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- Domingos 11 a.m. 12:30 p.m
Texto y fotografías por Santiago Rodas
La guardia indígena encabezó la marcha con sus bastones de mando. Seguido de sindicato del CTI que gritó consignas en contra de la reforma, de Duque y de Uribe. Después un Batman de Medellín, después un hombre barbado con un megáfono que decía: “no a la reforma de ratasquilla”, después un colectivo feminista, después un grupo de percusión, un taxi con un ataúd en el capacete decorado con pancartas sobre la reforma tributaría, después una bandera manchada de pintura roja, después mucha gente con banderas de Colombia, Los Comunes, un grupo de motociclistas, estudiantes, trabajadores de la salud, obreros, alguien con una máscara de cerdo hecha con la piel del animal, después más y más gente hasta completar varios kilómetros de personas que caminaban, como si fueran un río caudaloso, a un lado de la universidad de Antioquia, por el puente del Punto Cero, por la autopista hacia el sur, para luego subir por San Juan y encontrarse con las otras marchas en el Parque de las Luces. El recorrido se mantuvo con calma, tambores, música, consignas, rap, pintadas en las paredes, carteles pegados con engrudo.
En la concentración, a un lado de la Alpujarra, sonó la primera bomba aturdidora, con intervalos de segundos, de minutos, se escuchó el estruendo de otra, después otra y así durante un rato. El ambiente se empezó a tensar, se caldearon los ánimos de quienes marchaban, algunas personas corrían, otras los tranquilizaban. Se escuchó “sin violencia, sin violencia”, se escuchó “los van a encerrar, nos van a hacer un candado”, se escucho “no corran, no corran”, se escuchó “tranquilos, si estamos juntos no nos pasa nada”, se escucharon los cantos de las marchas, las consignas en contra de la reforma, y después una seguidilla de varias bombas arrojadas por el ESMAD. Los manifestantes tumbaron una cámara de fotomultas, arrancaron los cables de los semáforos, rompieron los vidrios de la estación del Ferrocarril. El ESMAD detonó más bombas, empezó con los lacrimógenos y el grupo reunido en el parque de las luces se dispersó. Empezaron los enfrentamientos.
Con los ojos rojos caminé por Carabobo buscando de nuevo la marcha. Alguien dijo, “prenda un bareto y se echa el humo en los ojos”. Otro dijo, “si tiran una piedra por acá se les va hondo”. Otro: “seguro se infiltraron para dañar las cosas”. Varios de los manifestantes llegamos hasta Museo de Antioquia que estaba cerrado. Hubo enfrentamientos en el parque de las Luces, debajo del parque de San Antonio, en la avenida Oriental, entonces fue imposible reunirme con la marcha que se dirigía hacia el sur. El centro estaba paralizado.
Hice una parada técnica y me tomé una cerveza para bajarme el sabor del gas de la garganta. La atmósfera se sentía nerviosa, chispeante, los locales a media reja, los comentarios de las personas, en su mayoría, trabajadores del centro, eran sobre los disturbios. Busqué una ruta alternativa para regresar a la marcha. Un policía me dijo que todo estaba bloqueado, que mejor esperara. Bajé solo al parque de San Antonio y encontré otro bonche, se tiraban piedras entre manifestantes y la policía, todas las rejas estaban abajo. Otra vez el gas lacrimógeno. Se veían los escombros regados por el piso, maderas calcinadas de lo que fue una barrera en contra de los gases. Caminé por los locales cerrados y logré llegar a la Alpujarra, tanto el parque como las calles estaban desoladas, vi algunas pocas personas que no tenían que ver con la marcha, buscaban salir de allí. Seguí con mi camino y me acomodé la escarapela de reportero de Universo Centro por si algo pasaba.
La estación del Metro Exposiciones estaba cerrada, la gente hacía filas largas en las escaleras. Se veía mucho más movimiento en el tráfico de los carros y los buses.
Al lado de San Diego otro bonche: la misma coreografía, piedras, palos de lado y lado, la policía respondía con las mismas herramientas que les lanzaban. En el puente cerca de Premium Plaza encontré un tapón verde fluorescente: unos cuarenta policías en sus motos cerraron la vía. Tres kamikazes entre los manifestantes aprovecharon un descuido y le lanzaron patadas voladoras a uno de los policías. Cinco motos los empezaron a perseguir en contravía pero no pudieron agarrarlos.
Empezó a llover. Por la avenida de El Poblado me encontré de nuevo con la marcha, mucho más flaca, pero pese a la lluvia seguía su camino. Vi los destrozos en algunos vidrios, en bancos, concesionarios y algunas pintadas alusivas al paro.
El parque de El Poblado estaba lleno. Cantaban, se escucharon las cacerolas y las consignas, las calles bloqueadas por los manifestantes. El Covid 19 parecía cosa de otro mundo, uno lejano.
La lluvia cayó de manera intermitente, se volvía aguacero, después se volvía brisa, pero la gente seguía en las calles. Sonaron, otra vez, las bombas aturdidoras y, otra vez, el grupo se dispersó.
Logré entrar en uno de los bares, sonaros varias explosiones en medio de la lluvia. Se escucharon las piedras y los pisotones en los charcos de la gente que huía. Los lacrimógenos otra vez. Algunos gritos, algunos “sin violencia, sin violencia”.
La lluvia se intensificó y las cosas se calmaron. Se hizo de noche.
Vi unos veinte minutos del partido del Nacional que quedó empatado.
Antes de las ocho, asomado por el balcón del bar, escuché un golpe mojado sobre las baldosas. Alguien huía de los policías. Lo agarraron entre cinco, llegó otro desde atrás y le mandó una patada que el tipo recibió en la frente y empezó a sangrar, las gotas rojas quedaron sobre las baldosas. Una mujer a mi lado les gritó a los policías que los estaba grabando. Al parecer se sintieron observados y no golpearon más al tipo, lo esposaron y se lo llevaron de ahí.
Esperé hasta las nueve y media de la noche, agarré un taxi cerca de la iglesia. Una fila unos quince policías me pasó al lado antes de subirme al carro, pero no dijeron nada. El taxista me explicó que le había ido muy bien porque cerraron el Metro. Las cosas están duras, pero la marcha me ayudó mucho, “hoy me metí un almuerzo de veinte lucas, ahí las recuperé”.