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Aunque el conflicto armado nunca ha cesado en Colombia, durante el gobierno de Álvaro Uribe se produjo la mayor cantidad de asesinatos a líderes sociales.
Por Diana López Zuleta
Cuando era niña, antes del asesinato de mi padre, un miedo brutal se apoderaba de mí al caer la noche. Creía que el Cuco (en otras partes del país le llaman Coco), o algún monstruo, iba a salir en la oscuridad y me atraparía. Era un miedo que me aniquilaba y que ahora se me deshace entre los dedos. Y entonces pasó: de pronto comencé a sentir miedo de “la gente mala”, que aniquila de verdad, de los que salen a matar de día y de noche por encargos. Porque el día, aunque fuera claro, estaba cubierto por esa sombra permanente.
El miedo va mutando —a propósito del virus, la mutación se puso de moda— y ahora pasamos del miedo a la muerte al miedo a vivir. Miedo a no poder vivir dignamente, a no poder escapar de la vida amenazada por la violencia. Somos un país resumido en cifras de muertos pero al que le hace falta conocer el sufrimiento de los vivos, el sufrimiento de quienes lo padecen.
No olvido el grito angustiante del niño, de doce años, cuya madre, la líder social María del Pilar Hurtado, fue asesinada en presencia de él y sus otros hermanos. Año 2019, en Tierralta, Córdoba. Frente al cadáver, el niño —quedó grabado en un video— golpea las paredes de una casa de tablas, se sacude de rabia, da vueltas de un lado a otro. Es el niño al que la guerra le abrió una grieta bajo los pies y lo arrojó al precipicio. El grito aún retumba en mis oídos. Yo soy él; él es ese país agitado de dolor y sangre. ¿Por qué no volvimos a mencionarlo?
Por encima de la pandemia, por encima de la zozobra, los grupos criminales se imponen en los territorios. Hace poco, la ONG Front Line Defenders reveló que en 2020 más de la mitad de los asesinatos de defensores de derechos humanos —exactamente el 53 %—, ocurrió en Colombia. Además de ser el país que más asesina a sus líderes, también ocupamos el oprobioso primer lugar donde más asesinan líderes ambientales.
Si bien el asesinato de líderes sociales ha venido en aumento en los últimos años, fue durante el gobierno de Álvaro Uribe cuando ocurrió la mayor cantidad de homicidios de este tipo. Según datos de Indepaz, solo en el 2002 asesinaron 1649 líderes, en 2003 la cifra ascendió a 1913, en 2014 mataron 1151 (ver cuadro). Durante los ocho años en que gobernó Uribe, de 2002 a 2010, asesinaron a 8730 defensores de derechos humanos.
Cuando comenzaron a marchar los diálogos del acuerdo de paz con las Farc, los asesinatos se redujeron, esencialmente, por el cese al fuego. Pero el Estado nunca llegó a las regiones y nuevos grupos coparon los espacios que fueron dejando las Farc. El conflicto armado —ahora más disperso— ha ido en aumento: masacres, desplazamientos, asesinatos de excombatientes del desmovilizado grupo guerrillero.
En plena pandemia, los grupos armados han aprovechado para ejercer control social. Imponen normas sanitarias, toques de queda, amenazan a quien salga de su casa por fuera de los horarios establecidos, masacran, como lo hicieron en Samaniego, Nariño, o Algeciras, Huila.
El gobierno de Duque no ha hecho otra cosa distinta que subestimar la gravedad del asunto. ¿Qué tal la exministra del Interior, Alicia Arango, cuando afirmó que asesinaban más personas por robo de celulares? ¿O cuando desvarió diciendo que los asesinos salían a matar sin permiso en la cuarentena? Yo entendí con esto que los sicarios tienen licencia para matar, siempre y cuando no lo hagan en cuarentena. ¿Por qué en el Cauca, donde han ampliado el número de militares (ocho mil miembros de la fuerza pública), hay más masacres?
El gobierno —con su desidia— y la Fiscalía —con su negligencia al no investigar— claramente están legitimando los asesinatos a líderes sociales.
Por eso no es raro en estos tiempos que los miedos también estallen en el sueño. Quisiera, entonces, volver a la inocencia de creer en espantos que salen en la noche, que asustan solo a los niños traviesos; volver a ese momento en que cándidamente creía que no matarían, pero que hoy no diferencian entre el día y la noche para imponer su reino de miedo.