Archivo restaurado

Universo Centro 003
Enero 2009

“SANTA Semana” Una revista para adorar

Por RUBÉN VÉLEZ

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Se puede vivir sin amor, pero no sin mitos. ¿Qué sería del imaginario de Argentina sin los mitos de Gardel, Evita y Maradona? ¿Y no es más real Dublín gracias a la irrealidad ya mítica de “Ulises”? Un país sin mitos es un borrador, un libro todavía en el aire. El diecinueve de abril de 1983, la revista inevitable de Colombia aportó la piedra angular del mito que nos hacía falta para considerarnos ciertos y dignos de la mirada de Hollywood. “Un Robin Hood paisa”. Así se titula la apología que le dedicó ese medio a alias “El Doctor”. En ese entonces ya todo Medellín sabía que Pablo Escobar estaba metido hasta el cuello en el negocio de la magia blanca. Esa verdad, grande como una catedral, fue escamoteada por la revista que se las ha sabido todas. “Cinco mil millones de pesos, cuyo origen nunca cesa de ser objeto de especulaciones”. “Con la misma intensidad con la que se dedica a la obras cívicas se dedica a la política”. “El carisma de Santofimio, respaldado por el dinero de Escobar, están transformando las costumbres políticas del país”. “No hay antecedentes de respaldo financiero en política de esa naturaleza, ni obras cívicas de esa magnitud, emprendidas por particular alguno”. “De extracción humilde, con el poder que le otorga una fortuna incalculable y el deseo de ser el primer benefactor del país, este nuevo mecenas sin duda alguna, dará mucho qué hablar en el futuro”. Palabras más proféticas que probas, mucho más. A esa “Semana” de hace un cuarto de siglo, la número cincuenta, sólo le faltó decir que Pablo Escobar era un enviado de Dios que estaba predestinado para sacarnos del limbo del subdesarrollo. En ese día ya remoto del “mes más cruel” empezó la mitificación que no cesa. “Ciudadano Escobar”, así lo ha llamado un director de cine que se educó en China. ¿Ciudadano semejante hampón? Sergio Cabrera y sus cuentos chinos. ¿Y qué me dice usted del título del libro que Alonso Salazar escribió sobre nuestro personaje? “La parábola de Pablo”. Ni siquiera a doña Hermilda Gaviria de Escobar, que siempre puso por las nubes a su Pablo Emilio (ética de madre amantísima), se le habría ocurrido un nombre tan cristiano, tan favorecedor. El título de ese libro sugiere una aureola. Ni hablar del dilema que propone un reciente documental ni fu ni fa llamado “Pablo Escobar, ángel o demonio”. Nombre con trampa. De entrada, incita al respetable a considerar de una manera casi respetuosa al “muchacho de la película”. De ángel, poco tuvo el capo, muy poco. De ángel, su capacidad para moverse a sus anchas por el cielo, ya en helicóptero, ya en avioneta. De ángel, su dominio del arte de esfumarse de pronto. Pero volvamos al funesto artículo fundacional. ¿Cuál Robin Hood? El programa “Medellín sin tugurios” hacía parte de la plataforma política de Pablo Escobar. Pablito clavó un clavito qué clavito clavó Pablito. A él no lo movía el raro motor de la conciencia social, sino su megalomanía y su sed de poder. El hombre ambicionaba altos asientos (no he dicho altas dignidades), que a veces los posibilita la gente de abajo. Con los votos de los desposeídos, que en este país, hay que volver a decirlo, siempre han sido incontables, se puede llegar a los más augustos recintos y a las casas de ínfulas de palacio. Ah, el poder, que sirve, entre otras cosas, para dejar sin vida el decreto de extradición de los mafiosos de aquí a la potencia cocainómana de allá…

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¿Un Robin de alma de politicastro? ¿Un mesías extraditable? Poeta, está usted atentado contra un mito de nuestro tiempo, ¡contra un poderoso motivo de inspiración! Los mitos tradicionales como la Llorona, la Madremonte y el Mohán ya no inspiran ni trovas. Esos espantajos de Antioquia la Grande (grande en área, sólo en área), no les dicen nada a las nuevas generaciones de la ciudad que acabó con su eterna primavera a punta de …progreso. Ya es hora, pues, de que el desfile navideño de los mitos y leyendas del país paisa sea presidido por una efigie colosal del mecenas de los débiles y los hipopótamos. Poeta, también está usted haciéndole mala propaganda al cementerio Montesacro de Medellín, donde yacen, junto a la iglesia (el lugar que se merecen), los restos del ciudadano sin par. Esa tumba es algo más que una atracción turística. Es un santuario y un centro de peregrinación y plegaria. Es el Lourdes del catolicismo medellinense. Se dice que el mármol en cuestión ya ha hecho varios milagros. San Pablo de Medetraque, ayúdame a coronar. San Pablo de Medetruco, sálvame de la persecución de la justicia y de la cárcel. Poeta, ¿no es maravilloso que la piedra angular que colocó la revista maravillosa haya cobrado el estatus de altar mayor? ¿Por qué empuñar el martillo nietzscheano de la desmitificación? Golpes tan inútiles como sacrílegos. Nuestro mito de película taquillera (no olvide usted imaginarlo con mostachos a lo mero macho y revólver al cinto), como la mole de El Peñol, perdurará hasta el fin de los tiempos. Gracias, “Santa Semana”, por el favor recibido.