El retrato íntimo de una generación

 

Una conversación inédita entre Víctor Gaviria y Tyron Gallego, autores de El pelaíto que no duró nada

En la segunda mitad de los años ochenta del siglo pasado se tejieron de forma independiente, pero casi paralela, tres relatos que se convertirían en una marca de identidad de la Medellín del fin del milenio: No nacimos pa semilla, Rodrigo D. No futuro y El pelaíto que no duró nada. El primero, escrito por el periodista Alonso Salazar, y los dos siguientes por el cineasta y poeta Víctor Gaviria. Todos se darían a conocer al público hace treinta años, entre 1990 y 1991, los años más violentos de la historia de la ciudad.

Los tres, desde miradas diferentes —el periodismo, la antropología, la sociología, el cine, la poesía—, intentaron acercarse y comprender la emergencia del fenómeno del joven sicario y del protagonismo del asesinato como forma de solución de todo tipo de conflictos sociales en esos años oscuros.

Después de terminar Rodrigo D., Víctor Gaviria quiso seguir explorando el mundo de esos jóvenes marginados, víctimas de una sociedad excluyente que no les ofrecía alternativas a esa espiral de muerte en la que se encontraban atrapados. Varios de sus actores principales fueron asesinados antes de cumplir veinte años, durante el proceso de elaboración de la película, entre ellos Jeyson Idrian Gallego. El relato de su vida y muerte se convirtió, gracias al amor que le tenía su hermano Tyron, en El pelaíto que no duró nada, que bien se puede considerar una secuela escrita de Rodrigo D. No futuro.

Después de que saliera publicado No nacimos pa semilla, en marzo de 1990, y se lanzara en Cannes Rodrigo D. No futuro, en mayo de ese mismo año, Juan Luis Mejía, que en ese entonces trabajaba para la editorial Planeta, le preguntó a Víctor Gaviria si tenía algo para publicar. Entonces, lo que en principio había pensado como un guion para una nueva película, se convirtió en un libro testimonial. En este encuentro entre Víctor Gaviria y Tyron Gallego se reconstruyen las circunstancias que rodearon la creación de una historia íntima que le dio voz individual a la tragedia de una generación.

Cortesía Victor Gaviria
Foto cortesía Víctor Gaviria.

Víctor: Todo empezó con Rosa. Rosa aparece porque la conocí un día en la plazoleta del Teatro Pablo Tobón. La vi con un libro que decía Contra el arte. Puede incluso que lo haya hecho intencionalmente, que buscara ese encuentro, necesitaba un contacto con las comunas, pues, con los actores, me estaban llegando unos muchachos de clase media que no eran los actores que necesitaba. Me contó que le habían matado a un hermanito. Luego me mostró el libro, ella iba a la de Antioquia y sacaba libros, entonces le dije que por qué no iba a la oficina, que necesitaba que me ayudara a buscar unos actores.

Tyron: Rosa era amiga de nosotros también, habíamos fumado marihuana con ella como un hijueputa.

Víctor: Entonces Rosa un día trajo la primera camada de pelaos a la oficina en Santa Gema, ahí estaba Ramón Correa. Ramón era un pistoloco, porque a Ramón le gustaba eso, era muy inteligente, pero le gustaba por resentimiento dar bala y tenía un arma y estaba en guerra contra este mundo injusto.

Tyron: Y el man [Ramón] no era bonito de aspecto, entonces no conseguía novia… ¿Sabe a quién se me parecía ese man? A Ze Pequenho, el de Ciudad de Dios, que odiaba a la favela, porque nadie lo quería por feo. Ramón era como de ese estilo, como un renegado. Yo iba y amanecía en la casa con él, farriaba con él y el man era como que la sociedad no le importaba nada y no le servía pa nada. El man era muy filósofo y escribía cosas, escribía unos poemas muy chimbas.

Víctor: Ramón era un poeta, y trajo a Ramiro Meneses. Llegó Ramiro y después yo no sé por qué hice un movimiento que sí cambió todo, no sé por qué, quién me obligó a eso, porque yo no lo quería hacer… Subimos al barrio y creo que fue Ramón el que me dijo que íbamos para donde los calientes. Fuimos al barrio, paramos en una esquina, cuando de pronto pasaron unos manes en una moto, los manes se acercaron. Entonces les dije: “No, hermano, muchachos, bacano, vamos a hacer una película, necesito que ustedes trabajen con nosotros. Los espero en la oficina”, y un día llegaron a la oficina.

Tyron: Yo no estuve ahí, pero hay una historia que a ustedes los cogieron en la casa de Carroloco y les preguntaron que quiénes eran, porque llegaron en un carro, dizque todos barbados.

Víctor: Sí, pero no a mí, sino al Chiqui Arredondo y a otros, tres barbados… Una camioneta negra, pero yo no estaba ahí, sino el Chiqui. Entonces claro, “¿Ustedes quiénes son?”, el Chiqui como era una persona que hablaba tan bien y era chistoso y conocía pillos, todo el mundo se reía…

Esos manes cambiaron todo, porque hablamos con ellos y no sé por qué nos fuimos para un apartamento que Luis Fernando Calderón me prestó. Ahí ellos nos dijeron quiénes eran. Nos dijeron que habían entrado a esos apartamentos, pero nunca a sentarse, y yo los invité a sentarse, “Siéntense güevones, pero qué les pasa”. Y me dijeron que habían entrado, pero nunca a sentarse, sino a robar, a robar. Y yo, “¿Cómo? No, ya empezó Rodrigo D., ya empezó la película”… Este man, que era el líder de todos ellos, aunque todos eran líderes, porque cada pelado era el líder de su vida, porque todos estaban enfrentados a morirse, eran unos pelados todos aventados… Pero sí se admiraban, se conocían y se querían.

Tyron: Pero los combos de ahora son más organizados, porque tienen su jefe… En ese tiempo no había ningún jefe, somos todos cuatro, todos cuatro por igual, y somos seis, ocho, diez, pero todos por igual. Ahora los combos son más mafia, más organización. Es más, imagínese que en La Terraza, que era un combo organizado de Pablo Escobar en esa época, por ejemplo, había un man al que le decían Millones y quería mucho a mi hermano. Mi hermano se sentía patrocinado por él, era al que más querían en el barrio, no lo tocaban… Yo pasaba por todas esas esquinas y a mí nadie me tocaba, porque era el hermano del Trapia.

Iba a bailes de rock, a parcharme mujeres con Ramiro Meneses. Ramiro y yo vivíamos en el barrio, nos criamos desde pequeños jugando bolas, cuando hubo el primer secuestro en Medellín. El primer secuestro en Medellín que mataron a la hija de un comerciante… Llegó la policía al barrio, Ramiro pa su casa, yo pa la mía y cogieron a un man, el Ciego, que era el secuestrador más teso que tenía Medellín. La tenían guardada allá, enseguida de la casa de Ramiro Meneses, en un sótano. La ley se dio cuenta, pero a la pelaíta la mataron. Nosotros vimos cuando la mataron, el custodio le metió dos tiros y cogieron al Ciego que era el duro ahí, eso fue una locura.

En los barrios existían esos escoltas de Pablo Escobar, el Mugre y Moco Verde, y en esa época llegaban en los mejores carros. Los manes tenían como una estrategia, veían a este man bien vestido, en motos KMX, DT, entonces esos manes se aprovechaban; “Ah, chino, ¿quiere una moto de esas?”, y empezaban a rumbear con ellos, yo miraba toda esa vuelta, les daban plata y después los llamaban y les decían qué tocaba hacer. Conejo fue el que reclutó a mi hermano y él está vivo, veterano de la mafia, pillo. Ese man era un liso. Una vez estábamos en la esquina y cuando menos pensamos un man con un chorro de sangre, una puñalada en toda la yugular, cuando fue dizque Conejo y nadie lo vio, un asesino de los lisos, por eso está vivo.

Víctor: Hay un pillo, amigo de estos, y ahora está paralítico, pero tiene una empresa. Y es de una inteligencia, lector, un tipo extraordinario, ¡y cómo cuenta toda la época de ustedes!… Se acuerda de todo, entiende todo.

Tyron: Era un niño, creció siendo pillo y se convirtió en uno de los duros de la Oficina de Envigado, porque él mandaba en La Salle, y sabía las historias de todo. Él se retiró, pero no lo perdonaron, y luego le dieron unos cuantos tiros, sobrevivió de milagro.

Cuando lo iban a matar estaba en una cancha en Envigado y lo encendieron a bala, el man cayó al suelo, porque le pegaron un tiro en la columna, y sonrió para que en la caja no quedara feo, sino sonriendo, hizo así (mueca de risa). Él me dijo: “Yo volteé y sonreí para que en la caja yo quedara así”, dizque para no quedar serio, me dijo.

Esos manes en el barrio eran felices, porque estaban haciendo una película, somos actores de cine, nos gozábamos entre nosotros. En las farras tomábamos de ese alcohol con Premio, unas rumbas, tirábamos pasta, marihuana y todo el mundo cagao de risa, porque estos manes iban pa Hollywood, cuál Hollywood ni qué hijueputas. Mi hermano me llevaba a los rodajes de Rodrigo D., por allá de pato miraba las luces, un peludo mandando peluditos, me parecía muy loco eso. Llegaba y me asomaba por los lados, porque Víctor se mantenía ocupado y me lo presentaron, pero este man en medio de sus cosas no creo que se acuerde. Iba y no miraba tanto a Víctor, miraba a Rodrigo Lalinde haciendo iluminaciones y me pareció muy curioso. Entonces después mataron a mi hermano…

Cortesía Victor Gaviria
Foto cortesía Víctor Gaviria.

 

Víctor: Empieza el 87 y nosotros empezamos a editar Rodrigo D., los pelaos van a la oficina a Santa Gema, Tyron va varias veces, Jeyson, y hablábamos con mucho cariño, porque nosotros sabíamos que estábamos en algo que era sagrado, que era verdad, una verdad. Estábamos tratando de entender esa verdad y felices de haber tocado con esa verdad. Antes del 88 matan a algunos amigos, otros siguen. Primero matan a Jhon Galvis, antes de la película, luego matan a Jeyson, en el 88. Cuando matan a Jeyson, llega Tyron con la historia y obviamente el amor que teníamos por Jeyson y el respeto por él hacía que nosotros recibiéramos con agrado lo de Tyron. Además, toda la película se hizo bajo una lógica que nos decía Jhon Galvis: “Si a mí me matan, busquen a tal”, era una cadena de afectos y de amistades a la que ellos le daban mucha importancia y que era una acción muy bonita, porque a pesar de esa violencia y ese mundo de los torcidos sí había amistad, de haber vivido, no les vamos a dejar la película tirada y, además, esto que hacemos nosotros, que ustedes admiran y conocen tanto, ahí sí les voy a presentar quién es más berraco que yo. En general, la actitud de ellos es que tienen unos amigos que admiran enormemente, son unas cadenas de afecto de pelaos que están en la guerra social hace mucho tiempo…

Tyron: Son pelaos que uno dice que son torcidos, porque están en la guerra y eso, pero entre ellos mismos hay un gran afecto, se cuidan, como una relación, pero al final también ocurren cosas.

Víctor: Era increíble ver que alrededor de Jeyson se podía hacer un retrato absoluto de esa juventud, de lo que estaban viviendo y lo que estaba viviendo era de alguna manera toda una generación, no era una cosa particular. Toda esa fascinación por las armas y todo lo que ese mundo de robar y de los torcidos, ese mundo les pasó a todos. Era un lugar cultural al que ellos entraban y era increíble lo claro que se daba a entender con Tyron lo que le había ocurrido a su hermanito, que era lo que le había ocurrido a todos; lo claro que era esa forma de empezar, esos amigos, ese suicidio de tirarse a robar y todos esos capítulos de esa vaina…

La cifra de los homicidios en el 91 [más de siete mil], cuando se publicó el libro, significa que era un hecho social colectivo y cultural. Eso lo sentíamos todos. La historia mía como cineasta ha consistido en que a mí me gusta contar lo colectivo y me encuentro con amigos que cuentan lo individual. En general, los escritores y artistas tienen la idea de que se cuenten cosas individuales y está muy bien, pero yo no sé por qué el hecho de haber entrado al barrio y ver que eso no era individual a mí ya me puso en una forma de verlo todo en esa función de lo colectivo.

Cuando Juan Luis Mejía me preguntó si tenía algo para publicar, nosotros estábamos quietos en primera con Rodrigo D y a mí me parecía muy interesante que la película rimara mucho con el libro No nacimos pa semilla, que acaba de salir, siendo dos cosas muy distintas, pero íbamos paralelos, con la diferencia de que nosotros habíamos vivido todo el proceso en el 86 y No nacimos pa semilla se escribió un poquito después.

Tyron: Nosotros estamos escribiendo el libro El pelaíto que no duró nada en el Ivo Romani y llegó el Alacrán, pálido, con una metra… Que sale en el documental, pero yo no sé si sale en la versión colombiana o en la versión alemana. Y llega con esa metra y la pone encima del libro y este man y yo nos miramos, y pone dos placas de policía. Este man [Víctor] y yo paramos, este se puso nervioso, estábamos tomando ron. Cuando al rato tocó un pelaíto con unas maletas, cuatro millones de pesos en efectivo en esa época, se los entregó y el pelaíto se llevó las dos placas. Y el Alacrán sacó plata de ese maletín y nos dio pa que siguiéramos bebiendo… Sisas, le pagaron los policías. El Coco era el patrón de ese man y el Alacrán iba tan arriba que el mismo Coco se le torció; lo mandó a hacer un negocio en Bello con dos policías y el mismo Coco llamó diciendo que iba un man en un taxi con una metra y los iba a pelar, los policías reaccionaron y lo mataron con el taxista, sin tener nada que ver ahí.

Víctor: La caminada de ese día desde el estudio del Ivo Romani, en Barranquilla con Palacé, hasta donde Luis Alberto Álvarez, que era ahí como por el colegio María Auxiliadora, fue muy dura. Ya se nos olvidó y empezamos a hablar de Luis Alberto y eso para mí es lo que debe ser el trabajo cultural. A mí siempre me dicen que soy alguien que lleva unos locos a todas partes y es que no, hay que dialogar, hay que ser, hay que aceptar la ciudad. ¿Vamos a seguir con los mismos, que esto solo lo escribe este o lo sabe este? No…

Tyron: Vea como es la vida, este [Víctor] muerto de miedo y el Alacrán no le tenía miedo a la muerte. Los pelaos, el Alacrán, mi hermano, Rata Mona, esos pelaos no le tenían miedo a nada, no le tenían miedo a morirse. Cuando mi hermano iba a la casa mi mamá le lloraba, “Mijo lo van a matar”, y mi hermano solamente la miraba y con la mirada le decía: “Mamá, no le tengo miedo a morir”.

Ellos me decían: “Tyron, yo me voy a robar y me puedo morir, pero voy a ir robar, si sé que me voy a morir no importa”… El Alacrán andaba con una metra debajo de la chaqueta por toda La Salle, en Guadalupe, y en Guadalupe tenía a los enemigos. Si le tuviera miedo a la muerte nunca iría por allá, pero él iba, esos manes desafiaban la muerte.

El mejor amigo de mi hermano le dijo: “Trapia, te van a matar, ya están conspirando en esa esquina pa matarte, ábrase”, y ese man siguió ahí viendo fútbol, yo soy inmortal. Cuál inmortal, le metieron cuatro tiros y lo pelaron.

 

Carátula editoral Planeta
Carátula del libro El pelaíto que no duró nada, editorial Planeta.

 

Víctor: Nosotros quisimos seguir haciendo Rodrigo D, pero había mucha resistencia, mucha crítica, y más o menos encontramos un consenso oficial de que “No más No futuro”, que había que apoyar a los muchachos. Nos cuestionaron, porque incluso éramos amigos de los bandidos, y yo: “Pero cómo así, ellos son las primeras víctimas de esta cultura que está pasando, cómo así que los bandidos, estos pelaos son los que a mí me interesan realmente”, además todos eran bandidos. Ellos, entre esos Alonso Salazar, tomaron una actitud moralista, nosotros nos quedamos por fuera y de alguna manera yo pensaba que ellos no tenían razón. Yo decía: “Pero es que muchachos, ustedes no pueden cambiar la lógica de este mundo, que es la lógica de la exclusión, con sus buenas intenciones. Estos muchachos están en un mundo donde la lógica es otra, por eso es que nosotros estamos ahí, insistimos en eso”. Yo me quedé todo el tiempo mirando a Medellín desde ese lugar de la exclusión más profunda, que era el bandido.

Era claro que estábamos por otro camino que no compartía nadie, que era el camino del No futuro. Sí hubo mucha crítica en su momento, esta gente se fue por trabajar con los pelaos, estuvo bien también, pero esta es una visión más del artista y de lo que realmente es, porque es que Medellín no ha entendido este problema, siempre ha querido imponer el deber ser. Los intelectuales escritores pasaron a hacer parte del gobierno, entonces el ámbito se volvió un poco oficial, al punto de que Alonso terminó de alcalde. Nosotros nos quedamos por fuera, ahí es donde yo digo que eso oficial no puede ser, nosotros estamos es desde el punto de vista de lo que está ocurriendo acá, que es el No futuro, estamos interpretando culturalmente todo esto. Además, cómo así que ser buenos, es una cosa paisa muy difícil, de estar en lo políticamente correcto y estar en lo que debe ser por la sociedad. Porque esta gente se puso en la administración, esa es la verdad, mucha parte del arte en Medellín se puso del lado de la administración, cosa que no está mal tampoco, tiene su cuento. Pero el punto de vista mío siempre fue partir por fuera de la ley, esos muchachos, que están en un borde disruptivo, están en toda la cultura antioqueña, cuando es el 24 por la tarde, la mamá está haciendo la natilla, y este güevon de Jeyson llega y dice que mató a Lalo, entonces se mezcla la tradición con lo disruptivo, es una cosa muy propia. Es el código paisa de la plata, de muchas cosas, pero disruptivo y, al mismo tiempo, rodeado de una realidad de la Navidad, del traído, del Niño Dios, todo esto al tiempo. Eso había que entenderlo.

Tyron: A mí me recomendaron en una empresa de hierro para trabajar. Me preguntaron en qué había trabajado y dije que en Rodrigo D. como técnico, entonces la que me recomendó me llamó al otro día diciéndome que por qué había dicho eso, que la llamó el dueño de la empresa y le dijo que yo era un sicario.

Víctor: La academia andaba en otro lado, el libro de Alonso Salazar [No nacimos pa semilla] fue muy importante, una lectura de ciudad, un diálogo de ciudad berraquísimo. La verdad es que nosotros estábamos en el lado más extremo, en el lugar equivocado, y ellos en el lugar que se supone políticamente correcto. Empezó todo ese proceso y para nosotros fue difícil persistir en ese mundo incorrecto, y ha sido difícil. Con La mujer del animal la gente también prendió alarmas. Las nuevas generaciones de cineastas creo que ya superaron eso, pero creo que sí hubo un momento donde todo mundo estaba ahorcado y amarrado por ese deber ser de la ciudad. Por lo menos, quedaron estas cosas como documento, buenas o malas, pero quedaron como documento, y cuando nosotros presentamos Sumas y restas, en ese momento le habían dado una plata muy buena a Rosario Tijeras y cuando nosotros nos presentamos para que nos ayudaran, le presentamos la película al alcalde Sergio Fajardo, entonces Fajardo se timbró y empezó a tocarse los ojos y a decir que por qué se la poníamos tan difícil, por qué hablábamos mal de la ciudad.

Yo le agradezco mucho a Tyron haber venido a este encuentro, porque si no… Siempre he tenido la nostalgia de no haber abordado una historia particular, pero con El pelaíto que no duró nada lo teso es que se logró. Obviamente está lo colectivo, pero el punto de vista Jeyson nos absorbió, de la mamá, del hermanito, de la novia, del bautizo, de la vida cotidiana…

Tyron: Mi esposa me dice que leyó ese libro cuando no me conocía, ese libro en la escuela lo leyó todo Medellín.

Víctor: Increíble que había pelaos que lo leían y me decían que era el único libro que habían leído en la vida.

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