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Por Juan David López Morales
Beatriz Elena Aguirre Arango. 47 años. Vestía un jean oscuro, camiseta roja y gorra del mismo color. Desapareció el 18 de enero de 2021. Última llamada: 1:14 p. m., a una amiga con la que se encontraría más tarde. Último lugar donde fue vista: barrio Cabañas, en Bello, donde vivía. Salió para el Centro de Medellín, pero su rastro se perdió en el camino.
La hermana de Beatriz, Johana, cuenta que las dos líneas de celular de Beatriz están apagadas desde las 2 p. m. de ese lunes de enero, cuando iba a hacer diligencias relacionadas con los proveedores de su panadería ubicada en Zamora Santa Rita. Han pasado dos meses.
La familia Aguirre Arango no tiene pistas de qué pasó con ella. Sobre Beatriz no había ninguna amenaza, por eso Johana no logra ni siquiera imaginar qué pudo pasarle. “Ella es parte de la comunidad LGBT, es lesbiana”, dice. No puede asegurar que esa orientación esté relacionada con su desaparición, pero no tiene más indicios: “A estas alturas todo nos parece importante”.
Desde mediados del 2020, cuando desplegó su estrategia “Buscarlas hasta encontrarlas”, el movimiento político de mujeres Estamos Listas ha acompañado cerca de cuarenta casos de mujeres desaparecidas. De todas, la única a la que no han hallado, viva o muerta, es a Beatriz. Así lo cuenta Gihomara Aristizábal, integrante del movimiento y voluntaria de esta estrategia que ha permitido nombrar, con una fuerza inédita, un drama que antes pasaba de agache en la agenda pública de Medellín.
Los demás casos, que sí han concluido en el hallazgo de las mujeres, vivas o muertas, son apenas una representación de un universo más amplio. Aristizábal reconoce que, por ser un voluntariado, sus capacidades son limitadas y por eso no asumen más de dos búsquedas al mismo tiempo. Saben que más allá de lo que hacen hay un universo de historias de mujeres, niñas y adolescentes que salieron de sus casas y se perdieron en un torbellino de preguntas por responder.
Una Luz contra la desaparición
Para que un problema marginal en la agenda pública llegue a ser nombrado y tome un lugar protagónico tienen que pasar muchas cosas. La secretaria de las mujeres de la alcaldía de Medellín, Juliana Martínez, plantea que ese cambio tiene que ver con un contexto particular: la firma del acuerdo de paz que permitió al país enfocarse en problemas distintos al conflicto armado, y el protagonismo creciente y las demandas históricas de los movimientos feministas han dado visibilidad a sus causas y reclamos.
Pero ese contexto no basta. Hace falta la acción decidida de actores sociales y políticos, es decir, personas que denuncien e insistan hasta la saciedad sobre el problema, hasta que rompa el paisaje. Allí aparece Estamos Listas, que “indudablemente es un actor político, no cualquiera, sino uno con asiento en el Concejo”, dice Martínez, quien sabe bien que los dramas y abusos ligados a las desapariciones hacen parte de las preocupaciones del movimiento que nació para las elecciones locales del 2018.
A veces, el contexto y los actores no son suficientes. En Medellín ocurrió algo más: una mujer con rostro y nombre propio —Luz Leidy Vanegas— le dio dimensión humana a la tragedia de cada familia que espera respuestas, se hizo símbolo. Su paradero se desconoce desde el 1 de enero del 2020, cuando desapareció del barrio Castilla.
Yesenia Rivera no sabe por qué su madre se convirtió en el símbolo. Ninguna familia escribe entre la lista de deseos de Año Nuevo convertirse en la representación trágica de la ausencia, pero la tragedia llega sin mediar rituales ni deseos y deja a sus víctimas ante la posibilidad de actuar o no. Yesenia y su familia decidieron actuar, tocar puertas, preguntar, insistir. Así, su ruido privado se fue convirtiendo en el ruido de muchas, en un grito público. “Se nos fueron sumando, ayudando a hacer bulla para que nos prestaran atención y buscaran a mi mamá”, cuenta Yesenia quince meses después de la desaparición y aún sin respuestas sobre el paradero de Luz Leidy. Cree que ese bullicio necesario tuvo impacto y permitió que la búsqueda de Mami, como la llama, no dependiera de ser una mujer conocida o de élite alguna.
Hace meses que Yesenia y su familia no reciben noticias sobre la investigación. Creen probable que Luz Leidy esté muerta, pero seguirán preguntando hasta que sea necesario. “No la hemos encontrado, pero al menos su caso ha ayudado en ser un símbolo para buscar a otras mujeres”, dice. El pasado 8 de marzo, Día Internacional de los Derechos de las Mujeres, Yesenia volvió a las calles de Castilla con volantes impresos con la promesa de la recompensa ofrecida por las autoridades. Su búsqueda continúa.
Más pequeñas, más vulnerables
En 2020, el equipo de Dignidad Humana de la Secretaría de Inclusión Social de Medellín activó 204 búsquedas urgentes de personas desaparecidas: 125 de hombres y 79 de mujeres. Fueron 144 las personas que aparecieron vivas y nueve más fueron halladas muertas: seis hombres y tres mujeres. ¿Por qué poner el foco en ellas si la proporción indica que por cada cuatro mujeres desaparecidas hubo seis hombres en la misma condición?
“La desaparición de mujeres está relacionada con la violencia basada en género, a menudo está vinculada a violencia sexual, explotación sexual, trata y feminicidio”, responde la secretaria Martínez. A ese escenario genérico se suma uno más propio de la ciudad: los grupos criminales incluyen en sus rentas ilegales la explotación sexual de mujeres. “Las niñas, adolescentes y mujeres son captadas en algunas comunas y llevadas a otras para ser explotadas sexualmente”, agrega Martínez.
La historia de Colombia hace que la desaparición sea leída con las claves del conflicto armado que dejó más de 120 000 personas desaparecidas, según estima la Unidad de Búsqueda de Personas. En este contexto, las mujeres tuvieron y mantienen un rol clave: el de buscadoras. Ellas, sin embargo, también fueron desaparecidas. Pero las razones de la desaparición en contextos urbanos son distintas y dan cuenta de un fenómeno menos visible, tanto que en el último informe de Derechos Humanos de la Personería de Medellín, correspondiente al 2019, el capítulo de género no incluye ninguna mención de la problemática de la desaparición de mujeres.
En 2020, Medicina Legal registró la desaparición de 79 mujeres y 138 hombres en Medellín. En la ciudad, como en el país, hay más hombres que mujeres desaparecidos. En 2020, la entidad registró 4680 en Colombia: 2845 hombres y 1835 mujeres. Lo que no dice la cifra global, pero sí su detalle, es que la desaparición de mujeres tiene una lógica particular. De los hombres, 493 eran menores de edad —el 17,3 por ciento—, mientras que de las 1835 mujeres, 1086 eran menores de edad —el 59,1 por ciento—. Esta proporción se replica en Medellín, donde de las 79 desaparecidas, 45 —56,9 por ciento— eran menores de edad: 36 tenían, al momento del hecho, entre 10 y 14 años, y las nueve restantes tenían de 15 a 17 años.
En enero, el reporte más reciente de Medicina Legal, hubo 269 desaparecidos en Colombia: 127 mujeres —87 menores de edad— y 142 hombres —27 menores de edad—. Estas cifras incluyen a los cinco hombres y tres mujeres desaparecidos en Medellín al iniciar el 2021.
“Las menores de edad son las más vulnerables” a caer en las redes de explotación sexual, dice Gihomara Aristizábal. “Tienen más dificultades familiares” en los territorios donde habitan, y eso las lleva a estar muchas horas solas en casa, lo que puede multiplicar los riesgos de maltrato y explotación. Aristizábal pone el foco en las violencias estructurales para decir que “el abandono institucional y el nivel de desigualdad son brutales”. Por estas razones es que en “Buscarlas hasta encontrarlas” decidieron que su prioridad son las niñas y adolescentes.
La pobreza y la desigualdad son el sedimento de las circunstancias determinantes que ella enumera en los casos que recuerda. Una semana antes de esta conversación fue a la parte alta de San Cristóbal para acompañar a una familia. Allí se encontró con una barriada sin alumbrado público donde las bandas ejercen el control territorial, y entendió la alarma de una madre soltera que no tiene con quién dejar a sus hijas cuando sale a trabajar.
Otros casos que han seguido en Estamos Listas involucran a pacientes psiquiátricas cuyas familias no tienen las condiciones materiales ni el conocimiento para atender problemas de salud mental. Es el caso de una menor que se ha ido varias veces de la casa a causa de su esquizofrenia. Aunque buscan soluciones permanentes, no las han encontrado en las entidades de salud de la ciudad.
En otros casos, los desencuentros familiares terminan con niñas por fuera de su hogar. Tanto en situaciones donde el detonante es la disfuncionalidad familiar como en aquellas con agravantes de salud mental, las menores quedan expuestas a los peligros que las acechan en las calles. Y no se trata de un supuesto teórico, pues en Estamos Listas ya han conocido menores que han caído en redes de explotación sexual y a las que han logrado recuperar, por ejemplo, gracias al apoyo de la Red Popular Trans en el Centro de Medellín.
Que aparezcan las instituciones
Un mito recorre las entidades públicas: la desaparición se investiga pasadas 72 horas. Esta fue una de las respuestas con las que se encontró Yesenia Rivera cuando denunció que su madre no aparecía ni respondía llamadas o mensajes. En plenas fiestas de fin de año y vacaciones colectivas de funcionarios, la carencia de personal se sumó a la respuesta ineficiente de las instituciones que solo se sacudieron después de varios días.
Las autoridades hablan de “varias hipótesis” sobre el caso y aseguran que algunas se han descartado en el camino, pero la familia de Luz Leidy Vanegas no las conoce. “El año pasado hicieron investigación de campo, pero lo que nos decía el investigador es que es uno de los casos más extraños que ha tenido, que llegaron al punto en que no saben qué más hacer”, cuenta Yesenia, quien alterna su trabajo en una tienda de ropa con la búsqueda de su madre.
Para Estamos Listas es claro que buscarlas hasta encontrarlas es una responsabilidad del Estado. Por eso, dice Gihomara Aristizábal, el objetivo es presionar a las instituciones para que hagan su trabajo, no suplantarlas. Cuando asumen una búsqueda pretenden llevarla hasta el final y brindar a las familias el apoyo psicológico que por las vías institucionales no llega, o llega tarde o de forma insuficiente.
Cuando desapareció Beatriz Aguirre, una psicóloga atendió a sus papás gracias a Estamos Listas. Para Johana, su hermana, el Estado ha estado ausente. Su caso, como el de otras, tiene dificultades adicionales, pues no se sabe si la desaparición ocurrió en Bello o en Medellín. Cuando se dibujan las fronteras aparecen los conflictos jurisdiccionales.
“La Fiscalía no nos ha colaborado en nada”, dice. No les han pedido muestras de ADN, ni han revisado las cámaras cercanas al último lugar donde Beatriz fue vista. Johana guarda en su celular las fotos que le tomaron a esas cámaras y le enviaron a la Fiscalía. “El investigador nos llama y nos pregunta qué sabemos”, dice. Ante esa pregunta, su respuesta ha sido el enojo. El funcionario ya no les contesta. Johana cree que bloqueó sus números.
Lo que no es un mito es que las primeras horas son cruciales para encontrar a una persona desaparecida. Por eso, la ley 971 de 2005, que establece el mecanismo de búsqueda urgente, dice con claridad que las autoridades deben emprenderla “de forma inmediata” para “prevenir la comisión del delito de desaparición forzada”. En el caso de las mujeres esperar 72 horas significa correr el riesgo de que una menor de edad sea atrapada por una red de explotación sexual. Esas 72 horas, incluso para quienes regresan vivas, pueden destruir su vida de forma irremediable.
La secretaria Juliana Martínez dice que, por instrucción del alcalde Daniel Quintero, se creó en junio de 2020 la Mesa de Personas Desaparecidas con Enfoque de Género. Esta fue cuestionada en octubre pasado por Dora Saldarriaga, concejala de Estamos Listas, quien aseguró que no estaba funcionando.
La secretaria, por su parte, dice que han logrado poner de acuerdo a las instituciones en términos conceptuales y normativos, lo que se traduce en desenmarañar quién tiene las competencias sobre cada uno de los casos. Agrega que han trabajado para mejorar la ruta de atención y unificar la información de las entidades. Además, que cuando se presume que una desaparición obedece a la comisión de un crimen, la tarea es de la Policía y la Fiscalía.
Desde el movimiento social y político hacen un inventario de desafíos que el Estado está en mora de cumplir: subsanar la desarticulación que persiste, erradicar la negligencia enquistada en las instituciones y sus funcionarios, actuar mejor y más rápido ante cualquier desaparición, promover una cultura que no fiscalice y juzgue la vida íntima de las mujeres y, sobre todo, como señala Gihomara Aristizábal, evitar que las desapariciones ocurran.
Desde la administración, la secretaria Martínez defiende que están trabajando en estos asuntos, pero resalta que no se trata de buscar pequeñas soluciones, sino de enfrentar las violencias basadas en género como un problema “estructural, sistemático y presente en todos los estratos, todas las sociedades y todos los grupos de edad”. No se trata, pues, de enfrentar la particularidad de la desaparición, sino todas las violencias contra las mujeres.
Hasta encontrarlas
Detrás de unas ausencias inexplicables se tejen dinámicas tan diversas como la tensión entre las instituciones y los movimientos sociales llegados a la política partidista, la persistencia de una marginalidad que estratifica hasta los peligros, la amenaza permanente de generaciones de grupos criminales de toda estirpe, las dificultades de un Estado cuyo legado histórico transita entre la indiferencia y la incapacidad y las crecientes voces ciudadanas que se niegan a guardar silencio, en las calles o en las redes sociales.
Es un hashtag, #BuscarlasHastaEncontrarlas, una consigna, un llamado, un deseo, un mantra que se repite hasta que cada mujer desaparecida regrese al lugar de donde fue arrancada, en Medellín o cualquier ciudad, pueblo o vereda del país. Hasta encontrarlas, con carácter perentorio, con urgencia manifiesta, porque cuando las horas se alargan hasta volverse años desaparecen de la memoria de la sociedad que las perdió y sobreviven apenas en la de quienes todos los días, al despertar, las invocan para que regresen.Por años, lo demuestran nombres de informes de memoria histórica y organizaciones de víctimas, el lema ha sido “hasta encontrarlos”. Ahora la diferencia está en una letra, esa “a” implica reconocer que el “masculino neutral” no basta para explicar un mundo donde a las mujeres las desaparecen por ser mujeres.