Archivo restaurado
Universo Centro 032
Marzo 2012
Por JULIANA ÁLVAREZ
Fotografías de Juan Fernando Ospina
La decoración que quiero para mi apartamento soñado es la misma que tiene este almacén. Paredes blancas, espejos brillantes, ojos de buey y piso esmerilado. Un perfume impactante y delicado me dilata la nariz. Es la tienda de ropa Pilatos, en el centro comercial El Tesoro. A la entrada, me aborda un chico con los ojos iluminados y el rostro claro. Es un papacito. Tiene cresta, los hombros descubiertos y un severo tatuaje en todo el brazo. Con una cortesía inesperada me muestra los roperos. Una blusa craquelada Marithé + François Girbaud cuesta 92 mil pesos. Quedo boquiabierta. Es carísima esta hijuemadre. Para mí, esta blusa, es un maldito trapo para limpiar mesas. No quiero que el mancito descubra mi rabia, así que agarro un bluejean para hombre. El pantalón está prácticamente destruido. Es marca M+GF y cuesta 550 mil. Trago saliva para recuperarme. En la etiqueta leo lo siguiente: “Usted acaba de comprar una prenda única. Como una huella digital, no existen dos prendas M+FG exactamente idénticas”. Sostengo una falda larga de… ¡900 mil pesos! Es un platal por una prenda sacada del altiplano cundiboyacense.
Para darme caché y fingir que estoy curtida en moda, escojo un par de prendas y me encierro en el camerino. Lo mejor del almacén es el vendedor. En tanguitas y brassier me provoca arrastrarlo adentro y comérmelo aquí mismo. Con mi nueva pinta salgo al espejo: tenis Diesel, pantalón y blusa Marithé + François Girbaud. Me siento extraña, pero orgullosa. Esta ropa es cómoda y sofisticada. Ahora tengo una fuerte tentación de comprarla, tatuarme, hacerme un piercing, pintarme las uñas de verde y ganarme la vida sin horarios de oficina. Le pregunto al mancito cómo se pronuncia Marithé + François Girbaud. Se ríe y se ve más lindo: “Fransuá yirbó — dice, marité fransuá yirbó”. Ahora puedo leerlo en francés: Marithé + François Girbaud. La pareja de diseñadores que, en los 60´s, fundaron la marca con sus nombres, revolucionaron la moda de los jeans, fueron responsables de las enfermedades mortales que sufrieron sus operarios de planta y promovieron una de las mayores fuentes de contaminación ecológica.
Mucho tiempo se ha dicho que Marithé es la mujer de François Girbaud, pero él mismo lo desmintió en una entrevista cuando vino a Medellín en enero de este año. Voy a copiar y pegar la cita exacta: “somos una marca… claro, ambos también tenemos una nieta juntos.” “El francés François Girbaud es un reteso en diseño y moldería”, me dijo Amalia Ramírez, profesora de la escuela Arturo Tejada. “Trazó el molde de la camiseta NA. Un modelo que no tiene corte en los hombros, así que une el frente con la espalda con la misma tela, haciendo que la prenda encaje perfecta con el cuerpo”. Nadie en la industria mercenaria y copietas de Medellín ha sido capaz de replicar la NA, una camiseta que a simple vista parece sencilla, pero cuesta 200 mil pesos. En 1965 M+FG mejoró el jean americano con el Stone-wash, un proceso que suaviza la prenda y la destiñe. En 1974 crearon el baggy-jean, ese ridículo pantalón que parece un globo decembrino y que el cantante MCHammer puso de moda en Medellín hace veinte años con el video clip can’t touch this. Sigo copiando y pegando, como buena periodista. En 1982 crearon el bellows- pocket y el skinny-jean y en 1986 inventaron el jean-strech, otra revolución en el diseño del jean que dio paso a los milagrosos levanta-colas. Mi amiga Paola, por ejemplo, le debe la vida a Marithé + François Girbaud. Gracias a estos bluyines pudo darle molde a su culo de comadre y conquistar a su esposo.
François Girbaud estuvo en Colombiatex, la feria de insumos textiles en el pasado mes de enero, y dictó una conferencia en el Teatro Metropolitano. Fui a verlo y escucharlo sentada en lo alto. Un mar de cabezas peludas alineando y cubriendo la totalidad de la silletería: demostración de la popularidad del tipo y del financiamiento de las tiendas Pilatos. François Girbaud es un viejito de 65 años, chivera blanca, gorra de beisbolista, cadenita skate y tenis punkis. Para resumir la conferencia: se declaró un asesino ecológico… redimido. “Nosotros inventamos el Stonewash —dijo ante el público—, un proceso con el que se han contaminado ríos en todo el mundo y se desperdició mucha agua”. La conferencia duró una hora aproximadamente y luego, en el hall del teatro, una pasarela de niñas y niños lindos. Otras palabras que dijo Girbaud y yo copié muy juiciosa en mi libretica, fueron de este calibre: sant blast, permanganato, vintage, destroyer, bigotes, veneno, desperdicio, muerte, contaminación. Luego supe que para entender esta terminología tendría que ir a una lavandería donde se procesan los bluyines M+FG. Y allá me fui.
Ahora estoy en Jeans y Moda, una lavandería industrial en el Barrio Colombia. Es una bodega oscura con tres líneas de secadoras gigantes, una caldera, bluyines arrumados, operarios con las manos azules, calor y una humedad que me ahoga. Pedro Figueroa, supervisor de producción de Jeans y Moda, me acompaña y habla acerca del portafolio de la empresa.
Caminamos por un corredor con lavadoras tamaño elefante. Pedro me deja ir adelante. De sorpresa giro y lo pillo con los ojos clavados en mi trasero. Para salir del aprieto, gaguea en explicaciones: “El Stone-wash es un proceso de envejecimiento con agua, hipoclorito de sodio y trozos de piedra pómez. La fricción causada por las piedras y el blanqueamiento del hipoclorito produce el efecto de decoloración del índigo”.
Yo me como las uñas y miro al piso. La locura que han causado los bluyines a lo largo de más de treinta años, se debe a que, irónicamente, estos pantalones mientras más viejos y gastados son más atractivos. Solo a Marithé y a François, unos hippies que se bañaban con jabón Rey en los sesenta, se les ocurrió la genial idea de vender jeans maltratados y rotos. Si no fuera por ellos, lo más probable es que aún luciéramos esos horribles pantalones marca Carrel, tiesos y teñidos. Nada más feo que los bluyines en perfecto estado, como los que entregan en sus dotaciones los patrones desconsiderados.
El asunto es que el Stone-Wash es un proceso agresivo con el medio ambiente. Hay que ir a Don Matías, el pueblo bluyinero del norte de Antioquia, para ver sus quebradas con esa asquerosa mancha azul. En el Barrio Colombia, en Jeans y Moda, luego de los lavados, las descargas de agua van a dar al río Medellín, no solo tiñéndolo con un indeseable color azul, sino contaminándolo con otros productos tóxicos. El reactivo hidrolizado blue 19, utilizado en este tipo de lavados, se descompone luego de 46 años. Por otra parte, por cada bluyín se gastan entre 70 y 80 litros de agua, el consumo promedio de una persona en un día. Y se lavan 2 mil bluyines diarios en Jeans y Moda. En un solo día, esta lavandería contamina el agua que una persona consume en cinco años y medio. Si a esto se le suma que alrededor de seis mil millones de jeans son fabricados al año en todo el mundo — según dijo Girbaud en la conferencia—, lo que se concluye es sencillo: el moderno “look de mendigo” está dejando el planeta como un guiñapo. Todo por culpa del viejo Girbaud. La ventaja es que Jeans y Moda tiene un colador donde quedan las piedras pómez, sino también caerían al río. Menos mal.
Pero sigamos con Pedro. Entramos en una celda estrecha alumbrada intensamente con una bombilla. El calor es sofocante. Siento claustrofobia. El cuarto es utilizado para uno de los procesos manuales más exitosos de la moda: El vintage. Un operario con tapaboca, turbante y aerógrafo aplica un chorro de pintura anaranjada por las botas de un jean marca Girbaud. Esto con el fin de obtener un matiz pardo: el vintage. El permanganato de Potasio, además de ser el principal componente de la formulación, es un veneno que podría dejar al operario ciego, quemarle la piel, producirle edemas en el tracto respiratorio y volver el esófago chicuca. El uso del permanganato sobre los índigos fue también una invención de M+FG. Gracias a docenas de gargantas perforadas en las plantas de índigos, podemos lucir cómodos y sofisticados. El operario enmascarado levanta la cabeza y nos mira por un segundo. Quedo aterrada. Es un zombi con los ojos hundidos y desesperados. Recuerdo la tienda Pilatos y a mi chico tatuado. Recuerdo el recinto brillante, como una sala de museo, con olor fresco a chaquetas Girbaud de 700 mil. En esta lavandería pudren los bluyines y en Pilatos los venden. La frescura de Pilatos y el sofoco de Jeans y Moda son el cielo y el infierno.
Ahora puedo repetir un lugar común, para eso soy periodista, ¿no? “El bluyín es la prenda de vestir democrática por excelencia”. Basta pararse en la estación San Antonio del Metro, a las seis de la tarde, para ver en la plataforma una mancha azul en el horizonte y en las piernas. Vender. La palabra preferida del viejo Girbaud es vender. Y a eso vino a Medellín. Durante la Feria promocionó la tecnología desarrollada por los laboratorios de Jeanlogía. Con este nuevo desarrollo se trabaja con ozono en vez de agua y con láser en vez de permanganato. Durante la conferencia el viejo dijo: “Fuimos muy irresponsables. Ahora, sabemos cómo hacer el mismo proceso de blanqueamiento y desgaste, usando un 97 por ciento menos de agua”. Los dueños de lavanderías quedaron asombrados presenciando las pruebas que se realizaron en la feria con la máquina G-2 de Jeanlogía. La promoción de la G-2 es real: los procesos de terminación toman la mitad del tiempo y garantizan el bienestar de quienes los fabrican.
Para darle bomba a su nueva cruzada, el viejo creó la campaña “Rebel, not criminal”. Durante el desfile de lanzamiento, en Nueva York, los modelos lucieron jeans con batas de laboratorio, como si fueran unos científicos locos, a modo de protesta por el mal uso de químicos en la fabricación de ropa. Al finalizar el desfile, un niño le entregó a Girbaud una pelota estampada con el mapa del mundo. Lo que Girbaud realmente quería mostrar es que el mundo está en sus manos.
“Yo fomenté la industrialización de la contaminación —confesó durante la conferencia—, pero finalmente todo el mundo tiene los jeans puestos” y soltó la risa. Silencio. “Mucho malparido”, dije entre dientes sentada en el teatro. El fin justifica los medios, pensé. ¿Quién es este tipo? ¿Un culicagado de 65 años? ¿Un genio? ¿Un frívolo? ¿Un cínico? Para finalizar la charla dijo: “Ahora yo trabajo así porque está de moda hablar de ecología.” Supone uno que si no estuviera de moda, François Girbaud no hubiera venido a Medellín.
En Jeans y Moda, y con Pedro, me voy a ver los demás procesos manuales. Sant Blast fue otra palabreja que usó Girbaud en la conferencia. Pedro la explica: es un potente chorro de arena que aporrea el jean para darle otra apariencia desgastada. El look del Sant Blast es un solle, pero mata al operario. Utiliza arenas silicosas que envenenan lentamente. Las maquiladoras paisas de Levis y Calvin Clein no lo utilizan, pues la legislación gringa de importación lo prohíbe. Pero en Jeans y Moda, donde se lavan los jeans de Girbaud, se sigue desgastando con el Sant Blast.
Según dijo Girbaud, en la industria del jean hay dos millones de trabajadores en todo el mundo. ¿Pero cuántos hay en Medellín? No sé. Y me da pereza buscar el dato en la página de Proexport o Inexmoda. Además, según creo, la estadística no interesa. Con tal de que haya un solo trabajador sufriendo de tendinitis, enfermedades respiratorias y silicosis, por cuenta de Girbaud, ya hay historia para este periódico.
Caminando por los corredores de la lavandería me estoy derritiendo. Tengo la blusa pegada de la espalda y una sed brutal. Se me forra el brassier. Necesito un vaso de agua helada. En otra celda se ejecutan más procesos manuales: esponjados, lijas, destruidos, resinas, tie dyes, inmersiones, plantillas y craquelados. En otro cuartucho trabajan tres operarias. Una de ellas tiene un martillo en la mano, otra un motortool, y la otra una pulidora industrial. Luego de teñir el bluyín, su trabajo es cajetiarlo, romperlo y dejarlo muy lindo y comercial. Pedro habla y me presenta. Se pasa la lengua por la boca. Las operarias levantan la cabeza y me miran con rabia. Tienen los rostros hundidos y opacos. Es una mezcla de ira e impotencia. Estoy segura: en Jeans y Moda contratan zombis. No creo que el dueño tenga las tripas para traer gente normal a su planta. Siento un gran desaliento y tengo ganas de largarme. O por lo menos de vomitar. Pedro me mira con una sonrisa malévola y agarra un martillo.