La familia Loewen: el padre, Abran, su esposa Eva Harms, Ana, de un año, Eva de ocho y Abram de seis. La familia tuvo una muy buena cosecha de cereal y soya, lo que les permitió comprar una casa a una familia menos afortunada que regresó a México.
Su norte es el sur
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Fotografías y texto por LUCA ZANETTI
Traducción de Julián Restrepo
Si vives en México es probable que asocies migración con La Bestia, un lento tren de carga que comienza su recorrido en la frontera sur y es aprovechado por muchos migrantes provenientes de América Central, afligidos por la pobreza, para emprender sus arriesgados viajes hacia el norte, hacia los Estados Unidos.
Al mismo tiempo, familias de cristianos menonitas de los estados norteños de Chihuahua y Tamaulipas viajan en dirección opuesta al sueño americano. Su periplo hacia el sur termina en las llanuras inundables del oriente colombiano, los Llanos (que tienen cerca de 310 000 kilómetros cuadrados, un área similar a la de Polonia). Esto puede comprenderse mejor como parte de una épica migración en busca de tierra y oportunidades, y de liberarse de la persecución religiosa que comenzó en Europa occidental en la Edad Media.
Descendientes de cristianos anabaptistas o creyentes bautistas suizos, alemanes y holandeses, los menonitas creen en la separación entre la Iglesia y el Estado, el pacifismo y en que una persona debe ser bautizada cuando ha alcanzado la edad del consentimiento. Estas ideas chocaron con las de la Iglesia católica y las de otros reformadores como el suizo Ulrico Zuinglio, quien promovió la ejecución por ahogamiento de Félix Manz, uno de los primeros anabaptistas, en el río que pasa por Zúrich, el Limmat, luego de que este expusiera sus ideas en el grupo de discusión de la Biblia al que ambos pertenecían.
Tolerados en algunos países, pero a menudo perseguidos violentamente, migraron a Rusia, donde establecieron colonias a finales del siglo XVI. Su dialecto alemán, el plattdeutsch o bajo alemán (que suena como la parodia del discurso de Adolf Hitler que hace Charles Chaplin en El gran dictador), ha sobrevivido hasta el día de hoy, ligeramente transformado por palabras prestadas del ruso. Desde Rusia salieron en tres grandes migraciones hacia al continente americano. La primera a finales del siglo XIX. Luego de la Revolución rusa, muchas de sus granjas fueron expropiadas y muchos fueron asesinados por ser vistos como extranjeros de clase alta y privilegiada. Se les llamaba kulaks, un término empleado para referirse a granjeros que poseían más de tres hectáreas de tierra. Esto provocó una segunda ola entre 1920 y 1930, cuando marcharon alrededor de veinticinco mil más hacia Canadá, Brasil y Paraguay. Un grupo de estos migrantes, descontentos con la intromisión del gobierno canadiense en sus métodos de enseñanza, partió para México y Estados Unidos. Una última migracion se dio entre 1948 y 1950, al terminar la segunda guerra mundial, cuando otros diez mil menonitas cambiaron la Rusia de Stalin por Canadá y Paraguay. En este último país cultivaron exitosamente las áridas tierras de la región del Chaco, habitadas por los indígenas guaraníes, y se convirtieron en una importante fuerza económica.
Para llegar hasta donde se está escribiendo el más reciente capítulo de la historia menonita, viajo desde la capital de Colombia, Bogotá, situada al occidente, en la cordillera de los Andes, hasta las aparentemente interminables llanuras de Casanare, al pueblo de Orocué. Allí pongo mi motocicleta en un pequeño bote para surcar las aguas color caramelo del río Meta. De nuevo en tierra firme, paso por el caserío de El Porvenir, donde la mitad de los hogares han sido abandonados y reclamados por la vegetación. Este es el legado de una masacre perpetrada en 1987 por un grupo paramilitar conocido como Macetos, quienes asesinaron a siete habitantes y desplazaron a la población entera hacia el Casanare. No hay evidencia concluyente, pero los lugareños están seguros de que los paramilitares estaban asociados a Víctor Carranza, el “zar de las esmeraldas” y ganadero, quien logró adueñarse de las tierras de El Porvenir. Mucho antes de la llegada de Carranza los campesinos de El Porvenir llevaban años en sus tierras. A pesar de una sentencia de la Corte Constitucional que en 2016 los reconoció como ocupantes históricos con derecho a títulos de propiedad, en el terreno se han repetido las amenazas, las últimas de ellas en 2018. Este es el contexto social en el que los menonitas mexicanos hicieron su masiva compra de tierras en las cercanías.