedro Nolasco sería millonario y tocaría como nadie el acordeón, pero su alma quedaba hipotecada hasta el día de su muerte”.

El último de los adversarios de Satanás fue Francisco “Pacho” Rada. Conocido como “el padre del son”, nació en Plato, Magdalena, en 1907 y por lo tanto no pertenece a la misma generación de Francisco Moscote, Luis Pitre o Pedro Nolasco. Esto no le resta grandeza. En el año 2000 protagonizó el documental El acordeón del diablo dirigido por el alemán Stefan Schwietert. Allí, Rada cuenta su versión acerca de la llegada del acordeón a Colombia: un barco alemán repleto de instrumentos musicales que iba con rumbo a Argentina naufragó frente a Santa Marta.

También cuenta que aprendió a tocar acordeón con tanta maestría que el diablo se puso celoso de su talento y decidió retarlo, pero fue capaz de vencerlo y desde entonces empezaron a llamarle “el Hombre”. Pacho Rada murió en Santa Marta en 2007.

En su libro El héroe de las mil caras, Joseph Campbell afirmó que el mito es la entrada secreta por la cual las inagotables energías del cosmos se vierten sobre las manifestaciones culturales, de tal manera que las artes, la filosofía, las religiones, los primeros descubrimientos científicos y tecnológicos, las formas sociales del hombre primitivo e histórico, las propias visiones que atormentan el sueño emanan del fundamental anillo mágico del mito. En ese sentido, el relato de Francisco el Hombre sería el símbolo de la cultura vallenata, es decir, el recurso que le permitió a nuestros juglares comprender la realidad, dándole significado y sentido: el diablo como personificación del mal es una idea que aparece cuando nos cuestionamos por el sufrimiento y el dolor presentes en el mundo, y el arte, en este caso la música, pasaría a ser el arma poderosa que nos hace invencibles al convertir el dolor en belleza.