1991, el peor año de Medellín
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Por JUAN FERNANDO RAMÍREZ ARANGO
1991, el peor año de la historia de Medellín, empezó con todo, como lo demuestra este titular que se robaba la primera plana en El Colombiano: “Trágico despegue del 91”, ya que en los primeros dos días de esa oscura vuelta al sol habían sido asesinados cinco policías en esa necrópolis, cuatro de ellos del F-2, interceptados debajo del puente de San Juan por sicarios que se movilizaban en un Renault 9, azul, de placas ITK 719, falsas, el cual fue abandonado minutos más tarde en Manrique. Los sicarios pertenecían a Los Priscos, esa vez reforzados por alias Tyson.
En esa misma fecha la Secretaría de Gobierno Municipal reveló el número de homicidios cometidos en Medellín durante 1990: 5444 personas, 34 % más que en 1989. 612 en diciembre, 29 la noche de año nuevo. Mes en el que hubo 349 quemados con pólvora, de los cuales 117 eran menores de edad. A esas cifras escandalosas se les sumaba otra que batía récord, la de inflación anual: 31.03 %.
¿Cuál fue la razón de ese incremento del 34 % en los homicidios? “Se debe básicamente a dos factores: las masacres indiscriminadas que se presentaron entre los meses de abril y agosto, y el desborde de la violencia callejera amparada en la impunidad”.
Un día después, el 4 de enero, el Comité Metropolitano de Emergencias anunció que, en 1990, los actos terroristas fueron la principal causa de tragedias: “El año anterior fueron removidos y recogidos por atentados dinamiteros alrededor de 4 mil metros cúbicos de escombros, que equivalen a 7200 toneladas”.
Desde el 24 de diciembre hasta esa fecha fueron recuperados por las autoridades 57 vehículos y cuatro motos robadas y abandonadas en distintos sitios de Medellín. Ciudad que encabezaba los robos de vehículos en Colombia, con el 43 % en 1990, esto es, 2742, 1616 recuperados por la policía.
La película más taquillera por cuarta semana consecutiva en la ciudad de la eterna balacera fue Mi pobre angelito, promocionada así: “Un feliz 1991 con Kevin, el niño más divertido del mundo entero”. Mientras tanto, al otro lado del Atlántico, en España, la revista Interviú publicaba una entrevista al capo di tutti capi, que provocó este titular en la agencia AP: “Pablo Escobar no quiere más guerra”.
Un día después, el 9, fueron masacrados seis jóvenes menores de 25 años en Itagüí, cuando departían en una esquina del barrio Yarumito: “Los obligaron a ir caminando hasta un predio despoblado del sector y allí, en una especie de caño profundo, los acribillaron a bala”. En esa fecha también aparecieron tres cadáveres en la vía al alto de Las Palmas y murieron cuatro sicarios en un tiroteo entre bandas del barrio Manrique.
Cuatro días más tarde, el 13, mientras una encuesta señalaba que el 67 % de los jóvenes de Medellín creía que el futuro iba a ser igual o peor, la Policía encontraba tres cuerpos al norte de esa ciudad, en la vereda San Andrés, “los cuales tenían claras muestras de haber sido torturados”. En el pecho de uno de los muertos dejaron este obituario colectivo: “Pertenecen al Cartel de Medellín. Por sapos”. En esa fecha de mal agüero se puso en venta el Palacio Nacional, cuyo quinto piso había sido el epicentro de los suicidios en esa necrópolis desde 1951. El precio base de la subasta pública era mil millones de pesos.
Dos días después, el 15, se sometió a la justicia Jorge Luis Ochoa, el segundo hombre en importancia del Cartel de Medellín: “…de 41 años, Ochoa Vásquez se acogió a los Decretos 3030 y 2047 de 1990, que garantizan la no extradición si confiesan al menos uno de sus delitos”. 29 días antes, el 18 de diciembre, había hecho los mismo su hermano menor, Fabio. Ambos fueron recluidos en la cárcel de Itagüí. Ese 15 también fue capturado Dandeny Muñoz Mosquera, alias la Quica, jefe de sicarios de dicho Cartel: “Se le atribuye el asesinato de por lo menos 40 policías en el Valle de Aburrá”. Muñoz Mosquera se había escapado de la cárcel de Bellavista el 2 de agosto de 1988, y luego había pagado cincuenta millones de pesos por cambio de identidad.
Al día siguiente, estalló la guerra de Irak, acaparando la portada de una edición extraordinaria en El Colombiano, con este titular: “¡Tercera Guerra Mundial!”. El precio del petróleo se disparó a cuarenta dólares el barril no bien se produjeron los primeros ataques estadounidenses, al norte de Bagdad.
En los primeros 18 días de 1991, en Medellín fueron robados trescientos millones de pesos en distintos asaltos bancarios, secuestradas nueve personas e incautadas tres subametralladoras, 83 revólveres, 31 escopetas, 21 pistolas, 35 trabucos y 21 granadas de fragmentación. Además, fueron capturadas 189 personas. La canción más escuchada esa semana en “Los Durísimos” de Bienvenida Stereo, fue Mar de emociones, de Afrosound.
Un día después, Medicina Legal divulgó su balance general de 1990: 7357 necropsias practicadas, 5817 por homicidios cometidos con arma de fuego. En el 48.2 % de esos casos, la persona asesinada tenía cifras positivas de alcoholemia, 21 % más que en 1989.
Tres días más tarde, el 22, en el kilómetro 14 de la vía que comunica a Medellín con Guarne, fueron encontrados seis cadáveres, cinco hombres y una mujer, cuyas edades oscilaban entre los 25 y 30 años. Todos habían sido sacados de un taller de mecánica ubicado en el centro de la ciudad. En esa misma fecha el Cuerpo Élite de la Policía dio de baja a dos de los cabecillas de Los Priscos: los hermanos Armando Alberto y David Ricardo Prisco Lopera. Y también a tres de sus lugartenientes. A Los Priscos se les atribuían, entre otros, los asesinatos de Rodrigo Lara Bonilla, Guillermo Cano, Carlos Mauro Hoyos, Antonio Roldán Betancur y Waldemar Franklin Quintero.
Tres días después, el 25, tras permanecer secuestrada 149 días por Los Extraditables, fue asesinada Diana Turbay, hija del expresidente Julio César Turbay y directora de la revista Hoy x Hoy. ¿Dónde? En una finca de la vereda Sabaleta, municipio de Copacabana, durante el operativo de rescate adelantado por 140 policías del Cuerpo Élite. Apenas se vieron acorralados, los secuestradores le pusieron un sombrero y le dieron la orden de correr, luego le dispararon por la espalda: “Diana Turbay cayó al suelo con heridas en la columna vertebral, el hígado y la caja lumbar. Su compañero de cautiverio, el camarógrafo Richard Becerra, rodó por el piso y se salvó milagrosamente de las balas homicidas”. Cuatro de los secuestradores fueron dados de baja, diez alcanzaron a evadir a las autoridades. De inmediato, la trasportaron en uno de los cinco helicópteros que apoyaban el operativo hasta el Hospital General de Medellín, donde llegó con vida. Sin embargo, allí falleció a las 4:35 p. m. “Final trágico”, tituló El Mundo. Dos de los secuestradores dados de baja fueron identificados como miembros de Los Priscos, esto es, Humberto Prisco y su primo Mauricio Lopera Torres.
Cuatro días más tarde, el 29, se cerraba enero con una nueva masacre, cuando seis jóvenes fueron baleados en un lote del barrio La Toma. Se trataba, según El Espectador, de “una vendetta entre consumidores y revendedores de bazuco”.
A propósito de masacres, como si estas fueran los vasos comunicantes de Medellín en 1991, febrero se abrió con otra, ocurrida el primero, en un salón de billares del barrio La Milagrosa, que dejó siete muertos: “Un número indeterminado de hombres llegó al sitio en un taxi y una moto roja, para, sin mediar palabra, abrir fuego con armas automáticas contra personas de humilde condición”.
Tres días después, el 4 de febrero, Medellín vivió lo que El Colombiano tituló en portada como “Noche de miedo”, por dos hechos que ocurrieron en un lapso de exactamente dos horas. ¿Cuáles? 1) A las 7:20 p. m., una carga de veinte kilos de dinamita explotó cuando pasaba un bus de Copacabana por la Autopista Norte a la altura de Tricentenario, dejando seis pasajeros muertos y cuatro con heridas de consideración. Y 2) a las 9:20 p. m., fueron dinamitadas tres torres de energía, las de San Diego, Calasanz y Belén, dejando más de treinta barrios sin luz. En esa misma fecha los 24 600 docentes de Antioquia se acogieron a la orden de paro nacional emitida por Fecode, prolongando las vacaciones de más de un millón de estudiantes en ese departamento. En Medellín, durante 1990, 24 561 estudiantes habían desertado de las aulas.
Dos días más tarde, en el barrio El Mirador de Bello fueron asesinados cuatro jóvenes. Además, el Dane reveló que Medellín era la segunda ciudad más cara del país: “Los mayores aumentos en el costo de vida para los medellinenses se registraron en transporte y alimentos. Para los obreros creció 3.94 % y para los empleados 7.59 %”. Un día antes se había instalado la Asamblea Nacional Constituyente, con setenta miembros elegidos y tres nombrados por el presidente: “Nace una esperanza” y “A la espera de un nuevo país”, titularon, respectivamente, El Colombiano y El Mundo.
Seis días después, el 12, en el barrio El Salado, a las 3:30 de la madrugada, quince encapuchados, “vistiendo prendas de uso exclusivo de las fuerzas armadas y portando moderno armamento de largo y corto alcance”, sacaron de sus casas a seis jóvenes entre los 18 y 29 años de edad y los llevaron hasta un muro de cemento ubicado en la calle 39F con carrera 120D: “Allí, lista en mano, exigieron documentos de identidad y procedieron a dispararles varias ráfagas”. Antes de irse, los encapuchados gritaron esta consigna: “Muerte a vagos, viciosos y delincuentes”.
Cuatro días más tarde, el 16, a las 6:18 p. m., tras la penúltima corrida de la Feria de La Candelaria, realizada en La Macarena, ocurrió lo que El Mundo calificó como “el atentado más cruento que se ha cometido en Medellín”. ¿Qué pasó? A esa hora explotó, accionado a control remoto, un Renault 9, blanco, cargado con 150 kilos de dinamita, que había sido parqueado en los bajos del puente de San Juan, “zona reservada para carros oficiales, pero que fue invadida por particulares”. La explosión dejó 26 muertos y 140 heridos, además de 33 vehículos, tres motos y quince casetas “completamente destrozados”. La fuerza de la explosión fue tal que el vehículo más próximo al carrobomba cayó a las aguas del río Medellín, y “los cuerpos de las víctimas quedaron esparcidos en un radio de sesenta metros, a la vez que alcanzó a destruir la parte inferior del puente de San Juan”. El atentado iba dirigido contra una patrulla del F-2 integrada por doce uniformados, de los cuales murieron diez. Al día siguiente El Colombiano y El Mundo titularon teniendo a la muerte como denominador común: El Colombiano, “Tarde de muerte”, y El Mundo, “Embestida de muerte”. La última corrida fue cancelada por primera vez en veinte años. Los servicios de inteligencia de la Policía Nacional señalaron como autor intelectual a Johnny Rivera, jefe de una banda de secuestradores y amigo personal de Orlando Prisco Lopera, alias el Médico, único sobreviviente de Los Priscos. En esa misma fecha, se sometió a la justicia el mayor del clan Ochoa, Juan David, y fue encontrado el cadáver de Fortunato Gaviria, exgobernador de Caldas y primo del presidente César Gaviria, quien había sido secuestrado tres días atrás.
Cuatro días después, el 20, se anunció que Medellín era líder en toda Latinoamérica en la prestación de servicios exequiales, y también en el robo de carros, con doce diarios.
Esa última semana de febrero de 1991, para no ser la excepción a la regla de lo ocurrido anteriormente, se cerró con tres masacres. La primera, el 24, cuando un grupo de “justicia privada” asesinó a seis vendedores de la Plaza Minorista de Medellín, “mientras recogían sus mercancías para marcharse”. Las otras dos masacres fueron contabilizadas por El Tiempo en esta entradilla: “En menos de 48 horas fueron asesinados 16 jóvenes, entre ellos dos adolescentes en un salón de clases, y un profesor”. Los dos adolescentes cursaban quinto de primaria, y el profesor había sido abaleado a una cuadra de su lugar de trabajo. Un día después, el 27, en el sector El Coco del barrio La Floresta, frente a un muro en la esquina de la calle 49 con la carrera 89, tras ser sacados de sus casas, fueron fusilados cinco jóvenes, entre ellos una adolescente de 14 años, por cuatro desconocidos que vestían prendas militares: “El caso tuvo las mismas características que otros tantos: luego de unos segundos, durante los cuales se escucharon sólo ráfagas de metralla y el rechinar de las llantas del carro en el que huyeron los asesinos, cinco cadáveres quedaron en el piso”. Doce horas antes, a las 5 p. m., al otro lado de la ciudad de la eterna balacera, en Tricentenario, nueve muchachos entre los 17 y los 24 años de edad fueron acribillados por desconocidos mientras departían alrededor de una piscina de esa unidad residencial. Ambas masacres, en llamada anónima al noticiero de la cadena Todelar, se las adjudicó una organización denominada Robocop: “El grupo está integrado por ciudadanos de bien que nos cansamos de ver cómo las autoridades no actúan contra los delincuentes”.
Así, con ese par de acciones de Robocop, la Medellín de 1991 completaba trece masacres en 59 días, una cada cuatro días y medio, y la friolera de más de 1200 homicidios, unos veinte diarios. “1991, año de violencia espantosa”, tituló El Colombiano.
Marzo de 1991, a diferencia de enero y febrero, abrió con vientos de paz, ya que el primero de ese mes el EPL entregó las armas: “1920 hombres dejaron ante la Comisión de Verificación las armas con las que por más de 23 años combatieron al Estado colombiano”. Sin embargo, un día después se dio a conocer un plan para asesinar en Medellín al máximo comandante del EPL, Bernardo Gutiérrez, que iba a ser orquestado por disidentes de esa organización dirigidos por Francisco Caraballo, en combinación con columnas urbanas de las Farc.
En esa misma fecha murió la última víctima del carrobomba de La Macarena, la 26, Diana Beltrán Tobón, de 23 años, diseñadora textil, quien llevaba dos semanas debatiéndose entre la vida y la muerte en la Clínica del Seguro Social: “La joven fue sometida a diferentes intervenciones quirúrgicas después de que la onda explosiva le provocara graves destrozos”.
Al día siguiente fue asesinado el comerciante Bernardo Múnera, de 52 años, dueño de la cadena de almacenes Electrobello y hermano de Darío Múnera, rector de la UPB. Su cadáver, amordazado y maniatado, fue arrojado al segundo parque de Laureles. Bernardo Múnera había sido secuestrado un mes atrás, el 5 de febrero. Los medios recalcaron que Medellín había sido la ciudad líder en secuestros del país durante 1990, con 167 casos.
Tres días después, el 5, en la carretera Medellín-Bogotá, a la altura del peaje de Cocorná, uniformados de la Policía División Antioquia interceptaron un Dodge Dart, modelo 72, de placas HG 0969, que transportaba 156 kilos de dinamita, los cuales fueron incautados. El vehículo venía del puerto de La Dorada con destino a Medellín.
En esa primera semana de marzo, en el CAI del barrio Santo Domingo, asesinaron a José María Esguerra, de 25, agente de la Policía Metropolitana, convirtiéndose en el policía número 35 que pasaba a mejor vida en Medellín durante 1991.
En las siguientes dos semanas, se trazaron los derroteros de la campaña “Medellín en paz”, convocada por el Concejo y la Iglesia Arquidiocesana para “fortalecer la justicia y el empleo en las clases marginadas de la ciudad”. Mientras esa iniciativa tomaba cuerpo, el Divino Rostro se apareció dos veces en Medellín: la primera en el patio del Convento de las Siervas del Santísimo, en lo alto de un ciprés: “Igualito a todos los Divinos Rostros de las láminas. Está hecho como de musgo caprichoso, de tierra, de la misma corteza del árbol que le da vida a las melenas y a un nido de avispas que revolotea en la copa”. Y la segunda aparición fue en una puerta rústica del barrio Villa Guadalupe, perteneciente a la casa de la familia Hernández Yepes, ubicada en la carrera 39A # 94-19: “Desde que se conoció la noticia no cesa la romería y los curiosos permanecen hasta altas horas de la noche frente a la puerta señalada”.
A propósito de Villa Guadalupe, en la última semana de marzo salió a la luz El pelaíto que no duró nada, clásico de la oralitura colombiana que narra la corta existencia de Jeyson Idrian Gallego, habitante de ese barrio y el primero de los protagonistas de Rodrigo D asesinado en la vida real, en marzo de 1988. El pelaíto que no duró nada tiene la particularidad de ser el libro con más gonorreas: 52 en 106 páginas, en el año más violento, 1991. Sí, como si Medellín, visto a través del espejo de su insulto máximo, gonorrea, reflejara a Metrallo, su trasfondo sangriento. No por nada, los tres, Medellín, gonorrea y Metrallo, tienen ocho letras.
Abril de 1991 comenzó con la misma constante de enero y febrero, esto es, con una nueva masacre, esta vez en una residencia del barrio Aranjuez, ubicada en la carrera 52 # 92-89: “Tres mujeres y un hombre fueron brutalmente asesinados por desconocidos que les propinaron múltiples cuchilladas”. En total fueron 395: “El cuerpo de una de las muchachas estaba desnudo, en tanto que las otras dos mujeres llevaban una batola encima”. Antes de cometer la “espantosa masacre”, los desconocidos encerraron en el baño a tres niños, de seis, tres y un año de edad.
Cuatro días después, el 5, se conoció un informe preliminar de la Procuraduría que concluía que “Diana Turbay fue muerta por sus plagiarios”, y no por las balas del Cuerpo Élite, aunque la bala mortal seguía perdida: “El extravío del proyectil dificultó de entrada la investigación, para determinar si aparte de la responsabilidad que se imputa a los secuestradores, hubo otros factores que incidieron en el trágico desenlace de la operación policial”. En esa misma fecha cinco asaltos a entidades bancarias dejaron un saldo negativo de 91 millones de pesos robados, más de 1250 millones de hoy.
Continuando con entidades bancarias, tres días más tarde, el 8, fueron destruidas dos con bombas: la sucursal de la carrera 55 con calle 50 del Banco de Estado, y la de la carrera 80 con la calle 42 del Banco Popular. Además, fueron voladas las torres de energía de Blanquizal y la de Miraflores, y la Central Telefónica de San Javier.
El 10, en el barrio Villa del Socorro, asesinaron a otros dos policías, ajustando cuarenta en lo que iba del año. Ese día también encontraron tres N. N. en las afueras de la ciudad. Abril fue el mes de 1991 en el que se reportaron más personas desaparecidas: 62.
Tres días más tarde, el 13, el Dane anunció que el desempleo en Medellín seguía creciendo, pasó en un año del 11.4 % al 14 %, 3.3 % por encima de la tasa nacional, lo que la convertía en la ciudad más afectada por la desocupación en todo el país, con 31 mil nuevos desempleados. Un día antes, el 12, se reportaron nueve personas desaparecidas en Enciso y Buenos Aires, y se presentó una nueva masacre, en Villa Lilia: “Cuatro personas fueron sacadas de sus casas y luego baleadas por encapuchados, al parecer integrantes de las autodenominadas Milicias Populares”.
Al día siguiente, se contabilizaron 19 nuevos casos de cólera en Colombia, llegando a los 86: “El ministro de Salud, Camilo González Posso, dijo que en las costas colombianas y en las fronteras con Perú y Ecuador pueden presentarse 86 mil casos de la enfermedad”. Ese 14 se cometió una nueva masacre en Medellín, en Villa Guadalupe: “Sicarios dispararon sus armas contra un grupo de jóvenes que departía en una esquina de la carrera 44 con la calle 94. En la acción murieron cuatro personas y otras cuatro resultaron lesionadas”.
Tres días después, el 17, explotó un carrobomba en el parqueadero del centro comercial Los Sauces, ubicado en la calle Colombia con la carrera 65D, dejando “siete heridos y diez carros destruidos”. El carrobomba, un Renault 9, azul, de placas KF 8779, estaba cargado con diez kilos de dinamita, y había sido robado dos días antes: “El poder de la bomba echó por tierra los ventanales de varias residencias y las vidrieras de varios almacenes”.
El 19, se hizo el lanzamiento de la campaña “Medellín en paz”, liderada por el padre García Herreros: “Cada uno de los ciudadanos de Medellín donará un día de trabajo para así construir el centro de rehabilitación de jóvenes sin futuro, las viviendas para habitantes de las comunas del norte y los centros de atención de enfermos de sida”.
A propósito de jóvenes sin futuro, abril se cerró con estos datos de Medellín publicados por El Mundo en un especial de “Víctimas de la violencia”: “En este momento 576 menores de edad están acusados por faltas como: homicidios, lesiones personales, secuestro, extorsión y hurto. Además, el número de delitos en los que están implicados menores de edad ha aumentado en un 90 %”.
En mayo se registró el fin de semana más violento de la historia de Medellín, con la insuperable cifra de 126 homicidios, según El Tiempo. Ese fin de semana de puente, en el que se celebraba el Día de la Madre, inició con el acelerador a fondo, como apuntó El Mundo el 12 de mayo de 1991, en una noticia titulada “57 personas muertas en 30 horas”, en la que se leía que 48 cadáveres habían sido ingresados al Anfiteatro Municipal de Medellín entre las seis de la tarde del viernes y las seis de la mañana del sábado. Lapso de doce horas en el que se cometió, por ejemplo, una masacre en el barrio El Diamante: hacia las 11:30 p.m. del viernes, varios desconocidos, que se movilizaban en un taxi y dos motocicletas, con armas de corto y largo alcance, disparó indiscriminadamente contra un grupo de personas que celebraban en la calle el triunfo del Atlético Nacional sobre el América. Dispararon a diestra y siniestra por más de una cuadra, desde la carrera 87 con la calle 79 hasta la carrera 86 con la calle 79BB, dejando cinco muertos.
Entre el resto del sábado y la madrugada del domingo fueron reportados 38 homicidios más, incluido otro múltiple: hacia las 7 p. m., en la Autopista Norte, a la altura de las bodegas de Almacafé, cuatro jóvenes que se movilizaban en dos motos interceptaron un taxi y, acto seguido, asesinaron a sus pasajeros: “Los pistoleros acribillaron a tiros a Sandra Elena Cardona Bernal, de 18 años de edad, y a los hermanos Oscar Jairo y Diana Patricia Pérez Vargas, esta última estudiante de la Universidad Cooperativa de Colombia, en tanto que el taxista, Horacio Pérez, resultó ileso”, señaló El Espectador dos días después, el 13 de mayo de 1991, en un artículo titulado “Siguen las masacres en Antioquia”.
Entre el resto del domingo y la medianoche del lunes se registraron 26 homicidios más, incluyendo uno doble, cuyo parte oficial fue publicado por El Colombiano el 14 de mayo de 1991, en un artículo titulado “Puente violento”: “Alrededor de las 10 a. m., dos muchachos de 15 y 23 años subieron normalmente a uno de los vehículos de la empresa Transportes Medellín, que cubría en ese momento la ruta 254, y, al arribar a la terminal de buses del barrio El Picachito, intimidaron a conductor y pasajeros. Sin embargo, varios de estos últimos reaccionaron y dieron muerte a los dos atracadores, que aún no han sido identificados”. A esa altura del día faltaban por cometerse cinco homicidios más, entre ellos el de Luis Fernando Tamayo Castrillón, soldado de la Cuarta Brigada, y el del agente Luis Francisco Beleño Barón, de 30 años, que llevaba un tercio de su vida en la Policía Nacional, asesinado por desconocidos en su casa, sita en el barrio Castilla.
Además de los 126 homicidios, en ese puente del Día de la Madre se presentó “un número significativo de casos en los que la víctima de la agresión no murió, pero quedó gravemente herida, algunas con la pérdida de órganos”.
En esa misma semana cuatro mujeres menores de edad, estudiantes de bachillerato, fueron asesinadas en un lapso de tres días: “La ciudadanía está conmovida con estos crímenes de adolescentes que han golpeado ya a cuatro hogares diferentes. El sector académico sigue siendo así blanco de la violencia que durante este año ha alcanzado también a varios profesores que dictaban clases en la Comuna Nororiental de Medellín”.
El 19 de ese mes Los Extraditables emitieron un comunicado en el que anunciaban la pronta liberación de Franciscos Santos, secuestrado el 19 de septiembre de 1990, y de Maruja Pachón, secuestrada el 7 de noviembre del mismo año. Ambos fueron liberados en Bogotá dos días después, el 21. En esa misma fecha el padre García Herreros dio a conocer que Pablo Escobar se entregaría en quince días: “Allí estaré presente si Dios quiere. Él me pidió que yo estuviera”.
Sin embargo, no fueron quince días, sino el doble, treinta: el 11 de junio fue terminada la cárcel de La Catedral, “adecuada en un tiempo récord de dos meses”, un día después el capo di tutti capi le remitió una carta al ministro de Justicia pidiéndole que dejara entrar a los periodistas a ese lugar para que testificaran que “no es un hotel de cinco estrellas ni una cárcel-mansión”, y, finalmente, tras siete años de clandestinidad, se entregó el 19, a las 5:15 p. m., en El Poblado: “Triunfo de la justicia”, tituló El Mundo. Cuatro horas antes, a la una de la tarde: “51 delegatarios de la Asamblea Nacional Constituyente votaron, en la primera vuelta, por la no extradición de colombianos”. Por seguridad, Pablo Escobar no permitió cámaras de televisión, pero sí le entregó un comunicado a Luis Alirio Calle, director del Informativo de Antioquia y único periodista que el capo escogió para que lo acompañara en el helicóptero oficial hasta la prisión, esto decía uno de los apartes: “Deseo sumar los años de cárcel que sean necesarios para la paz de Colombia”.
Incluyendo la no extradición de colombianos, la nueva carta magna se terminó de corregir el 6 de julio: “Colombia ya tiene nueva Constitución”. En protesta por ese hecho, al día siguiente se presentó una nueva escalada terrorista de la guerrilla en todo el país, la cual fue frustrada en la ciudad de la eterna balacera: “Expertos del F-2 de la Policía Metropolitana evitaron ayer cinco atentados dinamiteros dirigidos contra torres de energía del sistema interconectado, en la zona oriental de Medellín. En total, eran nueve cargas, compuestas por 21 kilos de dinamita”. Un día después, el 8, fueron desactivadas otras trece bombas contra torres de energía, que, de haber explotado, hubieran dejado sin luz al 70 % de Medellín. En esa misma fecha, por quinto año consecutivo, Pablo Escobar apareció en la lista de los hombres más ricos del mundo, de Forbes.
Tres días más tarde, el 11, se pudo ver en Medellín “uno de los espectáculos más importantes del siglo”. ¿Cuál? Un eclipse total de sol, que empezó a las 2:08 p. m. y se apreció en toda su magnitud a las 3:24 p. m. Un día antes había vuelto la luz a Urabá, “tras 48 horas de tinieblas causadas por la escalada terrorista de la guerrilla”. En esa misma fecha, en una entrevista telefónica desde Harvard, Álvaro Uribe Vélez le dijo a El Mundo que regresaría a Colombia el 17 de agosto, “para liderar la implementación de la nueva Constitución”. Esta fue la penúltima pregunta: ¿Qué opinión tiene de la política de paz del presidente Gaviria? “Es muy acertada… Hay que convocar a quienes persisten en la acción guerrillera para que se incorporen en la lucha civilizada, para que desistan de hacerle daño a la comunidad, para que, dialogando, confrontemos con criterios solidarios tesis y busquemos cuál es la salida que más le conviene al país en el campo de sus necesidades”.
Según un informe presentado por el Ejército Nacional, en lo que iba corrido de 1991, la guerrilla había dinamitado 114 torres de energía, había secuestrado a 250 personas y se había tomado quince poblaciones, provocando pérdidas materiales por 5980 millones de pesos, unos 82 350 millones de hoy.
A propósito de miles de millones de pesos, finalizando julio de 1991, se conoció la noticia que la movilidad de la ciudad estaba esperando desde que las obras del metro se suspendieron en octubre de 1989, esto es, “en Medellín habrá metro en un lapso no superior a 36 meses”, gracias al apoyo del gobierno alemán para que “los bancos de ese país concedan un crédito por 575 millones de dólares para la construcción del último tramo”. Construcción del último tramo que seguiría en stand by diecisiete meses más, hasta diciembre de 1992.
Continuando con el tema de la construcción, el 1 de agosto se informó que, mientras la actividad constructora había crecido un 17.8 % a nivel nacional durante el primer semestre de 1991, en Medellín había caído 6.35 %: “Este comportamiento podría explicar por qué Medellín presenta las mayores tasas de desempleo del país”. En esa misma fecha comenzó la Feria de las Flores, la cual se robaba la portada de los periódicos locales junto a la noticia de un arsenal incautado por la Policía Metropolitana en una casa del barrio Laureles: “Un gigantesco arsenal, con el que podría armarse toda una compañía: armas de corto y largo alcance, entre ellas un misil antiaéreo, un rocket y una ametralladora calibre punto 60, además de abundante material de intendencia y elementos de comunicación, hacían parte del material confiscado”.
Cuatro días después, el 5, Decypol reveló que entre el 1 de enero y el 30 de julio de 1991 se registraron 4291 muertes violentas en Medellín, 324 personas desaparecidas, 1818 denuncias de carros robados y 803 por motos.
Las malas noticias de agosto alcanzarían su punto máximo el martes 13, fecha de mal agüero en la que Medellín despertó con la reseña de una nueva ola terrorista, en este caso cinco bombas que habían explotado simultáneamente el día anterior: según informe suministrado por el personal antiexplosivos del F-2, el puñado de bombas fue activado de manera sincronizada a las cinco de la mañana, “mediante sofisticados sistemas ineléctricos de detonación”. Cada bomba estaba compuesta por ocho kilos de dinamita, perfectamente calculados para destruir la fachada de los inmuebles blanco del ataque, a saber, cinco sucursales bancarias. Las explosiones, además de “millonarias pérdidas materiales”, no dejaron personas lesionadas. La responsabilidad de las mismas sería atribuida de manera genérica: “Una red urbana de la insurgencia armada”. La única pista que tenían las autoridades para dilucidar a qué guerrilla pertenecía la red urbana, era la coincidencia del número cinco, cinco explosiones a las cinco de la mañana, coincidencia que a lo mejor correspondía a alguna fecha histórica guerrillera.
En el trascurso de la misma jornada fueron desactivadas dos bombas de diez kilos en el barrio Jesús Nazareno y en Bomboná, ambas camufladas dentro de tarros de pintura. Esa fue la undécima vez que, desde el 13 de enero de 1988 cuando explotó la bomba contra el edificio Mónaco, en Medellín se registraba una jornada de por lo menos cinco explosiones.
Agosto de 1991 finalizó con la publicación del libro En qué momento se jodió Medellín, encabezado por este epígrafe de Fernando Botero: “Siento mucho no poder colaborar en su libro En qué momento se jodió Medellín, pues yo no estaba ahí, no fui testigo. Cuando yo nací ya se había jodido”. Luego, según eso, la ciudad de la eterna primavera se jodió antes de 1932. Páginas más adelante, se hacía este resumen estadístico: “En Medellín habitan 36 mil familias y en el 52.8 % de estas hay por lo menos una persona buscando empleo. También se estima que seis mil jóvenes en edad promedio de 16 años integran 500 bandas de sicarios. De cada cien personas asesinadas en Medellín, setenta están entre los 14 y 19 años. ¿Quién los mata? Generalmente otros adolescentes”.
Septiembre empezó con un ataque fallido de la Coordinadora Guerrillera contra las instalaciones de la Cuarta Brigada, al no estallar las cargas de seis morteros de fabricación artesanal: “Las cargas explosivas estaban compuestas por pólvora negra, dinamita y metralla, las cuales habrían causado la muerte o heridas graves al personal de esa unidad, de haberse concretado el atentado”.
El 5, se anunció que la inflación en Medellín estaba por las nubes, en agosto había alcanzado el 19.34 % y se esperaba que al finalizar septiembre superara el 22 %, que era el tope establecido por el gobierno para todo el año. Ese mismo día las portadas de los periódicos locales se las robaba la mala situación del Hospital San Vicente: “El déficit es de más de mil millones de pesos. Cinco salas permanecen cerradas. 1098 cirugías fueron suspendidas entre enero y agosto. Policlínica no da más, hay días en que amanecen 130 heridos y solo se dispone de 80 camas”.
Dos días después volvieron las masacres, esta vez en el barrio San Javier, en un lote baldío ubicado en la carrera 97 con calle 41. Allí, a la 1:30 a. m., un grupo de desconocidos que se movilizaba en dos camionetas blancas, acribilló a siete hombres: “Los cuerpos destrozados quedaron esparcidos entre las altas hierbas que cubren el lugar”. Un día antes había terminado la era del general Maza Márquez como director del DAS, reemplazado por Fernando Brito, quien dijo: “Habrá mano dura contra los narcos”.
Antes de ser relevado del cargo, el general Maza Márquez le entregó una investigación sobre Medellín al ministro de Defensa, Rafael Pardo, en la que se detallaba, entre otras cosas, que en las comunas populares de esa ciudad “habitan un millón 676 mil personas”, con una tasa de desempleo del 52 %. “El 84 % de esas personas desconfía de la Policía Nacional, el 69.5 %, del Ejército y el 89.5 % no les cree a los políticos”. Además, que en dichas comunas había una guerra declarada entre milicias y sicarios. Milicias Populares, integradas por ocho mil personas, que, en ese momento, llevaban a cabo la Operación Monstruo: “Dirigida al exterminio de viciosos y atracadores en los barrios de Medellín”.
El 13, como parte de esa Operación Monstruo, ocurrió la siguiente masacre, a las 2 a. m., en el barrio Llanaditas, parte alta de Villatina: “Lista en mano los encapuchados, luciendo brazaletes de las Milicias Populares, sacaron a diez personas de sus casas y las obligaron a caminar hasta un descanso del empinado camino, donde los hicieron tenderse en el piso para acribillarlos posteriormente”.
A las milicias también se les endilgaba el encarecimiento de las vacunas al transporte público, como informó El Mundo el 18 de septiembre: “Grupos que dicen pertenecer a las Milicias Populares les están exigiendo a los propietarios de buses tres mil pesos semanales por carro”. Con lo que había empresas del ramo que llegaban a pagar hasta medio millón semanal, unos siete millones de hoy.
Siete días después, el 25, fue capturado la Quica en Nueva York, “el segundo colombiano más buscado del mundo tras Pablo Escobar”, por agentes de la DEA, en Queens, mientras hacía una llamada telefónica. La Quica se había escapado de la Cárcel Modelo de Bogotá el 18 de abril de 1991. ¿Qué hacía en Nueva York? Al parecer iba a atentar contra el presidente Gaviria, quien tenía previsto intervenir en la 46 Asamblea General de la ONU, “pero su viaje fue cancelado a última hora sin que las representaciones diplomáticas colombianas dieran explicación alguna”. Dos días más tarde, el 27, le negaron la fianza.
Para no negar a 1991, octubre comenzó con otra masacre: “Los cuerpos baleados de cinco jóvenes, entre los 16 y 23 años, fueron encontrados a un lado de la vía que conduce a la vereda Manzanillo, del barrio Belén Rincón”. Los cadáveres, atados de pies y manos, descalzos, fueron arrojados desde vehículos en movimiento.
Sin embargo, ese mes estuvo marcado por la amenaza del cólera: el 6, se anunció que antes de enero iba a llegar a Medellín una vacuna para ser sometida a pruebas: “De mostrar resultados positivos se aplicaría masivamente en agosto de 1992”. El 18, el Servicio Seccional de Salud de Antioquia informó los casos confirmados en ese departamento: 417, de los cuales 320 se registraron en Turbo. El 20, bajo el titular “Avanza el cólera”, El Mundo apuntó lo siguiente: “A diez se elevó el número de personas muertas en Antioquia como consecuencia del cólera”. Dos días después, el 22, se confirmó el primer caso en Medellín: “Una mujer de 27 años de edad, habitante del barrio Aures. La paciente no presentó antecedentes epidemiológicos, lo que significa que no estuvo en sitios actualmente afectados por el cólera”. El 24, se confirmó el segundo caso, curiosamente otra mujer de 27 años y también del barrio Aures, “quien contrajo la bacteria mientras visitaba la región de Urabá. La paciente retornó a Medellín el 18 de octubre con diarrea abundante y vómito. Acudió a la Unidad Hospitalaria de Castilla, donde se detectó la enfermedad”. Aures era uno de los 56 barrios de Medellín sin acueducto ni alcantarillado, por eso fue señalado así en la prensa: “Casa de primera para el cólera”.
Pese al avance del cólera, octubre de 1991 cerró con esta propuesta hecha por expertos de la Fundación San Vicente de Paul: “Medellín necesita un hospital de guerra, especializado en atender a las víctimas de la epidemia más grave que acosa a la ciudad: la violencia”.
La epidemia de violencia en la ciudad de la eterna balacera arrojó esta cifra en noviembre, acumulada a lo largo del año, revelada por Álvaro Villegas Moreno, quien concluyó que “Medellín está en guerra”: “En Medellín han sido asesinadas 460 personas por cada 100 mil habitantes”. Epidemia de violencia de la que no se libraron ni siquiera los profesores: en ese mes asesinaron al número 34 del 91. Se trataba de Bertha Tulia Castaño, de 48 años, veinticinco dedicados a la docencia, acribillada por sicarios en su propia casa, ubicada en el barrio Santa Cruz, barrio en el que también trabajaba como directora de la Escuela Nuestra Señora de la Milagrosa. En noviembre, igualmente, la Procuraduría entregó un informe sobre masacres en el que Antioquia figuraba como el departamento más afectado del país, con un 32.35 % de los casos, y ese mes, para no variar, Medellín sumó otra: “Quíntuple crimen en Santa Cruz”, tituló El Mundo. Sí, el mismo barrio donde fue ultimada la profesora. Ella en la calle 99 con la carrera 50A, y ellos, dos mujeres y tres hombres, en la carrera 46A con la calle 100. Ambos hechos separados por 650 metros y siete días de distancia.
Además de las epidemias de violencia y cólera, ese mes surgió otra en los medios, denominada “tutelitis”, para referirse a esta preocupación: que el ejercicio temerario de la acción de tutela, medida que estaba a punto de tener vida jurídica, promoviera la impunidad.
Diciembre de 1991 comenzó así: mientras en Bogotá se instalaba el nuevo Congreso, en Medellín se instalaban doscientas mil bombillas para el alumbrado navideño, veinte mil más que en 1990. Sin embargo, a pesar de tantas luces, la ciudad no fue incluida en la campaña “Colombia tu nuevo destino”, promovida en Europa por la Corporación Nacional de Turismo: “Medellín es un producto que no vende en el viejo continente”.
Cuatro días después de que se encendieran los alumbrados, el 11, el mismo día que se puso en marcha la Red de Urgencias del Valle de Aburrá y su línea 115, explotó un nuevo carrobomba en Medellín, a las 10:50 p. m., en la carrera 65 con la calle 53, a la altura de la Universidad Nacional, en el sector de La Iguaná, dejando cinco muertos y siete heridos: “Murieron dos taxistas, una ama de casa con su hija de 10 años y otra menor de la misma edad”. El carrobomba, un Ford 350, modelo 59, verde, de placas KA 7611, cargado con ladrillos y cincuenta kilos de dinamita, había sido robado horas antes en Belén.
Al día siguiente se anunció que iban 53 quemados con pólvora en la ciudad, dieciséis más que en 1990. 29 de esos 53 eran menores de 15 años. La canción número uno de esa semana en “Las 20 máximas de Veracruz Estéreo”, fue Don’t Cry, de Guns N’ Roses.
Siete días más tarde, el 19, a las 3:45 p. m., ¡bum!, otra explosión, en Barrio Triste, en el almacén Antioqueña de Lujos Miramar, ubicado en la carrera 61 con la calle 45A, que provocó la muerte de ocho personas y heridas a dieciséis más. ¿Qué pasó? Inicialmente se creyó que había sido un atentado con veinte kilos de dinamita, pero luego se comprobó que fue un accidente: “Acumulación de gases habría sido la causa de la explosión”. En esa misma fecha se informó que iban 86 quemados con pólvora en lo corrido de diciembre.
Al día siguiente, mientras el salario mínimo se reajustaba por decreto un 26 %, 1% por debajo de la inflación del 91, quedando en 65 167 pesos para 1992, en Medellín se elevaba un globo de 1040 pliegos, nueve veces más grande que el descrito por Vallejo en La Virgen de los sicarios: “Elevamos el globo más grande que hubieran visto los cielos de Antioquia, un rombo de 120 pliegos inmenso, rojo, rojo, rojo, para que resaltara sobre el cielo azul. El tamaño no me lo van a creer, ¡pero qué saben ustedes de globos!”.
Tres días después, en la víspera de Navidad, El Colombiano tituló una nueva masacre, la última del año: “Asesinados cuatro jóvenes en Carambolas”. Sí, Carambolas, el barrio más alto de aquel Medellín.
Posdata 1: Tras las celebraciones de Navidad, la cifra de quemados se elevó a 202: “Aunque el número disminuyó con relación a otros años, las lesiones son de mayor consideración porque están usando pólvora detonante”. El 48 % eran menores de 15 años. Esa Navidad también dejó cinco incendios provocados por cuatro globos y un volador, y el caso trece de cólera, el de la mala estrella: “Un abogado atendido en el Hospital General”. Además, se declaró la emergencia en los bancos de sangre: “En ninguno se disponía de las unidades necesarias para atender a los lesionados que dejan las festividades de diciembre”. En ese diciembre en que Medellín se quedó sin sangre, se registraron más de quinientos homicidios, y en todo 1991, el peor año de la ciudad, más de siete mil: 7081, según Decypol, o 7273, según El Tiempo, en un artículo titulado “Estas son las razones de la caída histórica de homicidios en Medellín”, publicado en 2017.
Posdata 2: En los primeros veinte días de 1992, se cometieron 288 homicidios, 64 menos que en el mismo lapso de 1991, año en el que Medellín tocó fondo.